Un episodio de enmendamiento de Judas Iscariote, y otros que ilustran su figura.
Dice Jesús: -El orden de los Evangelios es bueno, pero no perfecto desde el punto de vista cronológico. Un observador atento lo nota. Aquel que habría podido dar el exacto orden de los hechos, por haber estado conmigo desde el principio de la evangelización hasta la ascensión, no lo hizo; porque Juan, hijo verdadero de la Luz, se ocupó y preocupó de hacer refulgir la Luz a través de su exterioridad de Carne ante los ojos de los heréticos, que impugnaban la verdad de la Divinidad dentro de una carne humana. El Evangelio sublime de Juan ha alcanzado su finalidad sobrenatural, pero no ha ayudado a la crónica de mi vida pública. Los otros tres evangelistas muestran igualdades entre sí, en cuanto a los hechos; pero alteran el orden temporal de éstos, porque de tres sólo uno estuvo presente en casi toda mi vida pública: Mateo, que la escribió quince años después. Los otros escribieron más tarde, habiendo oído la narración de labios de mi Madre, de Pedro, de otros apóstoles y discípulos. Quiero ofreceros una guía para cuando reunáis los hechos del trienio, año por año. Y ahora ve y escribe. El episodio sigue al del miércoles (20 – 9) (reseñado en el capítulo 406: lo sigue en cuanto a los episodios que quieren ilustrar la figura de Judas Iscariote pero no lo sigue inmediatamente en la narración completa de los hechos de la vida pública de Jesús) Veo a Jesús paseando lentamente, yendo y viniendo, por un senderillo campestre luminoso de luna. Hay Luna llena, que resplandece con su carota sonriente en un cielo serenísimo; pero, por su posición en el cielo, en el que empieza a ponerse, deduzco que debe ser más tarde de la media noche. Jesús camina pensando, y, sin duda, orando, a pesar de que yo no oiga ninguna palabra. Pero no pierde de vista las cosas de su alrededor. En un momento se detiene a escuchar, sonriendo, el gran canto de un ruiseñor enamorado, que hace toda una melodía de arpegios y trinos y notas de solo, bien sostenidas; tan fuertes y largas, que parece imposible que salgan de ese pequeño ser todo pluma. Para no molestarlo ni siquiera con el crujido de las sandalias contra los pequeños cantos del sendero y de la túnica al rozar la hierba, Jesús se ha detenido, con los brazos cruzados y el rostro alzado y sonriente. Entorna incluso los ojos para concentrarse mejor en oír, y, cuando el ruiseñor termina con un agudo que sube, sube, sube por la escala tercera (no sé si es así como digo, recordando) y termina con una nota agudísima, sostenida mientras resiste la espiración, Él aprueba y aplaude silenciosamente, agachando dos o tres veces la cabeza con una sonrisa contenta. Y ahora se inclina hacia una mata de madreselva en flor, que a través de sus abundantísimos cálices blancos emana intenso perfume; cálices semejantes a bocas de serpientes bostezando, en que tembletea la lengua -los pistilos amarillentos- y brilla el trazo dactilado de oro en el pétalo inferior. Las flores, bajo la luna, parecen aún más blancas, casi argénteas. Jesús las admira y las huele y las acaricia con la mano. Vuelve sobre sus pasos. Debe ser un lugar ligeramente elevado, porque el claro de Luna muestra al sur algo que brilla como vidrio bañado de luna, un trocito de lago, sin duda, porque río no es, ni tampoco mar, pues a éste se le ve, en el lado opuesto al en que está Jesús, bordeado por una serie de colinas. Jesús observa este plácido titileo de aguas serenas en la calma de la noche estiva. Luego da media vuelta sobre sí mismo, de sur a oeste, y observa la albura de un pueblo, distante unos dos kilómetros al máximo, más menos que más. Todo un señor pueblo. Se para a mirarlo, y menea la cabeza, siguiendo un pensamiento que lo aflige mucho.Luego reanuda su lento paseo, y su oración. Hasta que se sienta en una voluminosa piedra, al pie de un árbol muy alto, y toma su postura habitual: los codos apoyados en las rodillas y los antebrazos hacia afuera con las manos unidas en oración. Está así un tiempo, y seguiría más tiempo… pero, un hombre, una sombra, desde la espesura, se está acercando a Él, y lo llama: -¿Maestro? Jesús se vuelve, puesto que el que está viniendo lo hace por detrás de Él, y dice: -¿Judas? ¿Qué quieres? -¿Dónde estás, Maestro? -A1 pie del nogal. Acércate. Y Jesús se pone en pie y junto al sendero, bajo el claro de Luna, para que Judas pueda verlo. -¿Has venido, Judas, a hacer un poco de compañía a tu Maestro? Ahora están el uno junto al otro, y Jesús pone con afecto un brazo en el hombro del discípulo. -¿O es que tienen necesidad de mí en Corazín? -No, Maestro. Ninguna necesidad. Ha sido un deseo mío de venir a ti. -Ven, pues. Hay sitio para los dos en esta piedra. Se sientan bien cerca. Silencio. Judas no habla. Mira a Jesús. Lucha. Jesús quiere ayudarle. Lo mira dulcemente, pero profundamente. -¡Qué hermosa noche, Judas! ¡Mira qué puro es todo! Yo creo que no fue más pura la primera noche que sonrió sobre la Tierra y sobre el sueño de Adán en el Paraíso terrenal. Fíjate cómo huelen esas flores. Huélelas. Pero no las arranques. ¡Son tan bellas y puras! Yo también me he abstenido de hacerlo, porque arrancarlas es profanarlas. Siempre está mal usar la violencia. Tanto contra la planta como contra el animal; contra el animal como contra el hombre. ¿Por qué quitar la vida? ¡Es tan bella la vida cuando se emplea bien!… Y esas flores la emplean bien, porque perfuman, alegran con su aspecto y sus aromas, dan néctar a las abejas y a las mariposas, y ceden a éstas el oro de sus pistilos para poner gotitas de topacio en la perla de sus alas, y hacen de lecho a los nidos… Si hubieras estado aquí hace poco, hubieras oído a un ruiseñor cantar con gran dulzura su alegría de vivir y de alabar al Señor. ¡Amados pajarillos! ¡Cuánto sirven de ejemplo para los hombres! Con poco se contentan, y sólo con aquello que es lícito y santo. Un granito y un gusanillo, porque el Padre Creador se lo da; y si no hay no sienten ira o desdén, sino que engañan al hambre de la carne con el impulso del corazón, que les hace cantar las alabanzas del Señor y las alegrías de la esperanza. Se sienten felices de estar cansados por haber volado desde el alba hasta el anochecer para hacerse un nido calentito, blando, seguro; no por egoísmo, sino por el amor a la prole. Y cantan por la alegría de amarse honestamente. El ruiseñor hacia su hembra, y ambos hacia los hijos. Los animales son siempre felices, porque no tienen remordimientos ni acusaciones en su corazón. Nosotros los hacemos infelices, porque el hombre es malo, desconsiderado, subyuga a los demás, es cruel. Y no le basta serlo con sus semejantes. Hace rebosar su maldad sobre los inferiores. Y cuantos más remordimientos internos tiene más le punza su conciencia y más cruel se muestra hacia los demás. Estoy seguro, por ejemplo, de que aquel que iba a caballo y que hoy lo espoleaba -tan sudado y cansado como estaba- hasta hacerlo sangrar, y que lo azotaba hasta hacerle erizar en franjas el pelo en el cuello y en los lomos, y que le pegaba hasta en los ollares, tan delicados, y en los oscuros párpados que se cerraban dolientes sobre los ojos, tan dulces y resignados, no tenía el alma tranquila: o iba a un delito contra la honestidad o venía de él. Jesús calla y piensa. Judas guarda silencio. Piensa también él. Luego habla: -¡Qué hermoso, Maestro, es oírte hablar así! Todo se ilumina ante los ojos, ante la mente, ante el corazón… y todo vuelve a ser fácil. También el decir: «¡Quiero ser bueno!». Incluso el decirte… incluso el decirte… decirte: «¡Maestro, yo también tengo turbada el alma! No sientas repulsa por mí, Maestro, Tú que amas tanto a los puros»». -¡Oh, mi Judas! ¿Yo repulsa? Amigo, hijo, ¿qué es lo que te turba? -Tenme junto a ti, Maestro. Estréchame a tu lado… Tras tan dulces palabras tuyas, he jurado ser bueno; he jurado volver a ser el Judas de los primeros días, que te seguía y te quería como el esposo ama a su esposa, y sólo suspiraba por ti, hallando en ti todo contento. Te quería así, Jesús… -Lo sé… y te quise por eso… Pero todavía te quiero, mi pobre amigo herido… -¿Cómo sabes que lo estoy? ¿Sabes de qué?… Silencio. ¡Jesús mira a Judas con una mirada tan dulce!… Atisbo, de llanto parecen hacerla más abierta y dulce, mitigando su fulgor. Es una mirada de niño inocente e inerme que se dona entero en el amor. Judas cae a sus pies, con la cara sobre las rodillas y abrazado a sus caderas, y gime: -Tenme junto a ti, Maestro… tenme… Mi carne grita como un demonio… y, si cedo, entonces sobreviene todo el mal… Sé que Tú sabes, pero que esperas a que yo diga… Pero es duro, Maestro, decir: «He pecado». -Lo sé, amigo. Por eso habría que obrar bien. Para no tener luego que humillarse diciendo: «He pecado». De todas formas, Judas, hay en esto también una gran medicina. El tener que hacer el esfuerzo al manifestar la culpa retiene respecto a ella; y, si ya se ha verificado, la pena de acusarse es ya penitencia que redime. Y si luego uno sufre no tanto por orgullo propio y por miedo al castigo, sino porque sabe que faltando ha causado dolor, entonces, Yo te lo digo, la culpa se anula. El amor es lo que salva. -Yo te amo, Maestro. Pero soy muy débil… ¡Oh! ¡Tú no puedes amarme! Eres puro y amas a los puros… No puedes amarme, porque yo soy… yo soy… ¡Oh! ¡Jesús, quítame el hambre de la carne! ¿Sabes qué demonio es? -Lo sé. No la he seguido, pero sé qué voz tiene. -¿Lo ves? ¿Lo ves? Sientes tanta repulsa que por sólo decirlo tu cara se turba… ¡Oh, no puedes perdonarme! -Judas, ¿y no te acuerdas de María?, ¿no de Mateo?, ¿no de aquel publicano que cogió la lepra? ¿Y no te acuerdas de aquella mujer, meretriz romana, a la que profeticé celeste destino porque tras mi perdón tendría fuerza para una vida santa?-Maestro… Maestro… Maestro… ¡Oh, qué mal tengo en el corazón!… Esta noche he huido… huido de Corazín… porque si me quedaba… si me quedaba… estaba perdido. Mira… es como uno que bebe y se pone enfermo… El médico le quita el vino y cualquier otra bebida embriagadora. Y se cura y está sano mientras no vuelve a sentir ese sabor… Pero si cede, una sola vez, y vuelve a sentir su sabor… le viene una sed… una sed de beber eso.., que ya no resiste… y bebe y bebe… y se pone enfermo de nuevo… enfermo para siempre… pierde la razón… queda poseído… poseído por ese demonio suyo… por ese demonio suyo… ¡Oh, Jesús, Jesús, Jesús!… No se lo digas a los otros… No lo digas… Siento vergüenza ante todos… -Pero no ante mí. Judas comprende mal. -¡Es verdad! ¡Perdón! Debería sentir más vergüenza ante ti que ante ningún otro, porque eres perfecto… -No, hijo. No decía esto. No te pongan un velo tu dolor, tu angustia, tu postración. He dicho que ante todos puedes avergonzarte, pero no ante mí. Un hijo no tiene miedo y vergüenza ante el padre bueno, ni un enfermo ante un médico de valía. Y a ambos se confiesa uno sin temor, porque el uno ama y perdona y el otro comprende y sana. Yo te quiero y te comprendo. Por tanto, te perdono y te curo. Pero dime, Judas. ¿Qué es lo que te pone en las manos de tu demonio? ¿Yo? ¿Los hermanos? ¿Las mujeres de vicio? No. Es tu voluntad. Ahora yo te perdono y te sano… ¡Oh, qué alegría me has dado, mi Judas! Ya de por sí mi gozo era grande por esta noche serena, perfumada, alegre de cantos, y por ello alababa al Señor. Pero ahora la alegría que me das supera a este claro de Luna y a estos perfumes, a esta paz y a estos cantos. ¿Oyes? El ruiseñor parece unirse para decirte conmigo que se siente feliz de tu buena voluntad, él, el pequeño cantarín, tan lleno de buena voluntad para hacer aquello para lo que fue creado. Y también este primer viento del alba, que pasa sobre las flores y las despierta, haciendo caer en la cavidad del cáliz un diamante de rocío, para que poco después, lo encuentren la mariposa y el rayo de sol, y aquélla se refresque y el sol se proporcione exiguo espejo para su gran fulgor. Mira: la Luna se pone. El alba se anuncia con este canto lejano de gallo. Las tinieblas de la noche y sus fantasmas se disipan. ¿Ves lo rápido y dulce que ha pasado este tiempo que, si no hubieras venido a mí, habría pasado envuelto en el sinsabor y el remordimiento? Ven siempre que tengas miedo de ti. ¡El propio yo! ¡Gran amigo, gran tentador, gran enemigo y gran juez, Judas! Y, ¿ves?, mientras que es amigo sincero y fiel si has sido bueno, sabe ser amigo insincero si no eres bueno, y después de haber sido cómplice tuyo, se yergue como juez implacable y te tortura con sus reproches… Él es despiadado cuando reprocha… ¡No Yo! Bien, pues vamos. La noche ha pasado… -Maestro, no te he dejado descansar… y hoy vas a tener que hablar mucho… -He descansado con la alegría que me has dado. No tengo descanso mejor que el de decir: «Hoy he salvado a uno que estaba pereciendo». Ven, ven… ¡Vamos a bajar a Corazín! ¡Oh, si esta ciudad supiera imitarte, Judas! -Maestro… ¿qué les vas a decir a mis compañeros? -Nada si no preguntan… Si preguntan, diré que hemos hablado de las misericordias de Dios… Es tema verdadero; y tan ilimitado que la más larga de las vidas no basta para desarrollarlo. Vamos… Y bajan, altos, distinta la hermosura pero igual la juventud, el Uno junto al otro, y desaparecen tras un grupo de árboles… Dice Jesús: -Es episodio de misericordia como los de la Magdalena. Pero, si hacéis un libro, mejor será que pongáis ordenadamente en serie más que las categorías las épocas, y os limitéis a decir, como encabezamiento o a pie de página para cada episodio, a qué categoría pertenece. ¿Por qué ilustro la figura de Judas? Muchos se lo preguntarán. Respondo. La figura de Judas ha sido demasiado alterada durante los siglos; y, últimamente, del todo desfigurada. Ciertas escuelas han hecho de él casi una apoteosis: la del segundo e indispensable artífice de la Redención. Y otros muchos piensan que cedió ante un improviso, feroz asalto del Tentador. No. Toda caída tiene premisas en el tiempo. Cuanto más grave es la caída, más preparación tiene. Los preliminares explican el hecho. Uno no se hunde, ni asciende, al improviso. Ni en el bien ni en el mal. Largos e insidiosos son los factores que cooperan a los descensos; pacientes y santos, los que cooperan a subir. Y el desventurado drama de Judas os puede proporcionar muchas enseñanzas para salvaros y conocer el método de Dios y sus misericordias, para salvar y perdonar a aquellos que bajan hacia el Abismo. No se llega al delirio satánico, en que has visto que se debatía Judas después del Delito, si uno no está enteramente corrompido por hálitos infernales, interiorizados voluptuosamente durante años. Cuando uno lleva a cabo incluso un delito, pero ha sido arrastrado a él por un imprevisto acontecimiento que obnubila la razón, sufre pero sabe expiar; porque aún algunas partes del corazón están inmunes de veneno infernal. A1 mundo que niega a Satanás porque lo tiene tan dentro de sí que ya ni se da cuenta de su presencia, que lo ha interiorizado de forma que ha venido a ser parte del yo, a ese mundo le muestro que Satanás existe. Eterno e inmutable en el método usado para hacer de vosotros sus víctimas. Basta ahora. Tú estáte con mi paz.