Un alto en Akcib
-Señor, esta noche he estado pensando… ¿Por qué quieres venir tan lejos, para luego volver a los confines fenicios? Deja que vaya yo con otro. Venderé a Antonio… Lo siento… pero ahora ya no hace falta y llamaría la atención. Me toparé con Felipe y Bartolomé. Sólo pueden recorrer ese camino, así que los encontraré, sin duda. Y puedes estar seguro de que no hablaré. No quiero causarte dolores… Tú descansas aquí, con los demás, nos ahorramos todos ese camino de Yiftael… y tardamos menos» – dice Pedro mientras salen de la casa donde han dormido. Y parecen menos demacrados, porque tienen túnicas frescas, y las barbas y los cabellos han sido arreglados por mano experta. -Tu idea es buena. No te impido hacerlo. Bien, ve con quien quieras de tus compañeros. -Entonces con Simón. Señor, bendícenos. Jesús los abraza diciendo: -Con un beso. Id. Los miran mientras se marchan, descendiendo raudos hacia la llanura. -¡Qué bueno es Simón de Jonás! Estos días lo he apreciado como nunca lo había hecho – dice Judas Tadeo. -También yo – dice Mateo – Nunca egoísta, nunca soberbio, nunca exigente. -No se ha aprovechado nunca del hecho de ser el jefe. ¡A1 contrario! Parecía el último de nosotros, y, no obstante, conservaba su puesto – añade Santiago de Alfeo. -A nosotros esto no nos asombra. Lo conocemos desde hace años. Fogoso, pero todo corazón. ¡Y además tan honesto…! – dice Santiago de Zebedeo. -Mi hermano, a pesar de ser rudo, es bueno. Y, desde que está con Jesús, se ha hecho doblemente bueno. Yo tengo un carácter completamente distinto, y… algunas veces se ponía nervioso, pero era porque comprendía que yo sufría por ese carácter; se inquietaba por mi bien. Uno, una vez que lo comprende, se lleva bien con él – dice Andrés. -Estos días nos hemos entendido siempre y hemos sido un corazón solo – afirma Juan. -¡Sí, sí! Yo también lo he percibido. Durante toda una luna, y en momentos incluso de verdadera tensión, no hemos tenido nunca malos humores… Mientras que otras veces… no sé por qué… monologa Santiago de Zebedeo. -¿Por qué? ¡Pues es fácil de entender! Porque tenemos intención recta. No somos perfectos, pero sí rectos. Por eso aceptamos el bien que uno propone; o descartamos el mal, cuando uno de nosotros nos lo indica como tal y antes no lo habíamos intuido nosotros solos. ¿Por qué? ¡Es fácil responder! Porque nosotros ocho tenemos solo un pensamiento: hacer las cosas de forma que Jesús se sienta contento. ¡Eso es todo! – exclama Judas Tadeo. -No creo que los otros tengan un pensamiento distinto – dice, conciliador, Andrés. -No. No Felipe, ni Bartolomé, aunque sea muy anciano y muy Israel… Y tampoco Tomas, a pesar de que sea más hombre que espíritu. Sería injusto con ellos si los acusara de… Jesús, tienes razón. Perdona. Pero, si supieras lo que me produce el verte sufrir. ¡Y por él! Yo soy discípulo tuyo, como todos los otros. Pero, además, soy hermano y amigo tuyo, y llevo en mis venas la fogosa sangre de Alfeo. Jesús, no me mires tan severo y tan triste. Tú eres el Cordero y yo… el león. Créeme que a duras penas logro sujetarme para no romper de un zarpazo la red de calumnias que te circunda, y para no abatir el cobijo en que se cela el verdadero enemigo. Quisiera ver la realidad de su rostro espiritual, al cual doy un nombre… aunque quizás calumnio al hacerlo; y lo marcaría con una señal, si lograse conocer su realidad sin riesgo de error… que le quitaría para siempre las ganas de dañarte – dice vehementemente Judas Tadeo, que se ha contenido, al principio de su intervención, por una mirada de Jesús. Santiago de Zebedeo le responde: -¡Deberías marcar a la mitad de Israel!… Pero Jesús seguirá adelante igual. Ya has visto estos días que nada puede contra Jesús. ¿Qué hacemos ahora Maestro? ¿Has hablado aquí? -No. Hacía menos de un día que había llegado a estas laderas. Dormí en el bosque. -¿Porque no te recibieron? -Su corazón rechazó al Peregrino… No tenía dinero… -¡Entonces son corazones de piedra! ¿De qué tenían miedo? -De que fuera un bandido… Pero no importa. El Padre que está en los Cielos hizo que encontrara una cabra, perdida o que había huido. Venid, os la muestro. Vive en la espesura con su cabritillo. No huyó al verme llegar. Es más, me dejó exprimir su leche en mi boca… como si fuera una criatura suya Yo también. Y dormí al lado de ella, con el cabritillo casi en mi corazón. ¡Dios es bueno con su Verbo! Van hacia el lugar del día anterior, a un boscaje espeso y espinoso. En su centro hay un roble secular, que no sé cómo puede vivir con esa base tan hendida: como si el terreno se hubiera abierto y hubiera desgajado su tronco poderoso, fajado todo de verdes hiedras y de espinos por ahora carentes de hojas. Allí cerca está pastando la cabra con su cabritillo. A1 ver a tantos hombres, apunta hacia ellos los cuernos en señal de defensa. Pero luego reconoce a Jesus y se calma. Le echan unas cortezas de pan y se retiran. -Ahí dormí – explica Jesús – Y hubiera seguido allí, si no hubierais venido. Ya tenía hambre. El objetivo del ayuno estaba terminado… No era necesario insistir por otras cosas que ya no se pueden cambiar… Jesús está de nuevo triste… Los seis se intercambian breves miradas, pero no dicen nada. -¿Y ahora? ¿A dónde vamos? -Nos quedamos aquí, por hoy. Mañana bajaremos a predicar en el camino de Tolemaida. Luego iremos hacia los confines fenicios, para regresar aquí antes del sábado. Y, lentamente, regresan al pueblo.