Trabajos manuales en Nazaret y parábola de la madera barnizada.
El tosco hogar del taller está encendido, después de tanto tiempo de inactividad, y el olor de la cola hirviendo en un recipiente se mezcla con el típico olor del serrín y las virutas recién sacados, es más, que están saliendo, al pie de uno de los bancos de carpintero.
Jesús trabaja con ahínco unas tablas de madera, que, con la ayuda de la sierra y del cepillo, se transforman en patas de sillas, cajones, etc. Unos muebles, los modestos muebles de la casita de Nazaret, han sido llevados al taller: la mesa para amasar el pan, para repararla; uno de los telares de María; dos taburetes; una escalera de hortelano; un pequeño arquibanco; y la puerta del horno, creo, corroída en la parte de abajo, quizás por los ratones. Jesús trabaja en arreglar lo que el uso y el tiempo han consumido.
Tomás, por su parte, con todo un equipo de pequeños instrumentos de orfebre, sacados de su talego, que yace encima de su lecho (colocado, como el del Zelote, contra la pared), trabaja con mano ligera unas láminas de plata. Y el golpeteo de su martillito en el buril, que da sonido de plata, se funde con el vigoroso ruido de los instrumentos de trabajo usados por Jesús.
De vez en cuando intercambian algunas palabras, y Tomás está tan contento de estar allí con el Maestro y en su trabajo de orfebre – y, efectivamente, lo dice -, que durante las pausas del diálogo silba entre dientes muy bajo. De vez en cuando levanta los ojos y piensa, fijando su mirada, absorto, en la pared ahumada de la espaciosa habitación.
Jesús advierte esto y dice:
-¿Sacas la inspiración de aquella pared negra, Tomás? Verdad es que así la ha puesto el largo trabajo de un justo, pero no me parece que pueda dar motivos a un orfebre…
-No, Maestro, un orfebre, efectivamente, no puede representar con el metal rico la poesía de la santa pobreza… Pero sí puede, con su metal, representar cosas bellas de la naturaleza, y ennoblecer así el oro y la plata imitando con ellos las flores, las hojas, que hay en la creación. Pienso en esas flores, en esas hojas, y, para recordar exactamente su aspecto, miro fijamente así con los ojos a la pared, pero en realidad veo los bosques y los prados de nuestra Patria, las hojas livianas, las flores que parecen copas o estrellas, la compostura de escapos y frondas…
-Eres un poeta, entonces, un poeta que canta en el metal lo que otro canta en el pergamino con la tinta.
-Sí. Efectivamente, el orfebre es un poeta que escribe en el metal las bellezas de la naturaleza. Pero nuestra obra, de arte y bella, no vale cuanto la tuya, humilde y santa, porque la nuestra sirve para la vanidad de los ricos, mientras que la tuya sirve para la santidad de la casa y la utilidad del pobre.
-Es como dices, Tomás – dice el Zelote, que se ha asomado a la puerta que da al huerto, con la túnica ceñida, remangado, un viejo mandil delante y en la mano un recipiente con barniz.
Jesús y Tomás se vuelven a mirarlo, sonriendo. Y Tomás responde:
-Sí, es como digo. Pero quiero que al menos en alguna ocasión el trabajo del orfebre sirva para adornar una… cosa buena, santa…
-¿Qué?
-Es un secreto mío. Hace mucho que pienso esto, y, desde que fuimos a Ramá, llevo conmigo un pequeño equipo de orfebre esperando este momento. ¿Y tu trabajo, Simón?
-¡Yo no soy un artífice perfecto como tú eres, Toma! Es la primera vez que tengo el pincel en la mano, y mis tinturas son desiguales, a pesar de que ponga toda mi buena voluntad. Por eso he empezado por las partes más… humildes… para coger algo de práctica… y te aseguro que mi impericia le ha hecho a la niña reírse con ganas. ¡Pero eso me hace feliz! Cada hora que pasa renace a una vida serena, y es lo que se requiere para borrar el pasado y hacerla completamente nueva, para ti, Maestro.
-Ya, pero quizás Valeria no cede… – dice Tomás.
-¿Y qué crees que le puede importar el tenerla o no tenerla? Si la tenía consigo, era sólo para no dejarla sola por el mundo. Y la verdad es que sería una buena cosa el que la niña estuviera a salvo para siempre y en todo, en el espíritu sobre todo. ¿No es verdad, Maestro?
-Es verdad. Hay que orar mucho por esto. La criatura es sencilla y buena realmente, y educada en la Verdad podría dar mucho. Tiende instintivamente a la Luz.
-¡Claro! No tiene consuelos en la Tierra… y la pobrecita los busca en el Cielo. Yo creo que, cuando tu Buena Nueva pueda ser predicada por el mundo, los primeros que la acogerán, y los más numerosos, van a ser precisamente los esclavos, los que no tienen ningún consuelo humano y se refugiarán en tus promesas para tenerlos… Y yo digo que, si me toca precisamente este honor de predicarte, tendré un especial amor por estos desdichados…
-Harás bien, Tomás – dice Jesús.
-Sí, pero ¿cómo vas a tomar contacto con ellos?
-Seré orfebre para las damas y… maestro para sus esclavos. Un orfebre entra en las casas, o a su casa vienen los siervos de los ricos… y trabajaré… Dos metales: los de la Tierra para los ricos… los de los espíritus para los esclavos.
-Que Dios te bendiga por estos propósitos, Tomás. Persevera en ellos…
-Sí, Maestro.
-Bueno, ahora que ya has respondido a Tomás, ven conmigo, Maestro… a ver mi trabajo y a decirme qué es lo que debo barnizar ahora. Cosas humildes todavía, porque soy un obrero con muy poca habilidad.
-Vamos, Simón… – y Jesús deja sus herramientas y sale con el Zelote…
Vuelven después de un poco de tiempo. Jesús señala la escalera de hortelano: -Pásale el barniz a ésa. El barniz
hace impenetrable la madera y la conserva más, además de hacerla más bonita. Es como la defensa y embellecimiento de las virtudes en el corazón humano. Puede ser agreste, tosco… Pero, en cuanto las virtudes lo visten, se hace hermoso, agradable. Mira, para obtener una tinta bonita y un servicio real de ella, es necesario tener en cuenta muchas cosas. La primera: tomar con atención lo que se necesita para hacerla. O sea, un recipiente que no tenga tierra o residuos de otras tintas anteriores, aceites buenos y buenos colores, y, con paciencia, mezclar, trabajar, hacer un líquido que no sea ni demasiado denso ni demasiado líquido. No cansarse de trabajar mientras no esté disuelto hasta el más pequeño grumo. Una vez hecho esto, hay que coger un pincel que no pierda las cerdas, que no las tenga ni excesivamente duras ni excesivamente blandas, que esté bien limpio de cualquier tinte precedente. Antes de aplicar el barniz, hay que quitar las asperezas de la madera y los viejos barnices descascarillados y el barro y todo. Luego, así, con orden, hay que tener mano segura en ir siempre en una dirección, extender con paciencia, mucha paciencia, el barniz. Porque en una misma tabla hay distintas resistencias. En los nudos, por ejemplo, el barniz queda más liso, es verdad, pero en ellos la tintura se fija mal, como si la materia leñosa la rechazara. A1 contrario, en las partes blandas de la madera el barniz se fija enseguida, pero las partes blandas generalmente son poco lisas, y entonces pueden formarse pequeñas bolsas, o estrías… Estos casos se deben solucionar extendiendo el color con mano constante. Luego hay, en los muebles viejos, partes nuevas, como este peldaño, por ejemplo. Y, para que no se vea que la pobre escalera está apañada pero que es muy vieja, hay que arreglárselas para que tanto el peldaño nuevo como los viejos resulten iguales… ¡Mira, así!
Jesús, agachado al pie de la escalera, mientras habla trabaja…
Tomás, que ha dejado sus buriles para ir a ver, pregunta:
-¿Por qué has empezado por la parte de abajo en vez de por la de arriba? ¿No era mejor hacer lo contrario?
-Parecería mejor, pero no lo es. Porque la parte de abajo es la que está más deteriorada y la que está destinada a deteriorarse más, porque apoya en el suelo. Por ese motivo debe trabajarse varias veces abajo. Una primera mano, luego una segunda, y una tercera si es necesario… y para no estar ociosos esperando a que la parte de abajo se seque para poder dar una nueva mano, barnizar mientras tanto la parte alta, luego el centro de la escalera.
-Pero al hacerlo uno se puede manchar la túnica y puede estropear las partes barnizadas antes.
-Con cuidado, uno no se mancha y no se estropea nada. ¿Ves? Se hace así. Se recoge la túnica y se está separado. No por asco de la tintura, sino para no dañar la tintura que, por haber sido dada poco antes, es delicada.
Y Jesús, elevados los brazos, barniza ahora la parte alza de la escalera. Y sigue hablando.
-Así se hace con las almas. He dicho al principio que el barniz es como el embellecimiento de las virtudes en los corazones humanos. Embellecimiento y preservación de la madera contra la carcoma, las lluvias y el sol intenso. ¡Mal le irá al amo de casa que no tenga cuidado de las cosas barnizadas y las deje deteriorarse! Cuando se ve que la madera pierde su barniz, sin perder tiempo, hay que poner barniz nuevo. Refrescar la pintura… También las virtudes, puestas en un primer momento de impulso hacia la justicia, pueden deteriorarse o desaparecer del todo, si el amo de la casa no vigila; y la carne y el espíritu, desnudos, a merced de la intemperie y de los parásitos, o sea, de las pasiones y de las disipaciones, pueden sufrir el asalto de estos elementos, perder la túnica que los embellece, terminar siendo… válidos sólo para el fuego. Por tanto, bien sea en nosotros, bien sea en aquellos a quienes amamos como discípulos nuestros, cuando se notan agrietamientos, decoloraciones, en las virtudes colocadas como defensa en nuestro yo, es necesario, enseguida, poner remedio con un trabajo asiduo, paciente, hasta el final de la vida, para que uno pueda dormirse en la muerte con una carne y un espíritu dignos de la resurrección gloriosa. Y para que las virtudes sean verdaderas, buenas, hay que empezarlas con una intención pura, valiente, que elimina todo detrito, todo resto de tierra, y trabajar para no dejar imperfecciones en la formación virtuosa, y luego tomar una actitud ni demasiado dura ni demasiado indulgente, porque tanto la intransigencia como la excesiva indulgencia perjudican. Y el pincel, la voluntad, debe estar limpio de las preexistentes tendencias humanas, que podrían hacer vetas en la tintura espiritual con rayas materiales; y uno se debe preparar a sí mismo – o preparar a otros, con oportunas operaciones, trabajosas, es verdad, pero necesarias – para limpiar al viejo yo de toda vieja lepra, para tenerlo limpio en orden a recibir la virtud. Porque no se puede mezclar lo viejo con lo nuevo.
Luego empezar el trabajo, con orden, con reflexión. No saltar acá o allá sin un serio motivo. No ir un poco en un sentido y un poco en otro. Uno se cansaría menos, es verdad. Pero el barniz quedaría irregular. Como sucede en las almas desordenadas. Presentan lugares perfectos, pero al lado de éstos se ven errores, color distinto… Insistir en los puntos resistentes a la tinta, en los nudos, maraña de la materia o de pasiones desordenadas, que están mortificados, sí, por a voluntad (la cual, como un cepillo, los ha alisado fatigosamente), pero que siguen oponiendo resistencia como un nudo tajado pero no destruido. Y a veces engañan, porque parecen ya bien revestidos de virtud, cuando en realidad tienen sólo un velo ligero que cae inmediatamente. Estar atentos a los nudos de las concupiscencias. Haced que encima de ellos, una y otra vez, sea puesta la virtud, para que no reemerjan y afeen el yo nuevo. Y en las partes blandas, en las partes tendentes a deformarse que reciben con demasiada facilidad el barniz, pero que lo reciben según su tendencia, con bolsas y rayas, insistir en lijar con la piel de pescado, lijar, lijar, para dar una o más manos de barniz, para que esas partes queden lisas como un esmalte compacto. Y atentos a no sobrecargar. Pretender excesivamente en las virtudes hace que la persona se rebele, se agite y salte al primer choque. No. Ni demasiado ni demasiado poco. Justicia en el trabajo con uno mismo y con las criaturas hechas de carne y alma.
Y si, como en la mayor parte de los casos – porque las personas como Áurea son excepciones y no regla – hay partes nuevas mezcladas con las viejas – y las tienen los israelitas, que de Moisés pasan al Cristo, y los paganos con su mosaico de
creencias, que no podrán ser anuladas de repente y emergerán con nostalgias y recuerdos, al menos en las cosas más puras -, entonces son necesarios todavía más ojo y tacto, e insistir hasta que lo viejo se homogeneice con lo nuevo, haciendo uso de las cosas preexistentes para completar las nuevas virtudes. Por ejemplo, en los romanos hay mucho espíritu de Patria y valor viril. Estas dos cosas son casi mitos. Pues bien, no tratéis de destruirlas, sino inculcad un espíritu nuevo al espíritu patrio: e1 espíritu de hacer grande también espiritualmente a Roma como centro de cristiandad; y usad la virilidad romana para hacer fuertes en la fe a quienes son fuertes en la batalla. Otro ejemplo: Áurea. El asco de una revelación brutal la impulsa a amar lo puro y a odiar lo impuro. Pues bien, usad estas dos cosas para conducirla a una perfecta pureza, odiando la corrupción como si fuera el romano brutal.
¿Me entendéis? Y haced de las costumbres medios para entrar. No destruyáis brutalmente. No tendríais a mano inmediatamente con qué edificar; substituid, más bien, poco a poco, lo que no debe seguir existiendo en un convertido, con caridad, paciencia, tenacidad. Y, puesto que la materia, especialmente en los paganos, predomina, y ellos, aunque estén convertidos, estarán siempre apoyados en el mundo pagano, pues en él viven, insistid mucho en que se preserven de la carnalidad. Detrás de la sensualidad entra todo lo demás. Vigilad en los paganos la exasperación de la sensualidad, la cual, confesémoslo, también está vivísima entre nosotros; y cuando veáis que el contacto con el mundo abre el barniz que preserva, no sigáis dando pinceladas en lo alto, sino volved a la parte de abajo, manteniendo en equilibrio el espíritu y la carne, lo alto y lo bajo. Pero empezad siempre por la carne, por el vicio material, para preparar a recibir al Huésped que no inhabita en cuerpos impuros con espíritus malolientes por corrupciones carnales… ¿Me entendéis?
Y no temáis corromperos tocando con vuestra túnica lo bajo, lo material, de aquellos cuyo espíritu cuidáis. Con prudencia, para no ser causa de ruina en vez de causa de edificación. Vivid recogidos en vuestro yo nutrido de Dios, envuelto en virtud; moveos con delicadeza, especialmente cuando tengáis que ocuparos del sensibilísimo yo espiritual de los demás: ciertamente lograréis hacer seres dignos del Cielo incluso de los seres más despreciables.
-¡Qué parábola más hermosa nos has expuesto! Voy a escribirla para Margziam – dice el Zelote.
-Y para mí, que debo ser hecha toda hermosa para el Señor – dice lentamente, buscando las palabras, Áurea, que, descalza, está desde hace un poco de tiempo erguida en la puerta que da al huerto.
-¡Oh! ¡Áurea! ¿Nos estabas escuchando? – pregunta Jesús.
-Te estaba escuchando. ¡Es tan bonito! ¿He hecho mal?
-No, niña. ¿Hace mucho que estás aquí?
-No. Y lo siento, porque no sé lo que has dicho antes. Me ha mandado aquí tu Madre para decirte que dentro de poco es la hora de la comida. Se va a sacar de un momento a otro el pan del horno. He aprendido a hacerlo yo… ¡Qué bonito! Y he aprendido a blanquear la tela, y sobre el pan y la tela tu Madre me ha dicho otras dos parábolas.
-¿Ah, sí? ¿Qué ha dicho?
-Que yo soy como una harina todavía con el salvado, pero tu bondad me depura, tu gracia trabaja en mí y tu apostolado me forma, tu amor me cuece y de harina fea mezclada con mucho salvado pasaré a ser, si dejo que trabajes en mí, harina de hostia, harina y pan de sacrificio, que sirve para el altar. Y en la tela, que era oscura, oleosa, áspera, y que después de mucha jabonera y muchos golpes se ha limpiado y se ha hecho suave, ahora el Sol va a meter sus rayos, y será blanca… Y me dijo que lo mismo hará de mí el Sol de Dios, si yo estoy siempre bajo el Sol y acepto lavaduras y mortificaciones para llegar a ser digna del Rey de los reyes, de ti, mi Señor. ¡Qué cosas más bonitas aprendo!… Me parece un sueño… ¡Bonito! ¡Bonito! ¡Bonito! ¡Aquí todo es bonito… ¡No me mandes a otro sitio, Señor!
-¿No irías con gusto con Mirta y Noemí?
-Preferiría aquí… Pero… también con ellas. Pero con romanos no, no, Señor…
-¡Ora, niña! – dice Jesús poniendo su mano en sus cabellos color rubio-miel. ¿Has aprendido la oración?
-¡Oh! ¡Sí! ¡Es tan bonito decir: «^Padre mío!» y pensar en el Cielo… Pero… la voluntad de Dios me da un poco de miedo… porque no sé si Dios quiere lo que yo quiero…
-Dios quiere tu bien.
-¿Sí? ¿Dices eso Tú? Entonces ya no tengo miedo… Siento que me quedaré en Israel… a conocer cada vez más a este Padre mío… Y… a ser la primera discípula de Galia, ¡oh mi Señor!
-Tu fe será escuchada porque es buena. Vamos…
Y salen todos. Van a lavarse a la pila que está debajo del manantia1, mientras Áurea corre ligera donde María. Y se oyen dos voces femeninas: de palabra ágil la de María; titubeante, como de quien busca las palabras, la otra; y risitas agudas por algún error lingüístico que María corrige dulcemente…
-Aprende pronto y bien la niña – observa Tomás.
-Sí. Es buena y voluntariosa.
-¡Y, además, tu Madre es maestra!… ¡Ni Satanás le opondría resistencia!… – dice el Zelote.
Jesús suspira pero no habla…
-¿Por qué suspiras así, Maestro? ¿No es como he dicho?
-Lo has dicho muy bien. Pero hay hombres más resistentes que Satanás, que al menos huye de la presencia de María. Hay hombres que están a su lado y que, aun siendo adoctrinados por ella, no mejoran…
-¿Pero no nosotros, no? – dice Tomás.
-No vosotros… Vamos…
Entran en casa y todo termina.