Tomás prepara el encuentro de Jesús con los campesinos de Jocanán.
Han seguido caminando, después del incidente, en silencio durante un tiempo; pero, llegados a una bifurcación que hay entre los campos, Santiago de Zebedeo dice:
-¡Por aquí se va a donde Miqueas!… Pero… ¿vamos a ir ahora? Ese hombre nos espera en sus propiedades para tratarnos mal…
-Y para impedirte hablarles a los campesinos. Santiago tiene razón. No vayas – aconseja Judas Iscariote.
-Me esperan. He mandado aviso de que voy. Su corazón está en fiesta. Soy el Amigo que va para consolarlos… -Irás otra vez. Se resignarán – dice, encogiéndose de hombros, Judas.
-Tú no te resignas tan fácilmente cuando se te priva de una cosa con la que contabas.
-Las mías son cosas serias. Las de ellos…
-¿Y qué más serio, más grande que la formación y el consuelo de un corazón? Ellos son corazones a los que todo trata de alejar de la paz, de la esperanza… Y tiene sólo una esperanza: la de una vida futura. Y sólo tienen un medio para ir a ella: mi ayuda. No. Iré a verlos, a costa de que me apedreen.
-¡No, Hermano! ¡No, Señor! – dicen juntos el Zelote y Santiago de Alfeo – Serviría sólo para que castigaran a esos pobres siervos. Tú no oíste, pero Jocanán dijo: «Hasta ahora he soportado. Pero ahora ya no soportaré más. ¡Y ay de aquel siervo que vaya a Él o lo reciba! Es un réprobo, es un demonio. No quiero corrupciones en mi casa~, y a un compañero le dijo: “A costa de matarlos les curaré su endiablamiento por este maldito».
Jesús agacha la cabeza, pensando… y sufriendo. Es visible su dolor… Los otros se afligen por ello, pero ¿qué hacer? La serenidad práctica de Tomás es la que resuelve la situación:
-Hagamos así. Quedémonos aquí hasta la puesta del sol, para no violar el sábado. Entretanto uno de nosotros va sin ser notado hasta las casas, y dice: «En plena noche, cabe la fuente de fuera de Sefori». Y nosotros, después del ocaso, vamos allí y los esperamos en las arboledas que hay al pie del monte sobre el que está Sefori. El Maestro habla a esos pobrecitos, los consuela, y con las primeras luces ellos vuelven a sus casas y nosotros, superando el collado, vamos a Nazaret.
-Tomás tiene razón. ¡Sí señor, Tomás! – dicen varios.
Pero Felipe observa:
-¿Y quién va a avisar? Nos conoce a todos y nos puede ver…
-Podría ir Judas de Simón. Conoce bien a los fariseos… – dice inocentemente Andrés.
-¿Qué quieres insinuar? – ataca Judas.
-¿Yo? Nada. Digo que los conoces porque has estado mucho en el Templo y tienes buenas amistades. Siempre te glorías de esto. A un amigo no le harán daño… – dice el manso Andrés.
-No estés tan seguro, ¡eh! Que ninguno lo esté. Si todavía nos protegiera Claudia, quizás… podría yo, pero ahora ya no. Porque ahora, en conclusión, ¿se ha desinteresado, no es verdad, Maestro?
-Claudia sigue admirando al Sabio. Nunca ha hecho nada ni distinto ni mayor que esto. De esta admiración pasará quizás a la fe en el Dios verdadero. Pero sólo la fantasía de una mente exaltada podía creer que ella tuviera otros sentimientos hacia mí. Y, si los tuviera, Yo no los querría. Puedo todavía aceptar su paganismo, porque espero cambiarlo en cristianismo. No puedo aceptar lo que sería su idolatría: la adoración de un Hombre pobre ídolo en un pobre trono humano.
Jesús dice esto con sosiego, como hablando a todos en una lección. Pero lo dice tan tajantemente, que no deja dudas acerca de su intención y sus decisiones de reprimir cualquier posible desviación en ese sentido entre sus apóstoles.
Ninguno replica, por tanto, acerca de la realeza humana. Pero sí preguntan:
-¿Entonces qué se hace respecto a los campesinos?
-Voy yo. Yo lo he propuesto, voy yo, si el Maestro lo consiente. En todo caso, no me van a comer los fariseos… – dice
Tomás.
-Ve si quieres. Y que tu caridad sea bendecida.
-¡Es tan poca cosa, Maestro!…
-Es una cosa muy grande, Tomás. Sientes los deseos de tus hermanos, de Jesús y de los campesinos, y te compadeces. Y tu Hermano en la carne te bendice también por ellos – dice Jesús, poniendo la mano en la cabeza inclinada ante Él de Tomás, que, emocionado, su-surra: « ¿Yo… tu… hermano? Es demasiado honor, mi Señor. Yo, tu siervo; Tú, mi Dios… Esto sí… Me pongo en marcha».
-¿Vas solo? ¡Voy yo también! – dicen Judas Tadeo y Pedro.
-No. Sois demasiado fogosos. Yo sé cambiar todo en risa… el mejor medio para desarmar a ciertos… caracteres. Vosotros os calentáis enseguida… Voy solo.
-Voy yo – dicen Juan y Andrés.
-¡Sí! Uno de vosotros sí, y también uno como Simón Zelote o Santiago de Alfeo.
-No, no. Yo. Yo no reacciono mal. Callo y hago – insiste Andrés.
-Ven – y se marchan por una parte, mientras Jesús prosigue por la otra con los que se han quedado…