También Tomas y Judas Iscariote se unen de nuevo al grupo apostólico
El valle del Kisón, a pesar del sol resplandeciente en el cielo sereno, aparece inclemente, peinado por un viento helado que viene salvando los collados septentrionales y destruyendo los tiernos cultivos, que se estremecen de frío y se arrugan quemados, destinados a morir en sus verdes renuevos. -¿Pero va a durar todavía mucho este frío? – pregunta Mateo, arrebujándose más todavía en el manto, bajo el cual aparece únicamente un trocito de cara, o sea, los ojos y la nariz. Con voz ahogada por el manto, que también a él le cubre la boca, le responde Bartolomé: -Quizás el resto de la luna. -¡Pues estamos apañados! ¡Bueno, paciencia! Menos mal que en Nazaret estaremos en casa hospitalaria… Mientras tanto, pasará. -Sí, Mateo. Pero para mí ya ha pasado la cosa, viendo a Jesús menos apesadumbrado. ¿No te parece que está más alegre? – pregunta Andrés. -Lo está. Pero yo… bueno, quiero decir que me parece imposible que se haya consumido tanto por lo que sabemos. ¿No ha habido realmente ninguna otra cosa nueva, que vosotros sepáis? – pregunta Felipe. -Nada. Nada, nada. Te digo que en los confines siro-fenicios le dieron mucha alegría espíritus creyentes, e hizo esos milagros que te hemos dicho – asegura Santiago de Alfeo. -Desde hace algunos días está mucho con Simón de Jonás. Y Simón está muy cambiado… ¡Sí! Estáis todos cambiados. No sé… sois más… eso: austeros – dice Felipe. -¡Eso es que te da esa impresión!… En realidad somos iguales que antes. Claro, ver al Maestro tan apenado por tantas cosas, no ha sido motivo de satisfacción, ni tampoco el oír con qué saña le atacan… Pero lo defenderemos. ¡No le harán nada si estamos con Él! Ayer noche le he dicho, después de haber oído lo que decía Hermas, que es un hombre serio y digno de credibilidad: «De ahora en adelante, no debes estar solo. Ya tienes a los discípulos, que, ya lo ves, actúan, y bien, y aumentan continuamente. Por tanto, nosotros estaremos contigo. No quiero decir que tengas que hacer todo Tú, que ya es hora de aliviarte, hermano mío. Pero Tú estarás con nosotros, entre nosotros, como Moisés en el monte, y nos batiremos por ti, dispuestos, si fuese necesario, a defenderte incluso físicamente. Lo que le ha sucedido a Juan Bautista no te debe suceder a ti». Porque, en fin, si los discípulos del Bautista no se hubieran reducido a dos o tres, no habría sido apresado. Nosotros, al fin y al cabo, somos doce, y quiero convencerlo de que se una, o, por lo menos, de tener a su lado a alguno de los más fieles y enérgicos discípulos. Los que estaban con Juan en Maqueronte, por ejemplo. Hombres de fe y coraje. Juan, Matías y también José. ¿Sabéis que ese joven promete mucho?- dice Judas Tadeo. -Sí, Isaac es un ángel, pero su fuerza está enteramente en el espíritu. José, sin embargo, es fuerte también en el cuerpo. Tiene la misma edad que nosotros. -Y aprende rápidamente. ¿Has oído lo que ha dicho Hermas? «Si éste hubiera estudiado, sería, además de un justo, un rabí.” Y Hermas sabe lo que dice. -Yo, no obstante… tendría cerca también a Esteban y a Hermas y al sacerdote Juan. Por su conocimiento de la Ley y del Templo. ¿Sabéis lo que significa su presencia frente a los escribas y fariseos? Un control, un freno… Y para la gente vacilante equivale a decir: «¿Veis como no faltan en torno al Rabí, a su servicio y como discípulos, los mejores de Israel?» – dice Santiago de Alfeo. -Tienes razón. Se lo decimos al Maestro. Ya habéis oído lo que ha dicho ayer: «Vosotros debéis obedecer, pero tenéis también la obligación de abrirme vuestro corazón y decirme lo que juzgáis justo. Para habituaros a saber dirigir en un futuro. Yo, si veo que es como decís, aceptaré vuestros pensamientos» – dice el Zelote. -Quizás lo hace también para mostrarnos que nos quiere, visto que estamos todos más o menos convencidos de que somos la causa de su sufrimiento – observa Bartolomé. -0 está realmente cansado de tener que pensar en todo y de ser el único que toma decisiones y asume responsabilidades. Quizás también reconoce que su santidad perfecta es… casi una imperfección, yo diría, respecto a quienes tiene frente a sí: el mundo, que no es santo. Nosotros no somos santos perfectos. Sólo un poquito menos granujas que los otros… y, por tanto, capaces de responder a aquellos que son casi como nosotros – dice Simón Zelote. -¡Y de conocerlos, debes decir! – aumenta Mateo. -¡Oh, respecto a esto, estoy seguro de que El también los conoce.’ Es más, los conoce mejor que nosotros, porque lee en los corazones. Estoy seguro de ello como de que estoy vivo – dice Santiago de Zebedeo. -¿Y entonces por qué algunas veces hace lo que hace, buscándose problemas y peligros? – pregunta, desconsolado, Andrés. -La verdad es que no sé que responder – dice Judas Tadeo encogiéndose de hombros; y con él confiesan lo mismo los otros. Juan guarda silencio. Su hermano lo provoca: -Tú que sabes siempre todo de Jesús – parecéis dos enamorados algunas veces -, ¿no te ha dicho nunca por qué actúa así? -Sí. Se lo he preguntado, incluso recientemente. Siempre me ha respondido: «Porque debo hacerlo. Debo actuar como si el mundo estuviera compuesto enteramente de criaturas ignorantes pero buenas. A todos les doy la misma doctrina; así se separarán los hijos de la Verdad de los de la Mentira». Me ha dicho también: «¿Ves, Juan? Esto es como un primer juicio, no universal, colectivo, sino individual. Sobre la base de sus acciones de fe, caridad, justicia, serán separados los corderos de las cabras. Esto continuará después, cuando Yo ya no esté, cuando esté mi Iglesia, durante siglos y siglos, hasta el fin del mundo. El primer juicio de las masas humanas se cumplirá en el mundo, en el lugar en que los hombres actúan con libertad, teniendo frente a sí el Bien y el Mal, la Verdad y la Mentira; como el primer juicio fue dictado en el Paraíso Terrenal, ante el árbol del Bien y del Mal, violado por los que desobedecieron a Dios. Después, en la hora de la muerte de cada uno de los hombres, será ratificado el juicio, ya escrito en el libro de las acciones humanas, por una Mente que no tiene defecto alguno. Por último, el Gran Juicio, el Terrible, y entonces, nuevamente, en masa, serán juzgados los hombres. Desde Adán al último hombre. Juzgados por aquello que hayan querido para ellos, libremente, en la tierra. Ahora bien, si Yo por mí mismo ya seleccionara a quien merece el Milagro, el Amor, la Palabra de Dios, y a quien no la merece – y podría hacerlo por derecho divino y por divina capacidad -, los que quedasen excluidos, aunque fueran verdaderos diablos, gritarían fuerte el día de su juicio individual: “¡El culpable es tu Verbo, que no quiso adoctrinarnos!” Pero esto no podrán decirlo… O sea, lo dirán mintiendo una vez más. Y serán juzgados por ello». -¿Entonces, no acoger la doctrina es ser un réprobo? – pregunta Mateo. -Eso no lo sé. No sé si todos los que no crean serán realmente réprobos. Si os acordáis, hablando a Síntica, dio a entender que los que obran con honestidad en la vida no son réprobos, aunque crean en otras religiones. Pero se lo podemos preguntar. Claro que Israel, que tiene conocimiento del Mesías y que ahora cree parcialmente y mal en el Mesías, o que lo rechaza, será severamente juzgado. -El Maestro habla mucho contigo, y sabes muchas cosas que nosotros no sabemos- observa su hermano Santiago. -Culpa tuya y vuestra. Yo le pregunto con sencillez. Algunas veces pregunto cosas que deben darle una imagen de su Juan como persona muy necia. Pero no me importa dar esta imagen. Me basta con conocer su pensamiento, y tenerlo dentro de mí para hacerlo mío. Deberíais hacer lo mismo vosotros. ¡Pero tenéis siempre miedo!… ¿Y de qué? ¿De ser ignorantes? ¿De ser superficiales? ¿De ser cabezotas? Deberíais tener miedo sólo de estar todavía pobremente preparados cuando Él se marche. Lo dice siempre… y me lo digo siempre, para prepararme a la separación… Pero siento que significará siempre un gran dolor… -¡No me lo recuerdes! – exclama Andrés. Y repiten lo mismo los otros, y suspiran. -Pero, ¿cuándo sucederá? Dice siempre: «Pronto». Pero «pronto» puede ser dentro de un mes o de años. Es muy joven y el tiempo pasa muy rápido… ¿Qué te pasa, hermano? Te estás poniendo muy pálido… – pregunta Judas Tadeo a Santiago. -¡Nada, nada! Pensaba… – dice pronto Santiago, con la cabeza agachada. Y Judas Tadeo se inclina para verlo bien… -¡Pero si se te saltan las lágrimas! ¿Qué te pasa?… -No más que lo que os pasa a vosotros… Pensaba en cuando estemos solos. -¿Pero qué le pasa a Simón de Jonás, que se adelanta corriendo y gritando como un somorgujo en día de tempestad? – pregunta Santiago de Zebedeo, señalando a Pedro, que ha dejado a Jesús solo, y que ahora corre, gritando palabras que el viento impide oír. Aceleran el paso y ven que Pedro ha tomado un senderillo que viene de la ya cercana Sefori (eso dicen los discípulos, mientras se preguntan si va a Sefori por orden de Jesús por aquel atajo). Pero luego, observando bien, ven que los dos únicos viandantes que de la ciudad vienen hacia la vía principal son Tomás y Judas. -¡Atiza! ¡Aquí? ¿Precisamente aquí? ¿Y qué hacen aquí? De Nazaret, si acaso, tenían que ir a Caná y luego a Tiberíades… – se preguntan varios. -Quizás venían buscando a los discípulos. Era su misión – dice prudente el Zelote, que siente que la sospecha, cual serpiente despertada, alza su cabeza en el corazón de muchos. -Vamos a acelerar el paso. Jesús está solo y parece que nos espera… – aconseja Mateo. Van, y llegan donde Jesús al mismo tiempo que Pedro, Judas y Tomás. Jesús está palidísimo, tanto que Juan pregunta: -¿Te encuentras mal? Pero Jesús le sonríe y hace un gesto de negación; mientras tanto, saluda a los dos que han regresado después de tanta ausencia. Abraza primero a Tomás, pujante y alegre como siempre, pero que se pone serio mirando al Maestro, tan manifiestamente cambiado, y pregunta solícito: -¿Has estado enfermo? -No, Tomás. En absoluto. ¿Y tú?, ¿has estado bien, contento? -Yo sí, Señor. Siempre bien y siempre contento. Sólo me faltabas Tú para hacer beato a mi corazón. Mi padre y mi madre te agradecen el que me hayas mandado un tiempo. Mi padre estaba un poco enfermo, así que he trabajado yo. He estado donde mi hermana gemela y he conocido al sobrinito. Le hemos puesto el nombre que me dijiste. Luego vino Judas, y me ha hecho dar más vueltas que una tórtola en período de amores: arriba, abajo… donde había discípulos. Él ya se había movido, por su propia cuenta, no poco. Pero bueno, ahora te contará él, porque ha trabajado como diez y merece que lo escuches. Jesús lo deja y ahora es la vez de Judas, que ha esperado pacientemente y que se acerca franco, desenvuelto, triunfante. Jesús lo perfora con su mirada de zafiro. Pero lo besa y recibe su beso, igual que con Tomás. Y las palabras que siguen son afectuosas: -¿Y tu madre, Judas, ha estado contenta de tenerte? ¿Está bien esa santa mujer? -Sí, Maestro, y te bendice por haberle enviado a su Judas. Quería mandarte unos presentes. Pero, ¿cómo podía llevármelos conmigo acá y allá por montes y valles? Puedes estar tranquilo, Maestro. Todos los grupos de discípulos que he visitado trabajan santamente. La idea se va extendiendo cada vez más. Yo he querido personalmente controlar las repercusiones de ella en los más poderosos escribas y fariseos. A muchos de ellos ya los conocía, a otros los he conocido ahora, por amor a ti. He tratado con saduceos, herodianos… ¡Oh, te aseguro que me han machacado bien la dignidad!… ¡Pero, por amor a ti, haré esto y más! He sido desdeñosamente rechazado, he recibido anatemas. Pero también he logrado suscitar simpatías en algunos que tenían prevenciones respecto a ti. No quiero tus elogios. Me basta con haber cumplido mi deber, y agradezco al Eterno el que me haya ayudado siempre. He tenido que usar el milagro en algunos casos, lo cual me ha dolido, porque merecían rayos y no bendiciones. Pero Tú dices que hay que amar y ser pacientes… Lo he sido, para honor y gloria de Dios y para alegría tuya. Espero que muchos obstáculos queden abatidos para siempre; mucho más si consideramos que por mi honor he garantizado que ya no estaban aquellos dos que creaban tanta sombra. Después me vino el escrúpulo de haber afirmado lo que no sabía con certeza. Y entonces quise verificar para poder tomar las oportunas medidas, para no ser hallado en embuste, lo cual me habría colocado para siempre en situación sospechosa ante los que caminan hacia la conversión… ¡Fíjate! ¡He ido a ver incluso a Anás y a Caifás!… ¡Oh, querían reducirme a cenizas con sus censuras!… Pero yo me he mostrado tan humilde y persuasivo, que al final me han dicho: «Bueno, pues si las cosas están exactamente así… Pensábamos que estaban de otro modo. Los rectores del Sanedrín, que podían conocer la situación, nos habían referido lo contrario y…». -No querrás decir que José y Nicodemo han sido unos embusteros» interrumpe el Zelote, que se ha contenido hasta ese momento, pero no más, y está lívido por el esfuerzo hecho. -¿Y quién ha dicho eso? ¡Todo lo contrario! José me vio cuando salía de donde Anás y me dijo: «¿Por qué estás tan alterado?». Le conté todo. Le dije también que, siguiendo el consejo suyo y de Nicodemo, Tú, Maestro, habías despedido al presidiario y a la griega. Porque los has despedido, ¿no es verdad? – dice Judas mirando fijamente a Jesús con sus ojos de azabache, brillantes hasta la fosforescencia. Parece como si quisiera perforarlo con la mirada para leer lo que Jesús ha hecho. Jesús, que sigue frente a Judas, cercanísimo, dice sereno: -Te ruego que continúes tu narración, que me interesa mucho. Es un relato exacto, que puede ser muy útil. -¡Ah!, bueno, decía que Anás y Caifás han cambiado de opinión. Lo cual significa mucho para nosotros, ¿no es verdad? ¡Y luego!… ¡Ahora os voy a hacer reír! ¿Sabéis que los rabíes me metieron en medio y me sometieron a otro examen, como si fuera un menor en el paso a la mayoría de edad? ¡Y qué examen! Bien. Los convencí y ya no me entretuvieron más. Entonces me vino la duda y el miedo de haber dicho algo que no fuera verdad. Y pensé tomar conmigo a Tomás e ir de nuevo a donde estaban los discípulos, o donde se podía pensar que se hubieran refugiado Juan y la griega. He estado con Lázaro, con Manahén, en el palacio de Cusa, con Elisa de Betsur, en Béter en los jardines de Juana, en el Getsemaní, en la casita de Salomón del otro lado del Jordán, en Agua Especiosa, donde Nicodemo, donde José… -¿Pero no lo habías visto? -Sí. Y me había asegurado que no había vuelto a ver a esos dos. Pero… ya sabes… yo quería asegurarme… Resumiendo: he inspeccionado todos los lugares en que pensaba que pudiera estar él… Y no creas que sufría por no encontrarlo. Sería injusto. Siempre – y Tomás lo puede confirmar – siempre que salía de un lugar sin haberlo encontrado y sin haber visto siquiera algún indicio de él, decía: «¡Alabado sea el Señor!», y decía: «¡Oh, Eterno, haz que no lo encuentre jamás!». Exactamente así. El suspiro de mi alma… El último lugar fue Esdrelón… ¡Ah, a propósito! Ismael ben Fabí, que está en su palacio de los campos de Meguiddó, desea invitarte a su casa… Pero yo en tu lugar no iría… -¿Por qué? Iré sin falta. También Yo deseo verlo. Es más, iremos enseguida. En vez de ir a Sefori, vamos a Esdrelón, y, pasado mañana, que es vigilia de sábado, a Meguiddó, y de allí a la casa de Ismael». -¡No, no, Señor! ¿Por qué? ¿Piensas que te estima? -Pero, si has ido a hablar con él y lo has cambiado a favor mío, ¿por qué no quieres que vaya? -No fui a hablar con él… Estaba él en las tierras y me reconoció. Pero yo – ¿verdad, Tomás? – quería huir cuando lo vi. No pude porque me llamó por el nombre. Yo… sólo puedo aconsejarte que no vayas nunca más donde ningún fariseo, o escriba, o seres semejantes. No es útil para ti. Quedémonos nosotros solos con el pueblo y basta. Incluso Lázaro, Nicodemo, José… será un sacrificio… pero es mejor, para no crear celos, rencores, y dar armas a las críticas… En la mesa se habla… y ellos estudian deslealmente tus palabras. Pero, volvamos a Juan… Yo estaba yendo a Sicaminón, a pesar de que Isaac, que lo he visto en los confines de Samaria, me había jurado que desde Octubre no lo había vuelto a ver. -Pues Isaac ha jurado una cosa verdadera. Pero esto que aconsejas respecto a los contactos con escribas y fariseos se contradice con lo que has dicho antes. Tú me has defendido… Eso has hecho, ¿no es verdad? Has dicho: «He desmontado muchas prevenciones contra ti». Has dicho esto, ¿no es verdad? -Sí, Maestro. -¿Y entonces por qué no puedo Yo mismo terminar de defenderme? Así que iremos a casa de Ismael. Y tú, ahora, vuelves, y vas a avisarle. Contigo van Andrés, Simón el Zelote y Bartolomé. Nosotros nos detendremos donde los campesinos. Respecto a Sicaminón, venimos de allí. Éramos once. Te aseguramos que Juan no está allí. Y tampoco en Cafarnaúm, o en Betsaida, Tiberíades, Magdala, Nazaret, Corazín, Belén de Galilea, y así sucesivamente en todas las etapas que quizás tenías pensado recorrer para… tu propia seguridad respecto a la presencia de Juan entre los discípulos o en casas amigas. Jesús habla sereno, con tono natural… Y, no obstante, algo debe haber en El que turba a Judas, el cual, por un instante, cambia de color. Jesús lo abraza como para besarlo… Y, mientras lo tiene así, su mejilla al lado de la de Judas, le susurra quedo: -¡Desdichado! ¿Qué has hecho de tu alma! -Maestro… yo… -¡Vete! ¡Que apestas a infierno más que el mismo Satanás! ¡Calla!… Y arrepiéntete si puedes. Judas… Bueno yo me habría escapado a todo correr. ¡Pero él!… Dice con desfachatez en alta voz: -Gracias, Maestro. Lo que sí que te rogaría, antes de marcharme, sería dos palabras en secreto. Todos se separan bastantes metros. -¿Por qué, Señor, me has dicho esas palabras? Me han dolido. -Porque son la verdad. Quien trata con Satanás se coge el olor de Satanás.-¡Ah! ¿Es por la nigromancia? ¡Qué miedo me has hecho pasar! ¡Una broma! ¡Sólo una broma de niño curioso! Y me ha servido para conocer a algunos saduceos y perder el hambre de la nigromancia. Como ves, me puedes absolver con toda tranquilidad. Son cosas inútiles cuando se tiene tu poder. Tenías razón. ¡Venga, Maestro! ¡Es tan leve el pecado!… Grande es tu sabiduría. Pero, ¿quién te lo ha dicho? Jesús lo mira severamente y no responde. -¿Pero verdaderamente me has visto en el corazón el pecado? – pregunta un poco atemorizado Judas. -Y me has dado repugnancia. ¡Vete! Y no digas ni una sola palabra más. Y le vuelve la espalda. Regresa adonde los discípulos y les ordena que cambien de camino. Pero primero despide a Bartolomé, Simón y Andrés, los cuales van hasta donde Judas y se echan a andar a buen paso. Los que se quedan, por el contrario, caminan lentamente, desconocedores de la verdad que sólo Jesús conoce. Tan desconocedores, que elogian a Judas por su actividad y sagacidad. Y el honesto de Pedro se acusa sinceramente del pensamiento temerario que tenía en el corazón respecto a su compañero… Jesús sonríe, una sonrisa leve, de persona un poco cansada, como si estuviera abstraído y apenas oyera el charloteo de sus compañeros, que de las cosas saben sólo aquello que su humanidad les permite saber.