Provocaciones de Judas Iscariote en el grupo apostólico.
-¡Tengo unas ganas locas de estar en los montes! – exclama Pedro, resoplando y secándose el sudor que le gotea por los carrillos y el cuello.
-¿Cómo? ¿Tú que odiabas los montes ahora los añoras? – pregunta con sarcasmo Judas Iscariote, que, habiendo visto que su miedo de ser descubierto había terminado en nada, vuelve a mostrarse desconsiderado y atrevido.
-Sí, exactamente. Ahora los añoro. En esta época del año son benignos. Nunca como mi mar… ¡Mi mar… ah!… Pero, no sé por qué los campos están más calientes después de la siega. El sol es el mismo, y no obstante…
-No es que estén más calientes. Es que están más tristes y uno se cansa más al verlos así que cuando tienen cereales – responde con buen sentido Mateo.
-No. Simón tiene razón. Después de la siega están de un caliente insoportable. Jamás he sentido un calor como éste – dice Santiago de Zebedeo.
-¿Nunca? ¿Y dónde metes el que sentimos yendo a casa de Nique? – replica Judas de Keriot.
-No como éste – le responde Andrés.
-¡Vaya que sí! El verano está cuarenta días más adelantado y el sol calienta en proporción – insiste Judas.
-Hay una cosa objetiva: los rastrojos emanan más calor que los campos con espigas. Y esto tiene una explicación. E1 sol, que antes se detenía encima de las espigas, ahora escalda directamente el suelo desnudo y agostado, y el suelo refleja sus calores hacia arriba como respuesta al sol que de arriba baja abajo, y el hombre se encuentra entre dos llamas – sentencia Bartolomé.
El Iscariote se ríe irónicamente y hace un ampuloso saludo a su compañero diciendo:
-Rabí Natanael, te saludo y te agradezco tu docta lección.
Se muestra más ofensivo que nunca.
Bartolomé lo mira… y calla. Pero Felipe lo defiende:
-¡No veo de qué haya que hacer ironía! ¡Ha dicha una verdad! No querrás negar una verdad que millones de cerebros con sentido común han juzgado verdadera, lógica y constatable, ¿no?
-¡Sí, hombre, sí! Ya sé, ya sé que vosotros sois doctos, expertos, sensatos; buenos, perfectos… ¡Sois todo! ¡Todo! ¡Yo soy la única oveja negra de este rebaño blanco!… El único cordero bastardo, el oprobio manifiesto y que saca cuernos de carnero… Yo soy el único pecador, el imperfecto, la causa de todos nuestros males, y de Israel y del mundo… e incluso quizás de las estrellas… ¡Ya no aguanto más! No aguanto más el ver que soy el último, el ver que unas nulidades, como aquellos dos necios que están hablando con el Maestro, son admirados como dos oráculos santos. Estoy cansado de…
-Mira, muchacho… – empieza a decir Pedro, que está más rojo por el esfuerzo de contenerse que por el calor. Pero Judas Tadeo le interrumpe:
-¿Mides a los demás con tu medida? Trata de ser tú «nulidad», como lo son Santiago, mi hermano, y Juan de Zebedeo, y dejará de haber imperfecciones en el grupo apostólico.
-¡Fijaos si no tengo razón yo! ¡La imperfección soy yo! ¡Ah, esto es demasiado! Esto es…
-Sí, efectivamente, creo que ha sido demasiado el vino que nos ha hecho beber José… y con este calor te hace daño… Malas pasadas de la sangre… – dice con toda tranquilidad Tomás, para transformar en broma la disputa que se está encendiendo…
Pero Pedro ha agotado ya su aguante y, apretando los dientes y los puños para dominarse todavía, dice: -Mira, muchacho. Para ti es aconsejable una cosa. Sepárate durante un poco…
-¿Yo? ¿Separarme yo? ¿Porque lo dices tú? El único que me puede mandar es el Maestro y sólo lo obedezco a Él. ¿Quién eres tú? Un pobre…
-Pescador, ignorante, tosco, que no vale para nada. Tienes razón… Me lo digo yo antes que tú. Y, delante de nuestro Yeohveh omnipresente y omnividente, testifico que preferiría ser el último antes que el primero, testifico que querría verte a ti, a cualquier otro, en mi lugar, pera a ti más que a ninguno, para que te vieras liberado del monstruo de los celos que te hace injusto, y para no tener que hacer otra cosa sino obedecer, obedecerte, muchacho… Y, créeme, me costaría menos esfuerzo que tener que hablarte como «primero». Pero Él, el Maestro, me ha hecho «primero» entre vosotros… Y debo obedecerlo a Él lo primero, y a Él más que a ninguna otra persona… Y tú debes obedecer. Y con mi sentido común de pescador te digo, no que te separes, en el sentido que tú, viendo fuego en las palabras más frescas, has entendido, sino que te retrases un rato, que estés
solo, que reflexiones… ¿No fuiste desde Béter al valle en la cola del grupo? Haz lo mismo ahora… El Maestro en cabeza… tú en la cola En medio, nosotros… las nulidades… Basta con estar solos para comprender, y para calmarse… Haz caso… Es mejor para todos, Para ti el primero…
Y lo toma por un brazo, lo separa del grupo y dice:
-Ahí, estáte ahí mientras nosotros alcanzamos al Maestro. Y Luego… continúas muy lentamente… y verás como se te pasa… la tormenta – y lo deja plantado y da alcance a los compañeros, que ya están unos metros más adelante.
-¡Uf! He sudado más hablándole que andando… ¡Qué temperamento! ¿Pero se va a poder obtener algo alguna vez de
él?
-Nunca, Simón. Mi hermano se empeña en tenerlo. Pero… nunca hará nada bueno – le responde Judas Tadeo.
-¡Es un buen castigo que tenemos en medio de nosotros!» suspira Andrés, y termina: «Yo y Juan tenemos casi miedo de él y siempre nos callamos por temor a otras discusiones».
-Es la medida mejor, efectivamente – dice Bartolomé.
-Yo no logro callarme – confiesa el Tadeo.
-Yo también lo logro a duras penas… Pero he encontrado el secreto – dice Pedro.
-¿Cuál? ¿Cuál? Enséñanoslo… – dicen todos.
-Trabajando como un buey en el arado. Un trabajo que puede ser inútil a lo mejor… Pero que sirva para hacerme arrojar lo que me bulle dentro sobre… algo que no sea Judas.
-¡Ah! ¡Comprendo! ¡Por eso hiciste esa devastación en los árboles cuando bajábamos el valle! ¿Por eso, no? – le pregunta Santiago de Zebedeo.
-Sí, por eso… Pero hoy… aquí… no tenía nada que romper sin hacer un daño. No hay más que árboles frutales y hubiera sido una pena destruirlos… Me ha costado tres veces más… romperme a mí mismo para no… para no ser el viejo Simón de Cafarnaúm… Tengo los huesos doloridos por ello…
Bartolomé y el Zelote hacen el mismo gesto y dicen las mismas palabras: abrazan a Pedro exclamando: -¿Y te asombras de que Él te haya hecho el primero entre nosotros? Eres un maestro para nosotros…
-¿Yo? ¿Por esto?… ¡Bah! Son insignificancias… Soy un pobre hombre… Lo único que os pido es que me améis dándome
sabios consejos, amorosos y sencillos consejos. Amor y sencillez, para que me haga como vosotros… Y únicamente por amor a
Él, que tiene ya muchas penas…
-Tienes razón. ¡A1 menos no se las demos nosotros! – exclama Mateo.
-Me dio mucho miedo la llamada de Juana. Vosotros dos que os habéis adelantado ¿no sabéis absolutamente nada? – pregunta Tomás.
-No, con certeza no. Pero dentro de nosotros hemos pensado que ha sido ese que viene detrás, que… ha armado algún lío – responde Pedro.
-¡Calla! Tuve el mismo pensamiento cuando aquel sábado oí hablar al Maestro – confiesa Judas Tadeo. -Yo también – añade Santiago de Zebedeo.
-¡Tate!… No lo había pensado… ni siquiera cuando vi a Judas tan sombrío aquel atardecer… y tan grosero, que ésa es la pura verdad – dice Tomás.
-Bien. No hablemos más de esto. Tratemos de… hacerlo mejor con mucho amor y mucho sacrificio, como nos ha enseñado Margziam… – dice Pedro.
-¿Qué hará Margziam? – pregunta, sonriendo, Andrés.
-¿Mmm?… Pronto estaremos con él. Tengo unas ganas locas… Me cuestan muchísimo estas separaciones.
-¿Quién sabe por qué las querrá el Maestro? Ya podría estar con nosotros también Margziam. Ya ni es un niño ni está físicamente frágil – observa Santiago de Zebedeo.
-Además… Si ha recorrido tanto camino el año pasado cuando estaba tan flaco, con mayor motivo podría caminar ahora – dice Felipe.
-Yo creo que es para que no presencie ciertas bribonadas… — dice Mateo.
-O que no esté con ciertas compañías… – dice con enfado el Tadeo, que verdaderamente no soporta a Judas Iscariote. -Quizás tenéis razón los dos – dice Pedro.
-¡No, hombre, no! Lo hará para que se fortalezca del todo. Ya veréis como para el año que viene está con nosotros – afirma Tomás.
-¡El año que viene! ¿Estará todavía con nosotros el Maestro el año que viene? – pregunta pensativo Bartolomé – ¡A mí sus discursos me parecen tan… significativos…!
-¡No digas eso! – suplican los otros.
-No quisiera decirlo. Pero no hablar no sirve para alejar lo que está designado.
-Bueno, pues… razón de más para nosotros para mejorarnos mucho en estos meses… Para no causarle penas y estar preparados. Quiero decirle que ahora, cuando estemos descansando en Galilea, nos instruya mucho, mucho, estrictamente a nosotros doce… Muy pronto llegaremos…
-Sí. Y tengo unas ganas locas. Soy viejo y estas marchas con este calor me dan muchas molestias que no se ven – confiesa Bartolomé
-A mí también. He sido un vicioso y estoy más viejo de lo que se piensa contando los años. ¡Los excesos… claro! Ahora los siento todos en los huesos… Además nosotros, hijos de Leví, sufrimos de dolores ya por naturaleza…
-¿Y yo? He estado enfermo durante años… y aquella vida, en cavernas, con poca y mísera comida. ¡Estas cosas aparecen ahora!… – dice el Zelote.
-¿Pero no has dicho siempre que desde tu curación te has sentido siempre fuerte? – pregunta a sus espaldas Judas, que los ha alcanzado – ¿Se te ha terminado el efecto dei milagro?
El Zelote pone una expresión típica en su rostro feo y expresivo; parece decir: «¡Está aquí! ¡Señor, dame paciencia!». Pero responde con suma cortesía:
-No. No se ha terminado el efecto del milagro, como puede verse, porque no he vuelto a enfermar. Estoy fuerte. Tengo resistencia. Pero los años son años y las fatigas fatigas. Y estos calores que nos hacen sudar como si hubiéramos caído en una acequia, y luego estas noches, yo diría gélidas respecto al calor del día, que nos hielan el sudor encima, y luego el aguazo que termina de mojar ropa ya empapada de sudor, ciertamente no me hacen ningún bien. Y tengo unas ganas enormes de un tiempo de reposo para cuidarme un poco. Por la mañana, especialmente si dormimos al raso, estoy todo rígido. Si me enfermo del todo, ¿para qué sirvo?
-Para sufrir. Él dice que el sufrimiento vale como trabajo y como oración – le responde Andrés.
-De acuerdo. Pero yo preferiría servirle apostólicamente y…
-Y estás cansado también tú. Confiésalo. Estás cansado de continuar con esta vida sin perspectivas de tiempos buenos, sino, al contrario, con perspectivas de persecuciones y… derrotas. Empiezas a pensar que corres el peligro de volver a ser un proscrito – dice Judas de Keriot.
-No pienso nada. Digo que siento que enfermo.
-¡Oh, de la misma manera, que te ha curado una vez…! – y Judas ríe irónico.
Bartolomé siente cercana otra discusión y la desvía llamando a Jesús.
-¡Maestro! ¿Para nosotros no hay nada? ¡Siempre estás adelante! …
-Tienes razón, Bartolmái. Ahora nos paramos. ¿Ves aquella casita? Vamos allí, porque el sol es demasiado fuerte. Con el atardecer reanudaremos la marcha. Tenemos que apresurar el retorno a Jerusalén, porque Pentecostés está a las puertas.
-¿De qué hablabais entre vosotros? – pregunta Judas Tadeo a su hermano.
-¡Fíjate! Habíamos empezado a hablar de José de Arimatea y hemos terminado hablando de la vieja propiedad de Joaquín en Nazaret y de su costumbre – mientras pudo hacerlo – de tomar para sí la mitad de lo que recogía y dar el resto a los pobres, cosa que los viejos de Nazaret recuerdan muy bien. ¡Cuántas abstinencias aquellos dos justos que eran Ana y Joaquín! ¡Cómo no iban a obtener el milagro de la Hija, de esa Hija!… Y con Jesús evocaba cuando éramos niños…
Continúa la narración mientras siguen caminando en dirección a la casa entre los campos llenos de sol.