Prodigios en la nave en medio de una tempestad
El Mediterráneo es una planicie borrascosa de aguas verdeazules que se embisten entre sí formando altísimas olas con cresta de espuma. Hoy no hay niebla de calina, no. Pero el agua marina, pulverizada por los continuos embates de unas olas contra otras, se transforma en líquidas partículas saladas, que abrasan, que traspasan incluso los vestidos, enrojecen los ojos, queman las gargantas, y parecen esparcirse como un velo de polvos de tocador salinos por todas partes, tanto en el aire, haciéndola opaca como por una niebla sutil, como encima de las cosas, que parecen asperjadas con una harina brillante: los diminutos cristales salinos. Esto no sucede en los lugares a donde llegan los embates de las olas, o sus vigorosas mojaduras, que lavan el puente de un lado al otro, y se precipitan hacia dentro, saltando por encima de una parte de la obra muerta, para volver a caer al mar, con estrépito de cascada, por los vanos de la parte opuesta. Y la nave se alza y se hunde, pajuela a merced del océano, reducida a una nada respecto a éste, y cruje y se queja desde las sentinas a lo más alto de los mástiles… El mar es realmente el amo y la nave su juguete… Aparte de los que están maniobrando, no hay ya nadie en el puente. Ni ninguna mercancía. Sólo los botes de salvamento. Los hombres de la tripulación (el primero de todos el cretense Nicomedes), completamente desnudos, bamboleándose como se bambolea la nave, corren acá o allá, a protegerse o a hacer maniobras, que son difíciles porque el puente está continuamente inundado y resbaladizo. Las escotillas, trancadas, no permiten ver lo que sucede bajo cubierta. Pero, ciertamente, no creo que ahí dentro estén muy tranquilos… No logro hacerme una idea de dónde están, porque alrededor sólo hay mar, y una costa lejana, que se ve muy montañosa, con verdaderos montes, no colinas. Yo diría que ya ha pasado más de una jornada de navegación, porque se ve claramente que son horas de la mañana, dado que el sol, que aparece y desaparece tras nimbos muy densos, viene todavía de oriente. Creo que la nave, a pesar del zarandeo a que se ve sometida, avanza muy poco. Y el mar parece ponerse cada vez más feo. Con una terrible, fragorosa avalancha, se rompe un trozo de mástil – desconozco el nombre exacto de esta parte de la arboladura -, y al caer, arrastrado ahora por una avalancha de agua que irrumpe en el puente junto con un verdadero torbellino de viento, abate un trozo del casco.Los que están debajo deben tener la sensación de estar naufragando… Como demostración de esto, después de unos momentos, se ve que se entreabre el portillo de una escotilla y aparece la cabeza entrecana de Pedro. Mira, ve, vuelve a cerrar a tiempo de impedir a un torrente de agua descender por la escotilla entreabierta. Pero luego, en un momento de ausencia de ola, vuelve a abrir y salta afuera. Se agarra a los soportes y observa ese infierno en que se ha convertido el mar; silba como todo comentario, y masculla algunas palabras. Lo ve Nicomedes: -¡Fuera! ¡Fuera! – grita – ¡Cierra ese portillo! ¡Si la nave se carga, se va a pique! ¡Ya es mucho si no me veo obligado a deshacerme de la carga!… ¡Jamás he visto una tempestad como ésta! ¡Vete, te digo! No quiero hombres de tierra estorbándome. Éste no es sitio para jardineros, y… No puede seguir, porque otra ola barre el puente, cubriendo a los que están en él. -¿Lo ves? – grita a Pedro, que chorrea agua. -Lo veo. Pero esto no me altera. No sólo sé vigilar jardines. He nacido en el agua. De lago, es verdad… ¡Pero también el lago!… Antes de… cultivador fui pescador y conozco… Pedro está tranquilísimo y sabe acompañar las oscilaciones a la perfección con sus piernas separadas, y musculosas. El cretense lo observa mientras se mueve para acercarse a él. -¿No tienes miedo? – le pregunta. -¡En absoluto! -¿Y los otros?» -Tres son pescadores como yo, o sea, lo eran… Los otros, excepto e1 enfermo, son fuertes. -¿También la mujer?… ¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Sujétate! Otra avalancha de agua señorea en el puente. Pedro espera a que pase y luego dice: -Este frescor me habría hecho falta este verano… ¡Paciencia! ¿Decías que qué hace la mujer? Reza… y tú también deberías ponerte a rezar. Pero, ¿dónde estamos hora exactamente? ¿En el canal de Chipre? -¡Si así fuera!… Me arrimaría a la isla y esperaría a que se calmaran los elementos. Apenas si estamos a la altura de Colonia Julia, o Bertius si lo prefieres. Y ahora viene lo feo… Aquellas son las montañas del Líbano. -¿Y no podrías entrar allí, en aquel pueblo? -El puerto no es bueno y hay bajíos y escollos. No se puede.¡Cuidado!… Otro torbellino y otro pedazo de mástil que se va; pero antes ha caído sobre un hombre, que, si no es arrastrado por las aguas, es sólo porque la ola lo lleva contra un obstáculo. -¡Ve abajo! ¡Ve abajo! ¿Ves? -Ya veo, ya veo… ¿Pero aquel hombre?… -Si no está muerto, volverá en sí. ¡Ya ves que no puedo atenderlo!… Efectivamente, el cretense debe estar atento a todo por la vida de todos. -Déjamelo a mí. Le atenderá la mujer… -¡Lo que quieras, pero vete!… Pedro se arrastra hasta el hombre inmóvil. Lo agarra por un pie tirando, lo acerca a sí. Lo mira, silba… Masculla: -Tiene la cabeza abierta como una granada madura. Aquí haría falta el Señor… ¡Si estuviera Él! ¡Señor Jesús! Maestro mío, ¿por qué nos has dejado? Un gran dolor acompaña a su voz… Se carga al moribundo a hombros. Se llena de sangre. Vuelve a la escotilla. El cretense le grita: -Esfuerzo inútil. Nada que hacer. ¿No lo ves? … Pero Pedro, yendo cargado, le hace un gesto como diciendo: «Veremos» y se arrima contra un palo para resistir una nueva ola. Abre la escotilla y grita: -¡Santiago, Juan! ¡Aquí! – y con la ayuda de ellos descuelga al herido y baja también él; luego tranca el portillo. A la luz humeante de lámparas suspendidas ven a Pedro lleno de sangre: -¿Estás herido? – preguntan. -Yo no. Es sangre de éste… Pero… poneos a rezar, porque… Síntica, mira aquí un momento. Una vez me dijiste que sabías curar heridos. Mira esta cabeza… Síntica deja de sujetar a Juan de Endor, que está bastante mal, para acercarse a la mesa sobre la que han extendido al desdichado, y mira… -¡Una herida fea! La he visto dos veces, en dos esclavos: uno por un golpe del amo; el otro por un golpe de una piedra grande en Caprarola. Haría falta agua, mucha agua, para limpiar y cortar la hemorragia… -¡Si solamente quieres agua!… ¡Hay incluso demasiada! Ven, Santiago, con la artesa. Es mejor entre dos. Van y vuelven, chorreando. Y Síntica, con paños empapados en agua, lava y aplica compresas en la nuca… Pero la herida es fea. Desde la sien hasta la nuca el hueso está al descubierto. No obstante, el hombre abre de nuevo los ojos, vagarosos. Está estertoroso. Se apodera de él el miedo instintivo de morir. -¡Tranquilízate! Ahora te curas – le dice, maternal, la griega para consolarlo (se lo dice en griego, porque él habla en griego). El hombre, a pesar de estar aturdido, la mira con asombro y con un atisbo de sonrisa al oír la lengua natal, y busca la mano de Síntica… el hombre, que es niño en cuanto siente el sufrimiento, y busca a la mujer, que es siempre madre en esos casos.-Voy a probar con el ungüento de María – dice Síntica cuando la sangre mana menos. -Pero es para los dolores… – objeta Mateo, pálido como un muerto, no sé si por el mar o por la sangre, o si por las dos cosas. -¡Lo ha hecho María con sus manos! Yo lo uso orando… Orad también vosotros. Mal no puede hacer. El aceite es siempre medicamentoso… Va al talego de Pedro, saca un recipiente – yo diría que es de bronce -, lo abre, toma un poco de ungüento y lo calienta sobre una lámpara en la misma tapadera de la vasija. Lo vierte encima de un paño, doblado varias veces, y lo aplica en la cabeza herida. Luego, con unos pedazos de tela hechos tiras, hace un vendaje apretado. Pone un manto plegado debajo de la cabeza del herido, que parece adormecerse, y se sienta junto a él para orar; también los demás oran. Arriba se sigue abatiendo la furia de los elementos sobre la nave, que se hunde y se empina sin tregua. Pasado un rato, se abre el portillo y entra presuroso un marinero. -¿Qué pasa? – pregunta Pedro. -Que estamos en peligro. Vengo por los inciensos y las oblaciones para un sacrificio… -¡Olvídate de esas historias! -¡Nicomedes quiere sacrificar a Venus! Estamos en su mar… -Que está desenfrenado, como ella – barbota en voz baja Pedro, luego dice más fuerte: «Venid vosotros. Vamos al puente. Quizás tenemos que intervenir… ¿Tienes miedo de quedarte con el herido y con estos dos? Los dos son Mateo y Juan de Endor, que están hechos unos guiñapos por el mal de mar. -No, no. Id, id – responde Síntica. De camino hacía el puente se topan con el cretense, que está tratando de encender los inciensos, y que arremete furioso contra ellos, para mandarlos dentro de nuevo, gritando: -¿Pero no veis que sin milagro naufragamos? ¡La primera vez! ¡La primera vez desde que navego! -¡Vas a ver como ahora dice que somos nosotros los del maleficio! – susurra Judas de Alfeo. En efecto, el hombre grita más fuerte: -¡Malditos israelitas, ¿qué lleváis con vosotros? ¡Perros hebreos, me habéis traído el maleficio! Fuera, que voy a sacrificar a Venus naciente… -No, de ninguna manera. Sacrificamos nosotros… -¡Fuera! Sois paganos, sois demonios, sois… -¡Escucha! Te juro que si nos dejas verás el prodigio. -No. ¡Fuera! – y enciende los inciensos, y tira al mar, como mejor puede, unos líquidos, que primero ha ofrecido y gustado, y unos polvos que no sé lo que son. Pero las olas apagan los inciensos, y, en vez calmarse, el mar se pone más furioso y se lleva todos los aparejos del rito, y por poco, también al propio Nicomedes… -¡Buena respuesta te da tu diosa! Ahora a nosotros. También nosotros tenemos Una, más pura que ésta, hecha de espuma, y además… Canta, Juan, como ayer; nosotros te acompañamos; ¡vamos a ver qué sucede! -¡Sí, vamos a ver! Pero, sí sucede algo peor, os arrojo al mar como víctimas propiciatorias. -Bien. ¡Ánimo, Juan! Y Juan entona su canción, acompañado por todos los demás, incluso Pedro, que normalmente no canta, porque desafina. El cretense, con los brazos cruzados y una sonrisa entre colérica e irónica en su rostro, los mira. Luego, terminada la canción, oran con los brazos abiertos. Debe ser el «Pater noster», pero está recitado en hebreo y no entiendo nada. Luego cantan más fuerte. Y siguen así, alternativamente, sin miedo, sin interrupción, a pesar de los embates que reciben de las olas. Ni siquiera se sujetan a los soportes, y, no obstante, están seguros, como si formaran un bloque con la madera del puente. Y las olas realmente disminuyen de violencia poco a poco. No cesan del todo, y tampoco el viento, pero ya no es la furia de antes; de hecho las olas ya no llegan al puente. La cara del cretense es todo un poema de estupor… Pedro lo mira de reojo y sigue orando. Juan sonríe, y canta más fuerte… Los otros lo acompañan, y van triunfando cada vez más netamente sobre el fragor, a medida que el mar para volver a su movimiento regular, y el viento para soplar normalmente, se van aplacando. -¿Y ahora… qué tienes que decir? -¿Pero, qué habéis dicho? ¿Qué fórmula es? -La del Dios verdadero y de su santa Sierva. Puedes izar las velas y arreglar todos los desperfectos, esto… ¿Aquello no es una isla? -Sí. Es Chipre… Y en el canal el mar está todavía más calmo… ¡Extraño! Pero, ¿esa estrella a la que adoráis quién es? En todo caso Venus, ¿no? -Veneráis, se dice; se adora sólo a Dios. Pero nada de Venus. Es María. María de Nazaret, María hebrea, la Madre de Jesús, Mesías de Israel. -¿Y eso otro qué era? No era hebreo eso… -No, era nuestro dialecto, el de nuestro lago, de nuestra patria. Pero no te lo podemos decir a ti, que eres pagano. Es una oración a Yeohveh. Sólo los creyentes la pueden conocer. Hasta luego, Nicomedes. Y no te preocupes por lo que ha ido al fondo. Un… sortilegio me-nos para poderte atraer una desgracia. Hasta luego, ¡eh! ¿Eres de sal? -No… Pero… Perdonad… Antes os he insultado. -No importa. Son efectos del… del culto de Venus… Vamos, muchachos, a donde los demás… – y, sonriendo feliz, Pedro se encamina hacia la escotilla. El cretense los sigue: -¡Eh! ¿Y el hombre? ¿Muerto?-¡No, hombre, no! Quizás te le devolvemos pronto sano… Otro juego de nuestros… maleficios… -¡Perdonad! ¡Perdonad! Decidme: ¿dónde se pueden aprender, para gozar de su ayuda? Yo pagaría por esto… -¡Adiós, Nicomedes! Es un trato largo y… no permitido. No se deben dar las cosas sagradas a los paganos. ¡Adiós! ¡Que te vaya bien, amigo! ¡Que te vaya bien! Y Pedro, seguido de los demás, baja adentro, sonriente. También sonríe el mar calmado, con un viento mistral armónico que favorece la navegación, mientras declina el sol y, a oriente, se dibuja un huso de luna tendente a su plenitud…