Primer anuncio de la Pasión y reprensión a Simón Pedro.
Jesús debe haber dejado la ciudad de Cesárea de Filipo con las primeras luces de la mañana, porque ya queda lejos con sus montes y la llanura lo rodea de nuevo. Se dirige hacia el lago de Merón para ir después hacia el de Genesaret. Van con Él los apóstoles y todos los discípulos que estaban en Cesárea. Pero una expedición tan numerosa por el camino no causa estupor a nadie, porque ya se ven otras, dirigidas a Jerusalén, de israelitas o prosélitos, procedentes de todos los lugares de la Diáspora, que desean pasar un tiempo en la Ciudad Santa para escuchar a los rabíes y respirar largamente el aire del Templo. Caminan a buena marcha, bajo un sol ya alto pero que todavía no molesta, porque es un sol de primavera que juega con el follaje nuevo y las frondas florecidas, y suscita flores, flores, flores por todas partes. La llanura que precede al lago, toda ella, es una alfombra florecida. La mirada, volviéndose hacia los montes que la circundan, ve a éstos remendados con las matas cándidas, tenuemente róseas, o de color rosa intenso, o rosa casi rojo, de los diversos tipos de árboles frutales; y, al pasar cerca de las raras casas de campesinos o de los talleres de herrador esparcidos por el camino, la vista se alegra ante los primeros rosales florecidos en los huertos o a lo largo de los setos o contra las tapias de las casas. -Los jardines de Juana deben estar todos en flor – observa Simón Zelote. -También el huerto de Nazaret debe parecer un cesto lleno de flores. María es la dulce abeja que va de rosal en rosal; de los rosales a los jazmines, que pronto florecerán; a las azucenas, que ya tienen los capullos en el tallo; y tomará la rama del almendro, como hace siempre, es más, ahora tomará la del peral o del granado, para ponerla en el ánfora de su habitación. Cuando éramos niños le preguntábamos todos los años: «¿Por qué tienes siempre ahí una rama de árbol en flor y no metes en su lugar las primeras rosas?». Y Ella respondía: «Porque en esos pétalos veo escrita una orden que me vino de Dios y siento el aroma puro del aura celeste». ¿Te acuerdas, Judas? – pregunta Santiago de Alfeo a su hermano. -Sí. Me acuerdo. Y recuerdo que, ya hombre, esperaba con ansia la primavera, para ver a María caminar por su huerto bajo las nubes de sus árboles en flor y entre los setos de las primeras rosas; nunca vi espectáculo más hermoso que esa eterna niña moviéndose evanescente entre las flores y entre vuelos de palomas… -¡Oh, vamos pronto a verla, Señor! ¡Yo también quiero ver todo eso! – suplica Tomás. -Basta con que aceleremos el paso y hagamos paradas breves, por las noches, para llegar a Nazaret a tiempo – responde Jesús. -¿Me das esta satisfacción verdaderamente, Señor? -Sí, Tomás. Iremos a Betsaida todos, y luego a Cafarnaúm. Allí nos separaremos: nosotros vamos en la barca a Tiberíades, y luego a Nazaret. Así cada uno, salvo vosotros judíos, vamos a tomar los indumentos más ligeros. El invierno ha concluido. -Sí. Y nosotros vamos a decir a la Paloma: «Álzate, apresúrate, amada mía; ven, porque el invierno ha pasado, la lluvia ha terminado, las flores pueblan el suelo… Álzate, amiga mía; ven, paloma escondida, muéstrame tu faz y deja que oiga tu voz». -¡Sí señor, Juan! ¡Pareces un enamorado cantando su canción a su amada! – dice Pedro. -Lo estoy. De María lo estoy. No veré a otras mujeres que despierten mi amor. Sólo María, la amada de todo mi ser. -También lo decía yo hace un mes. ¿Verdad, Señor? – dice Tomás. -Yo creo que estamos todos enamorados de Ella. ¡Un amor tan alto, tan celestial!… Como sólo esa Mujer puede inspirar. Y el alma ama completamente su alma, la mente ama y admira su intelecto, la vista mira y se complace en su gracia pura, que embelesa sin producir agitación, como cuando se mira una flor… María, la Belleza de la tierra y creo, la Belleza del Cielo… – dice Mateo. -¡Es verdad! ¡Es verdad! Todos vemos en María cuanto de más dulce hay en la mujer: la niña pura y la madre dulcísima; y no se sabe por cuál de estas dos gracias se la ama… – dice Felipe. -Se la ama porque es «María». ¡Eso es! – sentencia Pedro.Jesús los ha estado oyendo hablar y dice: -Todos habéis hablado bien, y Pedro muy bien. María se ama porque es «María». Os dije, mientras íbamos a Cesárea, que solamente aquéllos que unan una fe perfecta a un amor perfecto llegarán a conocer el verdadero significado de las palabras: “Jesús, el Cristo, el Verbo, el Hijo de Dios y el Hijo del hombre». Pero ahora os digo que hay otro nombre denso en significados. Y es el de mi Madre. Sólo aquellos que unan una perfecta fe a un perfecto amor llegarán a conocer el verdadero significada del nombre «María», de la Madre del Hijo de Dios. Y el verdadero significado empezará a aparecer claro para los verdaderos creyentes y para los verdaderos amantes en una hora tremenda de tormento, cuando la Madre sea sometida a suplicio con su Hijo, cuando la Redentora redima con el Redentor, a los ojos de todo el mundo y por todos los siglos de los siglos. -¿Cuándo? – pregunta Bartolomé mientras se detienen a orillas de un caudaloso arroyo, en el que están bebiendo muchos discípulos. -Detengámonos aquí a compartir el pan. El sol marca mediodía. A1 caer de la tarde, estaremos en el lago Merón, y podremos acortar el camino con unas barcas – responde Jesús evasivamente. Se sientan todos sobre la tierna hierbecita, tibia de sol, de las orillas del arroyo. Juan dice: -Es una pena echar a perder estas flores tan delicadas. Parecen pedacitos de cielo caídos aquí en los prados. Son cientos y cientos de miosotis. -Renacerán más bonitas mañana. Han florecido para hacer del suelo una sala de banquetes para su Señor – lo consuela Santiago, su hermano. Jesús ofrece y bendice los alimentos y todos se ponen a comer alegremente. Los discípulos, todos, como si fueran girasoles, miran en dirección a Jesús, que está sentado en el centro de la fila de sus apóstoles. La comida pronto termina, condimentada con serenidad y agua pura. Pero, dado que Jesús permanece sentado, ninguno se mueve. Es más, los discípulos se cambian de sitio para acercarse, para oír lo que dice Jesús como respuesta a los apóstoles, que siguen preguntando sobre lo que había dicho antes, de su Madre. -Sí. Porque ser madre de mi carne ya sería una gran cosa. Fijaos que se recuerda a Ana de Elcana como madre de Samuel, y él era sólo un profeta; pues bien, la madre es recordada por haberlo engendrado. Por tanto ya María sería recordada, y con altísimas alabanzas, por haber dado al mundo a Jesús el Salvador. Pero ello sería poco, respecto a cuanto Dios exige de Ella para completar la medida requerida para la redención del mundo. María no defraudará el deseo de Dios. Jamás lo ha defraudado. Desde las demandas de amor total hasta las de sacrificio total. Ella se ha entregado y se entregará. Y, cuando haya consumado el máximo sacrificio, conmigo, por mí, en favor del mundo, los verdaderos fieles y los verdaderos amantes comprenderán el verdadero significado de su Nombre. Y, por todos los siglos, a todo verdadero fiel, a todo verdadero amante, le será concedido comprenderlo. El Nombre de la Gran Madre, de la Santa Nutriz que lactará por todos los siglos a los párvulos de Cristo con su llanto, para criarlos para la Vida de los Cielos. -¿Llanto, Señor? ¿Debe llorar tu Madre? – pregunta Judas Iscariote. -Todas las madres lloran. La mía llorará más que ninguna otra. -¿Pero por qué? Yo he hecho llorar a la mía alguna vez, porque no soy siempre un buen hijo. ¿Pero Tú? No das nunca pesares a tu Madre. -No. Efectivamente, como Hijo suyo, no le doy pesares. Pero le daré muchos como Redentor. Dos harán llorar con un llanto sin fin a mi Madre: Yo, salvando a la Humanidad; la Humanidad, con sus continuos pecados. Todo hombre que haya vivido, que vive, o que vivirá, cuesta lágrimas a María. -¿Pero por qué? – pregunta, sorprendido, Santiago de Zebedeo. -Porque todo hombre me cuesta torturas a mí para redimirlo. -¡Pero decir esto de los que ya han muerto o no han nacido toda vía! Te harán sufrir los vivos, los escribas, fariseos, saduceos, con sus acusaciones, sus celos, sus mezquindades; pero más no – afirma con tono seguro Bartolomé. -También mataron a Juan Bautista… Israel no ha matado sólo a este profeta, ni es el único sacerdote de la Voluntad eterna matado por causa del odio de los que no obedecen a Dios. -Pero Tú eres más que un profeta y que el mismo Bautista, tu Precursor. Tú eres el Verbo de Dios. Israel no levantará su mano contra ti – dice Judas Tadeo. -¿Lo piensas así, hermano? Estás en un error – le responde Jesús. -No. ¡No puede ser! ¡No puede suceder! ¡Dios no lo permitirá! Sería degradar para siempre a su Cristo! – Judas Tadeo está tan agitado que se pone en pie. Jesús también se levanta y lo mira fijamente a la cara palidecida, a los ojos sinceros. Dice lentamente: -Y sin embargo así será – y baja el brazo derecho, que lo tenía alzado, como jurando. Todos se ponen en pie y se arriman aún más a Él: una corona de caras afligidas, y, más aún, incrédulas. Una serie de comentarios recorre el grupo: -Si fuera así… tendría razón Judas Tadeo. -Lo que le sucedió a Juan el Bautista fue una cosa mala, pero exaltó al hombre, heroico hasta el final; si le sucediera eso al Cristo sería disminuirlo. -Cristo puede ser perseguido, pero no degradado. -Tiene la unción de Dios. -¿Y quién podría ya creer, si te vieran en poder de los hombres? -No lo permitiremos. El único que permanece en silencio es Santiago de Alfeo. Su hermano arremete contra él: -¿No hablas? ¡No te mueves! ¡No oyes! ¡Defiende a Cristo contra sí mismo!Santiago, por toda respuesta, se lleva las manos a la cara, se separa bastante, y llora. -¡Es un estúpido! – sentencia su hermano. -Quizás menos de lo que crees – le responde Hermasteo. Y añade – Ayer, explicando la profecía, el Maestro habló de un cuerpo deshecho que se reintegra y de uno que por sí mismo se resucita. Creo que uno no puede resucitar sin estar antes muerto. -Pero puede haber muerto de muerte natural, de vejez. ¡Y ya sería mucho para el Cristo! – rebate Judas Tadeo, y muchos le dan la razón. -Sí, pero entonces no sería una señal para esta generación, que es mucho más vieja que Él – observa Simón Zelote. -Ya. Pero no está claro que hable de sí mismo – rebate Judas Tadeo, obstinado en su amor y respeto. -Ninguno que no sea el Hijo de Dios puede resucitarse a sí mismo, como tampoco ninguno que no sea el Hijo de Dios puede nacer como nació Él. Yo lo digo, yo que vi su gloria natal – dice Isaac testimoniando firmemente. Jesús, con los brazos cruzados, los ha escuchado mirándolos a medida que hablaban. Ahora es Él el que hace ademán de hablar, y dice: -El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres porque es el Hijo de Dios, sí, pero también el Redentor del hombre; y no hay redención sin sufrimiento. Mi sufrimiento será corporal, de la carne y de la sangre, para reparar los pecados de la carne y de 1a sangre; moral, para reparación de los pecados de la mente y las pasiones; espiritual, para reparación de las culpas del espíritu. Será completo. Por tanto, a la hora establecida, me prenderán, en Jerusalén, y tras haber sufrido ya mucho por culpa de los Ancianos y de los Sumos Sacerdotes, de los escribas y fariseos, seré condenado a una muerte infamante. Y Dios no lo impedirá, porque así debe suceder, siendo Yo el Cordero de expiación por los pecados del mundo entero. Y, en un mar de angustia, compartida por mi Madre y por otras, pocas personas, moriré en el patíbulo; y tres días después, por mi voluntad divina, por ella sola, resucitaré a una vida eterna y gloriosa como Hombre y volveré a ser: Dios en el Cielo con el Padre y el Espíritu. (Volveré a ser: Dios en el Cielo, es decir, ya no Dios en la tierra (Hijo que permanece unido con el Padre), sino Dios en el Cielo (Hijo que vuelve al Padre) La expresión es similar a la reseñada en Juan 16, 28: «Salí del Padre y he venido al mundo, ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre»; y es conforme con la formulación del Credo: «bajó del Cielo, … subió al Cielo, y está sentado a la derecha del Padre») Pero antes tendré que padecer toda suerte de oprobios, y sentir mi corazón traspasado por la Mentira y el Odio. Un coro de gritos se eleva en el aire tibio y perfumado de primavera. Pedro – el rostro profundamente preocupado, y escandalizado como los demás – coge de un brazo a Jesús, lo separa un poco y le dice en voz baja al oído: -Pero, Señor…! No digas esto. No está bien. Ya ves que se escandalizan. Decaes del concepto en que te tienen. Por nada del mundo debes permitir esto. Ya de por sí nunca te va a pasar nada semejante, ¿por qué pensarlo como si fuera verdadero? Debes subir cada vez más en el concepto de los hombres, si te quieres afirmar; debes terminar, por ejemplo, con un último milagro, como reducir a cenizas a tus enemigos. Pero nunca degradarte hasta aparecer como un malhechor castigado. Pedro parece un maestro o un padre afligido corrigiendo con amorosa angustia a un hijo que ha dicho una necedad. Jesús, que estaba un poco agachado para escuchar el bisbiseo de Pedro, se yergue severo, con rayos en los ojos, pero rayos de amargura, y grita fuerte, para que todos oigan y la lección sirva para todos: -¡Aléjate de mí, tú que en este momento eres un diablo que me aconseja desistir de la obediencia a mi Padre! ¡Para esto he venido! ¡No para los honores! Tú, aconsejándome la soberbia, la desobediencia y el rigor sin caridad, tratas de seducirme al mal. ¡Vete! ¡Me escandalizas! ¿No comprendes que la grandeza no está en los honores sino en el sacrificio, y que nada importa aparecer a los ojos de los hombres como gusanos si Dios nos considera ángeles? Tú, hombre ignorante, no comprendes lo que es grandeza y razón según Dios, y ves, juzgas, sientes, hablas según el hombre. El pobre Pedro queda anonadado por esta severa corrección; se separa, compungido, y rompe a llorar… No es el llanto gozoso de pocos días antes, sino el sollozo desolado de quien comprende que ha pecado y ha causado dolor a la persona amada. Jesús lo deja llorar. Se descalza, se remanga las vestiduras y vadea el arroyo. Los demás hacen lo mismo en silencio. Ninguno se atreve a decir una palabra. A1 final de todos va el pobre Pedro, en vano consolado por Isaac y el Zelote. Andrés se vuelve más de una vez y lo mira, y luego susurra algo a Juan, que está muy afligido; pero Juan menea la cabeza en señal de negación. Entonces Andrés se decide. Se adelanta corriendo. Alcanza a Jesús. Lo llama suavemente, con visible temor: -¡Maestro! ¡Maestro!… Jesús deja que lo llame varias veces. A1 final se vuelve, severo, y pregunta: -¿Qué quieres? -Maestro, mi hermano está compungido… llora… -Se lo ha merecido. -Es verdad, Señor. Pero de todas formas es un hombre… No puede hablar bien siempre. -Efectivamente, hoy ha hablado muy mal – responde Jesús. Pero ya se le ve menos severo, y un atisbo de sonrisa dulcifica la mirada divina. Andrés se siente más seguro y aumenta la peroración en pro de su hermano. -Pero Tú eres justo, y sabes que el amor a ti ha sido lo que le ha hecho caer… -El amor debe ser luz, no tinieblas. Él lo ha hecho tinieblas y ha envuelto en ellas su espíritu. -Es verdad, Señor. Pero las vendas se pueden quitar cuando se quiera. No es como tener el espíritu mismo tenebroso. Las vendas son lo externo; el espíritu es lo interno, el núcleo vivo… El interior de mi hermano es bueno. -Que se quite entonces las vendas que se ha puesto.-¡Lo hará, sin duda, Señor! Ya lo está haciendo. Vuélvete y mira: lo desfigurado que está por ese llanto que no consuelas Tú. ¿Por qué tan severo con él? -Porque él tiene el deber de ser «el primero», de la misma forma que le he dado el honor de serlo. Quien mucho recibe mucho debe dar. -¡Es verdad, Señor, sí! Pero, ¿no te acuerdas de María de Lázaro?, ¿de Juan de Endor?, ¿de Áglae?, ¿de la Beldad de Corazín?, ¿de Leví? A éstos les diste todo… y ellos todavía te habían dado sólo la intención de redimirse… ¡Señor!… Atendiste mi súplica por la Beldad de Corazín y por Áglae… ¿No lo harías ahora por tu Simón y mi Simón, que ha pecado por amor a ti? Jesús baja su mirada hacia este hombre apacible que se vuelve intrépido y apremiante en favor de su hermano, como lo fue, silenciosamente, en favor de Áglae y de la Beldad de Corazín, y su rostro resplandece de luz: -Ve a llamar a tu hermano – dice – y tráemelo aquí. -¡Gracias, mi Señor! Voy… – y se echa a correr, raudo como una golondrina. -¡Ven, Simón. El Maestro ya no está irritado contigo. Ven, que te lo quiere decir. -No, no. Me da vergüenza… Hace demasiado poco que me ha corregido… Será que quiere que vaya para reprenderme otra vez… -¡Qué mal lo conoces! ¡Venga, ven! ¿Piensas que yo te llevaría a otro sufrimiento? Si no estuviera seguro de que te espera allí una alegría, no insistiría. Ven. -¿Y qué le voy a decir? – dice Pedro mientras se pone en marcha un poco recalcitrante, frenado por su humanidad, aguijado por su espíritu, que no puede estar sin la indulgencia de Jesús y sin su amor – ¿Qué le voy a decir? – sigue preguntando. -¡Nada, hombre! ¡Será suficiente con que le muestres tu rostro! – le dice su hermano animándolo. Todos los discípulos, a medida que los dos hermanos los van adelantando, los miran y, comprendiendo lo que sucede, sonríen. Llegan donde Jesús. Pero Pedro, al último momento, se detiene. Andrés no se anda con chiquitas. Con un enérgico envite, como los que da a la barca para empujarla al mar, lo echa hacia adelante. Jesús se para… Pedro alza la cara… Jesús la baja… Se miran… Dos lagrimones se deslizan por las mejillas enrojecidas de Pedro… -Ven aquí, niño grande irreflexivo, que te haga de padre enjugando este llanto – dice Jesús, y levanta su mano, en que es bien visible aún la señal de la pedrada de Yiscala, y seca con sus dedos esas dos lágrimas. -¡Oh, Señor! ¿Me has perdonado? – pregunta Pedro lleno de temblor, agarrando la mano de Jesús con las suyas y mirándolo con unos ojos como los de un perro fiel que desea obtener el perdón del amo resentido. -Nunca te he condenado… -Pero antes… -Te he amado. Es amor no permitir que en ti arraiguen desviaciones de sentimiento y de pensamiento. Debes ser el primero en todo, Simón Pedro. -¿Entonces… entonces me estimas todavía? ¿Me quieres contigo todavía? No es que yo quiera el primer puesto, ¡eh! Me conformo con el último, pero estar contigo, a tu servicio… y morir verdaderamente a tu servicio, Señor, mi Dios. Jesús le pasa el brazo por encima de los hombros y lo estrecha contra su costado. Entonces Simón, que no ha dejado suelta en todo este tiempo la otra mano de Jesús, se la cubre de besos… dichoso. Y susurra: -¡Cuánto he sufrido!… Gracias, Jesús. -Da las gracias más bien a tu hermano. Y en el futuro lleva bien tu carga con justicia y heroísmo. Vamos a esperar a los otros. ¿Dónde están? Están parados en el lugar en que se encontraban cuando Pedro alcanzó a Jesús, para dejar libertad al Maestro de hablar a su apóstol humillado. Jesús les hace señas para que se acerquen. Con ellos hay un grupito de labriegos, que habían dejado de trabajar en los campos para venir a hacer preguntas a los discípulos. Jesús, todavía con la mano en el hombro de Pedro, dice: -Por lo que ha pasado habéis entendido que estar a mi servicio es una cosa severa. Le he reprendido a él. Pero la corrección era para todos. Porque los mismos sentimientos estaban en la mayoría de los corazones, o formados o en gestación. Así os los he truncado; y quien todavía los cultiva muestra que no comprende ni mi Doctrina ni mi Misión ni mi Persona. He venido para ser Camino, Verdad y Vida. Os doy la Verdad con lo que enseño. Os aliso el Camino con mi sacrificio; os lo trazo e indico. Pero la Vida os la doy con mi Muerte. Y acordaos de que quien responde a mi llamada y se alista en mis filas para cooperar en la redención del mundo debe estar dispuesto a morir para dar a otros la Vida. Por tanto, quien quiera seguirme debe estar dispuesto a negarse a sí mismo, al viejo yo con sus pasiones, tendencias, costumbres, tradiciones, pensamientos, y seguirme con su nuevo yo. Tome cada cual su cruz como Yo la tomaré. La tome, aunque le parezca demasiado infamante. Deje que el peso de su cruz triture a su yo humano para liberar al yo espiritual, al cual no produce horror la cruz; antes al contrario, le es apoyo y objeto de veneración, porque el espíritu sabe y recuerda. Y que me siga con su cruz. ¿Que al final del camino le esperará la muerte ignominiosa como me espera a mí? No importa. No se aflija; antes al contrario, exulte por ello, porque la ignominia de la tierra se transformará en grande gloria en el Cielo, mientras que será un deshonor la vileza frente a los heroísmos espirituales. Siempre decís que queréis seguirme hasta la muerte. Seguidme entonces, y os guiaré al Reino por un camino abrupto, pero santo y glorioso, al final del cual conquistaréis la Vida eternamente inmutable. Esto será «vivir». Por el contrario, seguir los caminos del mundo y la carne es «morir». De modo que quien quiera salvar su vida en esta tierra la perderá, mas aquel que pierda su vida en esta tierra por causa mía y por amor a mi Evangelio la salvará. Pensad esto: ¿de qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si luego pierde su alma? Y otra cosa: guardaos bien, ahora y en el futuro, de avergonzaros de mis palabras y acciones. Eso también sería «morir». Porque el que se avergüence de mí y de mis palabras delante de esta generación necia, adúltera y pecadora, de que he hablado,y esperando recibir su protección y ganancia, la adule, renegando de mí y de mi Doctrina, arrojando a las bocas inmundas de los cerdos y perros las perlas recibidas, para recibir luego, como paga, excrementos en vez de dinero, será juzgado por el Hijo del hombre cuando venga en la gloria de su Padre, con los ángeles y santos, a juzgar al mundo. Él, entonces, se avergonzará de estos adúlteros y fornicadores, de estos villanos y usureros, y los arrojará fuera de su Reino; porque no hay sitio en la Jerusalén celeste para adúlteros, ruines, fornicadores, blasfemos y ladrones. Y os digo, en verdad, que algunos de mis discípulos y discípulas presentes no experimentarán la muerte antes de haber visto la fundación del Reino de Dios, y ungido y coronado a su Rey. (El Reino de Dios vio sus comienzos el Viernes Santo, por los méritos de Cristo, y luego se afirmó con la Iglesia constituida. Pero no todos vieron esta creciente afirmación) Reemprenden la marcha, hablando animadamente, mientras el sol desciende lentamente en el cielo…