Parábola de la distribución de las aguas. Perdón condicionado para el campesino Jacob. Advertencias a los apóstoles camino de Corazín.
Sin duda, se ha difundido la noticia de que está el Maestro y de que hablará antes del anochecer; de forma que la gente bulle en las cercanías de la casa, hablando en voz baja, porque saben que el Maestro está descansando y no quieren despertarlo. Esperan, pacientes, debajo de los árboles, protegidos del sol pero no del calor, que es fuerte todavía. No hay enfermos, al menos eso me parece; pero, como siempre, hay niños, y Ana, para tenerlos tranquilos, manda distribuir fruta. Pero Jesús no tiene un sueño largo. Todavía está alto el sol cuando, descorriendo la cortina y sonriendo a la multitud, aparece. Está solo. Los apóstoles, probablemente, siguen durmiendo. Jesús se encamina hacia la gente, para ir a ponerse en el bajo brocal de un pozo que ciertamente sirve para regar los árboles de este huerto, porque del pozo salen en disposición radial una serie de canalillos de riego que se prolongan luego de uno a otro tronco. Se sienta en el bajo borde y empieza inmediatamente a hablar. -Escuchad esta parábola. Un rico señor tenía muchos subordinados esparcidos por muchos lugares de sus propiedades, que no eran todas ricas ni en aguas ni en fecundidad del suelo. Había, en efecto, lugares que sufrían la falta de agua; y más que los lugares sufrían las personas, porque, si bien se cultivaba la tierra con plantas resistentes a la sequedad, la gente sufría mucho por la escasez de agua. El señor rico, sin embargo, tenía, justo en el lugar donde vivía, un lago de abundantes aguas, procedentes de fuentes subterráneas. Un día, el señor quiso realizar un viaje por todas sus propiedades. Vio que algunas, las más cercanas al lago, tenían abundante agua; las otras, lejanas, carecían de ella: sólo la poca agua que Dios mandaba con las lluvias. Y vio también que los que tenían agua abundante no eran buenos para con sus hermanos que de ella carecían, y regateaban hasta un cubo de agua con la disculpa de que temían quedarse sin ella. El señor pensó… y decidió esto: «Mandaré desviar las aguas de mi lago hacia los más cercanos, y les daré la orden de no negar ya más el agua a mis siervos lejanos que sufren por 1a sequedad del suelo». E inmediatamente dio comienzo a las obras. Hizo cavar canales que llevaran el agua buena del lago a las propiedades más cercanas donde mandó excavar grandes cisternas, de forma que el agua se acumulara con abundancia, aumentando así 1a riqueza de agua que ya había en el lugar, y de estas cisternas hizo que salieran canales menores para alimentar otras cisternas más lejanas. Y luego llamó a los que vivían en estos lugares y dijo: «Recordad que lo que he hecho no lo he hecho para daros algo superfluo, sino para favorecer a través de vosotros a los que carecen incluso de lo necesario. Sed, por tanto, misericordiosos como yo lo soy», y se despidió de ellos. Pasó un tiempo. El señor rico quiso realizar un nuevo viaje por todas sus propiedades. Vio que las más cercanas se habían embellecido y que no sólo eran ricas en plantas útiles, sino que también lo eran en plantas ornamentales, y en pilas, piscinas y fuentes puestas por todas partes, en las casas y cerca de éstas. -Habéis hecho de estas moradas casas de ricos – observó el señor. Ni siquiera yo tengo tantas cosas bellas superfluas. Y preguntó: -¿Pero los otros vienen? ¿Les habéis dado con abundancia? ¿Los canales menores están alimentados? -Sí. Han recibido todo lo que han pedido. Y hay que decir que son exigentes. Nunca están satisfechos. No tienen prudencia ni medida. Vienen a todas horas a pedir, como si nosotros fuéramos sus siervos, Y tenemos que defendernos para tutelar nuestras cosas. No les bastaban ya los canales y las cisternas pequeñas; venían hasta las grandes. -¿Es éste el motivo por el que habéis cercado los lugares y habéis puesto en cada uno estos perros feroces? -Es por eso, señor. Entraban sin miramientos, pretendían quitarnos todo, y luego desperdiciaban… -¿Pero vosotros realmente habéis dado? ¿Sabéis que por ellos hice esto y que a vosotros os he hecho intermediarios entre el lago y sus tierras áridas? No entiendo… Había dicho que se cogiese del lago lo que hiciera falta para que todos tuvieran, pero sin desperdicio». -Pues, créenos, nunca hemos negado el agua. El señor se dirigió hacia las propiedades lejanas. Los árboles altos, adecuados para un suelo árido, estaban verdes y frondosos. -Han dicho la verdad – dijo el señor, viéndolos desde lejos agitarse con el viento. Pero, en cuanto se acercó a ellos y luego se adentró por entre ellos, vio el terreno quemado, muerta casi toda la hierba, que ovejas jadeantes fatigosamente rozaban, y vio arenosas las huertas cercanas a las casas; y luego vio a los primeros labriegos: ajados, febriles los ojos, descorazonados… Lo miraban y bajaban la cabeza, y se retiraban como por miedo. Él, asombrado de esa actitud, los llamó. Se acercaron temblorosos. -¿De qué tenéis miedo? ¿No soy ya vuestro señor bueno que se ha tomado cuidado de vosotros y que con trabajo próvido os ha aliviado de la poquedad de agua? ¿Por qué esos rostros de enfermos? ¿Por qué estas tierras áridas? ¿Por qué los rebaños están tan escuálidos? Y vosotros ¿por qué parecéis tener miedo de mí? Hablad sin temor. Decid a vuestro señor qué es lo que os hace sufrir. Un hombre habló por todos. -Señor, hemos sufrido una gran desilusión y mucha pena. Nos habías prometido ayuda, y nosotros hemos perdido hasta lo que teníamos antes y también la esperanza en ti. -¿Cómo? ¿Por qué? ¿No he hecho llevar el agua en abundancia a los más cercanos dándoles la orden de que la abundancia fuera para vosotros? -¿Eso dijiste? ¿Exactamente así? -Así. Sin duda. No podía, por razones del terreno, hacer llegar el agua aquí directamente. Pero, con buena voluntad, podíais ir a los pequeños canales de las cisternas, ir con odres y asnos a tomar toda la que quisierais. ¿No teníais suficientes asnos y odres? ¿No estaba yo para cedéroslos? -¡Ah, ya lo había dicho yo! Dije: “No puede haber sido el señor el que haya dado la orden de negarnos el agua”. ¡Si hubiéramos ido! Hemos tenido miedo. Nos decían que el agua era un premio para ellos y que nosotros estábamos castigados. Y contaron al buen amo que los encargados de las propiedades beneficiadas les habían dicho que el señor, para castigar a los siervos de las tierras áridas que no sabían producir más, había dado la orden de poner medida no sólo al agua de las cisternas, sino también a la de los antiguos pozos, de forma que, si antes disponían incluso de doscientos bates al día para ellos y para las tierras -tomados éstos con una gran fatiga de camino y de peso-, ahora ya ni siquiera tenían cincuenta, y que, para disponer de estos cincuenta bates para los hombres y los animales, debían ir a los regatos lindantes con los lugares bendecidos donde revertían las aguas de los jardines y baños, y coger esa agua limosa… y morían. Morían de enfermedad y de sed, y morían las hortalizas y las ovejas… -¡Oh, esto es demasiado! Y debe terminar. Tomad todas vuestras cosas y vuestros animales y seguidme. Os será un poco fatigoso, porque estáis exhaustos, pero luego vendrá la paz. Iré despacio para permitir a vuestra debilidad seguirme. Yo soy un patrón bueno, un padre para vosotros, y soy providente para con mis hijos. Y se puso en camino lentamente, seguido de la triste turba de sus siervos y de los animales; mas aquéllos ya exultaban por el alivio del amor de su buen señor. Llegaron a las tierras riquísimas en agua, a las lindes de éstas El señor tomó a alguno de entre los más fuertes y dijo: -Id en mi nombre a pedir ayuda. -¿Y si nos enviscan los perros? -Yo voy detrás de vosotros. No temáis. Decid que os envío yo y que no cierren el corazón a la justicia, porque las aguas son de Dios y todos los hombres son hermanos. Que abran inmediatamente los canales. Fueron. Y el amo detrás. Se presentaron delante de una cancilla. Y el amo se quedó escondido detrás de la tapia. Llamaron. Acudieron los encargados de las tierras. -¿Qué queréis? -Tened misericordia de nosotros. Morimos. Nos envía el amo con la orden de tomar las aguas que ha hecho venir para nosotros. Dice que las aguas se las ha dado Dios, y él a vosotros para nosotros, porque somos hermanos, y que abráis inmediatamente los canales. -¡Ja, ja! – se echaron a reír los crueles – ¿Hermanos esta turba de harapientos? ¿Que morís? Pues mucho mejor. Así nos quedaremos con vuestros terrenos y llevaremos allí el agua. ¡Entonces sí que la llevaremos! Y haremos buenos esos lugares. ¿Agua para vosotros? ¡Estáis locos! El agua es nuestra. -Piedad. Morimos. Abrid. Lo ordena el amo. Los malos encargados deliberaron entre sí y dijeron: -Esperad un momento – y se marcharon deprisa. Luego volvieron y abrieron. Pero tenían los perros y gruesos garrotes… Los pobres tuvieron miedo. -Entrad, entrad… ¿No entráis ahora que os hemos abierto? Luego diréis que no hemos sido generosos… Un incauto entró, y le llovió una granizada de palos, mientras los perros, liberados de la cadena, se lanzaron contra los otros. El amo salió de detrás de la tapia. -¿Qué hacéis, crueles? Ahora os conozco, a vosotros y a vuestros animales, y os voy a castigar – y con dardos flechó a los perros, y entró luego, severo y airado. -¿Es así como ejecutáis mis órdenes? ¿Para esto os he dado estas riquezas? Llamad a todos los vuestros. Quiero hablaros. Y vosotros – dijo a los siervos sedientos – entrad con vuestras mujeres e hijos, ovejas y asnos, palomas y todos los demás animales, y bebed y refrescaos, y coged estas frutas jugosas, y vosotros, pequeños inocentes, corred entre las flores. Gozad. Justicia hay en el corazón del amo bueno y justicia habrá para todos. Y, mientras los sedientos corrían a las cisternas y se zambullían en las piscinas, y el ganado corría a las pilas, y todo era alborozo para ellos, los otros acudían temerosos de todas partes. El señor subió al borde de una cisterna y dijo: -Había hecho estas obras y os había hecho depositarios de mi mandato y de este tesoro, porque os había designado ministros míos. En la prueba habéis fallado. Parecíais buenos. Debíais serlo, porque el bienestar debería hacer buenas a las personas, agradecidas hacia su benefactor, y yo os había hecho siempre el bien, dándoos la administración de estas tierras bien regadas. La abundancia y la elección os han hechos duros de corazón, más áridos que las tierras que habéis hecho áridas del todo, más enfermos que éstos, que tienen sed ardiente. Porque ellos pueden sanar con el agua, mientras que vosotros con el egoísmo habéis quemado vuestro espíritu y difícilmente sanará, y con mucha fatiga volverá a vosotros el agua de la caridad. Ahora yo os castigo: id a las tierras de éstos y sufrid lo que ellos han sufrido. -¡Piedad, señor! ¡Piedad de nosotros! ¿Es que quieres que muramos? ¿Menos compasivo tú hacia nosotros, hombres, que nosotros hacia los animales? -¿Y éstos qué son? ¿No son hombres hermanos vuestros? ¿Qué compasión habéis tenido vosotros? Os pedían agua, les habéis propinado palos y burlas. Os pedían lo que es mío y que yo había dado, y vosotros lo habéis negado, diciendo que era vuestro. ¿De quién son las aguas? Ni siquiera yo digo que el agua del lago sea mía aunque sea mío el lago. El agua es de Dios. ¿Quién de vosotros ha creado una sola gota de rocío? ¡Id!… Y a vosotros os digo, a vosotros que habéis sufrido: sed buenos. Haced con ellos lo que hubierais querido que se hiciera con vosotros. Abrid los canales que ellos han cerrado y dejad que fluyan las aguas hacia ellos en cuanto podáis. Os hago mis distribuidores para estos hermanos culpables; a ellos les dejo la manera y el tiempo para redimirse. Y el Señor Altísimo, más que yo, os confía la riqueza de sus aguas, para que vosotros seáis providencia para quien de ellas carece. Si sabéis hacer esto con amor y justicia. contentándoos con lo necesario, dando lo superfluo a los indigentes, siendo justos, no considerando vuestro aquello que es un don recibido, y más que don depósito, entonces grande será vuestra paz, y el amor de Dios y el mío estarán siempre con vosotros. La parábola ha terminado. Todos pueden entenderla. Os digo sólo que quien es rico es el depositario de esta riqueza que Dios le concede con el mandato de ser distribuidor de ella para quien sufre. Pensad en la magnitud del honor que os otorga Dios llamándoos a ser cooperadores en la obra de la Providencia en favor de los pobres, enfermos, viudas, huérfanos. Dios podría hacer llover dinero, vestidos, alimentos sobre los pasos del pobre. Pero entonces quitaría al hombre rico grandes méritos: los de la caridad hacia los hermanos. No todos los ricos pueden ser doctos, pero sí todos pueden ser buenos. No todos los ricos pueden atender a los enfermos, sepultar a los muertos, visitar a los enfermos y a los que están en la cárcel. Pero todos los ricos, o incluso simplemente los no pobres, pueden dar un pan, un sorbo de agua, un vestido usado, o acoger en torno al fuego a quien tiembla, o bajo su techo a quien no tiene casa y sufre la lluvia o el sol abrasador. El pobre es el que no tiene lo necesario para vivir. Los otros no son pobres. Tienen escasos medios, pero son siempre ricos respecto a quien muere de hambre, de privaciones, de frío. Yo me marcho. No puedo ya practicar la beneficencia con los pobres de estos lugares. Mi corazón sufre pensando que pierden un amigo… Pues bien, Yo que os hablo -y vosotros sabéis quién soy-os pido que seáis la providencia de los pobres que se quedan sin su Amigo misericordioso. Dad limosna y amadlos en mi nombre, por recuerdo de mí… Sed mis continuadores. Confortad con una promesa mi corazón abatido: que en los pobres me veréis siempre a mí, y que los acogeréis como a los más verdaderos representantes de Cristo, que es pobre, que quiso ser pobre por amor a los más infelices de la Tierra y para expiar con sus penurias y febril amor las injustas prodigalidades y los egoísmos de los hombres. Recordad que la caridad, la misericordia, reciben premio eterno. Recordad que la caridad, la misericordia, son absolución de las culpas. Dios mucho perdona a quien mucho ama. Y el amor a los indigentes que no pueden corresponder es el más meritorio ante los ojos de Dios. Recordad estas palabras mías hasta el final de la vida, y os salvaréis y seréis bienaventurados en el Reino de Dios. Descienda mi bendición sobre quienes aceptan la palabra del Señor y la ponen en práctica. Los apóstoles y Margziam con los discípulos han ido saliendo de casa mientras Él hablaba, y ahora forman un grupo compacto detrás de la gente. Pero se abren paso cuando Jesús termina de hablar, y recogen al pasar las limosnas que muchos ofrecen. Llevan este dinero a Jesús. Detrás de ellos se introduce un hombre ajado y de bien pobre aspecto. Camina tan cabizbajo, que no puedo verle la cara. Va a los pies de Jesús y dándose golpes de pecho, gime: -He pecado, Señor, y Tú me has castigado. Me lo he merecido. Pero, al menos, dame tu perdón antes de marcharte. ¡Ten piedad del pecador Jacob! Levanta la cara y reconozco, más porque se ha nombrado que por el aspecto -muy ajado-, al campesino una vez favorecido y castigado otra por su dureza con los dos huerfanitos. -¡Mi perdón! Tú querías el perdón para la curación. Y te angustiabas porque las mieses estaban echadas a perder. Éstos sembraron para ti. ¿Acaso no tienes pan? -Tengo lo suficiente. -¿Y no es esto acaso perdón? Jesús se muestra muy severo. -No. Quisiera morir de hambre pero sentir que el espíritu está en paz. He tratado, dentro de mis pocas posibilidades, de expiar… He orado y llorado… Pero sólo Tú puedes perdonar y dar paz a mi espíritu. Señor sólo te pido perdón… Jesús lo mira fijamente… Le hace levantar la cara, que el hombre tiene reclinada, y lo perfora con sus ojos resplandecientes, mientras está un poco curvado hacia él… Luego dice: -Ve. Tendrás o no tendrás el perdón dependiendo de cómo vivas en el tiempo que te queda. -¡Oh! ¡Señor mío! ¡No así! Has concedido el perdón a culpas mayores… -No eran personas favorecidas, como tú lo habías sido, y no habían pecado contra los inocentes. Siempre es sagrado el pobre, pero los más sagrados son el huérfano y las viudas. ¿No conoces la Ley?… El hombre llora. Quería un perdón inmediato.Jesús resiste: -Has descendido dos veces y no has tenido prisa de alzarte de nuevo… Acuérdate. Lo que tú, hombre, te has permitido. Dios puede permitírselo. Y muy bueno sigue siendo Dios, pues que te dice que no te niega el perdón del todo, sino que lo condiciona a tu modo de vivir hasta la muerte. Ve. -Bendíceme al menos… Para que tenga más fuerza para ser justo. -Ya he bendecido. -No, así no. A mí en particular. Mira mi corazón… Jesús le pone la mano en la cabeza y dice: -He dicho. Pero que esta caricia te persuada de que, si bien soy severo, no te odio. Mi amor severo es para salvarte, es para tratarte como a un amigo infeliz, no porque eres pobre, sino porque has sido malo. Recuerda que te amé, que tuve compasión de tu espíritu; y que este recuerdo te infunda deseos de tenerme como amigo que no sea ya severo. -¿Cuándo, Señor? ¿Dónde te encontraré, si dices que te marchas? -En mi Reino. -¿Cuál? ¿Dónde lo fundas? Yo voy… -Mi Reino estará en tu corazón si lo haces bueno, y luego estará en el Cielo. Adiós. Tengo que marcharme, porque atardece y debo bendecir a los que dejo – y Jesús se despide de él. Luego se dirige hacia los discípulos y los dueños de la casa y los bendice uno a uno. Luego reemprende la marcha, después de haber dado a Judas el dinero… El verde de la campiña se traga a Jesús mientras va andando hacia el suroeste, en dirección a Cafarnaúm… -¡Caminas demasiado, Maestro! – exclama Pedro – Estamos cansados. Hemos recorrido ya muchos estadios… -Calma, Simón. Pronto estaremos a la vista de Corazín. Vosotros entraréis en ella e iréis a las pocas casas amigas que tenemos, especialmente a la casa de la viuda. Y diréis al pequeño José que quiero saludarlo al amanecer. Le llevaréis a mí al camino que sube hacia Yiscala… -¿Pero Tú no entras en Corazín? -No. Voy al monte a orar. -Estás agotado. Estás pálido. ¿Por qué no te prestas cuidado? ¿Por qué no vienes con nosotros? ¿Por qué no entras en la ciudad? Lo colman de preguntas. Su afecto a veces es pesado. Pero Jesús es paciente… y pacientemente responde: -Ya lo sabéis. Para mí la oración es descanso. Fatiga es estar entre la gente cuando no estoy para curar o evangelizar. Así que iré al monte. Al mismo lugar a donde he ido otras veces. Conocéis el lugar. -¿En el sendero que va a casa de Joaquín? -Sí. Sabéis dónde encontrarme. A1 amanecer iré a vuestro encuentro… -¿Y… vamos a ir hacia Yiscala? -Es el camino adecuado para ir hacia los confines sirofenicios. Dije en Afeq que iba a ir, e iré. -Es porque… ¿no te acuerdas de la otra vez? -No temas, Simón. Han cambiado el sistema. Actualmente me ensalzan… -¿Entonces te aman? -No. Me odian más que antes. Pero, no pudiendo echarme a tierra con sus fuerzas, tratan de hacerlo con sus engaños. Tratan de seducir al Hombre… Y para seducir se usan los honores, aunque sean falsos. Es más… Acercaos todos aquí – dice luego a los otros, que caminaban en grupo al ver que Jesús hablaba privadamente con Pedro. Se reagrupan todos. Jesús dice: -Estaba diciendo a Simón -y lo digo a todos porque no tengo secretos para mis amigos-, decía a Simón que los enemigos míos han cambiado de sistema para perjudicarme, pero no han cambiado su idea respecto a mí. Por tanto, de la misma manera que antes usaban el insulto y la amenaza, ahora usan los honores. Para mi y, sin duda, también para vosotros. Sed fuertes y sabios. No os dejéis engañar por palabras falaces, ni por regalos, ni por seducciones. Recordad lo que dice el Deuteronomio (Dt 16, 1,4): «Los donativos ciegan los ojos de los sabios y corrompen las palabras de los justos». Tened presente a Sansón. (Jueces 13-16). Era nazireo de Dios desde el nacimiento, desde el seno de su madre, que lo concibió y lo formó en abstinencia por orden del ángel, para que fuera un justo juez de Israel. Pero, ¿tanto bien dónde terminó? ¿Y cómo? ¿Y por quién? ¿Y no es verdad que otras veces, con honores y monedas y con mujeres asoldadas, fue abatida la virtud para hacer el juego a los enemigos? Ahora estad despiertos y vigilad para que no os engañen y para no servir, aun inconscientemente, a los enemigos. Sabed manteneos libres como los pájaros, que prefieren el alimento parco y la rama para su descanso, antes que las doradas jaulas, donde hay mucha comida, y cómodo es el lugar para el descanso, pero están prisioneros del capricho de los hombres. Pensad que sois mis apóstoles, siervos, por tanto, sólo de Dios, de la misma forma que Yo soy siervo sólo de la voluntad del Padre. Tratarán de seduciros, quizás ya lo han hecho, tomándoos a cada uno por el punto más débil, porque los siervos del Mal son astutos, pues son instruidos por el Maligno. No creáis en sus palabras. No son sinceras. Si lo fueran, Yo sería el primero en deciros: «Saludemos a éstos cual buenos hermanos nuestros». Sin embargo, hay que desconfiar de sus acciones y orar por ellos, para que se hagan buenos. Yo lo hago. Oro por vosotros, para que la nueva guerra no os haga caer en el engaño, y oro por ellos, para que terminen de urdir engaños al Hijo del hombre y ofensas a Dios su Padre Y vosotros imitadme. Orad mucho al Espíritu Santo. Que os dé la luz para ver. Y sed puros si queréis tenerlo por amigo. Yo, antes de dejaros, quiero fortaleceros. Os absuelvo si habéis pecado hasta el momento. De todo os absuelvo. Sed buenos en el futuro. Buenos, sabios, castos, humildes, fieles. Que la gracia de mi absolución os fortalezca… ¿Por qué lloras, Andrés? ¿Y por qué te turbas tú, hermano mío? -Porque esto me parece un adiós… – dice Andrés.-¿Y piensas que me despediría de vosotros con tan pocas palabras? Es sólo un consejo para estos tiempos. Veo que estáis todos turbados. Eso no os debe suceder. La turbación turba la paz. Siempre debe haber paz en vosotros. Estáis al servicio de la Paz, y Ella os ama tanto, que os ha elegido como a los primeros siervos suyos. Os ama. Debéis, pues, pensar que os ayudará siempre, aun cuando os quedéis solos. La Paz es Dios. Si sois fieles a Dios, Él estará en vosotros. Y, con Él en vosotros, ¿a qué vais a tenerle miedo? ¿Quién os podrá separar de Dios, si no os ponéis en condiciones de perderlo? Sólo el pecado separa de Dios. Pero el resto: tentaciones, persecuciones, muerte, ni siquiera la muerte, separan de Dios. Es más, unen más a Él, porque toda tentación vencida eleva en un escalón hacia el Cielo; porque las persecuciones os obtienen un redoblado amor protector de Dios; y la muerte del santo o del mártir no son sino fusión con el Señor Dios. En verdad os digo que, menos los hijos de la perdición, ninguno de mis grandes discípulos morirá antes de que Yo haya abierto las puertas de los Cielos. Por tanto, ninguno de mis discípulos fieles deberá esperar al abrazo de Dios tras haber pasado de este destierro caliginoso a las luces de la otra vida. No os diría esto si no fuera verdad. Vosotros mismos veis. Hoy mismo habéis visto a un hombre que, después de un descarrío, ha vuelto a los caminos de la justicia. No habría que pecar. Pero Dios es misericordioso y perdona a quien se arrepiente. Y el que se arrepiente puede incluso superar al que no ha pecado, si su arrepentimiento es absoluto y es heroica su virtud subsiguiente. ¡Será tan dulce encontrarnos allá arriba! ¡Veros subir hacia mí, y correr Yo a vuestro encuentro para abrazaros, y llevaros al Padre mío y decir: «Aquí tienes a un amado mío. Él me amó siempre, y, por tanto, te amó siempre, desde que le hablé de ti. Ahora ha venido. ¡Bendícelo, Padre mío, y que tu bendición sea su corona resplandeciente»! Amigos míos… Amigos aquí y amigos en el Cielo. ¿No os parece que todo sacrificio es ligero para obtener esta eterna alegría? «Ya habéis recobrado la serenidad. Separémonos aquí. Yo subo allá; vosotros estad calmos… Démonos un beso… Y los besa uno a uno. Judas, al besarlo, llora. Ha esperado a ser el último, él que busca siempre ser el primero. Y está fuertemente abrazado a Jesús, besándolo repetidamente y susurrándole al oído, entre el pelo: -Pide, pide, pide por mí… Se separan: Jesús va hacia el monte; los otros prosiguen hacia Corazín, que ya albea entre el verdor de los árboles.