Otro abatimiento en Pedro. Lección sobre las posesiones (divinas y diabólicas).
Acaban de cruzar el vado de Betabara. A1 otro lado del río, azul, bastante lleno de agua por haberse nutrido de los afluentes colmados de lluvias otoñales, se ve la otra orilla, la oriental, con muchas personas gesticulantes. En la orilla occidental, sin embargo, donde está Jesús con los suyos, hay sólo un pastor y un rebaño que roza la hierba verde del margen. Pedro se sienta encima de un resto de murete que se encuentra allí, sin secarse siquiera las piernas, húmedas por el vado. Porque en esta estación del año usan las barcas, es verdad, pero, para que no se enarenen en este lugar de bajo fondo, las usan en la parte más profunda, deteniéndose a dejar bajar a los transbordados en donde ya roza la quilla con las hierbas sumergidas. Así que el que atraviesa el río debe caminar algunos pasos en el agua. -¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal? – le preguntan.-No. Pero no puedo más. En el Nebo esa violencia, y antes en Esebón, y antes en Jerusalén, y antes en Cafarnaúm, y después del Nebo en Caliroe, y ahora en Betabara… ¡Oh!… – agacha la cabeza, la mete entre las manos y llora… -No te abatas, Simón. No me hagas pobre también de tu coraje, de vuestro coraje – le dice Jesús, yendo a su lado y poniendo una mano sobre la gruesa túnica gris que cubre al apóstol. -¡No puedo, no puedo ver esto! ¡No puedo verte maltratado de esta manera! Si me dejaras reaccionar… quizás podría. Pero así… Tenerme que contener… y asistir a sus insultos, a tus sufrimientos, como un impotente niño… ¡Oh, se me desgarra todo por dentro y me quedo echo un trapo!… ¡Fijaos vosotros, si es posible verlo así! Parece un enfermo, uno que esté muriéndose de fiebres… ¡Parece un culpable perseguido que no encuentra dónde detenerse a tomar un bocado, a beber un trago, a buscarse una piedra para reclinar la cabeza! ¡Esa hiena del Nebo! ¡Esas serpientes de Caliroe! ¡Ese energúmeno que todavía está allí! (y señala la otra orilla). Menos demonio el de Caliroe, a pesar de que sea el segundo sólo del que dices que está dominado por Belcebú. Tengo miedo de los endemoniados, pienso que si los ha atrapado de esa manera Satanás deben haber sido muy malos. Pero… el hombre puede caer sin absoluta voluntad de hacerlo. ¡Sin embargo, los que sin estar poseídos hacen lo que hacen, con toda su razón libre!… ¿No los vas a vencer nunca, dado que no quieres castigarlos? Y ellos… te vencerán… Y el llanto del fiel apóstol, que se había calmado un poco bajo el fuego de la indignación, vuelve fuerte… -Pedro mío, ¿y crees que ésos no están endemoniados? ¿Crees que para estarlo hay que estar como aquel de Caliroe y otros que hemos encontrado? ¿Crees que la posesión se manifiesta sólo con los gritos descompuestos, los saltos, los arrebatos de furia, la extravagancia de vivir en las guaridas, los mutismos, los miembros impedidos, la razón entorpecida, de forma que el poseído habla y obra inconscientemente? No. Existen también otras posesiones diabólicas, que, es más, son las más sutiles y potentes, las más peligrosas, porque no ponen obstáculo a la razón ni la debilitan para que no haga cosas buenas, sino que la desarrollan, es más, la aumentan para que sea poderosa en su servicio a aquel que la posee. Dios, cuando posee a un intelecto y lo usa para que le sirva, transfunde en él, en las horas en que está al servicio de Dios, una inteligencia sobrenatural que aumenta en mucho la inteligencia natural del sujeto. ¿Pensáis, por ejemplo, que Isaías, Ezequiel, Daniel, y los otros profetas, si hubieran tenido que leer y explicar esas profecías como escritas por otros, no habrían encontrado las oscuridades indescifrables que en ellas encuentran los contemporáneos? Pues bien, no obstante, Yo os digo que mientras las recibían las comprendían perfectamente. Mira, Simón. Consideremos esta flor que ha nacido aquí, a tus pies. ¿Qué ves en la sombra que envuelve al cáliz? Nada. Ves un cáliz profundo y una pequeña boca y nada más. Mírala ahora que la tomo y la traigo aquí a este aro de sol. ¿Qué ves? -Veo pistilos, veo polen, y, en torno a los pistilos, una coronita de pelitos que parecen pestañas y una franjita que adorna el pétalo largo y los dos pequeños, ciliada toda ella con minuciosidad… y veo una gotita de rocío en el fondo del cáliz… y… ¡ah! un mosquito ha bajado a beber dentro y se ha enviscado en la hebra ciliada y ya no es capaz de liberarse… ¡Ah, entonces! Déjame ver mejor. ¡Oh! La hebrita está como recubierta de miel, es pegajosa… ¡Comprendo! Dios lo ha hecho así o para que la planta se nutra, o se nutran los pajarillos viniendo a picar las moscas, o para que se limpie de moscas el aire… ¡Qué maravilla! -Pero sin la fuerte luz del Sol no habrías visto nada. -¡No, claro! -Lo mismo ocurre en la posesión divina. La criatura, que por su parte pone únicamente la buena voluntad de amar totalmente a su Dios, el abandono a los deseos de Dios, la práctica de las virtudes y el dominio de las pasiones, es absorbida en Dios y en la Luz que es Dios, en la Sabiduría que es Dios, todo lo ve y todo lo comprende. Después, cesada ya la acción absoluta, se produce en la criatura un estado en que lo recibido se transforma en norma de vida y de santificación; pero lo que antes parecía tan claro se vuelve oscuro o, mejor, crepuscular. El demonio, perpetuo y torpe remedador de Dios, produce un efecto análogo en los poseídos en la mente, aunque limitado porque sólo Dios es infinito, en sus poseídos que espontáneamente se han entregado a él para triunfar, y les comunica una inteligencia superior pero únicamente dirigida hacia el mal, que mira a causar daño, a herir a Dios y al hombre. Y la acción satánica, encontrando en el alma consentimiento, es continua, siendo así que, por grados, conduce a la total ciencia del Mal. Éstas son las peores posesiones. Nada se ve externamente, por lo cual no se huye de estos endemoniados. Pero existen estas posesiones. Como he dicho varias veces, serán los poseídos de esta manera los que descarguen su mano sobre el Hijo del hombre. -¿Pero Dios no podría descargar la suya contra el Infierno?- pregunta Felipe. -Podría. Es el más fuerte. -¿Y por qué no lo hace para defenderte? -Las razones de Dios serán conocidas en el Cielo. Venga, vamos. Y no os deprimáis. E1 pastor, que ha estado escuchando aunque sin aparentarlo, pregunta: -¿Tienes lugar a donde ir? ¿Te espera alguien? -No, hombre. Debería ir hasta más lejos de Jericó. Pero no me espera nadie. -¿Y estás muy cansado, Rabí? -Cansado, sí. No nos han concedido alojamiento ni descanso desde el Nebo. -Entonces… Te quería decir… Yo soy de cerca de Betagla la antigua… Tengo a mi padre ciego y no puedo ir lejos para no dejarlo durante varias lunas. Pero el corazón y el rebaño sufren por ello. Si quisieras… Te daría posada. No está lejos. El anciano cree mucho en ti. José, el hijo de José, tú discípulo, lo sabe. -Vamos. El hombre no se lo deja decir dos veces. Reúne el rebaño y lo pone en camino hacia el pueblo, un pueblo que debe estar al noroeste del lugar en que están ahora. Jesús se pone, con los suyos, detrás del rebaño. -Maestro – dice después de un rato Judas Iscariote – Betagla seguro que no ofrece ni un comprador de los regalos de aquel hombre…-Cuando vayamos a Jericó para ir donde Nique los venderemos. -Es que… el hombre, éste, es pobre y habrá que compensarlo con dinero, y no tengo ni una moneda. -Tenemos víveres, y muchos. Incluso para algún mendigo. Por ahora no hace falta más. -Como quieras. Pero hubiera sido mejor que me hubieras mandado adelante. Habría podido… -No hace falta… -¡Maestro, eso es desconfianza! ¿Por qué ya no nos mandas de dos en dos como antes? -Porque os quiero y pienso en vuestro bien. -No está bien el tenernos tan en el anonimato. Pensarán que somos indignos, incapaces… Antes nos dejabas ir predicando, haciendo milagros, y éramos conocidos… -¿Te dueles de no hacerlo ya? ¿Te hacía bien ir sin mí? Eres el único que se queja de no ir solo… ¡Judas!… -¡Maestro, Tú sabes que te amo! – dice seguro Judas. -Lo sé. Y para que tu espíritu no se corrompa te tengo conmigo. Eres ya el que recoge y distribuye, vende o permuta para los pobres. Esto basta. Y es ya demasiado. Observa a tus compañeros. Ni uno de ellos pide lo que tú pides. -Pero a los discípulos se lo has concedido… Es una injusticia esta diferencia. -Judas, eres el único que me llama injusto… Pero te perdono. Ve adelante. Y mándame a Andrés. Y Jesús aminora el paso, para esperar a Andrés y hablarle aparte. No sé lo que le dice. Sé que Andrés sonríe con su apacible sonrisa y se inclina para besar las manos del Maestro y luego vuelve adelante. Jesús se queda solo, al final de todos… y, muy cabizbajo, continúa andando y se seca la cara con el extremo de su manto como si sudara. Pero son lágrimas y no gotas de sudor lo que recorre las mejillas enjutas y pálidas.