Los apóstoles indagan acerca del Traidor. Un saduceo y la infeliz mujer de un nigromante. Saber distinguir lo sobrenatural de lo oculto.
Y todavía Jesús que sigue andando incansablemente por los caminos de Palestina. El río está aún a su derecha, y Él camina en el mismo sentido de la bonita agua: azul y esplendente en los lugares donde el Sol la besa; verde-turquí en las orillas, donde la sombra de los árboles se refleja con sus verdes oscuros. Jesús está en medio de sus discípulos. Oigo a Bartolomé que le pregunta: -¿Entonces vamos realmente hacia Jericó? ¿No temes alguna asechanza? -No temo. Llegué a Jerusalén para la Pascua por otro camino y ellos, frustrados, ya no saben dónde prenderme sin llamar demasiado la atención de la gente. Créeme, Bartolomé: para mí hay menos peligro en una ciudad muy poblada que por senderos lejanos. El pueblo es bueno y sincero, pero también es impetuoso. Se amotinaría, si me capturaran estando Yo entre ellos para evangelizar y curar. Las serpientes trabajan en la soledad y en la sombra. Y además… tengo todavía hoy y hoy y hoy para trabajar… Luego… vendrá la hora del Demonio y vosotros me perderéis. Para hallarme de nuevo después. Creed esto. Y sabed creerlo cuando los hechos parezcan desmentirme más que nunca. Los apóstoles suspiran, afligidos, y lo miran con amor y pena, y Juan emite un gemido: «¡No!», y Pedro lo rodea con sus cortos y robustos brazos, como para defenderlo, y dice: -¡Oh, mi Señor y Maestro! No dice nada más. Pero hay mucho en esas pocas palabras. -Así es, amigos. Para esto he venido. Sed fuertes. Ya veis cómo voy seguro hacia mi meta, como uno que va hacia el Sol, y sonríe a este Sol que lo besa en la frente. Mi Sacrificio será un Sol para el mundo. La luz de la Gracia bajará a los corazones, la paz con Dios los hará fecundos, los méritos de mi martirio harán a los hombres capaces de ganarse el Cielo. ¿Y qué quiero sino esto? Poner vuestras manos en las manos del Eterno, Padre mío y vuestro, y decir: «Mira, conduzco de nuevo a ti a estos hijos. Mira, Padre, están limpios. Pueden volver a ti». Veros arropados en su seno y decir: “Amaos finalmente, porque el Uno y los otros ansiáis esto, y sufríais agudamente por no haberos podido amar». Ésta es mi alegría. Y cada día que me acerca al cumplimiento de este retorno, de este perdón, de esta unión, aumenta mi ansia de consumar el holocausto para daros a Dios y su Reino. Jesús está solemne y casi extático mientras dice esto. Anda erguido, con su túnica azul y su manto más oscuro, la cabeza descubierta, en esta hora aún fresca de la mañana. Parece sonreír a una visión -¡quién sabe cuál!- que sus ojos ven, contra el fondo azul de un cielo sereno. El Sol, que lo besa en la mejilla izquierda, enciende más aún su esplendorosa mirada y coloca relumbres de oro en sus cabellos movidos por un leve viento y por su paso, y acentúa el rojo de los labios abiertos para la sonrisa, y parece encender todo el rostro de una alegría que en realidad viene del interior de su adorable Corazón, encendido por la caridad hacia nosotros. -Maestro, ¿puedo decirte una palabra? – pregunta Tomás. -¿Cuál? -Anteayer dijiste que el Redentor, Tú, tendrá un traidor. ¿Cómo podrá un hombre traicionarte a ti, Hijo de Dios? -Un hombre, efectivamente, no podría traicionar al Hijo de Dios, Dios como el Padre. Pero éste no será un hombre. Será un demonio en cuerpo de hombre. El más poseído, el más endemoniado de los hombres. María de Magdala tenía siete demonios, y el endemoniado de hace unos días estaba dominado por Belcebú. Pero en éste estará Belcebú y toda su corte demoníaca… ¡Oh, verdaderamente el Infierno estará en ese corazón dándole coraje para vender, como cordero al jifero, el Hijo de Dios a sus enemigos! -Maestro, ¿ahora este hombre está ya en posesión de Satanás? -No, Judas – Iscariote – Pero se inclina hacia Satanás, e inclinarse hacia Satanás quiere decir ponerse en las condiciones de caer en él. -¿Y por qué no viene a ti para curarse de su inclinación? ¿Sabe que la tiene o lo ignora? -Si lo ignorara no sería culpable, como lo es, porque sabe que tiende al mal y que no persevera en las resoluciones de salir de él. Si perseverara vendría a mí… pero no viene… El veneno penetra y mi cercanía no lo purifica, porque no la desea sino que huye de ella… ¡Este es, hombres, vuestro error! Cuanta más necesidad tenéis de mí, más huís de mí» (Jesús ha respondido a Andrés). -¿Pero ha venido a ti alguna vez? ¿Lo conoces? ¿Y nosotros lo conocemos? -Mateo, Yo conozco a los hombres antes incluso de que ellos me conozcan. Y tú lo sabes y éstos lo saben. Yo soy el que os llamé porque os conocía. -¿Pero nosotros lo conocemos? – insiste Mateo. -¿Podéis no conocer a uno que se acerca a vuestro Maestro? Vosotros sois mis amigos y compartís conmigo el alimento, el descanso y las fatigas. Hasta mi casa os he abierto, la casa de mi Madre santa. Os llevo a mi casa para que el aura que en ella suavemente sopla os haga capaces de comprender el Cielo con sus voces y mandatos. Os llevo a mi casa como un médico lleva a sus enfermos, poco antes resurgidos de una serie de enfermedades, a fuentes saludables que los fortalezcan venciendo los restos de las enfermedades que siempre pueden hacerse de nuevo nocivas. Por tanto, no tenéis desconocimiento de ninguno de los que se acercan a mí. -¿En qué ciudad lo has visto? -¡Pedro, Pedro! -Es verdad, Maestro, soy peor que una mujer chismosa. Perdóname. Pero es el amor, ya sabes… -Ya sé. Y por esto te digo que no siento aversión por este defecto tuyo. Pero quítatelo también. -Sí, Señor mío. E1 sendero, encajonado entre una hilera de árboles y una pequeña acequia, se estrecha, y el grupo se hace más lineal. Jesús va hablando precisamente con Judas Iscariote, al cual da indicaciones para las compras y las limosnas. Detrás, de dos en dos, van los otros. En la cola, solo, Pedro. Piensa. Camina cabizbajo, tan recogido en sus pensamientos, que ni siquiera se da cuenta de que se va quedando distanciado de los otros. -¡Eh, tú, hombre! – se dirige a él uno que pasa a caballo – ¿Estás con el Nazareno?» -Sí. ¿Por qué? -¿Vais a Jericó?» -¿Te preocupa saberlo? Yo no sé nada. Sigo al Maestro y no pregunto nada. Dondequiera que vaya, bien hecho está. El camino es el de Jericó, pero no hay que descartar que regresáramos a la Decápolis. ¡Quién sabe! Si quieres saber más, allí está el Maestro. El hombre espolea y Pedro le hace detrás una mueca curiosa y barbota: -No me fío, mi señorote. ¡Sois todos una masa de perros! No quiero ser yo el traidor. Me juro a mí mismo: «Esta boca quedará sigilada». Esto es – y hace una señal en sus labios como si los cerrara con candado. El hombre que va a caballo ya ha llegado donde Jesús. Le pregunta. Ello da la manera a Pedro de alcanzar a los otros. Cuando el hombre se marcha, hace un gesto de saludo a Judas Iscariote. Ninguno lo advierte, menos Pedro, que viene el último, y que parece no aplaudir ese saludo. Toma a Judas de una manga y le pregunta: -¿Quién es? ¿Lo conoces? ¿Y por qué? -De vista. Es un rico de Jerusalén. -Tienes amistades encumbradas tú, ¿eh? Bien… si es que es bien. Pero… dime: ¿es ese cara de zorra el que te dice tantas cosas?… -¿Qué cosas? -¡Hombre, pues las que dices que sabes sobre el Maestro! -¿Yo? -Sí. Tú. ¿No te acuerdas de aquel atardecer de agua y barro, cuando la crecida? -¡Ah! No, no. ¿Pero piensas todavía en unas palabras dichas en un momento de malhumor? -Yo pienso en todo lo que puede perjudicar a Jesús: cosas, personas, amigos, enemigos… Y siempre estoy dispuesto a mantener las promesas que hago a quien quiera perjudicar a Jesús. Adiós. Judas lo mira de forma curiosa mientras se marcha. En su mirada hay estupor, dolor, enojo, y diría incluso más: hay odio. Pedro llega donde Jesús y lo llama. -¡Oh! ¡Pedro! ¡Ven! Jesús le pone un brazo en los hombros. -¿Quién era ese híspido judío? -¿Híspido, Pedro? ¡Si estaba todo liso y perfumado! -Tenía híspida la conciencia. Desconfía, Jesús. -Te he dicho que no es todavía mi tiempo. Y cuando ese tiempo llegue, ninguna desconfianza me salvará… si es que quisiese salvarme. Si Yo quisiera salvarme, hasta las piedras gritarían y me formarían una cadena en torno. -Será así… Pero, desconfía… ¡Maestro! -¿Pedro? -¿Que te sucede? -Maestro… tengo una cosa que decirte y un peso en el corazón. -¿Una cosa? ¿Un peso? -Sí. El peso es un pecado. La cosa es un consejo. -Empieza por el pecado». -Maestro… yo… yo odio… yo siento repulsa, eso es, si es que no es odio -porque Tú no quieres que haya odios-, por uno de nosotros. Me da la impresión de estar cerca de una hura de donde sale hedor de serpientes en celo… y temo que salgan para dañarte. Ese hombre es una madriguera de serpientes y él mismo está en celo con el demonio. -¿Cómo lo deduces? -Bueno, pues… No sé. Soy rudo e ignorante, pero tonto no soy. Estoy acostumbrado a leer en los vientos y en las nubes… y me ha venido ojo también para los corazones. Jesús… tengo miedo. -No juzgues, Pedro. Y no sospeches. La sospecha crea quimeras. Se ve lo que no existe. -Dios eterno quiera que no haya nada. Pero yo no estoy seguro. -¿Quién es, Pedro? -Judas de Keriot. Se jacta de tener amistades encumbradas. Incluso hace poco ese mala facha lo ha saludado como se saluda a uno bien conocido. Antes no las tenía. -Judas es el que recibe y reparte. Tiene posibilidades de tratar con los ricos. Es hábil. -¡Ya! Es hábil… Maestro, dime la verdad, ¿Tú no sospechas? -Pedro, te quiero entrañablemente por tu corazón. Pero quiero que seas perfecto, y perfecto no es el que no obedece. Te he dicho: no juzgues y no sospeches. -Sí pero no me dices… -Dentro de poco estaremos cerca de Jericó y nos pararemos a esperar a una mujer que no puede recibirnos en su casa… -¿Por qué? ¿Es una pecadora?». -No. Es una desdichada. Ese hombre a caballo que tanto fastidio te ha dado ha venido a decirme que la espere. Y la voy a esperar, aunque sé que nada puedo hacer por ella. ¿Y sabes quién ha puesto sobre mis pasos a la mujer y a ese hombre? Judas. Como ves, por motivo honesto conoce a ese judío. Pedro agacha la cabeza y calla, confuso. Quizás no convencido y curioso todavía. Pero calla. Jesús se detiene fuera de los muros de la ciudad, y, cansado, se sienta a la sombra fresca de un sotillo que da sombra a una fuente al lado de la cual hay cuadrúpedos abrevando. Los discípulos se sientan, también esperando. Debe ser una parte muy secundaria de la ciudad, porque, aparte de estos caballos y asnos, sin duda de mercaderes en viaje, no hay gente. -Viene una mujer, toda arropada en un manto oscuro y con el rostro muy cubierto. El velo, tupido y oscuro, baja hasta la mitad de la cara. Viene con ella el hombre de antes, ahora a pie, y otros tres hombres pomposamente vestidos. -Te saludamos, Maestro. -Paz a vosotros. -Ésta es la mujer. Escúchala y concédele lo que desea. -Si puedo. -Tú puedes todo. -¿Lo crees, saduceo? El saduceo es el que iba a caballo. -Creo en lo que veo. -¿Y has visto que puedo? -Lo he visto. -¿Y sabes por qué puedo? Silencio. -¿Puedo saber cómo juzgas que puedo? Silencio Jesús deja de ocuparse de él y de los otros. Habla a la mujer: -¿Qué quieres? -Maestro… Maestro… -Habla, pues, sin temor. La mujer mira oblicuamente a sus acompañadores, los cuales lo interpretan a su manera. -Esta mujer tiene a su marido enfermo y te pide su curación. Es persona influyente, de la corte de Herodes. Te conviene concederle lo que te pide. -No por ser influyente, sino por su infelicidad, se lo concederé si puedo. Ya lo he dicho. ¿Qué le pasa a tu marido? ¿Por qué no ha venido? ¿Por qué no quieres que yo vaya a verlo? Nuevo silencio y nueva mirada oblicua.-¿Quieres hablarme sin testigos? Ven. Se separan unos pasos. -Habla. -Maestro… yo creo en ti. Creo tanto, que estoy segura de que sabes todo sobre él, sobre mí, sobre nuestra desgraciada vida… Pero él no cree… Y te odia… Y él… -Y él no puede sanar porque no tiene fe. No sólo no tiene fe en mí, es que tampoco tiene fe en el Dios verdadero. -¡Ah! ¡Tú sabes! La mujer llora desesperadamente. -¡Es un infierno mi casa! ¡Un infierno! Tú liberas a los poseídos. Sabes, por tanto, 1o que es el demonio. ¿Pero a este demonio sutil, inteligente, falso e instruido, lo conoces? ¿Sabes a qué perversiones conduce? ¿Sabes a qué pecados? ¿Sabes la destrucción que causa en torno a sí? ¿Mi casa? ¡Es una casa? No. Es el umbral del Infierno. ¿Mi marido? ¿Es mi marido? Ahora está enfermo y no se cuida de mí. Pero, incluso cuando estaba fuerte y deseoso de amor, ¿era un hombre el que me abrazaba, el que me tenía, el que me poseía? ¡No! Yo estaba entre las espiras de un demonio, sentía el hálito y la baba de un demonio. Lo he querido mucho, lo quiero. Soy su mujer y me tomó la virginidad cuando yo era poco más que niña: tenía poco más de catorce años. Pero, aunque la hora me transportase a aquella primera hora, Y con ella me recordase las sensaciones intactas del primer abrazo que me hizo mujer, yo, con la parte más elevada de mí lo primero y luego con la carne y la sangre, sentía repulsa, repulsa de horror, cuando me daba cuenta de que él estaba ensuciado de nigromancia. Me parecía que, no mi marido, sino los muertos que él invocaba estuvieran sobre mí, saciándose de mí… Y también ahora, ahora, con sólo mirarlo, moribundo y todavía abismado en esa magia, siento repulsión. No lo veo a él… veo a Satanás. ¡Oh, dolor mío! Ni siquiera en la muerte estaré con él, porque la Ley lo prohíbe. Sálvalo, Maestro. Te pido que lo cures para darle tiempo de curarse. La mujer llora angustiosamente. -¡Pobre mujer! No, Yo no puedo curarlo. -¿Por qué, Señor? -Porque él no quiere. -Sí. Tiene miedo de la muerte. Sí, sí que quiere. -No quiere. No es un demente, no es un poseído que no conozca su estado y que no pida la liberación porque no tenga la facultad del pensamiento libre. No es uno que tenga impedida la voluntad. Es uno que quiere ser lo que es. Sabe que lo que hace está prohibido. Sabe que está maldecido por el Dios de Israel. Pero persiste. Aunque lo curase y empezaría por el alma- él volvería a su satánico disfrute. Su voluntad está corrompida. Es rebelde. No puedo. La mujer llora más fuerte. Se acercan los que la han acompañado. -¿No la complaces en lo que te pide, Maestro? -No puedo. -¿No os lo había dicho? ¿Y las razones? -Tú, saduceo, ¿las pides? Te remito al libro de los Reyes (I Samuel 28, 15-19; 2 Reyes 1, 16). Lee lo que dijo Samuel a Saúl y lo que dijo Elías a Ocozías. El espíritu del profeta recrimina al rey el haberlo molestado llamándolo del reino de los muertos. No es lícito hacerlo. Lee el Levítico (19, 4.26.31; 20, 6), si es que ya no te acuerdas de la palabra de Dios, Creador y Señor de todo lo que existe, Tutor de la vida y de los que están en la muerte. Muertos y vivos están en las manos de Dios y no os es lícito arrancárselos de sus manos. Ni por vana curiosidad ni por sacrílega violencia ni por incredulidad maldita. ¿Qué queréis saber? ¿Si hay un futuro eterno? Y decís que creéis en Dios. Si Dios existe, tendrá una corte ¿no? ¿Y qué corte será, sino una corte eterna como Él, compuesta por espíritus eternos? Si decís que creéis en Dios, ¿por qué no creéis en su palabra? ¿No dice su palabra: «No practicaréis adivinación ni observaréis los sueños”? ¿No dice: «Si uno se dirige a los magos y a los adivinos y fornica con ellos, volveré contra él mi rostro y lo exterminaré de en medio de su pueblo»? ¿No dice: «No os hagáis dioses de fundición»? ¿Y qué sois vosotros? ¿Samaritanos y perdidos, o sois hijos de Israel? ¿Y qué sois: hombres sin raciocinio o capaces de razonar? Y si, razonando, negáis la inmortalidad del alma, ¿por qué invocáis a los muertos? ¿Si no son inmortales esas partes incorpóreas que animan al hombre, qué otra cosa queda de un hombre después de la muerte? Podredumbre y huesos, blancos huesos emergentes de una gusanera. Y, si no creéis en Dios -tanto como que recurrís a ídolos y señales para obtener curación, dinero, oráculos, como ha hecho este cuya salud pedís-, ¿por qué sí os hacéis dioses de fundición y creéis que ellos os pueden decir palabras más verdaderas, más santas, más divinas que las que Dios os dice? Ahora Yo os doy la misma respuesta que diera Elías a Ocozías: «Por haber enviado mensajeros a consultar a Belcebú, dios de Acarón, como si no hubiera un Dios en Israel a quien poder consultar, por ello, no bajarás de la cama a que has subido, y ciertamente morirás en tu pecado». -Siempre eres Tú el que insulta y nos ataca. Es una observación que te hago. Nosotros venimos hacia ti para… -Para hacerme caer en una trampa. Pero Yo os leo el corazón. ¡Quitaos la máscara, herodianos vendidos al enemigo de Israel! ¡Quitaos la máscara, fariseos falsos y crueles! ¡Quitaos la máscara, saduceos, verdaderos samaritanos! ¡Quitaos la máscara, escribas de palabra contraria a las obras! ¡Quitaos la máscara, todos vosotros violadores de la Ley de Dios, enemigos de la Verdad, cuyos del Mal! ¡Quitáosla, profanadores de la Casa de Dios! ¡Quitáosla, agitadores de las conciencias débiles! ¡Quitaos la máscara, chacales que oléis la víctima en el viento que la ha tocado y seguís esa pista y aguaitáis, esperando la hora propicia para matar, y os relaméis los labios ante aquel cuya sangre anticipadamente saboreáis, y soñáis que llegue esa hora!… ¡Oh, chalanes y fornicadores, que vendéis por mucho menos de un puñado de lentejas vuestra primogenitura entre los pueblos! Ya no tendréis bendición, porque otros pueblos se vestirán con la zalea del Cordero de Dios, y verdaderos Cristos serán a los ojos del Altísimo, quien, sintiendo emanar de ellos la fragancia de su Cristo, dirá: «¡Éste es el olor de mi Hijo! Semejante al olor de un florido campo bendecido por Dios. Para vosotros el rocío del Cielo: la Gracia. En vosotros, la copiosidad de la Tierra (los frutos de mi Sangre). En vosotros, abundancia de trigo y de vino (mi Cuerpo y mi Sangre, que daré a los hombres para vida y para recuerdo de mí). Que os sirvan los pueblos y ante vosotros se inclinen las gentes, porque donde esté el signo de mi Cordero estará el Cielo. Y la Tierra está subordinada al Cielo. Dominad a vuestros hermanos, porque los seguidores de mi Cristo serán los reyes del espíritu, teniendo como tienen la Luz, y a esta Luz los otros volverán la mirada esperando en su auxilio. Se inclinen ante vosotros los hijos de vuestra madre: la Tierra. Sí, todos los hijos de la Tierra se inclinarán un día ante mi Signo. Maldito quien os maldice y bendito quien os bendice, porque tanto la bendición como la maldición que recae sobre vosotros a mí viene, a mí, Padre y Dios vuestro». Esto dirá. Esto, fornicadores que pudiendo tener como amada esposa del alma la verdadera fe fornicáis con Satanás y con sus falsas doctrinas. Esto es lo que dirá, asesinos, asesinos de conciencias y asesinos de cuerpos. Aquí hay víctimas vuestras. Y, si bien dos corazones son asesinados, un Cuerpo lo tendréis sólo durante el tiempo de Jonás. Y luego ese Cuerpo, unido a su inmortal Esencia, os juzgará. Jesús se muestra terrible en esta invectiva. ¡Terrible! Creo que más o menos se mostrará así en el último Día. -¿Y dónde están estos asesinados? ¡Tú deliras! ¡Tú eres un cuyo de Belcebú! Tú fornicas con él y en su nombre obras milagros. Y en nuestro caso no puedes porque tenemos la amistad de Dios. Satanás no se expulsa a sí mismo. Yo expulso los demonios. ¿En nombre de quién, entonces? Silencio. -¡Responded! -Pero no merece la pena ocuparse de este endemoniado. Ya os lo había dicho. Vosotros no lo creíais. Oídlo de sus labios. Responde, Nazareno demente. ¿Conoces el siemanflorás? -¡No necesito conocerlo! -¿Oís? Una pregunta más: ¿No has estado en Egipto? -Sí. -¿Lo veis? ¿Quién es el nigromante, el satanás? ¡Horror! Ven, mujer. Tu marido es santo respecto a éste. ¡Ven!… Necesitarás purificarte. ¡Has tocado a Satanás!… Y se marchan con vivos gestos de repulsa y arrastrando a la mujer, que llora. Jesús, con los brazos cruzados, los sigue con los relámpagos de sus miradas. -Maestro… Maestro… Los apóstoles están aterrorizados, por la violencia de Jesús y por las palabras de los judíos. Pedro pregunta (incluso un poco agachado al decirlo): -¿Qué han querido decir con esas últimas preguntas? ¡Qué es esa cosa? -¿Qué? ¿El siemanflorás? -Sí. ¿Qué es? -No pienses en ello. Confunden la Verdad con la Mentira, a Dios con Satanás, y en su soberbia satánica piensan que haya que conjurar a Dios con su tetragrama, para que condescienda con los deseos humanos. El Hijo habla con el Padre el lenguaje verdadero, y con él, por amor recíproco de Padre e Hijo, se cumplen los milagros. -¿Pero por qué te ha preguntado si has estado en Egipto? -Porque el Mal se sirve de las cosas más inocuas para sacar de ellas acusaciones contra aquel a quien desea asestar el golpe. Mi estancia infantil en tierra de Egipto estará entre las imputaciones en su hora de venganza. Sabed, vosotros y los futuros, que con el astuto Satanás y sus fieles servidores hay que tener doble astucia. Por esto he dicho: «Sed astutos como serpientes, además de sencillos como palomas». Esto es para poner el mínimo de armas en manos de los demonios. Y, de todas formas, no sirve. Vamos. -¿A dónde, Maestro? ¿A Jericó? -No. Tomaremos una barca y pasaremos de nuevo a la Decápolis. Remontaremos el Jordán hasta la altura de Enón y luego bajaremos a tierra. Después, en las riberas de Genesaret, tomaremos otra barca y pasaremos a Tiberíades, y de allí a Caná y a Nazaret. Tengo necesidad de mi Madre. Y también vosotros. Lo que el Cristo no hace con su Palabra lo hace María con su silencio. Lo que no hace mi poder lo hace su pureza. ¡Oh, Madre mía! -¿Estás llorando, Maestro? ¿Estás llorando? ¡Oh, no! ¡Nosotros te defenderemos! ¡Nosotros te queremos! -No lloro ni temo por los que me aborrecen. Lloro porque los corazones son más duros que el diaspro y nada puedo en muchos de ellos. Venid, amigos. Y bajan a la orilla y en la barca de uno remontan el río. Todo termina así. Dice Jesús: -Tú y quien te guía meditad mucho mi respuesta a Pedro. El mundo -y por mundo entiendo no sólo los laicos- niega lo sobrenatural, y, luego, ante las manifestaciones de Dios, está dispuesto a sacar a colación no lo sobrenatural sino lo oculto. Confunden una cosa con la otra. Ahora escuchad: sobrenatural es lo que de Dios viene. Oculto es lo que viene de fuente extraterrena pero no tiene raíz en Dios. En verdad os digo que los espíritus pueden venir a vosotros. ¿Pero cómo? En dos modos. Por mandato de Dios o por violencia del hombre. Por mandato de Dios vienen ángeles y bienaventurados y espíritus que ya están en la luz de Dios. Por violencia del hombre pueden venir espíritus sobre los cuales un hombre puede tener mando, por estar sumergidos en regiones más bajas que las humanas, donde todavía hay un recuerdo de Gracia, si ya no hay Gracia activa. Los primeros van espontáneamente, obedeciendo a una sola autoridad: la mía. Y consigo llevan la verdad que quiero que conozcáis. Los otros van por un complejo de fuerzas unificadas: fuerzas del hombre idólatra con fuerzas de Satanás-ídolo. ¿Pueden daros la verdad? No. Jamás. Jamás en términos absolutos. ¿Puede una fórmula, incluso habiendo sido enseñada por Satanás, doblegar a Dios a la voluntad del hombre? No. Dios viene siempre de forma espontánea. Una oración os puede unir a Él, no una fórmula mágica. Y si alguno objeta: «Samuel se apareció a Saúl», Yo digo: «No por mérito de la maga, sino por voluntad mía, con la finalidad de hacer reaccionar al rey, rebelde a mi Ley». Algunos dirán: «¿Y los profetas?». Los profetas hablan por conocimiento de la Verdad, que se les infunde o directamente o por ministerio angélico. Otros objetarán: «¿Y la mano que escribió en el banquete del rey Baltasar?». Lean éstos la respuesta de Daniel: «…tú también te has engreído contra el Dominador del Cielo… celebrando a los dioses de plata, bronce, hierro, oro, madera, piedra, los cuales no ven ni oyen ni conocen, y no has glorificado al Dios en cuyas manos están todos tus respiros y movimientos. Por ello, Él ha mandado el dedo -espontáneamente mandado, mientras que tú, rey necio y necio hombre, no pensabas en ello y te preocupabas de llenar tu vientre y engreírte la mente-de esa mano que ha escrito lo que ahí se encuentra». Sí. Alguna vez Dios os llama con manifestaciones que vosotros consideráis de un médium, y que son en realidad manifestaciones de piedad de un Amor que quiere salvaros. Pero no debéis querer crearlas vosotros. Las que creáis no son nunca sinceras, no son nunca útiles, nunca traen un bien. No os hagáis esclavos de lo que os destruye. No queráis consideraros y creeros más inteligentes que los humildes, que se doblegan ante la Verdad depositada desde hace siglos en mi Iglesia, por el solo hecho de que sois unos soberbios que buscáis en la desobediencia permisos para vuestros ilícitos instintos. Volved a la Disciplina varias veces secular y permaneced en ella: desde Moisés hasta Cristo, desde Cristo a vosotros, desde vosotros al último día, es ésa y no otra. ¿Es ciencia esta vuestra? No. La ciencia está en mí y en mi doctrina, y la sabiduría del hombre está en obedecerme. ¿Es curiosidad sin peligro? No. Es contagio cuyas consecuencias sufrís luego. Fuera Satanás si queréis tener a Cristo. Soy el Bueno y no desciendo a convivencia con el Espíritu del Mal. O Yo o él. Elegid. ¡Oh «portavoz» mío, di esto a quien hay que decírselo! Es la última voz que se les dirige. Y tú y quien te dirige sed cautos. Las pruebas se transforman en pruebas contrarias en manos del Enemigo y de los enemigos de mis amigos. ¡Tened cuidado! Id con mi paz. (De todo esto se deduce el peligro que presentan las sesiones espiritistas, las tablas ouijas, las cartas, etc. etc.: en todas estas prácticas ocultistas está presente el diablo)