Llegada a Cafarnaúm en medio de un cálido recibimiento.
No sé si espontáneamente o si es porque alguien la ha avisado, lo cierto es que Porfiria está ya en la pequeña playa de Cafarnaúm cuando llegan las barcas, que son tres en vez de dos, lo cual me hace pensar que alguno se ha adelantado a Cafarnaúm para avisar de que el Maestro llega y para tomar una barca para las mujeres y Margziam. Y con Porfiria están las hijas de Felipe, y Miriam de Jairo, además de la madre de Santiago y Juan.
Pero observo con claridad que Porfiria, sin hacer caso de las pequeñas olas del lago -todavía un poco agitado- que recorren el guijarral con su fluir riente y descocado, entra en el agua hasta la mitad de la pierna y se asoma hacia dentro de la barca, a la altura de Margziam, y lo besa; le dice:
-¡Te querré también por él, por todos te querré, hijo amado! – y lo dice muy conmovida; y en cuanto se detiene la barca y bajan los que estaban en ella, Porfiria abraza a Margziam, no cediendo a nadie la tarea de hacer sentir al jovencito que es muy amado.
Va así a reunirse con el grupo de la otra barca, para venerar al Maestro, y poder hacerlo antes de que los de Cafarnaúm y los muchos discípulos que esperan desde hace bastante la llegada de Jesús se apoderen del Maestro, substrayendo a las discípulas la alegría de tenerlo para ellas. Las mujeres están apiñadas en torno al Maestro, y sólo los niños de Cafarnaúm pueden romper este círculo de las discípulas, introduciendo sus cuerpecitos con su propia fuerza entre una y otra mujer para poder llegar a Jesús, que va lentamente hacia la casa.
Dado que es una hora temprana, hay poca gente por los caminos, la mayor parte mujeres que van al manantial o al mercado rodeadas de la nidada de hijitos; o algún pescador que vuelve, a dejar remos y redes en las barcas para prepararlas para la pesca de la noche. Pero no se ve a ninguna persona importante del lugar, aparte de Jairo, que acude lleno de deferencia a venerar a Jesús y a congratularse, pues ha oído que tiene intención de quedarse algunas semanas, yendo de noche a las ciudades del lago para hablar en ellas por la mañana y volver luego a descansar durante el día a Cafarnaúm. Y es Jairo, por el respeto que infunde a sus paisanos, el que logra primero ponerse al lado de Jesús. Y lo consigue porque aparta a su hija con autoridad de padre. Después de él logran juntarse a Jesús los discípulos más influyentes, aquellos a quienes, por un instintivo impulso de justicia, los otros ceden el primer puesto después de los apóstoles, o sea: el anciano sacerdote Juan (el ex leproso), Esteban, Hermas, Timoneo, Juan el hijo de Noemí, Nicolái y los discípulos ex pastores (todos presentes excepto los dos que han ido hacia el Líbano).
Jesús se interesa por los otros, por los ausentes, y pregunta por ellos a sus compañeros.
-¿Son todavía fervorosos?
-¡Oh, mucho!
-¿Descansan en sus casas?
-No. Trabajan en hacer nuevos discípulos en sus ciudades y en los pueblos cercanos.
-¿Y Hermasteo? Hermasteo ha ido por el litoral, bajando hacia su ciudad; va con José, el de Emaús, y quieren hablar del Salvador por toda la costa, y a ellos se han unido los dos amigos Samuel y Abel (para mostrar lo que puede el Señor, pues ellos estaban uno cojo y el otro leproso).
Preguntas y respuestas. Y no basta el camino para agotarlas, como tampoco la casa de Tomás de Cafarnaúm para acoger a tanta gente, que ya se apretuja en torno al Maestro, que ha regresado después de tanta ausencia. Y Jesús decide ir a los campos para estar en medio de todos sin hacer preferencias.