Lección a los discípulos sobre el poder de vencer a los demonios.
Están ahora nuevamente en la casa de Nazaret. Es más, para ser más exactos, están esparcidos en el rellano de los olivos, en espera de separarse para ir a descansar. Ya ha oscurecido y la Luna se alza tarde, así que han encendido una pequeña hoguera para aclarar la noche; noche tibia, «demasiado incluso» como sentencian los pescadores previendo próximas lluvias. Y es bonito estar allí, todos unidos: las mujeres en el huerto florecido, alrededor de María; los hombres aquí arriba; y, en el borde del rellano, de forma que lo vean tanto éstos como aquéllas, Jesús, respondiendo a uno o a otro, mientras las discípulas escuchan atentas. Deben haber referido lo del lunático curado al pie del monte y todavía siguen los comentarios al respecto. -¡Vamos, que has hecho falta Tú! – exclama el primo Simón. -¡Pero ni siquiera el ver que incluso sus exorcistas no podían nada, a pesar de haber dicho que habían usado las fórmulas más fuertes, ha convencido a esos cernícalos! – dice, meneando la cabeza, el barquero Salomón. -Y no convencerán a sus escribas ni siquiera diciéndoles sus conclusiones.-¡Ya, claro! Me parecía que hablaban bien, ¿no es verdad? – pregunta uno que no conozco. -Muy bien. Excluyeron todo tipo de sortilegio demoníaco en el poder de Jesús, y dijeron que se sintieron invadidos de profunda paz cuando el Maestro hizo el milagro; mientras que – decían – cuando sale de uno un poder malvado lo sienten como un sufrimiento – responde Hermas. -¡Pero hay que ver qué espíritu más fuerte! ¡No se quería marchar! Pero, ¿cómo es que no lo tenía continuamente poseído? -¿Era un espíritu rechazado, solitario; o era tan santo el muchacho, que por sí mismo lo repelía?- pregunta otro discípulo cuyo nombre desconozco. Jesús responde espontáneamente: -He explicado varias veces que toda enfermedad, siendo un tormento y un desorden, puede esconder a Satanás, y Satanás se puede esconder en una enfermedad, usarla, crearla, para atormentar y hacer blasfemar contra Dios. El niño era un enfermo, no un poseído. Un alma pura. Por eso con gran alegría la he liberado del astutísimo demonio, que quería dominarla hasta el punto de hacerla impura. -¿Y por qué, si era una simple enfermedad, no hemos podido resolverlo nosotros? – pregunta Judas de Keriot. -¡Sí, eso! Se comprende que los exorcistas, si no era un endemoniado, no hayan podido hacer nada. Pero nosotros… – observa Tomás. Y Judas de Keriot (que no ha encajado la afrenta de haber intentado muchas veces con el muchacho y haber obtenido sólo que cayera en un estado de agitación o incluso en convulsiones) dice: -Pero nosotros… hasta parecía que se le empeorase. ¿Recuerdas, Felipe? Tú que me ayudabas oíste y viste las burlas que me dirigía. Me dijo incluso: «¡Vete! De los dos el más demonio eres tú». Lo cual hizo que a mis espaldas se rieran los escribas. -¿Y ello te ha dolido? – pregunta Jesús como sin interés. -¡Claro que sí! No es una cosa bonita que se burlen de uno. Y no es útil cuando se es apóstol tuyo. Se pierde autoridad. -Cuando uno tiene a Dios tiene autoridad, aunque el mundo entero se burle, Judas de Simón. -De acuerdo. Pero Tú aumenta, al menos en nosotros los apóstoles, el poder, para no sufrir otra vez ciertas derrotas. -Ni es justo ni sería útil que Yo aumentara el poder. Por vosotros mismos lo tenéis que hacer, para salir vencedores. Si habéis fracasado ha sido por vuestra insuficiencia, y también por haber disminuido cuanto os había dado, con elementos no santos que habéis querido añadir esperando mayores triunfos. -¿Lo dices por mí, Señor? – pregunta Judas Iscariote. -Tú sabrás si lo mereces. Hablo a todos. Bartolomé pregunta: -¿Pero entonces qué hay que tener para vencer a estos demonios? -Oración y ayuno. No se necesita nada más. Orad y ayunad. Y no sólo en la carne. Por eso bien está el que vuestro orgullo haya quedado en ayunas, sin ser satisfecho. El orgullo saciado vuelve apáticas la mente y el alma, y la oración se hace tibia, inerte; de la misma forma que el cuerpo demasiado lleno está somnoliento y pesado. Y ahora vamos también nosotros al justo descanso. Que mañana al amanecer todos, menos Manahén y los discípulos pastores, estén en el camino de Caná. La paz sea con vosotros. Y retiene a Isaac y a Manahén y da particulares instrucciones para el día siguiente, día de la partida para las discípulas y María, que, junto con Simón de Alfeo, y Alfeo de Sara empiezan el peregrinaje pascual. -Pasaréis por Esdrelón para que Margziam vea al anciano. Daréis a los labriegos la bolsa que por indicación mía os ha dado Judas de Keriot. Y durante el viaje socorreréis a todos los pobres que os encontréis con la otra que os he dado hace poco. Cuando lleguéis a Jerusalén, id a Betania, y decid que me esperen para la neomenia de Nisán. Poco podré tardar a partir de ese día. Os confío a la persona que más estimo y a las discípulas. Pero estoy tranquilo de que estarán seguras. Partid. Nos volveremos a ver en Betania y estaremos bastante tiempo juntos. Los bendice y, mientras ellos se alejan en la noche, salta hacia abajo, al huerto, y entra en casa, donde ya están las discípulas y su Madre, que, con Margziam, están apretando los cordones de los fardos de viaje, y disponiendo todas las cosas para esta ausencia cuya duración no se conoce.