Las razones del dolor salvífico de Jesús. Elogio de la obediencia y lección sobre la humildad.
Pero poco puede estar Jesús con sus pensamientos. Juan y su primo Santiago, luego Pedro y Simón, lo alcanzan y atraen su atención hacia el panorama que desde lo alto del collado se ve. Y, quizás con intención de distraerlo, porque está visiblemente muy triste, evocan hechos acontecidos en esas zonas que se muestran a sus ojos. El viaje hacia Ascalón… la casa de los campesinos de la llanura de Sarón, donde Jesús devolvió la vista al anciano padre de Gamala y Jacob… el retiro de Jesús y Santiago en el Carmelo… Cesárea Marítima y la jovencita Áurea Gala… el encuentro con Síntica… los gentiles de Joppe… los ladrones de cerca de Modín… el milagro de las mieses en casa de José de Arimatea… la ancianita espigadora… Sí, son cosas, todas ellas, que tienen la intención de alegrar… pero que contienen, para todos o para Él sólo, un hilo de llanto y un recuerdo dolor. Se dan cuenta de ello los propios apóstoles, y susurran: -Verdaderamente en todas las cosas de la Tierra uno encuentra un dolor. Es lugar de expiación… Pero, justamente, Andrés, que se ha unido al grupo junto con Santiago de Zebedeo, observa: -Es ley justa para nosotros, pecadores, pero para Él ¿por qué tanto dolor? Surge una benévola discusión, y continúa también cuando, atraídos por las palabras de los primeros, que hablan en tono alto, se unen al grupo todos los otros. Menos Judas Iscariote, que está muy enfrascado con algunas personas modestas -a las cuales está enseñando-, imitando al Maestro en la voz, en el gesto, en el concepto. Pero es una imitación teatral, pomposa, a la cual le falta el calor del convencimiento. Y los que lo escuchan se lo dicen, incluso sin rodeos, lo cual pone nervioso a Judas, que les echa en cara el ser obtusos y el que no comprenden nada por eso. Y Judas declara que los deja porque «no conviene arrojar las perlas de la sabiduría a los cerdos». Pero se detiene, porque esta gente modesta, mortificada, le ruega que sea indulgente, confesándose «inferiores a él como un animal es inferior a un hombre»… Jesús está distraído de lo que dicen en torno a Él los once, para escuchar lo que dice Judas; y, ciertamente, no le alegra lo que oye… pero suspira y calla. Hasta que Bartolomé le hace participar directamente. Somete a su consideración los distintos puntos de vista acerca de la razón de por qué Él, inocente sin pecado, debe sufrir. Bartolomé dice: -Yo sostengo que esto sucede porque el hombre odia al bueno. Hablo del hombre culpable, o sea, de la mayoría. Esta mayoría comprende que, comparada con quien está libre de pecado, resaltan aún más su culpabilidad y sus vicios, y por rabia se venga haciendo sufrir al bueno. -Yo, sin embargo, sostengo que sufres por el contraste entre perfección y nuestra miseria. Aunque ninguno te despreciara en ningún modo, igualmente sufrirías, porque tu perfección debe ser una dolorosa repulsa de los pecados de los hombres – dice Judas Tadeo. -Yo, por el contrario, sostengo que Tú, no careciendo de humildad, sufres por el esfuerzo de deber dominar con tu parte sobrenatural los impulsos de tu humanidad contra tus enemigos – dice Mateo. -Yo, que sin duda me equivoco porque soy un ignorante, digo que sufres porque tu amor es rechazado. No sufres por no poder castigar como tu lado humano puede desear, sino que sufres por no poder beneficiar como querrías – dice Andrés. -Y yo sostengo que sufres porque debes padecer todo el dolor para redimir todo el dolor. No predominando en ti una u otra naturaleza, sino estando igualmente estas dos naturalezas tuyas en ti, fundidas, con un perfecto equilibrio, para formar la Víctima perfecta ( tan sobrenatural, que puede ser válida para aplacar la ofensa hecha a la Divinidad; tan humana, que puede representar a la Humanidad y conducirla nuevamente a la pureza inmaculada del primer Adán, para anular el pasado y generar una nueva humanidad; recrear una humanidad nueva, conforme al pensamiento de Dios, o sea, una humanidad en que esté realmente la imagen y la semejanza de Dios y el destino del Hombre: la posesión, el poder aspirar a la posesión de Dios, en su Reino), debes sufrir sobrenaturalmente, y sufres, por todo lo que ves hacer y por lo que te rodea -podría decir- con perpetua ofensa a Dios, y debes sufrir humanamente, y sufres, para cercenar las tendencias de nuestra carne envenenada por Satanás. Con el sufrimiento completo de tus dos perfectas naturalezas, anularás completamente la ofensa a Dios, la culpa del hombre – dice el Zelote. Los demás guardan silencio. Jesús pregunta: -¿Y vosotros no decís nada? ¿Cuál es, según vosotros, la definición más apropiada? Unos dicen una, otros otra. Sólo callan Santiago de Alfeo y Juan. -¿Y vosotros dos? ¿No aprobáis ninguna de ellas? – dice Jesús para moverlos a hablar. -No. Sentimos en todas algo de verdad, o mucho de verdad. Pero sentimos también que falta la verdad más verdadera. -¿Y no sabéis encontrarla? -Quizás yo y Juan la hemos encontrado. Pero nos parece casi una blasfemia el decirla, porque… Somos unos buenos israelitas y tememos tanto a Dios, que casi no podemos pronunciar su Nombre. Y el pensar que, si el hombre del pueblo elegido, el hombre hijo de Dios, no puede pronunciar casi el Nombre bendito y crea nombres sustitutivos para nombrar a su Dios, el que pueda Satanás osar perjudicar a Dios nos parece pensamiento blasfemo. Y, no obstante, sentimos que el dolor es siempre activo contra ti porque Tú eres Dios y Satanás te odia. Te odia como ningún otro. Tú encuentras el odio, hermano mío, porque eres Dios – dice Santiago. -Sí, encuentras el odio porque eres el Amor. No es que los fariseos o los rabíes, o éste o aquél, o por éste o por aquél, se alcen para hacerte sufrir. Sino que es el Odio el que inviste de sí a los hombres y los lanza contra ti, lívidos de odio, porque con tu amor arrancas demasiadas víctimas al Odio – dice Juan. -A las muchas definiciones les falta todavía una cosa. Buscad la razón más verdadera. La razón por la cual he…» anima Jesús.Pero ninguno la encuentra. Piensan, piensan. Se rinden, diciendo: -No la encontramos… -¡Es tan simple! Está siempre ante vosotros. Resuena en las palabras de nuestros libros, en las figuras de nuestras historias… ¡Animo, buscad! En todas vuestras definiciones hay algo de verdad, pero falta la primera razón. Buscadla no en nuestros días, sino en el pasado más lejano, antes de los profetas, antes de los patriarcas, antes de la creación del Universo… Los apóstoles están pensativos… pero no hallan la razón. Jesús sonríe. Luego dice: -Pues, si recordarais mis palabras, encontraríais la razón. Pero podéis recordar todo todavía. Eso sí, un día recordaréis. Escuchad. Remontemos juntos el curso de los siglos, hasta más allá de los límites del tiempo. Vosotros sabéis quién fue el que dañó el espíritu del hombre. Satanás, la Serpiente, el Adversario, el Enemigo, el Odio. Llamadlo como queráis. Pero ¿por qué lo dañó? Por una gran envidia: la de ver al hombre destinado al Cielo del que él había sido expulsado. Deseó para el hombre el mismo destierro que había recibido. ¿Por qué había sido expulsado? Por haberse rebelado contra Dios. Esto lo sabéis. ¿Pero en qué? En la obediencia. En el principio del dolor hay una desobediencia. Y entonces, ¿no es también necesariamente lógico que lo que restablezca el orden, que es siempre alegría, sea una obediencia perfecta? Obedecer es difícil, especialmente si se trata de una materia grave. Lo difícil produce dolor a aquel que lo lleva a cabo. Pensad, pues, si Yo, al que el Amor solicitó si quería devolver la alegría a los hijos de Dios, no tendré que sufrir infinitamente, para llevar a cabo la obediencia al Pensamiento de Dios. Yo, pues, debo sufrir para vencer, para borrar no uno o mil pecados, sino el propio Pecado por excelencia que, en el espíritu angélico de Lucifer o en el que animaba a Adán, fue y será siempre hasta el último hombre, pecado de desobediencia a Dios. Vosotros, hombres, debéis obedecer limitadamente a eso poco – os parece mucho pero es muy poco- requerido por Dios, que, en su justicia, os pide solamente aquello que podéis dar. Vosotros, de lo que Dios quiere, conocéis solamente lo que podéis cumplir. Pero Yo conozco todo su Pensamiento, respecto a los grandes y pequeños acontecimientos. Yo no tengo puestos límites en el conocimiento ni en la ejecución. El amoroso sacrificador, el Abraham divino, no exime a su Víctima e Hijo suyo. Es el Amor no satisfecho y ofendido el que exige reparación y ofrecimiento. Y, aunque viviera millares de años, nada sería, si no consumara el Hombre hasta la última fibra; de la misma forma que nada habría sido, si ab aeterno no hubiera dicho Yo “sí” al Padre mío, disponiéndome a obedecer como Dios Hijo y como Hombre, en el momento que mi Padre considerara bueno. La obediencia es dolor y es gloria. La obediencia, como el espíritu, no muere nunca. En verdad os digo que los verdaderos obedientes serán dioses, aunque después de una lucha continua contra sí mismos, contra el mundo y contra Satanás. La obediencia es luz. Cuanto más se es obediente, más luminoso se es y más se ve. La obediencia es paciencia, y, cuanto más se es obediente, más se soportan las cosas y a las personas. La obediencia es humildad, y, cuanto más obediente se es, más humilde se es para con nuestro prójimo. La obediencia es caridad porque es un acto de amor, y, cuanto más obediente se es, más numerosos y perfectos son los actos. La obediencia es heroísmo. Y el héroe del espíritu es el santo, el ciudadano de los Cielos, el hombre divinizado. Si la caridad es la virtud en que uno encuentra a Dios Uno y Trino, la obediencia es la virtud en que soy hallado Yo, vuestro Maestro. Haced que el mundo os reconozca como discípulos míos por una obediencia absoluta a todo lo santo. Llamad a Judas. Tengo que decirle algo también a él… Judas acude. Jesús señala al panorama que se estrecha a medida que bajan, y dice: -Una pequeña parábola para vosotros, futuros maestros de espíritu. Cuanto más subáis por el camino de la perfección, que es arduo y penoso, más veréis. Antes veíamos las dos llanuras, filistea y de Sarón, con sus muchos pueblos y campos y árboles frutales, e incluso un azul lejano, que era el gran mar, y el Carmelo verde allá en el fondo. Ahora no vemos más que un poco. El horizonte se ha estrechado y se seguirá estrechando, hasta desaparecer en el fondo del valle. Lo mismo sucede con quien desciende en el espíritu en vez de subir. Su virtud y sabiduría se van haciendo cada vez más limitadas, y restringido su juicio hasta quedar anulado. En ese momento, un maestro de espíritu ha muerto en orden a su misión. Ya ni discierne ni guía. Es un cadáver y, de la misma manera que se ha corrompido, puede corromper. La bajada, a veces, es estimulante, casi siempre lo es, porque abajo hay satisfacciones de los apetitos. También nosotros bajamos al valle en busca de descanso y alimento. Pero, si ello es necesario para nuestro cuerpo, no es necesario satisfacer los apetitos de la carne y la desgana del espíritu, bajando a los valles de la sensualidad moral y espiritual. Sólo en un valle se concede poner pie: en el de la humildad. Y es porque a éste el mismo Dios desciende a raptar al espíritu humilde para elevarlo hasta Él. Quien se humilla será enaltecido. Cualquier otro valle es letal, porque aleja del Cielo». -¿Me has llamado para esto, Maestro? -Para esto. Has hablado mucho con los que te preguntaban. -Sí, y no merece la pena; son más duros de mente que los mulos. -Y Yo he querido expresar un pensamiento donde todo quede reflejado. Para que puedas nutrir tu espíritu. Judas lo mira confundido. No sabe sí es un don o un reproche. Los otros, que no se habían percatado de la conversación de Judas con los seguidores, no comprenden que Jesús está reprendiendo a Judas por su soberbia. Y Judas prefiere prudentemente llevar la conversación por otros derroteros, así que pregunta: -¿Maestro, Tú que piensas? ¿Esos romanos, y lo mismo el hombre de Petra, que han tenido un contacto muy limitado contigo, podrán llegar alguna vez a tu doctrina? ¿Y aquel Alejandro? Se marchó… No volveremos a verlo. Y éstos lo mismo. Se diría que en ellos hay una instintiva búsqueda de la verdad, pero están sumergidos hasta el cuello en el paganismo. ¿Lograrán alguna vez concluir alguna cosa buena? -¿Quieres decir encontrar la Verdad? -Sí, Maestro. -¿Y por qué no iban a lograrlo? -Porque son pecadores. -¿Sólo ellos son pecadores? ¿Entre nosotros no hay pecadores?-Muchos, lo admito. Pero precisamente lo que yo digo es que si nosotros, nutridos de sabiduría y verdad ya desde hace siglos, somos pecadores y no conseguimos hacernos justos y seguidores de la Verdad que representas, ¿cómo podrán hacerlo ellos, si están saturados de impurezas? -Todos los hombres, cualquiera que fuera el punto del que partieran, pueden llegar a alcanzar y poseer la Verdad, o sea, a Dios Cuando no hay soberbia de la mente ni depravación de la carne, sino sincera búsqueda de la Verdad y de la Luz, pureza de finalidad y anhelo de Dios, una criatura está ciertamente en el camino de Dios. -Soberbia de la mente… y depravación de la carne… Maestro… entonces… -Continúa tu pensamiento, que es bueno. Judas elude continuar, y dice: -Entonces ellos no pueden alcanzar a Dios, porque son unos depravados. -No era eso lo que querías decir, Judas. ¿Por qué has amordazado tu pensamiento y tu conciencia? ¡Oh, qué difícil es que el hombre suba a Dios! Y el obstáculo mayor está en sí mismo, que no quiere confesar y reflexionar sobre sí mismo y sus defectos. Verdaderamente también Satanás es calumniado muchas veces, cargándole a él toda causa de ruina espiritual. Y más calumniado aún es Dios, al cual se le cargan todos los hechos que suceden. Dios no viola la libertad del hombre. Satanás no puede prevalecer contra una voluntad asentada en el Bien. En verdad os digo que setenta veces sobre cien el hombre peca por su voluntad. Y -no se considera esto, pero es así- y no se restablece de su pecado porque evita el examinarse, y a pesar de que la conciencia, con imprevisto impulso, se yergue dentro de él y grita las verdades que él no ha querido meditar, el hombre ahoga ese grito, borra esa figura que, severa y dolorosa, se yergue delante de su intelecto, modifica con esfuerzo su pensamiento influido por la voz acusadora, y no quiere decir, por ejemplo: «Pero entonces nosotros, yo, no podemos alcanzar la Verdad, porque tenemos soberbia de la mente y corrupción de la carne». Sí, en verdad, en nuestro pueblo no se camina hacia la senda de Dios, porque en nuestro pueblo hay soberbia de la mente y corrupción de la carne. Una soberbia que es verdaderamente imitadora de la satánica, tanto que se juzgan u obstaculizan las acciones de Dios cuando son contrarias a los intereses de los hombres y de los partidos. Y este pecado hará de muchos de Israel réprobos eternos. -Bueno, pero no somos todos así. -No. Todavía hay espíritus buenos, en todos los niveles; más numerosos entre los humildes del pueblo que entre los doctos y ricos, pero los hay. Mas ¿cuántos son?, ¿cuántos, respecto a este pueblo de Palestina al que desde hace casi tres años evangelizo y favorezco, y por el cual me consumo? Hay más estrellas en una noche nubosa que en Israel espíritus deseosos de venir al Reino mío. -¿Y los gentiles, esos gentiles, irán? -No todos, pero sí muchos. Incluso entre mis propios discípulos algunos no perseverarán hasta el final. ¡Pero no nos preocupemos de los frutos que, podridos, caen de la rama! Tratemos, hasta cuando se pueda, de impedir que se pudran, con la dulzura, con la firmeza, con la recriminación y el perdón, con la paciencia y la caridad. Luego, si dicen «no» a Dios y a los hermanos que quieren salvarlos, y se arrojan en los brazos de la Muerte, de Satanás, y mueren impenitentes, bajemos la cabeza y ofrezcamos a Dios nuestro dolor por no haberlo podido alegrar con esa alma, salvándosela. Todos los maestros tienen experiencia de estas derrotas; las cuales también son útiles, para mantener mortificado el orgullo del maestro de almas y probar la constancia de éste en el ministerio. La derrota no debe cansar la voluntad del educador de espíritus. Es más, debe impulsarlo a hacer más y mejor, en el futuro. -¿Por qué has dicho al decurión que lo vas a volver a ver en un monte? ¿Cómo puedes saberlo? Jesús mira a Judas con una mirada larga y extraña, mezcla de tristeza y sonrisa juntas, y dice: -Porque será uno de los que estén presentes en mi exaltación, y dirá al gran doctor de Israel una severa palabra verdadera. Y desde ese momento comenzará su seguro camino hacia la Luz. Pero ya estamos en Gabaón. Que Pedro vaya con otros siete a anunciarme. Voy a hablar enseguida, para despedir a los que me han seguido desde los pueblos cercanos. Los demás permanecerán conmigo hasta después del sábado. Tú, Judas, estáte con Mateo, Simón y Bartolomé. (No he reconocido en el decurión a ninguno de los soldados presentes en la Crucifixión. Pero debo decir también que centrada en la observación atenta de mi Jesús, no me di mucha cuenta de ellos. Eran, para mí, un grupo de soldados encargados de hacer ese servicio. Nada más. Y además, cuando habría podido observarlos mejor porque «todo estaba consumado», había una luz tan no luz que sólo las caras muy familiares podían ser reconocidas. De todas formas, por las palabras de Jesús pienso que es ese soldado que dice a Gamaliel algunas palabras que no recuerdo y que no puedo verificar, porque estoy sola y no puedo pedir a nadie que me dé el cuaderno de la Pasión).