Jesús habla cabe la fuente de En Royel, lugar en que hicieron un alto los tres Sabios.
Jesús regresa de Betania por el camino bajo (empleo esta palabra para referirme al más largo, que no pasa por el Monte de los Olivos y que entra en la ciudad pasando por el barrio de Tofet). Primero se detiene para ofrecer unas ayudas a los leprosos que no han sabido pedirle más que pan. Luego va derecho a un amplio receptáculo cuadrangular, cubierto, cerrado por todos los lados menos por uno. Un pozo, un pozo grande cubierto, el más grande que he visto. Es más grande que el de la Samaritana, y debe ser también más rico en aguas, porque el suelo de alrededor acusa su nutrición y muestra mucha fertilidad, en contraste con el árido y sepulcral valle de Hinnon, que se vislumbra de refilón al noroeste. Sólo una construcción de sólida piedra, como es la del pozo y su cubierta, habría podido resistir a la humedad del suelo. Y las piedras -no hace falta ser expertos para considerarlas antiguas- resisten, oscuras y robustas, como protección del agua preciosa. A pesar del aspecto tétrico del día, y a pesar de la proximidad de los sepulcros de los leprosos, que infunden siempre en las cercanías una gran tristeza, el lugar es sereno, sea por su gran fertilidad, sea porque tiene detrás, al norte, vastos jardines, ricos en árboles de todo tipo, que alzan sus tupidas copas contra el fondo del cielo pardo que se abate sobre la ciudad; y, delante, al sur, el valle del Cedrón, que ensancha su lecho y se hace más nutrido de aguas, de la misma forma que el valle se hace más alegre y rico en luz, siguiendo el camino que va a Betania y a Jericó por un buen trecho. Mucha gente (mujeres con ánforas, asnerizos con cubos, caravanas que van a salir o que están llegando) se paran junto al pozo y sacan agua. Un largo trecho de suelo está húmedo por los cubos que gotean cuando se vierte su contenido en los recipientes. Tranquilidad y dulces voces de mujeres, gorjeantes vocecitas de niños, voces graves, roncas, fuertes de hombres, rebuznos de burros y estridentes gritos de camellos que, acoclados bajo su carga, esperan a que el camellero vuelva con el agua. Una escena muy típica, en un ocaso fosco, en que el cielo tiene extrañas pinceladas de un amarillo innatural, improviso, que esparce una luz extraña sobre todas las cosas; mientras, más arriba, nubes densas y plúmbeas se encabalgan corriendo hacia Occidente. Las partes más altas de la ciudad, con esa luz extraña contra el fondo del horizonte plúmbeo estriado con pinceladas sulfúreas, son espectrales. -Esto es todo agua, y viento… – sentencia Pedro, y pregunta: -¿A dónde vamos esta noche? -A casa del hombre de los jardines. Mañana subo al Templo y… -¿Todavía? ¡Mira bien lo que haces! Sería mejor que aceptaras la invitación de los libertos a su sinagoga – aconseja Simón Zelote. -Entonces, sinagoga por sinagoga; hay otras, ¡y que han dado muestras de desear su presencia! ¿Por qué tienen que ser ellos? – dice Judas de Keriot. -Porque son los más seguros. Y la razón se comprende sin que yo la diga – rebate el Zelote. -¡Seguros! ¿Qué es lo que te da esa certeza? -El hecho de que han sabido permanecer fieles, a pesar de lo que han pasado.-No discutáis entre vosotros. Mañana voy a subir al Templo. Ya lo he dicho. Ahora, quedémonos aquí un poco. Siempre es un lugar de buena evangelización. -No más que otro. No sé por qué lo prefieres. -¿Que por qué, Judas? Por muchas razones que diré a los que se están congregando, y por una que os digo a vosotros en particular. En este pozo de la fuente de Royel se detuvieron, inseguros y contrariados los tres Sabios de Oriente, pues que había desaparecido la estrella que los había guiado desde tan lejos. Cualquier otro hombre habría dudado de Dios y de sí mismo. Ellos estuvieron en oración hasta el alba, junto a sus cansados camellos (los únicos que estaban despiertos, entre los servidores que dormían). Y luego, al alba, se alzaron y se dirigieron a las puertas, desafiando el peligro de ser tomados por locos y agitadores, desafiando también el peligro de morir. Recordad que reinaba Herodes, el sanguinario. Y bastaba mucho menos de la frase que los Sabios querían decirle para que les decretara su muerte. Pero ellos me buscaban a mí. No buscaban gloria, riquezas, honores. Me buscaban a mí, sólo a mí. A un niño: a su Mesías, a su Dios. La búsqueda de Dios, siendo buena, proporciona siempre todas las ayudas y todo el coraje. Los miedos, las cosas bajas, son la herencia de los que sueñan cosas bajas. Ellos aspiraban a adorar a Dios. Este amor suyo los hacía fuertes. Y, pocas horas después, el amor tuvo un premio, porque aquí, en la noche lunar, reapareció la estrella ante sus ojos. Nunca le falta la estrella de Dios a quien con justicia y amor lo busca. ¡Los tres Sabios! Hubieran podido quedarse entre los falsos honores que Herodes les daba, después de la respuesta de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas y doctores. Y estaban muy cansados… Pero no se quedaron ni siquiera una noche, y, antes de que se cerraran las puertas, salieron para esperar aquí al alba. Luego… no el alba solar, sino el alba de Dios apareció de nuevo para hacer de plata el camino. La estrella los llamó con sus luces y ellos fueron a la Luz. ¡Bienaventurados! ¡Bienaventurados ellos y quien sabe imitarlos! Los apóstoles y Margziam con Isaac están centrados en escuchar, con ese rostro feliz que tienen siempre que Jesús evoca su nacimiento; e Isaac, absorto, suspira, sonríe ante este recuerdo… con un rostro extático, lejano del lugar y del tiempo, regresando a más de treinta años antes, a aquella noche, a aquella estrella que ciertamente vio entre su rebaño… Más gente se ha acercado, porque el camino es de mucho tránsito, y está escuchando; y alguno recuerda la fantástica caravana, y la noticia que trajo… y las consecuencias de ella. -Éste siempre es lugar de consejo. La historia siempre se repite. Este siempre es lugar de prueba. Para los buenos, para los malos. Pero toda la vida es una prueba de la fe y justicia del hombre. Os recuerdo la fidelidad de Jusay, de Sadoq y Abiatar, de Jonatán y Ajimaas, que de este lugar partieron para salvar a su rey y fueron protegidos por Dios porque obraban con justicia. Os recuerdo (2 Samuel 17 y en 1 Reyes 1) un hecho relacionado con este mismo lugar y que no tuvo buenas consecuencias por tratarse de un abuso y, por tanto, no estar bendecido por Dios. Junto a la piedra de Zojélet, cerca de la fuente de Royel, Adonías conspiró contra la voluntad de su padre y se hizo proclamar rey por los de su partido. Pero el abuso no lo favoreció, porque, antes del final del banquete, los gritos de hosanna que resonaban en Guijón le notificaron -aún antes de que Jonatán de Abiatar hablara-, que Salomón era rey, y él, que había querido usurpar el trono, debía confiar sólo en la misericordia de Salomón. Demasiados repiten el gesto de Adonías y se oponen al verdadero Rey, o conjuran contra Él siguiendo el partido aparentemente más fuerte. Y demasiado pocos, actuando así, sabrán luego abrazarse al altar pidiendo perdón y confiando en la misericordia de Dios. ¿Podremos, nosotros que hemos considerado tres sucesos de este pozo, decir que el lugar está sujeto a influjos buenos o no buenos? No. No el lugar. No el tiempo. No los sucesos, sino la voluntad del hombre es la que turba las acciones del hombre. En Royel ha visto la fidelidad de los súbditos de David y el pecado de Adonías, de la misma forma que ha visto la fe de los tres Sabios. Es el mismo pozo. En sus piedras se han apoyado y en sus aguas han apagado su sed Jonatán y Ajimaas, como Adonías y los suyos, como los tres Sabios. Pero el agua y las piedras han visto tres cosas distintas: la fidelidad al rey David, la traición al rey David, la fidelidad a Dios y al Rey de los reyes. Es siempre la voluntad del hombre la que hace cumplir el bien o el mal. Y sobre la voluntad del hombre proyecta sus luces la voluntad de Dios, y sus vapores venenosos la voluntad de Satanás. Del hombre depende el acoger la luz o el veneno y venir a ser justo o pecador. En este pozo está colocado un guardián para que nadie corrompa las aguas. Y, además del guardián, le han sido dados unas paredes y un techo, para que el viento no meta dentro de él hojas y cosas sucias que contaminen las preciosas aguas. También ha puesto Dios un guardián al hombre: la voluntad inteligente y consciente del hombre; y protecciones: los mandamientos y los consejos angélicos, para que el espíritu del hombre no fuera corrompido consciente o inconscientemente. Pero cuando el hombre corrompe su conciencia, su intelecto, no escucha las inspiraciones del Cielo, pisotea la Ley, es como si fuera un guardián que dejara sin custodia el pozo, o como un demente que desmantelara sus defensas. Deja libre el campo a los enemigos satánicos, a las concupiscencias del mundo y de la carne, y a las tentaciones que, aunque no sean secundadas después, siempre es prudente tenerlas vigiladas y rechazarlas. Hijos de Jerusalén, hebreos, prosélitos, viandantes que el destino ha reunido aquí a escuchar la voz de Dios, sed sabios, con la verdadera sabiduría, que es saber defender el propio yo de las acciones que deshonran al hombre. Veo aquí a muchos gentiles. A ellos les digo que no existen sólo las riquezas y las mercancías como únicas cosas que conquistar, sino que hay otra cosa que hay que conquistar: la vida para la propia alma. Porque el hombre tiene un alma dentro de sí, una cosa impalpable, pero que es la que le hace vivir, una cosa que no muere ni siquiera cuando la carne ha muerto, una cosa que tiene derecho a vivir su verdadera, eterna vida, y no la puede vivir sí el hombre mata su verdadero yo con sus malas acciones. La idolatría y el gentilismo no son insuperables. El sabio medita y dice: «¿Por qué tengo que seguir a unos ídolos y vivir sin esperanza de una vida más buena, mientras que, yendo al verdadero Dios, puedo conquistar la alegría para toda la eternidad?». El hombre es avaro de sus días y la muerte le causa horror. Cuanto más envuelto está en las tinieblas de falsas religiones o en la no fe, más teme a la muerte. Pero el que viene a la verdadera Fe pierde el terror a la muerte, porque sabe que más allá de la muerte hay una vida eterna, donde los espíritus se volverán a encontrar y no habrá ya ni dolores ni separaciones. No es difícil seguir el camino de la Vida. Basta creer en el único verdadero Dios, amar al prójimo y amar la honestidad en todas las acciones. Vosotros, de Israel, sabéis cuáles son las cosas mandadas y cuáles las prohibidas. Pero Yo digo a estos que escuchan y que llevarán lejos, consigo, mis palabras, cuáles son estas cosas… (y dice el Decálogo). La verdadera religión está en esto, no en los sacrificios vanos y pomposos. Obedecer a los preceptos de una moral perfecta, de una virtud sin defecto, usar misericordia, eludir lo que deshonra al hombre, dejar las vanidades, las adivinaciones del error, los augurios falaces, los sueños de los malvados, como dice el libro sapiencial (Eclesiástico 34, 1-8); usar con justicia los dones de Dios, o sea, la salud, la prosperidad, las riquezas, la inteligencia, el poder; no tener soberbia, que es signo de necedad, porque el hombre vive, está sano, es rico o sabio o poderoso mientras Dios se lo concede; no tener deseos inmoderados que algunas veces llevan incluso al delito; vivir, en una palabra, como hombres y no como los animales, por dignidad incluso hacia uno mismo. Bajar es fácil; subir de nuevo, difícil. Pero, ¿quién querría vivir en un abismo fétido sólo por el hecho de haber caído en él, y no trataría de dejarlo subiendo hasta su sumidad florida y llena de sol? En verdad os digo que la vida del pecador está situada en un abismo, y también la vida que vive en el error. Pero aquellos que acogen la Palabra de la verdad y van a la Verdad suben a la sumidad, a la Luz. Id ahora todos a vuestro lugar de destino. Y recordad que, junto a la fuente de En Royel, la Fuente de la Sabiduría os ha dado de beber sus aguas para que tengáis otra vez sed y a Ella volváis. Jesús se abre paso y se encamina hacia la ciudad, dejando a la gente comentando, preguntando, respondiendo.