Hacia la orilla occidental del Jordán.
Jesús está de nuevo en camino. Ha dado la espalda al norte y ahora bordea los meandros del río en busca de alguien que lo pase a la otra orilla. Está acompañado de los suyos, que evocan los acontecimientos de los pocos días pasados en el pueblecito y en la casa de Salomón. Según lo que entiendo, han estado allí hasta que se ha difundido entre los ambientes enemigos la voz de la presencia del Maestro en ese lugar; entonces, se han marchado, dejando al anciano Ananías, sereno en su pobreza ya no desconsolada, como custodio de la casita, ahora de nuevo en orden. -Esperemos que los estados de ánimo permanezcan como al presente – dice Bartolomé. -Si vamos y venimos como el Maestro dice, los mantendremos en esas disposiciones – responde Judas de Alfeo. -¡Pobre anciano! Lloraba. Ha cogido cariño… -Y me ha gustado su último discurso. ¿Verdad, Maestro, que habló sabiamente? – dice Santiago de Zebedeo. -¡Santamente ha hablado, yo digo! – exclama Tomás. -Sí. Y tendré presente su deseo – responde Jesús. -¿Pero qué ha dicho exactamente? Yo estaba fuera con Juan para decirle a la madre de Micael que se acordara de hacer lo que el Maestro había dicho, y no sé exactamente – dice el Iscariote. -Ha dicho: «Señor, si pasas por el pueblo de mi nuera, dile que no le guardo rencor y que estoy contento por no ser ya un desamparado, porque así será menor para ella el juicio de Dios. Dile que eduque a mis nietos en la fe del Mesías porque así los tendré conmigo en el Cielo, y en cuanto esté en la paz pediré por ellos y por su salud». Y lo voy a decir. Voy a buscar a la mujer y se lo voy a decir, porque es una cosa buena – dice Jesús. -¡Ni una palabra acusatoria! A1 contrario, se congratula porque, no muriendo ya de hambre y desamparo, disminuye el pecado de la mujer. ¡Es admirable! – observa Santiago de Alfeo. -¿Pero disminuirá realmente a los ojos de Dios la culpa de la nuera? ¡No está tan clara la cosa! – dice Judas de Alfeo. Pareceres contrarios. Mateo se dirige a Jesús: -¿Tú que piensas, Maestro? ¿Las cosas seguirán como antes o cambiarán? -Cambiarán… -¿Ves como tengo razón yo?… – dice Tomás victorioso. Pero Jesús hace un gesto de que le dejen hablar y dice: -Cambiarán para el anciano: de la misma forma que han cambiado en la Tierra por su dulzura indulgente, cambiarán en el Cielo. Para la mujer no cambiarán: su pecado sigue gritando en la presencia de Dios; sólo arrepintiéndose podría modificarse el juicio severo. Y se lo voy a decir. -¿Dónde vive? -En Masada, con sus hermanos. -¿Y quieres ir hasta allí? -También hay que evangelizar esos lugares… -¿Y a Keriot’? -Desde Masada subiremos a Keriot. Luego iremos a Yuttá, a Hebrón, Betsur, Béter, para subir de nuevo a Jerusalén para Pentecostés. -Masada es un sitio de Herodes… -¿Qué importa? Es una fortaleza, pero él no está allí. ¡Y aunque estuviera!… La presencia de un hombre no me podrá impedir ser el Salvador. -Pero ¿por dónde atravesamos el río?-A la altura de Guilgal. Desde allí seguiremos adelante bordeando los montes. Las noches son frescas y la nueva luna de Ziv está luminosa en cielo sereno. -Si vamos por esos lugares, ¿por qué no vamos al monte donde ayunaste? Bueno es que todos lo conozcamos bien – dice Mateo. -Iremos también allí. ¡Ah, ahí hay una barca! Contratad el pasaje para que podamos cruzar a la otra parte.