Fuga de Esebón y encuentro con un mercader de Petra.
No veo la ciudad de Esebón. Jesús con los suyos salen ya de ella. Por las caras de los apóstoles, comprendo que ha sido una desilusión. Los sigue o, mejor, los acosa, algunos metros más atrás, una turba vociferante y amenazadora… -Estos lugares en torno al Mar Salado son malditos como el mismo mar – dice Pedro. -¡Este lugar! Sigue siendo el mismo que en el tiempo mosaico, y Tú eres demasiado bueno como para castigarlo como fue castigado entonces. Es lo que haría falta. Y subyugarlos con las potencias del Cielo y con las de la Tierra. A todos. Hasta el último hombre y hasta el último rincón – dice Natanael inquieto, con un brillo de indignación en sus ojos hundidos. La raza hebrea resalta fuertemente en el apóstol, delgado y viejo, bajo el ímpetu de la indignación, y le hace parecerse mucho a los muchos rabíes y fariseos que se oponen siempre a Jesús. El cual se vuelve y alza la mano diciendo: -¡Paz! ¡Paz! Ellos también serán atraídos hacia la Verdad. Pero se requiere paz, se requiere conmiseración. Nunca hemos venido aquí. No nos conocen. Otros lugares fueron así la primera vez, pero luego cambiaron. -Es que éstos son lugares como Masada. ¡Vendidos! Volvamos al Jordán -insiste Pedro. Pero Jesús va por la vía miliaria, que han vuelto a tomar, en dirección sur. Los más encendidos contra Él lo siguen acosando, atrayendo la atención de los viandantes. Uno -debe ser un rico mercader, o por lo menos uno que trabaja para un mercader- que guía una larga caravana dirigida hacia el norte observa estupefacto y para su camello; y con el suyo se paran todos los demás. Mira a Jesús, mira a los apóstoles, de aspecto tan inerme y benigno, y mira a los vociferadores amenazantes que están llegando, y les pregunta con curiosidad. No oigo sus palabras, pero sí las gritadas como respuesta: -¡Es el Nazareno maldito, loco, endemoniado! ¡No lo queremos dentro de nuestros muros! El hombre no pregunta más. Vuelve su camello, grita algo a uno de los suyos que le seguía cerca, e incita al animal, que en pocas zancadas alcanza a los apóstoles. -En nombre de vuestro Dios, ¿quién de entre vosotros es Jesús el Nazareno? – pregunta a los apóstoles Mateo, Felipe y Simón Zelote, y a Isaac, que están en el último grupito. -¿Por qué lo preguntas? ¿Tú también para atormentarlo? ¿No bastan sus compatriotas? ¿Tú también te incluyes? – dice muy inquieto Felipe. -Soy mejor que ésos. Y solicito gracia. No me rechacéis. Lo pido en nombre de vuestro Dios. Algo que hay en la voz del hombre convence a los cuatro, y Simón dice: -El primero delante de todos, junto con los dos más jóvenes. El hombre incita de nuevo a su animal, porque Jesús, ya delante, ha ido más adelante todavía durante el breve diálogo que El ignora. -¡Señor!… Escucha a un desdichado… – dice en cuanto le da alcance. Jesús, Juan y Margziam se vuelven, asombrados. -¿Qué quieres? -Soy de Petra, Señor. En representación de otros paso las mercancías que vienen desde el Mar Rojo hasta Damasco. No soy pobre, pero es como si lo fuera. Tengo dos hijos, Señor, y han contraído una enfermedad en los ojos, y están ciegos; uno, completamente -el primero que ha enfermado-; el otro, casi ciego, y pronto del todo. Los médicos no hacen milagros, pero Tú sí. -¿Cómo lo sabes? -Conozco a un rico mercader que te conoce. Cuando va de camino, hace un alto en mi recinto. Alguna vez incluso le sirvo. Me dijo, al ver a mis hijos: «Sólo Jesús de Nazaret los podría curar. Búscalo». Te habría buscado. Pero tengo poco tiempo y debo seguir los caminos más indicados. -¿Cuándo viste a Alejandro? -Entre las dos fiestas vuestras de primavera. Desde entonces he hecho otros dos viajes, pero no te he encontrado nunca. ¡Señor, ten piedad!-Hombre, Yo no puedo bajar a Petra, ni tú puedes dejar la caravana… -Sí que puedo. Arisa es de fiar. Le mando que prosiga lentamente y yo vuelo a Petra. Tengo un camello más veloz que el viento del desierto y ágil como una gacela. Tomo a los hijos y a otro siervo fiel. Te alcanzo. Tú los curas… ¡Oh! ¡La luz a sus ojos de estrellas negras, ahora cubiertos de densas nubes! Y prosigo mientras ellos vuelven donde su madre. Veo que sigues caminando, Señor. ¿A dónde te diriges? -Iba a Debón… -No vayas. Está llena de… de los de Maqueronte. Lugares malditos, Señor. No te substraigas a los infelices para darte a los malditos. -Lo que decía yo – refunfuña entre dientes Bartolomé, y muchos le dan la razón. En este momento están ya todos alrededor de Jesús y del hombre de Petra. Los habitantes de Esebón, por el contrario, visto que la caravana parece benigna para con el Perseguido, se vuelven para atrás. La caravana, parada, espera el desenlace y la decisión. -Hombre, si no voy por las ciudades del Mediodía, vuelvo mis pasos hacia Septentrión. Y no es seguro que te complazca. -Sé que soy abyecto para vosotros de Israel. Soy incircunciso, no merezco ser complacido. Pero Tú eres el Rey del mundo, y en el mundo estamos también nosotros… -No es eso. Es… ¿Cómo puedes creer que Yo haga lo que no han podido hacer los médicos? -Porque Tú eres el Mesías de Dios y ellos son hombres. Tú eres el Hijo de Dios. Me lo ha dicho Misax y yo lo creo. Tú puedes hacer todo, incluso para un pobre como soy yo. La respuesta es segura, y el hombre la completa dejándose deslizar hasta el suelo sin siquiera hacer arrodillar a su camello, y se prosterna todo él en el polvo. -Tu fe es mayor que la de muchos. Ve. ¿Sabes dónde está el Nebo? -Sí, Señor. Aquel monte es el Nebo. Nosotros también sabemos acerca de Moisés. ¡Grande! Demasiado grande para no conocerlo. Pero Tú, más grande. Como una roca respecto al monte es el parangón entre Moisés y Tú. -Ve a Petra. Yo te esperaré en el Nebo… -Hay un pueblo al pie para los visitantes del monte. Y hay posadas… Estaré allí dentro de diez días lo más. Forzaré al animal, y si el que te envía me protege no encontraré tempestades. -Ve. Y vuelve lo antes que puedas. Debo ir a otro lugar… -¡Señor! Yo… no soy circunciso. Mi bendición es para ti un oprobio. Pero la de un padre no es oprobio nunca. Te bendigo y me marcho. Toma un pequeño silbato de plata y silba tres veces. El hombre que está a la cabeza de la caravana viene al galope. Hablan entre sí. Se saludan. Luego el hombre vuelve a la caravana, la cual reanuda la marcha. El otro sube de nuevo a su camello y se marcha hacia el sur al galope. Jesús y los suyos se ponen en camino otra vez. -¿Vamos justamente al Nebo? -Sí. Dejamos las ciudades y subimos por las laderas de los montes Abarim. Habrá muchos pastores. Por ellos sabremos cuál es el camino para el monte Nebo; y ellos, por nosotros, cuál es el Camino para el monte de Dios. Y luego nos detendremos algunos días, como hicimos en los montes de Arbela y en el Carít. -¡Qué bonito será! Y nos haremos mejores. De esos lugares siempre hemos bajado más fuertes y mejores – dice Juan. -Y nos hablarás de todo lo que el Nebo recuerda. Hermano, ¿te acuerdas, cuando éramos niños, de un día en que hiciste de Moisés bendiciendo, antes de morir, a Israel? – dice Judas de Alfeo. -Sí. ¿Y de que tu Madre gritó al verte extendido como muerto? Ahora vamos precisamente al Nebo – dice Santiago de Alfeo. -Y bendecirás a Israel. ¡Eres el verdadero Caudillo del Pueblo de Dios! – exclama Natanael. -Pero no mueres allí. Tú no mueres nunca, ¿no es verdad, Maestro? – pregunta Judas de Keriot con una extraña risita. -Yo moriré y resucitaré como está escrito. Muchos hombres morirán, pero no estarán muertos en ese día. Y, mientras que los justos resucitarán, aunque hayan muerto años antes, no resucitarán los que viven en la carne pero tengan el espíritu definitivamente muerto en ese día. Mira que no seas tú uno de éstos. -Y Tú mira que no te oigan repetir que resucitarás. Lo llaman blasfemia – rebate Judas de Keriot. -Es verdad. Y lo digo. -¡Qué fe, ese hombre! ¡Y aquel Misax! – dice el Zelote intentando desviar la conversación. -¿Pero quién es Misax?» preguntan los que no iban el año pasado en el viaje de la Transjordania. Y se alejan hablando de estas cosas, mientras Jesús reanuda, con Margziam y Juan, el tema interrumpido antes.