Exhortación a Judas Tadeo y a Santiago de Zebedeo después de una discusión con Judas Iscariote.
-¿Pero quieres ir por este camino?, ¿precisamente por éste? No me parece prudente por muchas razones…- objeta Judas Iscariote. -¿Cuáles? ¿No han venido, acaso, a mí, hasta Cafarnaúm, hombres de estos pueblos, buscando salud y sabiduría? ¿No son ellos también criaturas de Dios? -Sí… Pero… No es prudente para ti acercarte demasiado a Maqueronte… Es lugar infausto para los enemigos de Herodes. -Maqueronte está lejos. Y no tengo tiempo de ir hasta allá. Quisiera ir hasta Petra, e incluso más allá… Pero llegaré sólo a mitad de camino, y ni siquiera. De todas formas, vamos… -José te ha aconsejado… -Que estuviera por caminos vigilados. Éste es precisamente el camino de Transjordania, intensamente vigilado por los romanos. No soy un cobarde, Judas, y tampoco un imprudente. -Yo no me fiaría. No me alejaría de Jerusalén. Yo… -Pero déjalo al Maestro. Él es el Maestro y nosotros sus discípulos. ¿Pero cuándo se ha visto que el discípulo sea el que aconseje al Maestro? – dice Santiago de Zebedeo. -¿Cuándo? No hace años que tu hermano dijo al Maestro que no fuera a Acor y Él lo escuchó. Ahora que me escuche a mí. -Eres celoso y prepotente. Si mi hermano habló y fue escuchado, señal es que eran palabras justas y había que atenderlas. ¡Bastaba mirar a Juan aquel día para comprender que era justo darle oídos! -Con toda su sabiduría, nunca ha sabido defenderlo, y nunca sabrá hacerlo. Sin embargo, está reciente aún lo que hice yo yendo a Jerusalén. -Cumpliste con tu deber. Mi hermano también lo habría hecho en esas circunstancias; con otras maneras, porque no sabe mentir ni siquiera para cosas buenas, lo cual me alegra… -Me estás ofendiendo. Me estás llamando embustero… -¿Y quieres que te llame sincero, si mentiste con tanta habilidad sin cambiar de color! -Lo hacía… -Sí. Lo sé. ¡Lo sé! Para salvar al Maestro. Pero eso no va conmigo, ni con ninguno de nosotros. Preferimos la sencilla respuesta del anciano (Ananías). Preferimos guardar silencio y que nos llamen tontos, e incluso que nos maltraten, pero no mentir. Se empieza por una cosa buena y se acaba con una cosa no buena. -El malo, no yo; el necio, no yo. -¡Basta! Teniendo razón, acabáis en el yerro, un yerro distinto del que os impugnáis, porque es un yerro contra la caridad. Todos sabéis lo que pienso sobre la sinceridad. Y también lo que exijo en la caridad. Vamos. Estas disputas vuestras me son más penosas que los insultos de los enemigos. Y Jesús, visiblemente enojado, se pone a andar rápidamente, Él solo, por una calzada que, sin necesidad de ser arqueólogo, se comprende que ha sido hecha por los romanos, y que va hacia el sur, casi recta hasta donde alcanza la vista, entre dos cadenas de montes respetables. Calzada monótona, oscura a causa de las laderas boscosas que la cierran e impiden a la vista desplegarse hasta el horizonte; pero bien cuidada. De tanto en tanto, algún puente romano construido sobre torrentes y pequeños ríos, que, sin duda, bajan al Jordán o al Mar Muerto. No lo sé con exactitud, porque los montes me impiden ver hacia Occidente, donde deben estar el río y el mar. Y alguna caravana por la calzada, caravana que quizás sube desde el Mar Rojo para ir quién sabe a dónde, con muchos camellos y camelleros y mercaderes de raza visiblemente distinta de la hebrea. Jesús continúa delante, solo. Detrás, divididos en dos grupos, los apóstoles, cuchicheando unos con otros: los galileos, delante; detrás, los judíos, más Andrés, Juan y los dos discípulos que se han unido a ellos. Los dos grupos tratan, uno, de consolar a Santiago, que se ha quedado deprimido por la severa corrección del Maestro, otro, de convencer a Judas de no ser siempre tan obstinado y agresivo. Y los dos grupos están de acuerdo en aconsejar a los dos corregidos a ir donde el Maestro y hacer la paz con Él. -¿Yo? Hombre, pues voy enseguida. Sé que tengo razón. Conozco mis acciones. No he sido yo el que ha metido cizaña; así que voy – dice Judas Iscariote. Se muestra atrevido, yo diría descarado. Acelera el paso para alcanzar a Jesús. Me pregunto una vez más si en esos días estaba ya dispuesto a traicionar y conspiraba ya con los enemigos de Cristo… Santiago, por el contrario, que en el fondo es el menos culpable, está tan abatido por haber causado dolor al Maestro, que no se atreve a ir adelante. Mira a su Maestro, que ahora está hablando con Judas… Lo mira, y es vivo en su rostro el deseo de las palabras de perdón de Jesús. Pero su mismo amor, sincero, constante, fuerte, le hace parecer imperdonable su yerro.Ahora los dos grupos se han reunido, y también Simón Zelote, Andrés, Tomás y Juan dicen: -¡Venga, hombre! ¡Si no lo conocieras! ¡Ya te ha perdonado! – y, con mucha agudeza de juicio, Bartolomé, anciano y sabio, dice, poniendo la mano en el hombro de Santiago: -Yo te lo digo: por no suscitar otras disputas, os ha corregido imparcialmente a vosotros dos. Pero su corazón lo decía sólo a Judas. -¡Así es, Tolmái! Mi hermano se consume en soportar a ese hombre, al cual se empeña en querer convertirlo; y se cansa en tratar de mostrárnoslo… como nosotros somos. El es el Maestro, y yo… soy yo… Pero, si yo fuera Él, ciertamente el hombre de Keriot no estaría con nosotros – dice Judas Tadeo con centellas en esos hermosísimos ojos suyos que recuerdan a los de Cristo. -¿Tú piensas?, ¿sospechas? ¿Qué? – dicen varios. -Nada. Nada concretamente. Pero ese hombre no me gusta. -No te ha gustado nunca, hermano. Es una repulsa irracional, porque surgió con el primer encuentro. Tú me lo has confesado. Es contraria al amor. Deberías vencerla, aunque sólo fuera por dar una alegría a Jesús – dice, calmo y persuasivo, Santiago de Alfeo. -Tienes razón, pero… no soy capaz. Ven, Santiago, vamos juntos donde mi hermano – y Judas de Alfeo toma resueltamente el brazo de Santiago de Zebedeo y se lo lleva consigo. Judas los oye venir y se vuelve, y luego dice a Jesús algo. Jesús se para y los espera. Judas, con mirada maliciosa, observa al compungido apóstol. -Perdona, apártate un poco. Necesito hablar con mi Hermano – dice Judas Tadeo. La frase es amable, pero el tono con que la dice es muy seco. Una risita de Judas Iscariote, que luego se encoge de hombros y vuelve sobre sus pasos y se une a los otros. -Jesús, somos pecadores… – dice Judas Tadeo. -Yo soy pecador, no tú – susurra Santiago, cabizbajo. -Nosotros somos pecadores, Santiago, porque lo que tú has dicho yo lo he pensado, lo he aprobado, lo tengo en el corazón. Por tanto, yo también estoy en pecado. Porque de mi corazón sale -y ello contamina mi caridad- el juicio sobre Judas… Jesús, ¿no dices nada a tus discípulos que reconocen su pecado? -¿Qué debo decir que no sepáis ya? ¿Cambiáis, acaso, respecto a vuestro compañero, por mis palabras? -No. No más de lo que él cambie por las que Tú le dices – le responde, sincero, por sí y por los otros, su primo. -¡Deja, Judas, deja! Yo he errado. De mí se trata y debo ocuparme de mí, no de otros. Maestro, no estés enojado conmigo… -Santiago, Yo quisiera de ti, de todos, una cosa. Mucho dolor me causan las muchas incomprensiones que encuentro… las muchas resistencias obstinadas. Ya lo veis vosotros… Por cada lugar que me da alegría, tres no me la dan, y me expulsan como a un malhechor. Pero, esa comprensión, esa adhesión que los otros no me dan quisiera recibirla al menos de vosotros. Que el mundo no me ame, que me sienta asfixiado por todo este odio, por esta antipatía, enemistad, sospecha, que me rodea, y por todo tipo de indignidades, por los egoísmos, por todo lo que sólo mi amor infinito hacia el hombre me hace soportar… todo esto es penoso. Pero, bueno, pues lo sufro con paciencia. He venido para sufrir esto por parte de los que odian la Salud. ¡Pero vosotros! ¡No, esto no lo soporto! Esto, es decir, el que no seáis capaces de amaros entre vosotros, y, por tanto, de comprenderme; esto, es decir, el que no prestéis adhesión a mi espíritu, esforzándoos en hacer lo que Yo hago. ¿Creéis, podéis creer todos vosotros, que no veo los errores de Judas?, ¿que ignoro cosa alguna de él? Convenceos de que no es así. Pero, si Yo hubiera querido tener personas perfectas en el espíritu, habría hecho que se encarnaran los ángeles y me habría rodeado de ellos. Habría podido hacerlo. ¿Habría sido un verdadero bien? No. Por mi parte, hubiera sido egoísmo y desprecio. Habría evitado el dolor que me viene de vuestras imperfecciones, pero habría despreciado a los hombres a quienes el Padre mío ha creado y a los que ama tanto, que me ha enviado para que los salve. Y, por parte del hombre, habría sido un perjuicio para el futuro. Una vez terminada mi misión, una vez que hubiera subido de nuevo al Cielo con mis ángeles, ¿qué cosa apta para continuar mi misión habría quedado, y quién? ¿Qué hombre hubiera podido esforzarse en hacer lo que digo, si sólo un Dios y unos ángeles hubieran dado el ejemplo de una vida nueva reglada por el espíritu? Ha sido necesario que Yo me revistiera de carne para convencer al hombre de que, si quiere, puede ser casto y santo en todos los modos. Y ha sido necesario que tomara conmigo unos hombres… así… aquellos que con su espíritu respondieron a la llamada de mi espíritu, sin mirar si eran ricos o pobres, doctos o ignorantes, de ciudad o de pueblo. Que los tomara así, como los iba encontrando, y que mi voluntad y la suya los transformara lentamente en maestros de otros hombres. El hombre puede creer en el hombre, en el hombre al que ve. Le es difícil al hombre, tan postrado, creer en Dios a quien no ve. No habían terminado todavía los rayos en el Sinaí, y ya al pie del monte había surgido la idolatría… No había muerto Moisés todavía, cuyo rostro no se podía mirar, y ya se pecaba contra la Ley. Pero, cuando vosotros, transformados en maestros, estéis como ejemplo, como testimonio, como levadura, entre los hombres, ya no podrán decir: «Son seres que han descendido a estar entre los hombres y no podemos imitarlos». Deberán decir: «Son hombres como nosotros. Ciertamente tienen los mismos instintos y estímulos nuestros, las mismas reacciones; y, a pesar de todo, saben resistir contra los estímulos e instintos, y saben tener otras reacciones bien distintas de las nuestras, que son viles». Y se convencerán de que el hombre puede divinizarse, con sólo querer entrar en los caminos de Dios. Observad a los gentiles y a los idólatras. ¿Todo su Olimpo, todos sus ídolos, acaso los hacen mejores? No. Porque ellos, si son incrédulos, dicen que sus dioses son una patraña; si son creyentes, piensan: «Son dioses y yo hombre» y no se esfuerzan en imitarlos. Vosotros, pues, tratad de haceros como Yo. Y no tengáis prisas. El hombre evoluciona lentamente de animal racional a ser espiritual. ¡Sed compasivos, sed compasivos los unos para con los otros! Nadie, excepto Dios, es perfecto.Y ahora, todo ha pasado, ¿no es verdad? Transformaos con firme voluntad imitando a Simón de Jonás, que en menos de un año ha dado pasos de gigante. Y… ¿Quién, de entre vosotros, era hombre, más hombre que Simón con todas las imperfecciones de una humanidad muy material? -Es verdad, Jesús. Es mi objeto de estudio continuo ese hombre. Y mi admiración – confiesa Judas Tadeo. -Sí. Yo estoy con él desde la niñez. Lo conozco como si fuera hermano mío. Pero ahora tengo ante mí a un Simón nuevo. Te confieso que cuando dijiste que era nuestro jefe, yo -y no sólo yo- me quedé desorientado. Me parecía el menos indicado de todos. ¡Simón respecto al otro Simón y a Natanael! ¡Simón respecto a mi hermano y a tus hermanos! Sobre todo, respecto a estos cinco. Me parecía un completo error… Ahora digo que tenías razón. -¡Y vosotros no veis más que la superficie de Simón! Pero Yo veo su profundidad. Para ser perfecto, aún tiene que hacer mucho y mucho que padecer. Pero quisiera en todos vosotros su buena voluntad, su sencillez, su humildad y su amor… Jesús mira hacia delante, y parece que viera… ¿quién sabe qué? Está absorto en un pensamiento suyo y sonríe a lo que ve; luego baja los ojos hacia Santiago y le sonríe. -¿Entonces… estoy perdonado? -Quisiera poder perdonar a todos como a ti… Mirad, esa ciudad debe ser Esebón. El hombre dijo que después del puente de tres arcos estaba la ciudad. Vamos a esperar a los otros para entrar en ella juntos.