En los campos de Nicodemo. La parábola de los dos hijos.
Jesús llega durante una fresca aurora. Es hermosa esta fértil campiña del buen Nicodemo bajo las primeras luces del sol. Hermosa a pesar de que muchas parcelas ya hayan sido segadas y muestren el aspecto cansado de los campos tras la muerte de las mieses, que, en parvas de oro, o todavía extendidas en el suelo como cadáveres, esperan a que las lleven a las eras. Y con ellas mueren los lises estrellados y zafíreos, las violáceas becerras, las menudas corolas de las escabiosas, el lábil cáliz de las campanillas, los rientes nimbos radiados de las camomilas y margaritas, las violentas amapolas y las cien otras flores que, en forma de estrellas o de panojas, de ramos o de nimbos radiados, reían antes donde ahora hay… amarillez de rastrojos. Pero, para consuelo del dolor de la tierra despojada de sus mieses, están las frondas de los árboles frutales, cada vez más alegres por los frutos que ya crecen y se pincelan con distintas tonalidades, y que, en esta hora, tienen el brillo de un polvo diamantino por las gotitas de rocío todavía no evaporadas por el sol.
Los campesinos están ya trabajando, contentos de acercarse ya al final del fatigoso trabajo de la siega; y cantan mientras siegan, y ríen alegres, desafiándose a quién es más rápido y experto en manejar la hoz o apretar las gavillas… Filas y filas de bien nutridos campesinos, contentos de trabajar para su buen señor. Y, en las lindes de los campos, o detrás de los atadores, niños, viudas, ancianos, que esperan para espigar, y esperan sin ansia porque saben que habrá para todos, como siempre, «por orden de Nicodemo», como explica una viuda a Jesús, que le ha preguntado.
-Vigila — dice – para que, a sabiendas, se dejen muchas espigas fuera de las gavillas, para nosotros. Y, no satisfecho todavía de tanta caridad, después de coger el justo fruto en proporción a lo sembrado, distribuye el resto entre nosotros. ¡Y no es que espere a hacerlo en el año sabático! (El año sabático era el último año de una serie de siete, y en él debía cesar, por ejemplo, un estado de esclavitud o el pago de una deuda. Respecto a la tierra, cesaba el trabajo del hombre, y los productos crecidos espontáneamente estaban reservados para los pobres y para los animales, como se prescribe en Éxodo 23, 10-11 y en Levítico 25, 3 — 7. La institución del año sabático está en relación con la del sábado, es decir, del reposo del séptimo día, recordado con frecuencia en la Obra valtortiana, y prescrito en Éxodo 20, 8-11; 23, 12; 31, 12-17, Levítico 23, 3; 25, 1-2) Esto de favorecer al pobre con sus cereales lo hace siempre, y lo mismo hace con las aceitunas y la vid. Por eso Dios lo bendice con cosechas milagrosas. Las bendiciones de los pobres son como rocío para las semillas y las flores, y hacen que cada semilla dé varias espigas y que no caiga una flor sin cuajar en fruto. Y este año nos ha dicho que todo es nuestro, porque es un año de gracia. No sé a qué gracia se refiere. A no ser que sea porque decimos nosotros los pobrecillos y dicen sus felices dependientes que es discípulo en secreto del que dice ser el Cristo, que predica el amor a los pobres para mostrar amor a Dios… Quizás lo conoces, si eres amigo de Nicodemo… Porque los amigos normalmente tienen los mismos afectos… José de Arimatea, por ejemplo, es muy amigo de Nicodemo, y también de él se dice que es amigo del Rabí… ¿Oh, qué he dicho? ¡Que Dios me perdone! ¡He perjudicado a dos hombres buenos de la llanura!…
La mujer está consternada.
Jesús sonríe y pregunta:
-¿Por qué, mujer?
-Porque… Dime: ¿eres verdadero amigo de Nicodemo y de José, o eres uno del Sanedrín, uno de los falsos amigos que harían daño a dos hombres buenos si tuvieran la certeza de que son amigos del Galileo?
-Tranquilízate. Soy verdadero amigo de estos dos hombres buenos. Pero tú sabes muchas cosas, mujer. ¿Cómo las
sabes?
-¡Todos las sabemos! Arriba con odio, abajo con amor. Porque, aunque no conozcamos al Cristo, lo amamos; nosotros, el desecho de todos, amados sólo por Él, que enseña a amarnos. Y tememos por Él… ¡Son tan pérfidos los judíos, los fariseos, los escribas y los sacerdotes!… ¡Oh, te estoy escandalizando!… Perdona. Es lengua de mujer y no sabe callar… Pero es porque todo el dolor nos viene de ellos, de los poderosos que nos aplastan sin piedad y nos obligan a ayunos no prescritos por la Ley, sino impuestos por la necesidad de encontrar denarios para pagar todos los diezmos que ellos, los ricos, han cargado sobre los pobres… Y es porque toda la esperanza está en el reino de este Rabí que, si es tan bueno ahora que lo persiguen, ¿cómo será cuando pueda ser rey!
-Su Reino no es de este mundo, mujer. No tendrá ni palacios ni soldados. No impondrá leyes humanas. No distribuirá denarios, pero enseñará a los mejores a hacerlo. Y los pobres encontrarán no dos o diez o cien amigos entre los ricos, sino que todos los que creen en el Maestro unirán sus bienes para ayudar a los hermanos sin bienes. Porque de ahora en adelante no se llamará «prójimo» al propio semejante, sino «hermano», en nombre del Señor.
-¡ Oh!…
La mujer está admirada, soñando ya esta era del amor. Acaricia a sus niños, sonríe, luego levanta la cabeza y dice:
-¿Entonces me aseguras que no he perjudicado a Nicodemo… hablando contigo? Me ha venido espontáneo… ¡Son tan dulces tus ojos!… ¡Es tan sereno tu aspecto!… No sé… Me siento segura como si estuviera al lado de un ángel de Dios… Por eso he hablado…
-No has perjudicado. Puedes estar segura. Es más, has dicho de mi amigo una gran alabanza, por la que Yo lo alabaré y lo apreciaré más todavía… ¿Eres de estos lugares?
-¡No, no, Señor! Soy de entre Lida, y Bet-Dagón. ¡Pero, cuando hay posibilidad de alivio, uno corre, Señor, aunque sea largo el camino! Más largos son los meses de invierno y hambre…
-Y más larga que la vida es la eternidad. Habría que tener para el alma la diligencia que se tiene para la carne, y correr a donde hay palabras de vida…
-Yo lo hago con los discípulos del Rabí Jesús, el bueno, el único bueno de entre los demasiados rabíes que tenemos.
-Haces bien, mujer – dice Jesús sonriendo y haciendo una señal a Andrés y a Santiago de Zebedeo – que están con Él, mientras que los otros han ido hacia la casa de Nicodemo – de que dejen de hacer un verdadero jeribeque para dar a entender a la mujer que el Rabí Jesús es el que le está hablando.
-Claro que hago bien. No quiero tener el pecado de no haberlo amado y no haber creído en Él… Dicen que es el Cristo… Yo no lo conozco. Pero quiero creer. Porque pienso que buena les va a caer a los que no quieren aceptarlo como tal.
-¿Y si sus discípulos estuvieran en un error? – pone a prueba Jesús.
-No puede ser, Señor. Son demasiado buenos, humildes y pobres como para pensar que sigan a uno no santo. Y además… He hablado con gente curada por Él. ¡No cometas el pecado de no creer, Señor! Te condenarías el alma… En fin…, yo creo que, aun en el caso de que todos estuviéramos en error y Él no fuera el Rey prometido, seguro que es santo y amigo de Dios, si dice esas palabras y cura almas y cuerpos… Y estimar a los buenos siempre beneficia.
-Bien has hablado. Persevera en tu fe… Ahí está Nicodemo…
-Sí. Con algunos discípulos del Rabí. Es que están evangelizando por los campos a los segadores. También ayer comimos
su pan.
Nicodemo, entretanto, sin haber visto al Maestro, se acerca, vestido con una sucinta túnica, y ordena a los campesinos que no recojan ni siquiera una espiga de las que han segado.
-Tenemos pan para nosotros… Vamos a dar el don de Dios a quien carece de él. Y démoselo sin temor. El hielo tardío podía habernos destruido los cereales, y no se ha perdido ni una sola semilla. Devolvamos a Dios su pan dándoselo a sus hijos infelices. Y os aseguro que la cosecha del año que viene será aún más fructífera, el mil por ciento, porque Él lo ha dicho: “A quien dé le será dada una medida rebosante».
Los campesinos, deferentes y contentos, escuchan al amo con gesto de asentimiento. Y Nicodemo, de una parcela a otra, de una fila a otra, va repitiendo su orden buena.
Jesús, semioculto por una cortina de cañas que hay en una zanja divisoria, aprueba y sonríe. Y aumenta su sonrisa a medida que Nicodemo se va acercando y va siendo inminente el encuentro y la sorpresa.
Ya está saltando la pequeña zanja para pasar a las otras parcelas… ya se queda petrificado frente a Jesús, que tiende a él los brazos. En fin, le vuelve la palabra:
-Maestro santo, ¿cómo Tú, bendito, a mí?
-Para conocerte, si hubiera necesidad, por las palabras de los testigos más verdaderos: las personas a las que favoreces…
Nicodemo está de rodillas, profundamente prosternado hasta tocar el suelo; también están de rodillas los discípulos, capitaneados por Esteban y José de la Emaús montana. Los campesinos intuyen, Intuyen los pobres, y todos están de rodillas con devotísimo estupor. -Alzaos. Hasta hace poco era el Viandante que inspira confianza… Seguidme viendo todavía así. Y amadme sin miedos. Nicodemo, he mandado a tu casa a los diez que faltan…
-He pasado la noche fuera, para cuidar de que se cumpliera una orden…
-Sí. Una orden por la que Dios te bendice. ¿Qué voz te ha dicho que éste es un año de gracia, y no el año que viene, por ejemplo?
…No lo sé… Y sí que lo sé… No soy profeta, pero tampoco estúpido. A mi inteligencia se ha unido una luz del Cielo. Maestro mío… quería que los pobres gozaran de los dones de Dios mientras Dios está todavía en medio de los pobres… Y no me atrevía a esperar tenerte aquí, a dar sabor delicado y potencia santificadora a estos cereales, y a mis aceitunas, y a las viñas y pomares, que serán para los pobres hijos de Dios, mis hermanos… Pero ahora que estás aquí, alza tu bendita mano y bendice, para que, junto con el alimento para la carne, descienda a los que lo coman la santidad que de ti emana.
-Sí, Nicodemo. Justo deseo que el Cielo aprueba.
Y Jesús abre los brazos para bendecir.
-¡Espera! Que voy a llamar a los campesinos – y con un silbato silba tres veces; un silbido agudo que se expande por el aire quieto y provoca una carrera de segadores, espigadores, curiosos, de todas las partes. Una pequeña muchedumbre…
Jesús abre los brazos y dice:
-Por la fuerza del Señor, por el deseo de su siervo, la gracia de la salud del espíritu y de la carne descienda a cada uno de los granos, a cada uva, aceituna o fruto, y favorezca y santifique a los que lo coman con espíritu bueno, libre de concupiscencias y de odios y deseoso de servir al Señor con la obediencia a su divina y perfecta Voluntad.
-Así sea – responden Nicodemo, Andrés, Santiago, Esteban y los otros discípulos… -Así sea – repite la pequeña
muchedumbre, y se levantan, porque se habían arrodillado para ser bendecidos.
-Suspende las labores, amigo. Quiero hablarles.
-Don sobre don. ¡Gracias por ellos, Maestro!
Van a la sombra de un espeso pomar y esperan a que se unan a ellos los diez que han sido enviados a la casa. Estos llegan jadeantes, y desilusionados de no haber encontrado a Nicodemo.
Luego Jesús habla:
-La paz sea con vosotros. Os voy a proponer, a todos vosotros que estáis alrededor de mí, una parábola. Y que cada uno coja la enseñanza y la parte que más sintonice con él. Oíd.
Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y dijo: «Hijo mío, ven a trabajar hoy en la viña de tu padre». ¡Gran signo de honor este del padre! Consideraba al hijo capaz de trabajar en donde, hasta ese momento, el padre había trabajado. Señal de que veía en su hijo buena voluntad, constancia, aptitud, experiencia y amor hacia su padre Pero el hijo, un poco distraído por cosas del mundo, temiendo aparecer externamente como un siervo – Satanás usa estos espejismos para alejar del Bien -, temiendo burlas y quizás incluso represalias de enemigos de su padre, que contra éste no se atrevían a levantar la mano pero
que tendrían menos consideraciones con su hijo, respondió: «No voy. No tengo ganas». El padre fue entonces al otro hijo y le dijo lo mismo que había dicho al primero; y el segundo hijo respondió enseguida: «Sí, padre. Voy inmediatamente».
¿Pero qué sucedió? Pues que el primer hijo, siendo de ánimo recto, después de un primer momento de debilidad en la tentación y de rebelión, arrepentido de haber disgustado a su padre, fue a la viña sin decir nada y estuvo trabajando todo el día aprovechando hasta la anochecida; luego volvió satisfecho a su casa, con la paz en el corazón por el deber cumplido. El segundo, por el contrario, mentiroso y débil, salió de casa, sí, pero luego se entretuvo a vagabundear por el pueblo haciendo inútiles visitas a amigos influyentes, de los cuales esperaba obtener alguna ventaja. Y decía en su corazón: «Mi padre es viejo y no sale de casa. Le diré que le he obedecido y se lo creerá…». Pero, llegado el anochecer también para él y habiendo regresado a casa, su aspecto cansado de ocioso, los indumentos sin arrugas y el saludo inseguro a su padre, que lo observaba y lo comparaba con el primero – que había vuelto cansado, sucio, despeinado, pero jovial y con una mirada humilde y sincera, buena, que, sin querer jactarse del deber cumplido, quería decir al padre: «Te amo. Te amo de verdad. Tanto que, para complacerte, he vencido la tentación» – hablaron claramente al intelecto del padre, el cual, abrazando al hijo cansado, dijo: «¡Bendito tú, porque has comprendido el amor!». Efectivamente, ¿qué os parece? ¿Cuál de los dos había amado? Sin duda decís: «El que había hecho la voluntad del padre suyo». ¿Y quién la había hecho? ¿El primero o el segundo hijo?
-El primero – responde la gente con unanimidad.
-El primero. Sí. También en Israel, y vosotros os quejáis de ello, no son los que dicen: “¡Señor! ¡Señor!», dándose golpes de pecho sin tener en su corazón el verdadero arrepentimiento de sus pecados – tanto es así, que cada vez se hacen más duros de corazón -, no son los que ostentan devotos ritos para que los llamen santos, y luego, privadamente, se comportan sin caridad ni justicia, no son éstos, que se rebelan en verdad contra la voluntad de Dios que me envía y la impugnan como si fuera voluntad de Satanás – y esto no será perdonado -, no son éstos los que son santos a los ojos de Dios; sino que lo son los que, reconociendo que Dios todo lo que hace lo hace bien, acogen al Enviado de Dios y escuchan su palabra para saber hacer mejor, cada vez mejor, lo que el Padre quiere; son éstos los que son santos y amados para el Altísimo.
En verdad os digo: los ignorantes, los pobres, los publicanos, las meretrices precederán a muchos que son llamados «maestros», «poderosos», «santos», y entrarán en el Reino de Dios.
Y será justo. Porque vino Juan a Israel para guiarlo por los caminos de la Justicia, y demasiado Israel no lo creyó, el Israel que a sí mismo se llama «docto y santo», mientras que los publicanos y las meretrices lo creyeron. Y he venido Yo, y los doctos y santos no me creen, y, sin embargo, creen en mí los pobres, los ignorantes, los pecadores. Y he hecho milagros, y ni siquiera se ha creído en ellos, y tampoco viene arrepentimiento de no creer en mí; al contrario, se desata el odio contra mí y contra los que me aman.
Pues bien, digo: «Benditos los que saben creer en mí y hacer esta voluntad del Señor en que hay salud eterna». Aumentad vuestra fe y sed constantes. Poseeréis el Cielo, porque habréis sabido amar la Verdad.
Podéis marcharos. Dios esté siempre con vosotros.
Los bendice y se despide de ellos. Luego, al lado de Nicodemo, se dirige hacia la casa del discípulo para estar en ella mientras el sol abrasa…