En el campo de los Galileos con los primos apóstoles y encuentro con el levita Zacarías.
-Judas y Santiago, venid conmigo. A los dos hijos de Alfeo no hay que repetírselo. Se levantan inmediatamente y salen con Jesús de una casita de un arrabal situado al sur de Jerusalén, donde los hospedan hoy. -¿A dónde vamos, Jesús? – pregunta Santiago. -A1 Monte de los Olivos, a saludar a los galileos. Caminan un rato hacia Jerusalén. Pasan muy cerca de unas pequeñas colinas donde hay casas -sin duda, solariegasentre el verde. Cortan el camino que va a Betania y a Jericó, y el que está más al sur, que termina entre Tofet y Siloán. Dan la vuelta, por detrás, a otra colina, que ya es estribación del Monte de los Olivos. Cortan el otro camino que lleva directamente a Betania desde el Monte de los Olivos. Y, por un camino secundario que va entre o1ivos, suben al campo de los Galileos, donde las tiendas son mucho menos numerosas, y quedan, como recuerdo del agolpamiento, ramajes arrojados al suelo y ya deslucidos, restos de hogares rudimentarios -que han dejado hierba chamuscada y cenizas y palos carbonizados-, morralla: lo que siempre queda donde hubo gente acampada. La temporada fría y precozmente lluviosa ha acelerado la partida de los peregrinos. También ahora se están poniendo en camino caravanas de mujeres y niños. Los hombres, especialmente los vigorosos, se han quedado todavía para terminar la fiesta. Los galileos que creen en el Señor han debido ser avisados, quizás por algún discípulo, porque los veo a todos, y procedentes de todos aquellos lugares que más conozco. Nazaret está presente con los dos discípulos, con Alfeo -aquel a quien Jesús perdonó después de la muerte de su madre- y con algún otro. De todas formas, no veo ni a José ni a Simón de Alfeo. Pero, como contrapartida, no faltan otros, entre los cuales el arquisinagogo, que se muestra visiblemente apurado al saludar con deferencia a Jesús después de haberle puesto tantos obstáculos. Pero se ayuda diciendo que los parientes de Jesús están hospedados en casa de «ese amigo que sabes», por razón de los niños, que sufrían con el viento de la noche. Y Caná está presente, con el marido de Susana, su padre y otros; y así Naím, con su resucitado y otros; y Belén de Galilea, con muchos vecinos; y las ciudades occidentales del lago, con sus moradores… -¡La paz a vosotros! ¡La paz a vosotros! – saluda Jesús, pasando entre ellos, acariciando a los niños que todavía están ahí -sus pequeños amigos de los lugares galileos-; y escucha a Jairo, que le refiere lo mucho que sintió el no haber estado la última vez. Jesús se informa sobre si la viuda de Afeq se ha establecido en Cafarnaúm y si ha aceptado al huérfano de Yiscala. -No sé, Maestro. Quizás yo ya me había marchado… – dice Jairo. -Sí, sí, ha venido una mujer que da mucha miel y muchas caricias a los niños. Y, fíjate, hace tortas. Y aquellos niños que iban a donde estabas Tú van siempre donde ella a comer. Y el último día nos mostró un niñito muy pequeño. Ha comprado dos cabras para la leche. Y nos ha dicho que es el hijo del Cielo y del Señor. No vino a la fiesta, como quería, porque no podía llevar consigo a un niño tan pequeño. Y nos dijo, a nosotros, que te dijéramos que lo querrá con justicia y que te bendice. Los niños de Cafarnaúm gorjean como gorrioncillos alrededor de Jesús, orgullosos de saber, ellos, lo que ni siquiera el arquisinagogo sabe, y de verse, ellos, haciendo de embajadores ante el Maestro bueno, que los escucha con la atención con que escucharía a los adultos, y que responde: -Y vosotros le diréis que Yo también la bendigo y que quiera a los niños por mí. Y vosotros queredla; no os aprovechéis porque sea buena; no la queráis sólo por la miel y las tortas, sino porque es buena. Tan buena, que ha comprendido que quien ama en mi nombre a un niño me hace feliz. E imitadla todos, ya seáis pequeños, ya seáis adultos, pensando siempre que aquel que recibe a un niño en mi nombre tiene su sitio señalado en el Cielo. Porque, si la misericordia siempre recibe premio -aunque fuere un solo vaso de agua dado en mi nombre-, la que se practica con los niños -salvándolos no sólo del hambre, de la sed, del frío, sino también de la corrupción del mundo- es infinitamente premiada… He venido a bendeciros antes de que os marchéis. Llevaréis mi bendición a vuestras mujeres, a vuestras casas… -Pero, ¡no vas a volver donde nosotros, Maestro? -Volveré… Pero no ahora. Después de Pascua… -¡Si estás tanto, seguro que te olvidas de la promesa!… -No temáis. Antes podrá dejar de resplandecer el Sol que Jesús olvidarse de quien espera en Él. -¡Será un tiempo largo!… -¡Y triste! -Si enfermamos… -Si desciende la muerte a nuestras casas… -¿Quién nos ayudará? – dicen no pocas personas de no pocos lugares. -Dios. El está con vosotros, si permanecéis en mí con vuestra voluntad. -¿Y nosotros? Hace poco que creemos en ti. Lo confesamos. ¿No tendremos ayuda, entonces? Pero ahora que te hemos visto hacer milagros y te hemos oído hablar en el Templo, ¡te creemos,..! -Esto me es motivo de gran gozo, porque el que mis coterráneos vayan por el camino de la Salud es mi más ardiente deseo. -¿Nos amas así? ¡Pero nosotros durante mucho tiempo te hemos escarnecido!… -Es pasado. Ya no existe. Sed fieles en el futuro, y en verdad os digo que tanto en la Tierra como en el Cielo está borrado vuestro pasado.-¿Vas a estar con nosotros? Compartiremos el pan como muchas veces en Nazaret, cuando éramos todos iguales y los sábados descansábamos en los olivares, o cuando Tú eras sólo Jesús y venías con nosotros y como nosotros a Jerusalén para las fiestas… Hay añoranza y deseo de los tiempos pasados en la voz de los nazarenos que se han convencido. -Quería ir donde José y Simón. Pero iré después. Todos sois para mí hermanos en Dios, y para mí tiene más valor el espíritu y la fe que la carne y la sangre, porque estos últimos perecen, mientras que los otros son inmortales. Y, mientras algunos se apresuran a preparar los fuegos para asar las carnes y a limpiar algunos lugares del olivar para hacerlos aptos para las mesas, los más ancianos y altos de grado, de todos los lugares de Galilea, se arriman a Jesús en círculo y le preguntan que cómo esa mañana y el día anterior no estaba en el Templo, y que si va a volver al día siguiente, último día de la fiesta. -Estaba en otro lugar… Mañana seguro que estaré. -¿Y vas a hablar? -Si puedo… Alfeo de Sara baja la voz y mirando a su alrededor, susurra al Maestro: -Tus hermanos han ido a la ciudad para asegurarte ayudas… Ese hombre sabe muchas cosas, porque es pariente de uno del Templo por línea femenina… José se preocupa de ti, ¡eh! En el fondo… es bueno. -Lo sé. Y será cada vez mejor, cuando sea espiritualmente bueno. Llegan de la ciudad otros galileos. El número de los que están alrededor de Jesús aumenta, con gran desagrado de los niños, que se ven apartados por los adultos y no logran abrirse paso hasta Jesús; hasta que Él se apercibe del tropel inocente y enfurruñado y, sonriendo, dice: -Dejad venir a mí a mis niños. ¡Ah, entonces, mientras el círculo se rompe, alegres otra vez como una bandada de pájaros, corren hacia Jesús! Y El los acaricia, mientras sigue hablando con los adultos. Y su mano, larga y todavía morenita por e1 mucho sol tomado en el verano, pasa una y otra vez sobre las cabecitas negras y castañas, con alguna cabecita de oro diseminada entre las cabezas morenas, que están lo más que pueden pegadas a Él, con 1a carita escondida entre sus indumentos, bajo el manto, abrazados a las rodillas, a la cadera, ávidos de su caricia, dichosos si la obtienen. Comen en círculo -después de bendecir Jesús los alimentos, y repartirlos-, con una serena y amigable unión de corazones. Los otros, los que no son seguidores de Jesús, miran desde lejos, sarcásticos e incrédulos. Pero ninguno les presta atención… La comida termina. El primero en levantarse es Jesús. Llama a Jairo, a Alfeo, a Daniel de Naím, a Elías de Corazín, a Samuel (el ex tullido de no sé dónde), también a un cierto Urías, a uno de los tantos Juanes, a uno de los tantos Simones, a un Leví, a un Isaac, a Abel de Belén, etc. etc.; en definitiva, a uno por pueblo. Ayudado por sus primos, hace de dos bolsas bien llenas tantas partes iguales cuantos son los llamados, y da una parte a cada uno de ellos, para que la usen para los pobres de cada uno de los pueblos. Luego, cuando ya no tiene ni una moneda, bendice a todos y se despide de ellos. Y querría despedirse para dirigirse hacia el Getsemaní y así volver a la ciudad por la puerta de las Ovejas. Pero casi todos lo siguen, especialmente los niños, que no le sueltan la túnica ni los bordes del manto, y, sin duda, le causan molestia, pero Él no se lo impide… Y aquel niño de Magdala, Benjamín, que un día dijo claramente su juicio a Judas de Keriot, le tira de la túnica hasta que Jesús se inclina para escucharlo particularmente. -¿Sigues teniendo contigo a ese malo? -¿Qué malo? Conmigo no hay malos… – dice Jesús sonriéndole. -¡Sí que los hay! Aquel hombre alto y moreno que se reía… ¿no sabes?, aquel al que le dije que era guapo por fuera y feo por dentro… Ése es malo. -Habla de Judas – dice Judas Tadeo, que está detrás de Jesús y oye. -Lo sé – le responde Jesús volviéndose; y luego, al niño: -Sí que está conmigo ese hombre. Es un apóstol mío. Pero ahora es muy bueno… ¿Por qué meneas la cabeza? No se debe pensar mal del prójimo, especialmente de aquel al que no se conoce. El niño agacha la cabeza y calla. -¿No me respondes? -Tú no quieres que diga mentiras… y te prometí no decirlas y lo he hecho. Pero, si ahora te digo que sí, que creo que es bueno, digo algo no verdadero, porque pienso que es malo. Puedo tener cerrada la boca, por agradarte, pero no puedo tener cerrada la cabeza para no pensar. La salida es tan espontánea y lógica, dentro de su sencillez aún infantil, que todos los que la oyen se echan a reír. Todos menos Jesús, que suspira y dice: -Bien, pues debes hacer una cosa. Orar para que se haga bueno, si es que realmente te parece malo. Debes ser su ángel. ¿Lo vas a hacer? Si se hace mejor, mayor será mi alegría; así que tú, rezando por esto, rezas porque Yo me sienta feliz. -Lo haré. Pero si es malo y no se hace bueno contigo, el que yo rece no va a hacer nada. Jesús zanja esta confrontación de criterios parándose y agachándose a besar a los niños. Luego ordena a todos que regresen… Cuando están solos Jesús y sus dos primos, Judas de Alfeo, pasado un rato de silencio, como si antes hubiera razonado dentro de sí, dice a manera de conclusión: -¡Tiene razón! ¡En todo tiene razón! Yo soy de su misma opinión. -¿Pero de qué hablas? – le pregunta su hermano Santiago, que caminaba absorto un poco adelantado por el senderillo que permite el paso de uno en uno solamente.-De Benjamín hablo. Y de lo que ha dicho. Y… bueno, pero Tú no lo quieres oír, y te digo también yo que Judas es… No es un verdadero apóstol… No es sincero, no te quiere, no… -¡Judas! ¡Judas! ¿Por qué apenarme? -Hermano mío, porque te quiero. Y tengo miedo de Judas Iscariote; más miedo a él que a una serpiente… -Eres injusto. Sin él, quizás Yo habría sido ya capturado. -Jesús tiene razón. Judas ha hecho mucho. Ha atraído hacia sí, sin poner límites, odios y burlas… pero ha trabajado y trabaja para Jesús – dice Santiago. -No puedo pensar ni que Tú seas necio ni que mientas… Y me pregunto por qué entonces defiendes a Judas. No hablo por celos ni por odio… Hablo porque siento dentro que es malo, que es insincero… Todo lo más que, por tu amor, puedo admitir es que esté loco. Un pobre loco que hoy delira en un sentido y mañana en otro. Pero bueno no, no lo es. ¡Desconfía, Jesús! Desconfía… Ninguno de nosotros es bueno. Pero, míranos bien. Nuestra mirada es transparente. Obsérvanos bien. Nuestra conducta es igual. Pero… ¿no te dice nada el hecho de que los fariseos no le hagan pagar las burlas contra ellos?: ¿nada, el que los del Templo no reaccionen contra sus palabras?; ¿nada, el que tenga siempre amigos precisamente entre aquellos a quienes aparentemente ofende?; ¿nada, el que tenga siempre dinero? No digo nosotros dos, pero incluso Natanael, que es rico, y Tomás, que no tiene escasez de medios, tienen sólo lo necesario. Él… ¡Oh!… Jesús calla… Santiago observa: -En parte mi hermano tiene razón. Cierto es que Judas encuentra siempre la manera de… estar solo, de ir solo… de… Bueno, no quiero ni murmurar ni juzgar. Tú ya sabes… -Sí, sé. Y por eso digo que no quiero juicios. Cuando estéis en el mundo sustituyéndome, trataréis con criaturas bastante más extrañas que Judas. ¿Qué apóstoles seríais si los eliminarais por ser extraños? Es más, precisamente por serlo, habréis de amarlos con paciente amor para transformarlos en corderos del Señor. Ahora vamos donde José y Simón. Habéis oído, ¿no? Ellos trabajaban en secreto para beneficiarme a mí. Diréis: amor de familia. Sí. Es verdad. Pero, en todo caso, es amor. Os habéis dejado mal la última vez. Echad los pelillos a la mar, ahora. Ellos y vosotros tenéis, y no tenéis, razón. Que cada uno reconozca su error, y no alce la voz en la parte que tiene de razón. -É1 me ha ofendido mucho ofendiéndote muchísimo a ti – dice Santiago. -Tú te asemejas en mucho a José, mi padre. Y José, tu hermano, se asemeja en mucho a Alfeo, tu padre. Pues bien, José fue a menudo criticado por su hermano mayor, pero José fue siempre indulgente con él y lo perdonó siempre. ¡Porque mi padre era un gran justo! Sélo tú igual. -¿Y si me regaña como si fuera todavía un niño? Ya sabes que cuando está nervioso no atiende a razones… -Pues calla. Es la única medicina para calmar las iras. Calla con humildad y paciencia; y si sientes que no puedes callar sin desaires, te marchas. ¡Saber callar! ¡Saber marcharse! No por vileza, no por falta de palabras, sino por virtud, por prudencia, por caridad, por humildad. ¡Es tan difícil conservar la justicia en las disputas! Y la paz del espíritu. Alguna cosa baja siempre a perturbar en las profundidades, a enturbiar, a hacer bullicio. Y la imagen de Dios que se refleja en todo espíritu bueno queda empañada, desaparece, y ya no se pueden oír las palabras de Dios. ¡Paz! Paz entre hermanos. Paz también con los enemigos. Si son enemigos nuestros, son amigos de Satanás. Pero, ¿querríamos hacernos nosotros también amigos de Satanás, odiando a quien nos odia? ¿Cómo podríamos conducirlos al amor si estuviéramos fuera del amor? Me diréis: “Jesús, lo has dicho ya muchas veces, y lo haces; pero te siguen odiando siempre». Siempre lo diré. Cuando ya no esté entre vosotros, os lo inspiraré desde el Cielo. Y también os digo que no contéis las derrotas, sino las victorias. ¡Alabemos por éstas al Señor! No pasa una luna sin la nota de alguna conquista. Esto debe constatar el obrero de Dios, y por ello exultar en el Señor, sin la rabia que tienen los del mundo cuando pierden una de sus pobres victorias. Si lo hacéis así… -La paz a ti, Maestro. ¿No me conoces? – dice un joven que subía hacia el Getsemaní de regreso de la ciudad. -¿Tú?… Tú eres el levita que el año pasado estuviste con nosotros junto con el sacerdote. -Soy yo. ¿Cómo me has reconocido, Tú que ves a todo un mundo alrededor de ti? -No olvido los rostros ni los espíritus en sus características. -¿Qué característica tiene mi espíritu? -Buena. E insatisfecha. Estás cansado de lo que te rodea. Tu espíritu tiende a cosas mejores. Sientes que existen. Sientes que es la hora de decidirte por un Bien eterno. Sientes que tras las brumas hay un Sol, la Luz. Tú quieres la Luz. El joven se arroja al suelo de rodillas: -¡Maestro, Tú lo has dicho! Es verdad. Tengo estas cosas en el corazón. Y no sabía decidirme. El viejo sacerdote Jonatán ha creído, y después ha muerto. Era viejo. Yo soy joven. Pero te he oído hablar en el Templo… No me rechaces, Señor, porque no todos te odian allí, y yo soy de los que te quieren. Dime qué debo hacer, siendo levita… -Tu deber hasta el tiempo nuevo. Reflexionar, porque, viniendo a mí, no vas al encuentro de la gloria terrena, sino del dolor. Si perseveras, tendrás gloria en el Cielo. Instruirte en mi doctrina. Confirmarte en ella… -¿Con qué? -El Cielo mismo te confirmará con sus signos. Reconfirmarte con la ayuda de mis discípulos y conocer y practicar cada vez más lo que he enseñado. Haz esto y tendrás la vida eterna. -Lo haré, Señor. Pero… ¿puedo seguir sirviendo en el Templo? -Te lo he dicho: hasta el tiempo nuevo. -Bendíceme, Maestro. Será mi nueva consagración. Jesús lo bendice y lo besa. Se separan.-¿Veis? Así es la vida de los obreros del Señor. Hace un año, en ese corazón cayó la semilla. Y no pareció una victoria, porque no vino inmediatamente a nosotros. Pasado un año, como confirmación de mis palabras de poco antes, he aquí que viene. Una victoria. ¿Y no hace, éste, hermoso el día para nosotros? -Tienes siempre razón, Jesús mío… ¡Pero ten cuidado con Judas! Soy un necio al decírtelo. Lo sé. Tú sabes… Pero en el corazón está este tormento… y no lo manifiesto a los otros, pero está… y estoy seguro de que también los otros lo tienen. Jesús no rebate. Dice: -Estoy contento de que José y Nicodemo me dieran ese dinero. Así puedo enviar una ayuda a mis pobrecitos de Galilea… Han llegado a la puerta. Entran por ella. Se confunden con el gentío.