En Béter, en casa de Juana de Cusa, la cual habla del daño provocado por Judas Iscariote ante Claudia.
Jesús, seguido por el Zelote, que lleva de la rienda el burrito cabalgado por Elisa, llama a la puerta del guardián de Béter. No han recorrido el camino de la otra vez. Han llegado a la propiedad de Juana por el pueblecillo que hay diseminado por las pendientes occidentales del monte sobre el que se alza el castillo.
El guardián, reconociendo al Señor, se apresura a abrir de par en par la cancilla que está a un lado de su casita y que introduce en el jardín que precede al edificio: es el principio de ese lugar de ensueño que son los jardines de rosas de Juana. Un intenso olor de rosas frescas y de esencia de rosas está suspendido en el aire caliente del ere crepúsculo, y, cuando la primera corriente de aire de la noche, proveniente de levante, pasa cimbreando los rosales en flor, más penetrante se hace el perfume, más fresco, más genuino, porque viene de las lomas de rosales cultivados y sobrepuja el denso perfume de la esencia, proveniente de un bajo y vasto cobertizo colocado contra el muro occidental de la propiedad.
El guarda explica:
-Mi ama está allí. Todos los días, al anochecer va donde se reúnen a esta hora los recolectores y los de las esencias y habla con ellos, les pregunta cosas, los cura, los anima. Nuestra ama es muy buena. Siempre lo ha sido. ¡Y no digamos desde que es tu discípula!… Voy a llamarla… Es una temporada de mucho trabajo y no son suficientes los recolectores fijos, a pesar de que hayan aumentado desde Pascua con los nuevos dependientes, hombres y mujeres, que ha contratado. Espérame, Señor…
-No, voy Yo donde ella. Que Dios te bendiga y te dé paz – dice Jesús mientras alza la mano para bendecir al anciano guarda, al que hasta ese momento, ha estado escuchando pacientemente. Lo deja y se dirige hacia el bajo y vasto cobertizo.
E1 ruido de los pasos contra la tierra dura del sendero hace sacar la cabeza a Matías, muy curiosón. Y el niño, dando un grito, sale corriendo, con los brazos abierto; y subidos, como invitación y deseo de abrazo.
-¡Está aquí Jesús! ¡Está aquí Jesús! – grita echándose a correr. Y cuando está ya entre los brazos del Señor, que lo besa, se asoma Juana y con ella sus dependientes.
-¡El Señor! – grita a su vez, y cae de rodillas para venerarlo inmediatamente desde el lugar en que se encuentra. Se postra y luego se alza (la faz teñida, por la emoción, de un color purpurino semejante a pétalo de rosa encendida). Luego se acerca a Jesús. Se postra otra vez para besarle los pies.
-La paz a ti, Juana. ¿Me requerías? He venido.
-Te requería… Sí, Señor…
La tez de Juana palidece de nuevo y su rostro se pone serio.
Jesús lo nota.
-Levántate, Juana. ¿Cusa está bien?
-Sí, mi Señor.
-¿Y María, la pequeña, que no la veo?
-También, Señor… Ha ido con Ester a llevar medicinas a un trabajador enfermo.
-¿Por ese hombre me has llamado?
-No, Señor… Por… ti.
Es bien visible que Juana no quiere hablar en presencia de todos, que se han aglomerado alrededor.
Jesús, comprendiéndolo, dice:
-Bien. Vamos a ver tus rosales…
-Estarás cansado, Señor. Tendrás que comer… Tendrás sed…
-No. Durante las horas de mayor calor nos hemos detenido en una casa de discípulos de los pastores. No estoy cansado…
-Entonces vamos… Jonatán, prepara todo para el Señor y los que han venido con Él… Baja, Matías… – indica al encargado, que está al lado de ella, respetuoso, y al niño, que se ha hecho un nido en los brazos de Jesús y cariñoso, tiene su cabecita morena en la concavidad del cuello de Jesús, como una tortolita bajo el ala paterna. El niño lanza un suspirón de pena, pero hace ademán de obedecer.
Pero Jesús dice:
-No. Viene con nosotros. No molestará. Será un pequeño ángel, ante e1 cual no puede hacerse ni decirse nada escandaloso, y que impedirá que surja la más leve sospecha en los corazones. Vamos…
-Maestro, ¿yo y Elisa entramos en casa, o quieres que estemos contigo? – pregunta el Zelote.
-Id, id.
Juana guía a Jesús por un amplio paseo que divide el jardín, y dirige hacia las parcelas de rosales, que suben y bajan las opuestas ondulaciones que constituyen la propiedad florida de la discípula. Juana continúa, como buscando aislarse en donde no haya sino rosales y árboles, y pajaritos entre las frondas (en las últimas riñas por encontrar un sitio para el sueño, o en los últimos cuidados a las crías en los nidos). Las rosas, cerradas aún en su capullo en este atardecer – mañana, abiertas, caerán bajo las tijeras-, esparcen intensa fragancia antes de descansar bajo las gotas de rocío. Se paran en una hondonada entre dos pliegues del terreno en que, formando festones, ríen, por una parte rosas encarnadas, por la otra rosas rojas como manchas de sangre que se esté coagulando. Y hay una piedra grande, que sirve de asiento o de apoyo para los cestos de los recolectores. Hay rosas y pétalos ajados entre la hierba y encima de la piedra, testimonio del trabajo del día.
Juana, con la mano ensortijada, quita del asiento esos restos y dice:
-Siéntate, Maestro. Tengo que hablar contigo… mucho.
Jesús se sienta. Matías se pone a correr para acá o para allá por la hierba, hasta que encuentra un gran interés en perseguir a un grueso sapo que había venido a tomar el fresco del atardecer, y se aleja con gritos y saltos de alegría, yendo y viniendo, detrás del pobre sapo, hasta que distrae su atención la hura de un grillo, y se pone a hurgar en ella con un palito.
-Juana, estoy aquí para escucharte… ¿No hablas? – pregunta Jesús después de un rato de silencio, y deja de observar al niño para mirar a la discípula, que está frente a Él erguida, seria y silenciosa.
-Sí, Maestro. Pero… es muy difícil.., y creo que es una cosa dolorosa de escuchar…
-Habla con sencillez y confianza…
Juana se deja deslizar hasta la hierba, semisentada en los calcañares, baja respecto a Jesús, que está sentado más arriba, en su asiento, con actitud austera y rígida, distante como hombre más que si estuviera separado por muchos metros y por muchos obstáculos cercano como Dios y Amigo por la bondad de la mirada y la sonrisa Y Juana lo mira, lo mira, en el suave crepúsculo de la tarde de Mayo. Por fin habla:
-Mi Señor… antes de hablar… necesito preguntarte… necesito conocer tu pensamiento… comprender si me he equivocado siempre al comprender tus palabras… Soy mujer, una mujer ignorante… quizás he soñado… y solamente ahora sé realmente las cosas… las cosas como las has dicho, como las has preparado, como la quieres para tu Reino… Quizás tiene razón Cusa… y yo estoy equivocada…
-¿Te ha regañado Cusa?
-Sí y no, Señor. Sólo me ha dicho, con autoridad de marido, que si es como los últimos hechos hacen pensar, debo dejarte, porque él, dignatario de Herodes, no puede permitir que su mujer conspire contra Herodes.
-¿Y cuándo has sido conspiradora! ¿Quién tiene intención de dañar a Herodes? Su pobre trono, tan ruin como es, es menos que este asiento entre los rosales. Aquí me siento, allí no me sentaría. ¡Se puede tranquilizar Cusa! No despierta mi interés el trono de Herodes, y ni siquiera el de César. No son ésos mis tronos, ni son ésos mis reinos.
-¿Sí, Señor? ¡Bendito seas! ¡Cuánta paz me das! Hacía días que sufría por esto. ¡Maestro mío, santo y divino, mi amado Maestro, mi Maestro de siempre, como te he comprendido, te he visto, te he amado, como te he creído, tan alto, tan por encima de la Tierra, tan… tan divino, mi Señor y Rey celeste! – y Juana, habiendo cogido la mano de Jesús, besa su dorso respetuosamente mientras está de rodillas, como en adoración.
-¿Qué es lo que ha pasado, entonces? ¿Qué cosa, que ignoro, capaz de turbarte de esta forma, capaz de empañar en ti la claridad de mi figura moral y espiritual? ¡Habla!
-¿Qué cosa? Maestro, los ríos del error, de la soberbia, de la codicia, de la obstinación, se han elevado, como de fétidos cráteres, y han empañado el concepto de ti en algunos, en algunas… y trataban de hacer lo mismo en mí. Pero yo soy tu Juana; tu gracia, oh Dios. Y no me habría perdido, al menos eso espero, sabiendo lo bueno que es Dios. Pero el que es todavía sólo un embrión de alma que lucha por formarse, bien puede morir por una desilusión. Y quien todavía no es más que uno que desde el mar fangoso, agitado por corrientes violentas, trata de arribar a la orilla, al puerto, trata de purificarse, de conocer otros lugares de paz, de justicia, bien puede sucumbir de cansancio, si desespera de esta playa, de estos lugares, y dejarse atrapar de nuevo por las corrientes y el fango. Y yo, por esta ruina de almas para las cuales impetro tu Luz, sentía dolor y tortura. Amamos más a las almas que damos a la Luz eterna que a los cuerpos que damos a la luz terrena. Ahora comprendo lo que es ser madre de una carne y madre de un alma. Se llora por el hijito que muere. Pero ese dolor es sólo el nuestro. Por un espíritu al que hemos tratado de formar en tu Luz, y que muere, se sufre no por nosotras solas. Se sufre contigo, con Dios… porque en nuestro dolor por la muerte espiritual de un alma está también tu dolor, infinito dolor de Dios… No sé si me explico bien…
-¡Te explicas muy bien! Pero cuéntame con orden las cosas. Si quieres que te consuele.
-Sí, Maestro. Mandaste a Simón Zelote y a Judas de Keriot a Betania, ¿no es verdad? Por aquella niña hebrea que te han dado las romanas y que has enviado a Nique…
-Sí. ¿Y entonces?
-Maestro… Debo darte un dolor… ¿Maestro, Tú eres un Rey del espíritu y no piensas de ninguna manera en reinos terrenos?
-¡Que no, Juana! ¿Cómo puedes pensar esto todavía?
Maestro, es para sentir de nuevo la alegría de verte divino, sólo divino. Pero, precisamente porque lo eres, te he de dar un dolor… Maestro, el hombre de Keriot no te comprende, y no comprende a quien te respeta como sabio, como gran filósofo, como Virtud sobre la Tierra, y aunque sólo sea por eso ya te admira y se profesa protectora tuya. Es extraño que unas mujeres paganas comprendan lo que un apóstol tuyo no comprende, después de estar contigo desde hace tanto…
-Lo ciega la humanidad, el amor humano.
-Lo disculpas… Pero te perjudica, Maestro. Mientras Simón hablaba con Plautina, Lidia y Valeria, Judas habló con Claudia, en tu nombre, como embajador tuyo. Quería arrancarle promesas para una restauración del reino de Israel. Claudia le hizo muchas preguntas… El habló mucho. Ciertamente piensa que está a las puertas de su sueño demencial, en las regiones donde el sueño se transforma en realidad. Maestro, Claudia se ha enojado por esto. Es hija de Roma… Lleva el imperio en su sangre… ¡Querer Tú que ella, precisamente ella, hija de los Claudios, vaya contra Roma! Ha sido para ella un choque tan hondo, que ha dudado de ti y de la santidad de tu doctrina. Ella todavía no puede concebir, comprender la santidad de tu origen… Pero llegará a ello, porque tiene buena voluntad. Llegará a ello cuando se haya tranquilizado respecto a ti. Ahora le apareces como rebelde, usurpador, ambicioso, falso… Plautina y las otras han tratado de infundirle seguridad… Pero ella quiere una respuesta inmediata y tuya.
-Dile que no tema. Yo soy el Rey de los reyes, el que los crea y los juzga, y no tendré trono alguno aparte del del Cordero, primero inmolado, luego triunfante en el Cielo. Transmíteselo inmediatamente.
-Sí, Maestro. Iré yo personalmente. Antes de que dejen Jerusalén, porque Claudia está tan enojada que no sigue ya más tiempo en la Antonia… para no… ver a los enemigos de Roma, dice.
-¿Quién te ha dicho esto?
-Plautina y Lidia. Vinieron… y Cusa estaba presente… y después… me puso en el dilema: o Tú eres el Mesías espiritual o dejarte para siempre.
En el rostro de Jesús, palidecido de dolor por lo que ha contado Juana, se ve una sonrisa de cansancio, y dice: -¿Cusa no viene aquí?
-Mañana es sábado y estará él.
-Y Yo lo tranquilizaré. No temas. Ninguno tema. Ni Cusa por su puesto en la Corte, ni Herodes por posibles usurpaciones, ni Claudia por amor a Roma, ni tú por miedo a haberte equivocado, a verte separada… Ninguno tema… Sólo yo debo temer… y sufrir…
-Maestro. No hubiera querido darte este dolor. Pero callar hubiera sido un engaño… Maestro ¿cómo te vas a comportar con Judas?… Tengo miedo de sus reacciones… por ti, que conste que es por ti…
-Con verdad. Haciéndole comprender que estoy al corriente de las cosas y que desapruebo su acción y su obstinación. -Me odiará, porque comprenderá que lo sabes por mí…
-¿Te duele?
-Tu odio me dolería, no el suyo. Soy mujer, pero más viril que él en servirte. Yo te sirvo porque te amo, no para recibir honores de ti. Si mañana por ti perdiera las riquezas, el amor de mi marido e incluso la libertad y la vida, te amaría más todavía. Porque entonces Tú serías el único para mi amor y para amarme – dice Juana, con ímpetu, poniéndose de pie.
También Jesús se levanta y dice:
-Bendita tú, Juana, por estas palabras. Y quédate tranquila. Ni el odio ni el amor de Judas pueden alterar lo que está escrito en el Cielo. Mi misión será cumplida como está decidido. No tengas remordimientos, nunca. Estáte tranquila como el pequeño Matías, que después de haber trabajado en hacerle una casa, según él más bonita, a su grillo, se ha dormido con la frente contra unos pétalos de rosa, y sonríe… creyendo tenerla sobre las rosas. Porque es bonita la vida cuando uno es inocente. Yo también sonrío, a pesar de que mi vida humana no tiene flores, sino pétalos deshojados, lacios. Pero en el Cielo tendré todas las rosas de los salvados… Ven. Está anocheciendo. Dentro de poco ya no veremos el sendero.
Juana hace ademán de tomar al niño en brazos.
-Deja… Lo tomo yo. ¡Mira cómo sonríe! Sin duda está soñando con el Cielo. Con su mamá. Y contigo… Yo también, en mis penas de todas las horas, sueño con el Cielo, con mi Madre y con las buenas discípulas.
Y lentamente se encaminan hacia la casa…