El viaje hacia Yiftael y las reflexiones de Juan de Endor
Debe haber llovido toda la noche. Pero con el alba ha venido un viento seco que ha repelido las nubes hacia el sur, más allá de las colinas de Nazaret. Por ello, un tímido sol invernal se atreve a asomarse y a encender con su rayo un diamante en cada hoja de los olivos; mas es vestido de gala que pronto pierden, porque el viento agita sus frondas y las desnuda, y parecen llorar esquirlas de diamante que se desvanecen entre la hierba aljofarada o en el camino lodoso. Pedro, con la ayuda de Santiago y Andrés, prepara carro y burro. No se ve a los otros todavía. Luego salen uno tras otro quizás de una cocina (porque dicen a los tres que ya estaban fuera: -Id ahora vosotros a tomar algo – y los tres entran, para salir poco después, esta vez con Jesús. -He vuelto a poner la cubierta, por el viento – explica Pedro. Si estás decidido a ir a Yiftael, tendremos de frente el viento… y punza. No comprendo por qué no cogemos el camino que va a Sicaminón, luego el del litoral… Es más largo, pero menos escabroso. ¿Has oído lo que decía ese pastor al que he logrado tirar de la lengua? Ha dicho: «Yotapata, durante los meses de invierno, queda aislada. Sólo hay un camino para llegar a ella. Y no se va con corderos, no… No se debe llevar nada en las espaldas, porque hay pasos que se salvan más con las manos que con los pies… Y los corderos no pueden nadar… Hay dos ríos, llenos muchas veces, y hasta el propio camino es un torrente que corre por un fondo de rocas. Yo voy allí después de los Tabernáculos, y en plena primavera, y vendo bien, porque entonces la gente se aprovisiona para meses». Eso ha dicho… Y nosotros… con este cacharro… (y da una patada a la rueda del carrito)… y con este burro… ¡Mmmm!… -El camino que va de Sefori a Sicaminón era mejor. Pero lo utiliza mucha gente… Recuerda que conviene no dejar rastro de Juan… -El Maestro tiene razón. Podríamos encontrar incluso a Isaac con otros discípulos… ¡Y en Sicaminón ya no digamos!… – observa el Zelote. -Pues nada… vamos… -Voy a llamar a esos dos… – dice Andrés. Y mientras Andrés hace esto Jesús se despide de una anciana y de un niño, que salen de un aprisco con unos cubos de leche. Llegan también unos pastores, barbados. Jesús les agradece la hospitalidad ofrecida en la noche de lluvia. Juan y Síntica ya están en el carro, que ahora, guiado por Pedro, emboca el camino. Jesús acelera el paso para seguirlo; a su lado el Zelote y Mateo; detrás de Él, Andrés, Santiago, Juan y los dos hijos de Alfeo. El viento corta la cara e hincha los mantos. La cobertura extendida sobre los arcos del carro cruje como una vela, a pesar de que la lluvia de la noche la haya hecho más pesada. -¡Bueno, hombre, pues se secará pronto! – susurra Pedro mirándola – ¡Basta con que a este pobre hombre no se le sequen los pulmones!… Espera, Simón de Jonás… Se hace así – Y para el burro, se quita el manto, sube al carro y arropa muy bien a Juan. -¿Pero por qué? Ya tengo el mío… -Porque yo, tirando del asno, tengo ya tanto calor como si estuviera en un horno de pan. Y además estoy habituado a estar desnudo en la barca, y cuanto más tormenta más desnudo. El frío es para mí un acicate y me hace más ágil. ¡Venga, arrópate bien! María me ha dado en Nazaret tantas recomendaciones, tantas, que, si te pones malo, no voy a poder presentarme a ella jamás… Baja del carro y coge otra vez los ramales e incita al asno para que camine. Pero pronto debe pedir ayuda a su hermano y a Santiago, para ayudar al burro a salir de un sitio cenagoso en que se ha hundido la rueda. Y así van, empujando por turnos el carro para facilitar la labor al burro, que hinca sus robustas patas en el fango y tira – ¡pobre animal! -, resoplando afanoso y espurreando ávido (es que Pedro lo estimula a caminar ofreciéndole unos pedazos de pan y unos tronchos de manzana, que le concede sólo cuando hacen un alto en el camino). -Eres un engañador, Simón de Jonás – dice bromeando Mateo, que observa la maniobra. -No. Aplico con dulzura al animal a su deber. Si no hiciera esto, tendría que usar la tralla, y eso me duele. Si no pego a la barca cuando hace caprichos, y es de madera, ¿por qué debería pegar a éste, que es de carne? Ahora mi barca es éste… está en el agua… ¡vaya que si está en el agua! Por tanto, lo trato como a la barca. ¡Yo no soy Doras, eh! ¿Sabéis que quería llamarlo Doras, antes de comprarlo? Pero luego oí su nombre y me gustó. Se lo he dejado… -¿Cómo se llama? – preguntan curiosos. -¡Adivinad! – y Pedro se ríe bajo su barba. Salen los más extraños nombres, y los de los más cafres fariseos o saduceos, etc. etc. Pero Pedro siempre menea su cabeza… Se dan por vencidos. -¡Se llama Antonio! ¿No es un nombre bonito? ¡Ese maldito romano! ¡Se ve que el griego que me lo vendió también tenía sus resentimientos contra Antonio! Todos ríen, mientras Juan de Endor explica: -Será uno de los que obtuvo la libertad previo pago de una talla, después de la muerte de César. ¿Es viejo? -Tendrá setenta años… y debe haber hecho todos los tipos de trabajos… Ahora tiene un hospedaje en Tiberíades… Llegan al trivio de Sefori con el camino de Nazaret Tolemaida. Nazaret-Sicaminón, Nazaret-Jotapata (hago la observación de que la J la pronuncian como una «ye» muy sonora). El hito consular tiene escritas las tres indicaciones de Tolemaida, Sicaminón y Yotapata. -¿Entramos en Sefori, Maestro? -Es inútil. Vamos a Yiftael. Sin detenernos. Comeremos mientras andamos. Es preciso estar allí antes de que anochezca.Marchan y marchan, atravesando dos torrentillos bien cargados, afrontando las primeras pendientes de un sistema de montes en dirección norte-sur, pero que forman al norte un nudo escabroso que luego se resuelve hacia el este. -Allí está Yiftael – dice Jesús. -No veo nada – observa Pedro. -Está a septentrión. Por la parte nuestra hay pendientes a pico, y lo mismo a oriente y a poniente. -De modo que hay que rodear todo aquel monte, ¿no? -No. Hay un camino junto al monte más alto, al pie de él, en el valle. Acorta mucho, aunque es un camino muy empinado. -¿Has estado allí alguna vez? -No. Pero lo sé. ¡Verdaderamente es un camino empinado! Tanto que, llegados a él se sienten desfallecer: parece como si uno, de tanto como se reduce la luz en el fondo de este valle, tan horrendo y escarpado que me hace pensar en las dantescas simas del octavo círculo, descendiera veloz al encuentro de la noche. Es un camino verdaderamente ahondado en el volumen rocoso; tan lleno de desniveles, que está dispuesto casi en escalones; un camino estrecho, agreste, encajado entre un torrente rabioso y una pendiente aún más rabiosa, que continúa, con empinada subida, hacia el norte. La luz aumenta a medida que se sube, pero, como contrapartida, aumenta también el cansancio; tanto que aligeran de los talegos personales el carro, y baja también Síntica para que el carrito vaya lo más ligero posible. Juan de Endor, que después de aquellas pocas palabras no había vuelto a abrir la boca sino para toser, querría bajarse también. No se lo conceden, así que se queda donde estaba, mientras todos empujan el carro y tiran del asno, y sudan cada vez que hay un desnivel. Pero ninguno se queja. A1 contrario, todos tratan de mostrarse satisfechos del ejercicio para no humillar a los dos por los que lo hacen (los cuales ya más de una vez han expresado su pesar por este esfuerzo). El camino hace un ángulo recto, y luego otro ángulo, más corto, que termina en una ciudad acoclada en lo alto de una ladera, o empinada que, como dice Juan de Zebedeo, da la impresión de que vaya a deslizarse hacia abajo con sus casas. -Sin embargo, es muy sólida. Todo un bloque con la roca. -Como Ramot entonces… – dice Síntica recordándose. -Más todavía. Aquí la roca es parte de las casas, no sólo base de ellas. Recuerda más a Gamala. ¿Os acordáis? -Sí, y también de aquellos cerdos… – dice Andrés. -De allí justamente partimos para Tariquea, el Tabor y Endor…- recuerda Simón Zelote. -Estoy destinado a daros recuerdos penosos y grandes trabajos… – suspira Juan de Endor. -¡De ninguna manera! Tú nos has dado una amistad fiel. Nada más, amigo – dice impetuosamente Judas de Alfeo. Y todos se unen a él para confirmar más claramente. -De todas formas… alguno no me ha amado… Ninguno me lo dice… Pero yo sé meditar, sé reunir en un solo cuadro los hechos diseminados. Esta partida, no, no estaba prevista, y la decisión no es espontánea… -¿Por qué hablas así, Juan? – pregunta dulcemente afligido Jesús. -Porque es verdad. Alguno no me ha aceptado. He sido elegido yo, no otros, ni siquiera los grandes discípulos, para ir lejos. -¿Y entonces Síntica? – pregunta Santiago de Alfeo entristecido por esta luz que viene a la mente del hombre de Endor. -Síntica viene para no trasladarme a mí solo… para celarme compasivamente la verdad… -¡No, Juan!… -Sí, Maestro. Fíjate, podría hasta decirte el nombre de mi torturador. ¿Sabes dónde lo leo? ¡Me basta mirar a estas ocho personas buenas para leerlo! ¡Me basta reflexionar en la ausencia de los otros para leerlo! El hombre por quien Tú me encontraste es el mismo que quisiera que Belcebú me encontrara. Y me ha conducido a este momento – y a ti también, Maestro, porque Tú también sufres come yo, o quizás más que yo – y me ha conducido a este momento para hacerme caer de nuevo en la desesperación y en el odio. Porque es malo, es cruel, es envidioso… y más cosas. El alma oscura en medio de tus siervos luminosísimos es Judas de Keriot… -No hables así, Juan. No falta sólo él. Todos, excepto el Zelote, que no tiene familia, faltaron durante las Encenias. De Keriot, y menos aún en este período, no se viene en pocas etapas. Son casi doscientas millas de camino. Y era justo que fuera a casa de su madre, como Tomás. También he prescindido de Natanael, porque es anciano, y de Felipe, para que acompañara a Natanael… -Sí. Faltan otros tres. Pero… ¡Oh, Jesús bueno!… Tú conoces los corazones porque eres el Santo. Pero no eres el único que los conoce También los perversos conocen a los perversos, porque se reconocen en ellos. Yo fui perverso, y me he visto de nuevo, en mis peores instintos, en Judas. De todas formas, lo perdono. Solamente por una cosa le perdono el que me mande a morir tan lejos: porque precisamente por él vine a ti. Y que Dios le perdone todo lo demás… todo lo demás. Jesús no intenta rebatir… Calla. Los apóstoles se miran unos a otros mientras a fuerza de brazos empujan al carro por el camino resbaladizo. Está ya cerca la noche cuando llegan a la ciudad. Allí, desconocidos entre desconocidos, se alojan en una posada construida en el extremo sur del pueblo, el extremo sur: un risco, cuya pared está tan cortada a pico y es tan profunda, que lanzar hacia abajo la mirada por ella hace venir vértigo; mientras en el fondo – ruido, sólo ruido, en la sombra de pez que ya viste al valle – ruge un torrente.