El perdón a Samuel de Nazaret y lección sobre las malas amistades.
-En la habitación de arriba hay hombres de Nazaret. Ayer han venido tus hermanos a buscarte. Luego, unos fariseos. Y enfermos, muchos. Y uno desde Antioquía – comunica Judas Iscariote en cuanto los ve entrar en casa.
-¿Y se han marchado?
-No. El de Antioquía ha ido a Tiberíades. Pero vuelve después del sábado. Los enfermos están distribuidos por las casas. Pero los fariseos, con muchos honores, han querido que estuvieran con ellos tus hermanos. Todos son huéspedes de Simón el fariseo.
-¡ Mmm!… – refunfuña Pedro.
-¿Qué te pasa? No estás contento de que honren al Maestro en sus parientes? – pregunta Judas Iscariote. -¡Si va a ser verdadero honor y encuentro útil… felicísimo!
-Desconfiar es juzgar. El Maestro no quiere que se juzgue.
-¡Que sí, que sí! Bueno, para estar seguro esperaré a juzgar. Así no seré necio y pecador.
-Vamos arriba donde los nazarenos. Mañana iremos a ver a los enfermos – dice Jesús.
Judas Iscariote dice a Jesús:
-No puedes. Es sábado. ¿Quieres el reproche de los fariseos? Si Tú no piensas en tu honor, yo sí – dice muy teatralmente Judas. Y termina:
-Más bien, como me doy cuenta de tu deseo de sanar enseguida a estos que te buscan, vamos nosotros y les imponemos las manos en tu Nombre y…
-No.
Un «no» muy tajante, que no admite discusión.
-¿No quieres que hagamos milagros? ¿Quieres hacerlos Tú? Bueno… pues vamos, les decimos que estás aquí y que prometes que los vas a curar. Con esto estarán ya contentos…
-No hace falta. Nos han visto los pescadores. Por tanto, el que Yo esté aquí ya se sabe, y el que Yo cure a quien tiene fe en mí lo saben ellos; tanto es así, que han venido a buscarme.
Judas se calla con desagrado, con la cara sombría de los momentos malos.
Jesús sale, sin preocuparse del temporal, que vierte cántaros de agua sobre la tierra. Sube a la habitación de arriba. Empuja la puerta y entra. Le siguen los apóstoles. Las mujeres están ya arriba hablando con los nazarenos. En un rincón, un hombre que no conozco.
-La paz a vosotros.
-¡Maestro!
Los nazarenos hacen una reverencia. Luego dicen:
-Aquí está el hombre – y señalan al desconocido.
-Ven aquí – ordena Jesús.
-¡No me maldigas!
-Para hacerlo no era necesario llamarte para que vinieras. ¿No tienes nada más que estas palabras que decir al Salvador?
Jesús se muestra grave, pero al mismo tiempo alentador.
El hombre lo mira… Luego rompe a llorar y, arrojándose al suelo, grita:
-¡Si no me perdonas, no tendré paz!…
-Cuando quería hacerte bueno, ¿por qué no me quisiste contigo? Ahora es tarde para desagraviar. Tu madre ha muerto. -¡No me digas eso! ¡Eres cruel!
-No. Soy la Verdad. Era Verdad cuando te decía que matarías a tu madre. Lo soy ahora. Y tú, entonces, me despreciabas. ¿Por qué me buscas ahora? Tu madre ha muerto. Has pecado, has seguido pecando sabiendo que pecabas. Te lo había dicho. Ésta es la culpa grande: has querido pecar rechazando a la Palabra y al Amor. ¿Por qué te quejas, si ahora no tienes paz?
-¡Señor! ¡Señor! ¡Piedad! Estaba loco y me curaste. He esperado en ti. Antes desesperaba de todos. No defraudes mi esperanza…
-¿Y por qué desesperabas?
-Porque… he hecho morir a mi madre de dolor… incluso la última noche… estaba agotada… y no tuve piedad… ¡Le pegué, Señor!
El grito, que llena la habitación, es un verdadero grito de desesperado.
-¡Le pegué!… ¡Murió durante la noche!… Y no me había dicho otra cosa sino que fuera bueno… ¡La madre mía!… La he matado…
-¡Hace años que la has matado, Samuel! Desde que dejaste de ser un justo. ¡Pobre Ester! ¡Cuántas veces la he visto llorar! Y cuántas me pedía una caricia de hijo en vez de las tuyas… Y tú sabes que no por amistad hacia ti, mi paisano y coetáneo, sino por piedad hacia ella iba Yo a tu casa… No debería perdonarte. Pero dos madres han suplicado por ti, y tu arrepentimiento es sincero. Por eso te perdono. Con una vida sin tacha, cancela del corazón de los de tu ciudad el recuerdo de un Samuel pecador, y reconquístate a tu madre. Lo harás si con una vida de justo conquistas el Cielo y con él a tu madre. Pero recuerda, recuérdalo bien: tu pecado fue muy grande; por tanto, en proporción, grande debe ser tu justicia para anular la deuda.
-¡Oh! ¡Eres bueno! No como ese de los tuyos que ha salido nada más entrar, y que vino a Nazaret sólo para aterrorizarme. Éstos pueden decirlo.
-Jesús se vuelve… De los apóstoles falta sólo Judas Iscariote. Por tanto, es él el que zahirió a Samuel. ¿Qué debe hacer Jesús? Para que se critique al apóstol, si no como hombre al menos como apóstol, dice:
-Ninguno puede no ser severo con tu pecado. Cuando se hace el mal, se debería pensar que los hombres juzgan, pensar que los ponemos en las condiciones de juzgarnos… Pero no tengas rencor. Pon en las balanzas de Dios, como expiación, la humillación que has recibido. Vamos. Aquí, entre los justos, hay júbilo por tu redención. Estás entre hermanos que no te desprecian. Porque todos los hombres pueden pecar, pero sólo son despreciables cuando persisten en pecar.
-Yo te bendigo, Señor. Te pido perdón también por todas las veces que te desprecié… No sé cómo agradecértelo… ¡Es que es la paz! Es la paz, que vuelve a mí – llora, ahora con un llanto sereno…
-Agradéceselo a mi Madre. Si estás perdonado, si te he curado del delirio para darte facultad de arrepentimiento, ha sido por Ella. Vamos abajo. La cena está preparada. Vamos a compartir el alimento.
Y sale, sujetando de la mano al hombre.
La cena, efectivamente, está preparada. Pero Judas tampoco está abajo; en ningún lugar de la casa. La dueña explica: -Ha salido. Ha dicho: «Vuelvo enseguida».
-Bien. Vamos a sentarnos y a comer.
Jesús ofrece, bendice y distribuye el alimento. Pero en la habitación, iluminada por dos lamparillas y la lumbre, hielo se cierne sobre los ánimos suspendidos. Afuera continúa el temporal…
Vuelve Judas, jadeante, mojado como si se hubiera caído al lago. Los pelos, a pesar de que se haya puesto el manto sobre la cabeza, cuando arroja al suelo el manto empapado, aparecen aplastados y empapados de agua, pegados a los carrillos, al cuello. Todos lo miran, pero ninguno habla. Él quiere presentar disculpas, a pesar de que nadie le pregunte nada:
-He ido corriendo donde tus hermanos para decirles que estás aquí. De todas formas, te he obedecido. No he ido donde los enfermos. Ya no se podía. ¡Un agua! ¡Un agua!… Pero he querido dar honor, sin dilación, a tus parientes… ¿No estás contento, Maestro? ¡No hablas!…
-Te escucho. Toma y come. Hasta que nos vayamos a descansar, vamos a hablar entre nosotros.
Escuchad: Está escrito (Eclesiástico 8, 18-19) que no confiemos el corazón al extranjero, porque no conocemos sus hábitos. Pero ¿podemos decir que conocemos el corazón incluso de nuestros conciudadanos?, ¿el corazón del amigo?, ¿el del pariente? Sólo Dios conoce perfectamente el corazón del hombre, y el hombre dispone de un solo medio para conocer el corazón de su semejante, y comprender si se trata de un verdadero compatriota, de un amigo verdadero, de un verdadero pariente. ¿Cuál es este medio? ¿Dónde se encuentra? En el prójimo mismo y en nosotros. En las acciones y palabras de él y en el recto juicio nuestro.
Cuando en las palabras del prójimo, en sus acciones, o en las acciones que querría que nosotros hiciéramos, sentimos, con nuestro recto juicio, que no hay bien, podemos entonces decir: «Este no tiene corazón bueno y debo desconfiar de él». Tratarlo con caridad, porque es un desdichado -su desdicha es la más grave: la del espíritu enfermo-, pero no seguirlo en sus acciones, no aceptar sus palabras como verdaderas y sabias, y, mucho menos, seguir sus consejos. Que no os destruya este pensamiento orgulloso: «Soy fuerte y el mal de los otros no entra en mí. Soy justo y, aunque escuche a los injustos, justo me conservo».
El hombre es un abismo profundo, en que se dan todos los elementos del bien y del mal: ayudan los primeros, las ayudas de Dios, a crecer y a hacerse reyes; ayudan a crecer y reinar en modo nocivo las pasiones y las malas amistades. Todas las aspiraciones al bien y todos los gérmenes del mal están latentes en el hombre: por amorosa Voluntad de Dios o por malvada voluntad de Satanás, el cual sugestiona, tienta, incita, mientras que Dios atrae, conforta, ama. Satanás trata de seducir, Dios
trabaja en conquistar. Y no siempre vence Dios, porque la criatura es pesada hasta que escoge el amor como ley suya, y, siendo pesada, desciende y tiende más fácilmente a aquello que supone satisfacción inmediata y de las partes más bajas del hombre.
Vosotros, por lo que digo acerca de la debilidad humana, podéis comprender cuán necesario es desconfiar de sí mismo y poner mucha atención a nuestro prójimo, para no unir el veneno de una conciencia impura al que ya fermenta en nosotros. Cuando se comprende que un amigo es la ruina del corazón, cuando sus palabras turban la conciencia, cuando sus consejos escandalizan, hay que saber dejar esa amistad dañosa. Persistiendo se acabaría pereciendo en el espíritu porque se pasaría a acciones que alejan a Dios, que impiden a la conciencia endurecida comprender las inspiraciones de Dios. Si todo hombre culpable de graves pecados pudiera, quisiera hablar, diciendo cómo llegó a esos pecados, se vería que en origen hubo siempre una mala amistad…
-¡Es verdad! – confiesa en voz baja Samuel de Nazaret.
-Desconfiad de aquellos que, después de haber combatido contra vosotros sin motivo, de golpe os colman de honores y regalos. Desconfiad de los que alaban todas vuestras acciones y son hombres que alaban todo: o sea, alaban al holgazán como buen trabajador, al adúltero como marido fiel, al ladrón como honesto, al violento como manso, al mentiroso como sincero, al mal fiel y al pésimo discípulo como modelos. Lo hacen para destruiros y servirse de vuestra destrucción para sus astutas miras. Huid de aquellos que quieren embriagaros de alabanzas y promesas para hacer que llevéis a cabo acciones que, de no estar embriagados, no aceptaríais hacer. Y cuando hayáis jurado fidelidad a uno no tratéis con sus enemigos. Sólo se acercan para perjudicar al que odian, y perjudicar con vuestra misma ayuda.
Abrid los ojos. He dicho: sed astutos como las serpientes, además de sencillos como las palomas. Porque, para tratar de las cosas de espíritu, es santa la sencillez, pero, para vivir en el mundo sin perjudicarse uno a sí mismo y perjudicar a los amigos, es necesaria la astucia que sabe descubrir las astucias de quien odia a los santos. El mundo es un cubil de sierpes. Sabed conocer el mundo y sus sistemas. Y luego, estando como palomas no entre el fango donde están las sierpes, sino en el alto abrigo sobre la roca, tened el corazón sencillo de los hijos de Dios. Y orad, orad porque en verdad os digo que la gran Serpiente silba alrededor de vosotros, y que estáis en grave peligro; y quien no vigile perecerá. Sí. Entre los discípulos habrá quien perezca, con gran júbilo de Satanás e infinito dolor de Cristo.
-¿Quién será, Señor? Quizás uno que no es de los nuestros, un prosélito, uno… no de Palestina, uno…
-No indaguéis. ¿No está, acaso, escrito que la abominación entrará, como ya ha entrado, en e1 lugar santo? (Daniel 9, 27; 11, 31; 12, 11) Ahora bien, si se puede pecar incluso junto al Santo, ¿no podrá pecar alguno de entre mis seguidores galileo o judío? Velad, velad, amigos míos. Velad por vosotros mismos y por los demás, vigilad lo que os dicen los otros y lo que os dice vuestra conciencia. Y si por vosotros no tenéis luz para ver venid a mí. Yo soy la Luz.
Pedro gesticula y susurra detrás de Juan, que hace señal de que no, que no. Jesús vuelve la mirada, ve… Pedro se pone en actitud seria y hace ademán de alejarse. Jesús se alza, sonríe levemente… Luego entona la oración, bendice, despide a las personas. Y se queda solo, a orar más.