El jueves prepascual. Parábola de la lepra de las casas.
Y en el camino de regreso hacia la casa de Juana, estando un poco aislados en medio de la gente que se aglomera en los caminos y que separa a unos de otros a los componentes de la nutrida comitiva que sigue a Jesús, Pedro, que va con el Maestro y con los dos hijos de Alfeo, pregunta: -Ahora que podemos hablar un poco entre nosotros, Señor, ¿me dices una cosa que estoy pensando desde ayer por la noche? -Sí, Simón. Dime de qué se trata y te responderé. -Ya desde ayer por la noche pienso en la gracia especial que concedes a Juan en Antigonio. Es muy grande esa gracia, ¿eh? Es una cosa única. ¡Exclusivamente para él! Y la verdad es que Síntica también merece mucho… Y, en fin, hay mucha gente magnífica que… merecería verte… y que no te ve sino cuando está a tu lado. Nosotros, por ejemplo, ¡qué consolados nos habríamos sentido cuando nos has mandado por los caminos! Y hemos atravesado momentos en que una palabra tuya nos habría sacado de la incertidumbre… Pero a nosotros no vienes nunca… ¿Por qué esta diferencia? -Concluyendo, ¿tú, Simón mío, estás un poco celoso?… -¡No, hombre, no! Pero… Bueno… querría saber tres cosas: ¿por qué a Juan de Endor?; si sólo a él; y si no existe la posibilidad de que un día nos suceda también a nosotros, a mí, por ejemplo, que te vea milagrosamente y sepa de tu boca cómo actuar. -Te respondo. A Juan porque es un espíritu lleno de buena voluntad, que, no obstante, tiene debilidades, más bien de tipo físico, que podrían derrumbar el edificio de su elevación a Dios, que él ha construido. ¿Ves, amigo mío? El pasado, habiendo estado mucho tiempo sobre nosotros como una costra profundamente radicada, no sólo ha incidido signos indelebles, sino que deja indelebles tendencias en todos los hombres. Mira, por ejemplo, aquella casucha construida al pie del monte. Las aguas del suelo, las que corren monte abajo durante las lluvias, se han filtrado lentamente en ella. Ahora hay sol caliente, y lo habrá durante meses. Pero el moho que ha penetrado en la argamasa estará siempre presente cual manchas de lepra. La casa ha sido abandonada por haber sido declarada leprosa. En otros tiempos menos irrespetuosos la casa habría sido demolida, según la Ley. ¿Porque le ha acaecido este desastre a la pobre casa? Porque los propietarios no se han preocupado de disponer zanjas alrededor para no permitir que las aguas se estancaran en la base, para desviar, lejos del lado que apoya en el monte, las aguas que bajan. Ahora la casa no sólo es fea, sino que está minada por la humedad. Si un hombre voluntarioso se preocupara de hacer esos trabajos, y luego la limpiara bien, y raspara las paredes y cambiara los adobes enmohecidos por otros nuevos; podría ser usada todavía. Pero, de todas formas, presentaría unas debilidades tales, que en un terremoto sería la primera en derrumbarse. Juan ha estado, durante años, penetrado de los venenos del mal del mundo. Ha puesto los medios, con su voluntad, para desterrarlos de su alma revivida. Pero en la base escondida en la carne, en la parte inferior, han quedado debilidades… El espíritu está fuerte, pero su carne es débil; y la carne se desata incluso en tempestades, cuando sus fómites se juntan con elementos del mundo, capaces de zarandear el yo. ¡Juan!… ¡Qué remoción de partículas del pasado por cuanto ha sucedido! Yo le ayudo en la resistencia, en la depuración, en la victoria sobre el pasado que tiende a resurgir; doy consuelo a su excesivo sufrimiento en la manera que puedo. Porque lo merece. Porque es justo ayudar a una voluntad santa que sufre el asalto de toda la iniquidad del mundo. ¿Te convences? -Sí, Maestro. ¿Y… sólo te muestras a él? Jesús sonríe mirando a Pedro, que a su vez lo mira desde abajo y parece un niño observando la cara de su padre. Responde: -No sólo a él. También a otros que están lejos construyéndose su santidad, fatigosamente y solos. -¿Quiénes son? -No es necesario saberlo. Santiago de Alfeo pregunta: -¿Y a nosotros, por ejemplo, cuando estemos solos y – ¡a saber cuánto! – atormentados por el mundo?… ¿no nos vas a ayudar con tu presencia? -Tendréis al Paráclito con sus luces. .De acuerdo… Pero yo… no lo conozco… y… creo que no lograré jamás comprenderlo. Tú… es otra cosa… Diré: «¡Oh, el Maestro!» y te preguntaré lo que hay que hacer, con la seguridad de que eres Tú…» dice Pedro. Y termina: « ¡El Paráclito! ¡Demasiado excelso para este pobre pescador! ¡Quién sabe lo difícil que habla y lo… ligero que es: un soplo que pasa…! No sé si alguno se dará cuenta siquiera… Yo necesito un buen meneo, un grito, para que mi cocota se despierte y pueda entender. ¡Pero, si te me apareces Tú, te veo, y entonces!… Prométeme, o mejor a todos, prométenos que te nos vas a aparecer también a nosotros. ¡Pero así, ¿eh?! De carne y sangre. Que se te vea bien y se te oiga mejor. -¿Y si lo hiciera para regañar? -¡No importa! Al menos – ¿verdad, vosotros dos? -, al menos sabríamos lo que tendríamos que hacer. Los dos hijos de Alfeo asienten. -Pues os lo prometo. A pesar de que – creedlo – el Paráclito sabrá hacer que vuestras almas lo entiendan. Pero iré Yo a deciros: «Santiago, haz esto o aquello. Simón Pedro, no está bien que hagas esa otra cosa. Judas, fortalécete para estar preparado para esto o para aquello».-Muy bien. Ahora estoy más tranquilo. ¡Y ven a menudo, ¿eh?! Porque yo estaré como un pobre niño desamparado que no hará sino que llorar y… hacer cosas no buenas… Y casi casi Pedro ya se echa a llorar desde ahora… Judas Tadeo pregunta: -¿No podrías hacerlo para todos desde ahora? Quiero decir: para los que dudan, para los culpables, los desleales. Quizás un milagro… -No, hermano. El milagro hace mucho bien, especialmente el milagro de ese tipo, cuando se da a tiempo y en el lugar oportuno, a personas no maliciosamente culpables. Dado a personas maliciosamente culpables, aumenta su culpabilidad porque aumenta su soberbia. Toman el don de Dios como debilidad de Dios, que les suplicaría a ellos, a los orgullosos, permitir amarlos. Toman el don de Dios como producto de sus grandes méritos. Se dicen a sí mismos: «Dios se humilla conmigo porque soy santo». Entonces es la ruina completa. La ruina, por ejemplo, de un Marcos de Josías, y con él de otros… ¡Ay de aquel que entra por este camino satánico!: el don de Dios se transforma en él en veneno de Satanás. Ser agraciado con dones extraordinarios constituye la prueba más grande y segura del grado de elevación y de voluntad santa en un hombre. Muy frecuentemente, el hombre se embriaga de ello humanamente, y de espiritual, pasa a ser todo humanidad, y luego baja y se hace satanicidad. -¿Y entonces por qué los concede Dios? ¡Sería mejor que no los concediera! -Simón de Jonás, ¿para enseñarte a andar tu madre te tuvo siempre entre pañales y en brazos? -No. Me ponía en el suelo, y me soltaba. -¡Pero te caerías, ¿no?! -¡Una infinidad de veces! Bueno y mucho más porque yo era muy… Bueno, que ya desde pequeño tenía pretensiones de actuar por mí mismo y de hacer todo bien. -¡Pero ahora ya no te caes! -¡Estaría bueno! Ahora sé que subirme al respaldo de una silla es peligroso, sé que pretender usar los desagües para bajar del tejado al patio es un error, sé que querer volar desde la higuera hasta dentro de la casa, como si fuéramos pájaros, es cosa de locos. Pero de pequeño no lo sabía. Y lo que es un misterio es que no me matara. Pero poco a poco fui aprendiendo a usar bien las piernas y la cabeza. -Entonces Dios ha hecho bien dándote piernas y cabeza; y tu madre, dejándote aprender sufriendo en ti las consecuencias, ¿no? -¡Claro está! -Lo mismo hace Dios con las almas. Les da los dones y, como una madre, advierte y enseña. Pero luego cada uno debe razonar por sí mismo sobre cómo usarlos. -¿Y si es un deficiente mental? -Dios no da los dones a los deficientes mentales. A éstos los ama, porque son infelices, pero no les da aquello de cuya posesión no tendrían conciencia. -¡Pero si se los diera y los usaran mal? -Dios los trataría según su realidad, es decir, como a personas incapaces y por tanto, sin responsabilidad. No los juzgaría. -¿Y si uno es inteligente cuando los recibe y luego se vuelve necio o loco? -Si es por enfermedad, no es culpable de no usar el don recibido. -¿Pero… uno de nosotros, por ejemplo? ¿Josías… o… ¡bueno… u otro!? -¡Más le valdría no haber nacido! Pero así se separan los buenos los malos… Operación dolorosa, pero justa. -¿Qué decís de bueno? ¿Nada para nosotros? – preguntan otros apóstoles que, dada la anchura de la calle, pueden reunirse con Jesús. -Hablábamos de muchas cosas. Jesús me ha dicho una parábola sobre la lepra de las casas. Luego os la digo yo – responde Pedro. -¡De todas formas, qué supersticiones, ¿eh?! Dignas de aquellos tiempos. Las paredes no cogen lepra. Los antiguos, ignorantes, aplicaban a vestidos y a paredes propiedades animales. Cosas ridículas que nos hacen ridículos – dice con aires de sabio Judas Iscariote. -No son como dices, Judas. Bajo la apariencia – que era como era necesaria para las mentes de aquel tiempo – hay una finalidad grande formada de santas previsiones. Como muchos otros preceptos del viejo Israel. Preceptos orientados a la salud del pueblo. Conservar sano a un pueblo es deber de los legisladores, es honrar a Dios y servirle, porque el pueblo está constituido por criaturas de Dios. No se le debe desatender, de la misma forma que no se desatiende ni a los animales ni a las plantas. Las casas definidas leprosas no tienen, es verdad, la enfermedad carnal de la lepra. Pero tienen defectos de construcción y de ubicación que las hacen malsanas y que se manifiestan con las manchas definidas «lepra de las paredes». Con el paso del tiempo se hacen no sólo malsanas para el hombre, sino peligrosas porque están expuestas a un fácil derrumbamiento. Por eso bien prescribe la Ley, y ordena abandonarlas y reconstruirlas, e incluso destruirlas si, una vez reconstruidas, vuelven a aparecer enfermas. -¡Hombre, pero un poco de humedad, qué va a hacer? Se seca con braseros. -Y la humedad no aparece externamente, y el engaño aumenta. La humedad aumenta por dentro, y mina, y un buen día se derrumba la casa y sepulta a sus habitantes. ¡Judas, Judas! ¡Mejor tener excesiva vigilancia que ser imprudentes! -Yo no soy una casa. -Eres la casa de tu alma. No dejes que en la casa se filtre el mal y corroa… Vigila por la incolumidad de tu alma. Vigilad todos. -Vigilaré, Maestro. Pero, dime la verdad, ¿estás impresionado por las palabras de mi madre? Esta mujer está enferma. Ve fantasmas. Tengo que llevarla al médico. Cúramela Tú, Maestro.-La consolaré. Pero tú eres el único que puedes curarla, calmando su congoja. -Congoja sin fundamento. Créeme, Señor. -Mejor así, Judas. Mejor así. Pero tú, con una conducta cada vez más justa, trata de anular esa congoja. Si ha surgido, habrá habido un motivo. Anula incluso el recuerdo de ese motivo, y tu madre y Yo te bendeciremos. -¡Maestro, temías que me pusiera de acuerdo con Marcos de Josías? -No temo nada. -¡Ah! ¡Bien! Porque yo trataba de convencerlo. Creo que era mi deber. ¡Ninguno lo hace! ¡Yo tengo celo por las almas! -Ten cuidado de que no te ocurra un mal – dice Pedro bondadosamente. -¿Qué quieres decir? – dice Judas agresivo. -Nada más que esto: que para tocar algo que quema hay que coger algo que aísle. -¿Qué, en nuestro caso? -¿Qué? Una gran santidad. -¿Y yo no la tengo, no es verdad? -Ni tú, ni yo, ni ninguno de nosotros. Por eso… podríamos quemarnos y quedar marcados. -¿Y entonces quién se va a ocupar de las almas? -Por ahora el Maestro. Después, cuando, según la promesa, tengamos los medios para poderlo hacer, nosotros. -Pero yo quiero actuar antes. Nunca se trabaja demasiado pronto para el Señor. -Creo que lo que dices está bien, pero también creo que el primer trabajo para el Señor lo tenemos que hacer en nosotros. ¿Ir a predicar santidad a los otros antes que a nosotros mismos?… -Eres egoísta. -En absoluto. -Sí. -No. Empieza la discusión. Interviene Jesús: -Pedro tiene razón en buena parte. Tú también tienes un poco de razón. Porque la predicación se debe apoyar sobre los hechos. Por eso santificarse para poder decir: «Haced lo que digo porque es justo». Y esto apoya lo que dice Pedro. Pero también el trabajar en los espíritus de los demás sirve para formar los propios, porque nos obliga a mejorarnos para no ser objeto de observaciones por parte de los que se hayan de convertir. Pero ya hemos llegado a la casa de Juana… Vamos a entrar a gozar del amor de contarnos entre los obreros del Señor; y a predicar, con los hechos, el tiempo futuro.