El gran debate con los judíos. Huyen del Templo con la ayuda del levita Zacarías.
Jesús entra otra vez en el Templo con apóstoles y discípulos. Y algunos apóstoles, y no sólo apóstoles, le hacen la observación de que es imprudente entrar. Pero Él responde: -¿Con qué derecho podrían negármelo? ¿Estoy condenado acaso? No, por ahora todavía no lo estoy. Subo, pues, al altar de Dios como todo israelita que teme al Señor. -Pero tienes intención de hablar… -¿Y no es éste el lugar donde habitualmente se reúnen los rabíes para hablar? Estar fuera de aquí para hablar y adoctrinar es la excepción, y puede representar un descanso que se ha tomado un rabí, o una necesidad personal. Pero el lugar en que todos apetecen enseñar a los discípulos es éste. ¿No veis en torno a los rabíes gente de todas las nacionalidades, que se acercan a oír al menos una vez a los célebres rabíes? A1 menos para poder decir al regresar a su tierra natal: «Hemos oído a un maestro, a un filósofo hablar según el modo de Israel». Maestro para los que ya son o tienden a ser hebreos; filósofo para los que son gentiles en el verdadero sentido de la palabra. Y los rabíes no se desdeñan de ser escuchados por éstos, porque esperan hacer de ellos prosélitos. Sin esta esperanza, que si fuera humilde sería santa, no estarían en el Patio de los Paganos, sino que exigirían hablar en el de los Hebreos, y, si fuera posible, en el Santo mismo, porque, según su juicio sobre sí mismos, son tan santos que sólo Dios es superior a ellos… Y Yo, Maestro, hablo donde hablan los maestros. Pero ¡no temáis! No es todavía su momento. Cuando sea su momento os lo diré, para que fortalezcáis vuestro corazón. -No lo dirás – dice Judas Iscariote. -¿Por qué? -Porque no lo podrás saber. Ninguna señal te lo indicará. No hay señal. Hace casi tres años que estoy contigo y siempre te he visto amenazado y perseguido. Es más, antes estabas solo, mientras que ahora tienes detrás de ti al pueblo que te ama y que es temido por los fariseos. Así que eres más fuerte. ¿Por qué cosa esperas comprender el momento? -Por lo que veo en el corazón de los hombres. Judas se queda un momento desorientado, luego dice: -Y tampoco lo dirás porque… al dudar de nuestro valor, nos eximirás de ello. -Por no afligirnos, calla – dice Santiago de Zebedeo. -También. Pero seguro que no lo dirás. -Os lo diré. Y hasta que no os lo diga, cualquiera que fuese la violencia y el odio que vierais contra mí, no os asustéis. Son cosas sin consecuencias. Seguid adelante. Yo me quedo aquí a esperar a Manahén y a Margziam.A regañadientes, los doce y quien está con ellos se adelantan. Jesús vuelve hacia la puerta para esperar a los dos; es más, sale a la calle y tuerce hacia la Antonia. Unos legionarios, parados al pie de la fortaleza, lo señalan – unos a otros se lo señalan- y hablan entre sí. Parece que hay un poco de discusión, luego uno dice más fuerte: -Yo se lo pregunto – y se separa yendo hacia Jesús. -¡Salve, Maestro! ¿Vas a hablar también hoy ahí dentro? -Que la Luz te ilumine. Sí. Hablaré. -Entonces… ten cuidado. Uno que sabe nos ha advertido. Y una que te admira ha ordenado vigilar. Estaremos al lado del subterráneo de oriente. ¿Sabes dónde está la entrada? -No lo ignoro. Pero está cerrada por las dos partes. -¿Tú crees? – El legionario ríe con una breve sonrisa, y en la sombra de su yelmo los ojos y dientes brillan haciéndolo más joven. Luego, cuadrándose, saluda: -¡Salve, Maestro! Acuérdate de Quinto Félix. -Me acordaré. Que la Luz te ilumine. Jesús echa a andar de nuevo y el legionario regresa al sitio de antes y habla con sus compañeros. -¿Maestro, hemos tardado? ¡Eran muchos los leprosos! – dicen juntos Manahén -vestido sencillamente de marrón oscuro- y Margziam. -No. Habéis tardado poco. De todas formas, vamos; los otros nos esperan. ¡Manahén, has sido tú el que ha avisado a los romanos? -¿De qué, Señor? No he hablado con nadie. Y no sabría… Las romanas no están en Jerusalén». De nuevo están junto a la puerta de la muralla y, como si estuviera por azar, está allí cerca el levita Zacarías. -La paz a ti, Maestro. Quiero decirte… Trataré de estar siempre donde tú aquí dentro. Y no me pierdas de vista. Y, si hay tumulto y ves que me marcho, trata de seguirme siempre. ¡Te odian mucho! No Puedo hacer más… Compréndeme… -Que Dios te lo pague y te bendiga por la piedad que tienes por su Verbo. Haré lo que dices. Y no temas, que ninguno sabrá de tu amor por mí. Se separan. -Quizás ha sido él el que se lo ha dicho a los romanos. Estando ahí dentro, habrá sabido… – susurra Manahén. Van a orar, pasando entre la gente, que los mira con diferentes sentimientos, y que se reúne luego detrás de Jesús cuando, terminada la oración, Él vuelve del patio de los Hebreos. Fuera ya de la segunda muralla, Jesús hace ademán de pararse, pero un grupo mixto de escribas, fariseos y sacerdotes, lo rodea. Uno de los magistrados del Templo habla por todos. -¿Estás todavía aquí? ¿No comprendes que no te aceptamos? ¿No temes siquiera el peligro que te amenaza? Vete. Ya es mucho si te dejamos orar. No te permitimos ya más que enseñes tus doctrinas. -Sí. Vete. ¡Vete, blasfemo! -Sí, me voy, como queréis. Y no sólo fuera de estos muros. Me voy a marchar, estoy ya marchándome, más lejos, a donde ya no podréis ir. Y llegarán horas en que me buscaréis también vosotros, y ya no sólo para perseguirme, sino también por un supersticioso terror de una acción contra vosotros por haberme echado; por una ansia supersticiosa de ser perdonados de vuestro pecado para obtener misericordia. Pero os digo que ésta es la hora de la misericordia, la hora de hacerse amigos del Altísimo. Pasada esta hora, será inútil todo remedio. Ya no me tendréis, y moriréis en vuestro pecado. Aunque recorrierais toda la Tierra y lograrais alcanzar astros y planetas, no me encontraríais, porque a donde Yo voy vosotros no podéis ir. Ya os lo he dicho. Dios viene y pasa. El sabio lo acoge con sus dones cuando pasa. El necio lo deja marcharse y ya no vuelve a encontrarlo. Vosotros soy de abajo, Yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, Yo no soy de este mundo. Por eso, una vez que Yo haya regresado a la morada de mi Padre, fuera de este mundo vuestro, ya no me encontraréis y moriréis en vuestros pecados, porque ni siquiera sabréis alcanzarme espiritualmente con la fe. -¿Te quieres matar, endemoniado? Claro que, entonces, en el Infierno donde bajan los violentos nosotros no podremos alcanzarte, porque el Infierno es de los condenados, de los malditos, y nosotros somos los benditos hijos del Altísimo – dicen algunos. Y otros aprueban, diciendo: -Seguro que se quiere matar, porque dice que a donde Él va nosotros no podemos ir. Comprende que ha sido descubierto y que ha fallado el intento, y se quita la vida sin esperar a que se la quiten, como al otro galileo falso Cristo. Y otros, benévolos: -¿Y si fuera realmente el Cristo y realmente volviera a Aquel que lo ha enviado? -¿A dónde? ¿A1 Cielo? ¿No está allí Abraham y piensas que va a ir Él? Antes tiene que venir el Mesías. -Pero Elías fue raptado al Cielo en un carro de fuego. -En un carro, sí. Pero al Cielo… ¿quién lo asegura? Y el contraste continúa mientras fariseos, escribas, magistrados, sacerdotes, judíos al servicio de sacerdotes, escribas y fariseos, van siguiendo a Cristo por los amplios pórticos como una jauría de perros acosa a la salvajina levantada. Pero algunos, los buenos de la masa hostil, aquellos a quienes verdaderamente mueve un deseo honesto, se abren paso hasta llegar a Jesús y le hacen esa ansiosa pregunta que tantas veces se ha oído hacer, o con amor o con odio: -¿Quién eres Tú? Dínoslo, para que sepamos obrar en consecuencia. ¡Di la verdad en nombre del Altísimo! -Yo soy la Verdad misma y no uso nunca la mentira. Yo soy el que siempre os he dicho que soy, desde el primer día que he hablado a las muchedumbres, en todo lugar de Palestina; el que aquí he dicho que soy, varias veces, cerca del Santo de los Santos, cuyos rayos no temo porque digo la verdad. Todavía me quedan de decir muchas cosas, y de juzgar en mi día y respecto a este pueblo, y, aunque parezca para mí cercano ya el atardecer, sé que las diré y que juzgaré a todos,, porque así me lo ha prometido el que me ha enviado, que es veraz. El ha hablado conmigo en un eterno abrazo de amor, diciéndome todo su Pensamiento, para que Yo lo pudiera expresar con mi Palabra al mundo, y no podré callar, ni nadie podrá hacerme callar hasta que haya anunciado al mundo todo aquello que he oído al Padre mío. -¿Y todavía blasfemas? ¿Sigues llamándote Hijo de Dios? ¿Y quién piensas que te va a creer? ¿Quién crees que va a ver en ti al Hijo de Dios? – le dicen los enemigos, gesticulando casi con los puños delante de la cara, pareciendo, a causa del odio, personas trastornadas. Apóstoles, discípulos y la gente bienintencionada los rechazan, formando como una barrera de protección para el Maestro. El levita Zacarías, lentamente, con movimientos atentos para no llamar la atención de los energúmenos, se acerca a Jesús, a Manahén y a los dos hijos de Alfeo. Ya están en el final del pórtico de los Paganos, porque la marcha es lenta entre las corrientes contrarias, y Jesús se detiene en su sitio habitual, en la última columna del lado oriental. Se para. Del lugar donde hasta los paganos están no pueden expulsar a un verdadero israelita, so pena de soliviantar a la muchedumbre, cosa que los farsantes evitan hacer. Y allí empieza a hablar otra vez, respondiendo a sus ofensores y con ellos a todos: -Cuando elevéis al Hijo del hombre… Gritan los fariseos y escribas: -¿Quién crees que te va a elevar? Mísero es el país que tiene por rey a un charlatán desquiciado y a un blasfemo aborrecido por Dios. Ninguno de nosotros te alzará, puedes estar seguro. El resto de luz que te queda te lo hizo comprender a tiempo, cuando fuiste tentado. ¿Sabes que nunca podremos hacerte nuestro rey! -Lo sé. No me elevaréis a un trono, pero me elevaréis. Y alzándome, creeréis que me estáis bajando. Pero precisamente cuando creáis que me habéis bajado, seré alzado. No sólo en Palestina, no sólo en todo el Israel esparcido por el mundo, sino en todo el mundo, incluso en las naciones paganas, incluso en los lugares todavía ignorados por los doctos del mundo. Y seré elevado no durante una vida de hombre, sino durante toda la vida de la Tierra, y la sombra del dosel de mi trono se irá extendiendo cada vez más sobre la Tierra hasta cubrirla por entero. Sólo entonces volveré y me veréis. ¡Me veréis! -¿Pero estáis oyendo que forma demente de hablar? ¿Lo elevaremos bajándolo y lo bajaremos alzándolo! ¡Un loco! ¡Un loco! ¡Y la sombra de su trono sobre toda la Tierra! ¡Más grande que Ciro! ¡Más que Alejandro! ¡Más que César! ¿Dónde pones a César? ¿Crees que te va a dejar tomar el imperio de Roma? ¿Y permanecerá en el trono durante todo el tiempo del mundo! ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! Con su ironía dan bofetadas, más latigazos, peor que con un flagelo. Pero Jesús deja que hablen. Alza la voz para ser oído en medio del clamor de quien se ríe y de quien defiende, y que llena el lugar con rumor de mar agitado. -Cuando levantéis al Hijo del hombre, comprenderéis quién soy y que no hago por mí mismo nada, sino que digo aquello que mi Padre me ha enseñado y hago lo que Él quiere. Y el que me ha enviado, ciertamente, no me deja solo, sino que está conmigo. De la misma manera que la sombra sigue al cuerpo, lo mismo está el Padre detrás de mí, vigilante y aunque invisible, presente. Está detrás de mí y me conforta y ayuda y no se aleja, porque hago siempre lo que a Él le agrada. Dios, por el contrario, se aleja cuando sus hijos no obedecen sus leyes e inspiraciones. Entonces se marcha y los deja solos. Por eso muchos en Israel pecan. Porque el hombre, abandonado a sí mismo, difícilmente se conserva justo y fácilmente cae en las espiras de la Serpiente. Y en verdad, en verdad os digo que por vuestro pecado de resistencia a su Luz y Misericordia Dios se aleja de vosotros y dejará vacío de sí este lugar y vuestros corazones; y lo que con llanto dijo Jeremías en sus profecías y lamentaciones se cumplirá exactamente. Meditad esas palabras proféticas, y temblad. Temblad y entrad otra vez en vosotros mismos con espíritu bueno. Oíd no las amenazas, sino aún la bondad del Padre que advierte a sus hijos mientras todavía les es concedido reparar y salvarse. Oíd a Dios en las palabras y en los hechos y, si no queréis creer en mis palabras, porque el viejo Israel os ahoga, creed al menos en el viejo Israel. En él gritan los profetas los peligros y las calamidades de la Ciudad Santa y de toda nuestra Patria, si no se convierte al Señor su Dios y no sigue al Salvador. Ya pesó sobre este pueblo la mano de Dios en los siglos pasados. Pero el pasado y el presente no serán nada respecto al tremendo futuro que le espera por no haber querido acoger a Aquel al que Dios ha enviado. Ni en rigor ni en duración es comparable lo que espera al Israel que repudia al Cristo. Yo os lo digo, adelantando la mirada a través de los siglos: como árbol tronchado y arrojado a un vortiginoso río, así será la raza hebraica alcanzada por el anatema divino. Tenaz, tratará de detenerse en las orillas en uno u otro punto; siendo exuberante, brotarán de él vástagos y raíces. Pero, cuando ya crea que ha arraigado, volverá contra él la violencia de la riada y ésta volverá a arrancarlo, romperá sus raíces y vástagos y el árbol irá más allá, a sufrir, para arraigar y ser de nuevo arrancado y vagar de nuevo. Y nada podrá darle paz, porque la riada que hostigará será la ira de Dios y el desprecio de los pueblos. Sólo arrojándose a un mar de Sangre viva y santificante podría hallar paz. Pero evitará esa Sangre, porque, a pesar de las palabras de solicitación que ésta le dirigirá, le parecerá -Caín del Abel celeste- oír la voz de la sangre de Abel. Otro amplio rumor que se propaga por el vasto recinto como rumor de olas. Pero en este rumor faltan las voces ásperas de los fariseos y escribas, y de los judíos a ellos subyugados. Jesús aprovecha para tratar de marcharse. Pero algunos que estaban lejos se acercan a Él y le dicen: -Maestro, escúchanos. No todos somos como ellos (y señalan a los enemigos), pero nos es costoso seguirte, incluso porque tu voz está sola contra una gran abundancia de voces que dicen lo contrario de lo que dices Tú. Y las cosas que dicen ellos son las que hemos oído a nuestros padres desde que éramos niños. Pero tus palabras nos inducen a creer. ¿Cómo lograremos, pues, creer completamente y tener vida? Estamos como atados por el pensamiento del pasado… -Si os establecéis en mi Palabra como si renacierais ahora, creeréis completamente y seréis mis discípulos. Pero es necesario que os despojéis del pasado y aceptéis mi doctrina, que no borra todo el pasado, sino que mantiene y vigoriza lo santo y sobrenatural del pasado y quita lo superfluo humano, y coloca la perfección de mi doctrina donde ahora están las doctrinas humanas, que siempre son imperfectas. Si venís a mí, conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres. -Maestro, es verdad que te hemos dicho que estamos como atados por el pasado. Pero este vínculo no es cautiverio ni esclavitud. Nosotros somos descendencia de Abraham. En las cosas del espíritu. Porque con «descendencia de Abraham», si no nos equivocamos, se quiere significar descendencia espiritual contrapuesta a la de Agar, que es descendencia de esclavos. ¿Cómo es que dices, entonces, que seremos libres? -Os hago la observación de que también era descendencia de Abraham Ismael y los hijos de él. Porque Abraham fue padre de Isaac y de Ismael. -Pero impura, porque era hijo de una mujer esclava y egipcia. -En verdad, en verdad os digo que no hay más que una esclavitud, la del pecado. Sólo el que comete pecado es un esclavo, y esta esclavitud ninguna moneda la rescata. Hacia un amo implacable y cruel. Una esclavitud que incluye la pérdida de todos los derechos a la libre soberanía en el Reino de los Cielos. El esclavo, el hombre hecho esclavo por una guerra o por desgracias, puede caer en manos de un buen amo. Pero siempre es precaria su buena posición, porque el amo puede venderlo a otro amo, cruel. El esclavo es una mercancía y nada más. A veces sirve como moneda para saldar una deuda. Y ni siquiera tiene el derecho a llorar. El criado, sin embargo, vive en la casa de su señor, si bien sólo mientras éste no lo despide. Pero el hijo se queda siempre en la casa de su padre y el padre no piensa en echarlo. Sólo por su libre voluntad puede salir. Y en esto está la diferencia entre esclavitud y servidumbre y entre servidumbre y filiación. La esclavitud encadena al hombre, la servidumbre lo pone al servicio de un señor, la filiación lo coloca para siempre, y con igualdad de vida, en la casa del padre. La esclavitud aniquila al hombre, la servidumbre lo somete, la filiación lo hace libre y feliz. El pecado hace al hombre esclavo del amo más cruel y sin término: Satanás. La servidumbre, en este caso la antigua Ley, hace al hombre temeroso de Dios, como de un Ser intransigente. La filiación, o sea, el ir a Dios junto con su Primogénito, conmigo, hace del hombre un ser libre y feliz, que conoce la caridad de su Padre y en ella confía. Aceptar mi doctrina es ir a Dios junto conmigo, Primogénito de muchos hijos preferidos. Yo romperé vuestras cadenas -basta con que vengáis a mí para que las rompa-, y seréis verdaderamente libres y coherederos conmigo del Reino de los Cielos. Sé que sois descendencia de Abraham. Pero aquel de vosotros que trate de hacerme morir ya no honra a Abraham sino a Satanás, y sirve a éste como fiel esclavo. ¿Por qué? Porque rechaza mi palabra; de forma que mi palabra no puede penetrar en muchos de vosotros. Dios no fuerza al hombre a creer, no lo fuerza a aceptarme; pero me envía para que os indique cuál es su voluntad. Y Yo os refiero lo que he visto y oído al lado de mi Padre. Y hago lo que Él quiere. Pero aquellos de vosotros que me persiguen hacen lo que han aprendido de su padre y lo que él sugiere. Como paroxismo que resurge después de una pausa del mal, la ira de los judíos, fariseos y escribas, que parecía muy calmada, se despierta violenta. Se van introduciendo como una cuña en el círculo compacto que aprieta a Jesús, y tratan de llegarse a Él. La masa de gente se mueve con vaivén de fuertes y contrarias ondas, como contrarios son los sentimientos de los corazones. Gritan los judíos, lívidos de ira y de odio: -¡El padre nuestro es Abraham! ¡No tenemos ningún otro padre! -El Padre de los hombres es Dios. El mismo Abraham es hijo del Padre universal. Pero muchos repudian al Padre verdadero a cambio de uno que no es padre, pero que lo eligen como tal porque parece más poderoso y dispuesto a contentarlos en sus deseos desordenados. Los hijos hacen las obras que ven hacer a su padre. Si sois hijos de Abraham, ¿por qué no hacéis las obras de Abraham? ¿No las conocéis? ¿Os las debo enumerar como naturaleza y como símbolo? (Génesis 12; 13; 15; 18; 22) Abraham obedeció yendo al país que le fue indicado por Dios, y es figura del hombre que debe estar preparado para dejar todo e ir a donde Dios lo envíe. Abraham fue condescendiente con el hijo de su hermano y le dejó elegir la región preferida, y es figura del respeto a la libertad de acción y de la caridad que debemos tener para con nuestro prójimo. Abraham fue humilde después de la predilección de Dios y lo honró en Mambré, y se sintió siempre nada respecto al Altísimo, que le había hablado; es figura de la postura de amor reverencial que el hombre debe tener siempre hacia su Dios. Abraham creyó en Dios y lo obedeció incluso en las cosas más difíciles de creer y penosas de cumplir, y por el hecho de sentirse seguro no se hizo egoísta, sino que oró por los de Sodoma. Abraham no buscó un pacto con el Señor queriendo un premio por sus muchas obediencias, sino que, al contrario, para honrarlo hasta el fin, hasta el máximo límite, le sacrificó su amadísimo hijo… -No lo sacrificó. -Le sacrificó su amadísimo hijo, porque verdaderamente su corazón ya había sacrificado durante el trayecto, con su voluntad de obedecer, que fue detenida por el ángel cuando ya el corazón del padre se partía estando para partir el corazón de su hijo. Mataba al hijo por honrar a Dios. Vosotros le matáis a Dios el Hijo por honrar a Satanás. ¿Hacéis, pues, vosotros las obras de aquel a quien llamáis padre? No, no las hacéis. Tratáis de matarme a mí porque os digo la verdad tal y como la he oído de Dios. Abraham no hacía eso. No trataba de matar la voz que venía del Cielo, sino que la obedecía. No, vosotros no hacéis las obras de Abraham, sino las que os indica vuestro padre. -No hemos nacido de una prostituta. No somos espurios. Has dicho, Tú mismo lo has dicho, que el Padre de los hombres es Dios, y nosotros además somos del Pueblo elegido, y pertenecemos a las castas distinguidas de este Pueblo. Por tanto, tenemos a Dios como único Padre. -Si reconocierais a Dios como Padre en espíritu y en verdad, me amaríais, porque Yo procedo y vengo de Dios; ciertamente no vengo de mí mismo, sino que es Él el que me ha enviado. Por eso, si verdaderamente conocierais al Padre, me conoceríais también a mí como Hijo suyo y hermano y Salvador vuestro. ¿Pueden los hermanos no reconocerse? ¿Pueden los hijos de Uno solo no conocer el lenguaje que se habla en la Casa del único Padre? ¿Por qué, entonces, no comprendéis mi lenguaje y no toleráis mis palabras? Porque Yo vengo de Dios y vosotros no. Vosotros habéis abandonado el hogar paterno y habéis olvidado el rostro y el lenguaje de Aquel que lo habita. Habéis ido voluntariamente a otras regiones, a otras moradas, donde reina otro, que no es Dios, y donde se habla otro idioma. Y quien allí reina impone que, para entrar, uno se haga hijo suyo y lo obedezca. Y vosotros lo habéis hecho y seguís haciéndolo. Vosotros abjuráis, renegáis del Padre Dios para elegiros otro padre. Y éste es Satanás. Vosotros tenéis como padre al demonio y queréis llevar a cabo lo que él os sugiere. Y los deseos del demonio son de pecado y violencia, y vosotros los acogéis. Desde el principio era homicida, y no perseveró en la verdad porque él, que se rebeló contra la Verdad, no puede tener en sí amor a la verdad. Cuando habla, habla como lo que es, o sea, como mentiroso y tenebroso, porque verdaderamente es mentiroso y ha engendrado y ha dado nacimiento a la mentira tras haberse fecundado con la soberbia y nutrido con la rebelión. Toda la concupiscencia está en su seno, y la escupe e inocula para envenenar a las criaturas. Es el tenebroso, el menospreciador, el rastrero reptil maldito, es el Oprobio y el Horror. Desde hace muchos siglos sus obras atormentan al hombre, y las señales y frutos de ellas están ante las mentes de los hombres. Y, no obstante, a él, que miente y destruye, le prestáis oídos, mientras que si hablo Yo y digo lo que es verdad y es bueno no me creéis y me llamáis pecador. ¿Pero quién de entre los muchos que me han conocido, con odio o amor, puede decir que me ha visto pecar? ¿Quién puede decirlo con verdad? ¿Dónde, las pruebas para convencernos a mí y a los que creen en mí de que soy pecador? ¿Contra cuál de los diez mandamientos he faltado? ¿Quién, ante el altar de Dios, puede jurar que me ha visto violar la Ley y las costumbres, los preceptos, las tradiciones, las oraciones? ¿Quién de entre todos los hombres podrá hacerme mudar el rostro por haber sido convencido, con pruebas seguras, de pecado? Ninguno puede hacerlo. Ningún hombre y ningún ángel. Dios grita en el corazón de los hombres: «Es el Inocente». De esto estáis todos convencidos, y, vosotros que me acusáis, más todavía que estos otros, que vacilan acerca de quién entre Yo y vosotros tiene razón. Mas sólo el que es de Dios escucha las palabras de Dios. Vosotros no las aceptáis a pesar de que resuenen en vuestras almas día y noche, y no las escucháis porque no sois de Dios. -¿Nosotros, nosotros que vivimos para la Ley y en la más minuciosa observancia de los preceptos para honrar al Altísimo, no somos de Dios? ¿Y Tú osas decir esto? ¡Ah! Parecen ahogarse del horror, como si fuera un dogal. -¿Y no hemos de decir que eres un endemoniado y un samaritano? -No soy ni lo uno ni lo otro, sino que honro a mi Padre, aunque vosotros lo neguéis para vilipendiarme. Pero vuestro vilipendio no me aflige. No busco mi gloria. Hay quien se preocupa de ella y juzga. Esto os digo a vosotros que me queréis denigrar. Pero a los que tienen buena voluntad les digo que quien acoja mi palabra, o ya la haya acogido, y la sepa custodiar, no verá la muerte por los siglos de los siglos. -¡Ah! ¡Ahora vemos claro que por tus labios habla el demonio que te posee! Tú mismo lo has dicho: «Habla como mentiroso». Lo que acabas de decir es palabra mentirosa, por tanto es palabra demoníaca. Abraham murió y murieron los profetas. Y dices que el que guarde tu palabra no verá la muerte por los siglos de los siglos. ¡Entonces Tú no vas a morir? -Moriré sólo como Hombre, para resucitar en el tiempo de Gracia, pero como Verbo no moriré. La Palabra es Vida y no muere. Y quien acoge en sí la Palabra tiene en sí la Vida y no muere para siempre, sino que resucita en Dios porque Yo lo resucitaré. -¡Blasfemo! ¡Loco! ¡Demonio! ¿Eres más que nuestro padre Abraham, que murió, y que los profetas? ¿Quién te crees ser? -El Principio que os habla. -Se produce un pandemónium. Y, mientras esto sucede, el levita Zacarías empuja a Jesús insensiblemente hacia un ángulo del pórtico, ayudado en ello por los hijos de Alfeo y por otros que quizás colaboran, sin quizás saber siquiera bien lo que hacen. Cuando Jesús está bien arrimado al muro y tiene delante de sí la protección de los más fieles, y un poco se calma el tumulto también en el patio, dice con su voz incisiva y hermosa, tranquila incluso en los momentos más agitados: -Si me glorifico a mí mismo, no tiene valor mi gloria. Todos pueden decir de sí lo que quieran. Pero el que me glorifica es mi Padre, el que decís que es vuestro Dios, si bien es tan poco vuestro que no lo conocéis y no lo habéis conocido nunca ni lo queréis conocer a través de mí, que os hablo de Él porque lo conozco. Y si dijera que no lo conozco para calmar vuestro odio hacia mí, sería un embustero como lo sois vosotros diciendo que lo conocéis. Yo sé que no debo mentir por ningún motivo. El Hijo del hombre no debe mentir, si bien el decir la verdad será causa de su muerte. Porque si el Hijo del hombre mintiera, ya no sería verdaderamente Hijo de la Verdad y la Verdad lo alejaría de sí. Yo conozco a Dios, como Dios y como Hombre. Y como Dios y como Hombre conservo sus palabras y las acato. ¡Israel, reflexiona! Aquí se cumple la Promesa. En mí se cumple. ¡Reconóceme en lo que soy! Vuestro padre Abraham suspiró por ver mi día. Lo vio proféticamente por una gracia de Dios, y exultó. Y vosotros en verdad lo vivís… -¡Cállate! ¡No tienes todavía cincuenta años y pretendes decir que Abraham te ha visto y que Tú lo has visto? – y su carcajada de burla se propaga como una ola de veneno o de ácido corrosivo. -En verdad, en verdad os lo digo: antes de que Abraham naciera, Yo soy. -“¿Yo soy?” Sólo Dios puede decir que es, porque es eterno. ¡No tú! ¡Blasfemo! “¡Yo soy!” ¡Anatema! ¿Eres, acaso, Dios para decirlo?, le grita uno que debe ser un alto personaje porque acaba de llegar y ya está cerca de Jesús, dado que todos se han apartado con terror cuando ha venido. -Tú lo has dicho -responde Jesús con voz de trueno. Todo se hace arma en las manos de los que odian. Mientras el último que ha preguntado al Maestro se entrega a toda una mímica de escandalizado horror y se quita violentamente la prenda que cubre su cabeza, y se alborota el pelo y la barba y se desata las hebillas que sujetan la túnica al cuello, como si se sintiera desfallecer del horror, puñados de tierra, y piedras (usadas por los vendedores de palomas y otros animales para tener tensas las cuerdas de los cercados, y por los cambistas para… prudente custodia de sus arquetas, de las que se muestran más celosos que de la propia vida) vuelan contra el Maestro, y naturalmente caen sobre la propia gente, porque Jesús está demasiado dentro, bajo el pórtico, como para ser alcanzado, y la gente impreca y se queja…Zacarías, el levita, da -único medio para hacerlo llegar hasta una puertecita baja, escondida en el muro del pórtico y ya preparada para abrirse- un fuerte empujón a Jesús; lo empuja hacia la puerta a la par que a los dos hijos de Alfeo, Juan, Manahén y Tomás. Los otros se quedan afuera, en el tumulto… Y el rumor de éste llega debilitado a la galería que está entre unos poderosos muros de piedra que no sé cómo se llaman en arquitectura. Están construidos con técnica de ensamblaje, diría yo, o sea, con piedras anchas y piedras más pequeñas, y encima de éstas, sobre las pequeñas, las anchas, y viceversa. No sé si me explico bien. Oscuras, fuertes, talladas toscamente, apenas visibles en la penumbra producida por estrechas aspilleras puestas arriba a distancias uniformes, para ventilar y para que no sea completamente tenebroso este lugar, que es una angosta galería que no sé para lo que sirve, pero que me da la impresión de que da la vuelta por todo el patio. Quizás había sido hecha como protección, como refugio, para hacer dobles y, por tanto, más resistentes los muros de los pórticos, que forman como cinturones de protección para el Templo propiamente dicho, para el Santo de los Santos. En fin, no sé. Digo lo que veo. Olor de humedad, de esa humedad que no se sabe decir si es frío o no, como en ciertas bodegas. -¿Y qué hacemos aquí? – pregunta Tomás. -¡Calla! Me ha dicho Zacarías que vendrá, y que estemos callados y parados – responde Judas Tadeo. -Pero… ¿podemos fiarnos? -Eso espero. -No temáis. Ese hombre es bueno – consuela Jesús. -Afuera, el tumulto se aleja. Pasa tiempo. Luego, un rumor de pasos y una pequeña luz trémula que se acerca desde profundidades oscuras. -¿Estás ahí, Maestro? – dice una voz que quiere ser oída pero teme que la oigan. -Sí, Zacarías. -¡Alabado sea Yeohveh! ¿He tardado? He tenido que esperar a que corrieran todos hacia las otras salidas. Ven, Maestro… Tus apóstoles… He podido decirle a Simón que vayan todos hacia Betesda y que esperen. Por aquí se baja… Poca luz. Pero camino seguro. Se baja a las cisternas… y se sale hacia el Cedrón. Camino antiguo. No siempre destinado a buen uso, pero esta vez sí… y esto lo santifica… Bajan continuamente en medio de sombras quebradas sólo por la llamita tembleteante de la lámpara, hasta que un claror distinto se vislumbra en el fondo… y detrás el claror del verde, que parece lejano… Una verja -tan maciza y apretada que es casi puerta- termina la galería. -Maestro, te he salvado. Puedes marcharte. Pero, escúchame: no vuelvas durante un tiempo. No podría servirte siempre sin ser notado; y… olvida, olvidad todos este camino, y a mí que os he guiado aquí – dice Zacarías, moviendo unos artificios que hay en la pesada verja, y entreabriendo ésta lo indispensable para dejar salir a las personas. Y repite: -Olvidad, por piedad hacia mí. -No temas. Ninguno de nosotros hablará. Dios esté contigo por tu caridad. Jesús alza la mano y la pone encima de la cabeza agachada del joven. Sale, seguido de sus primos y de los otros. Se encuentra en un pequeño espacio llano -casi no caben todos-, agreste, con zarzas, frente al Monte de los Olivos. Un senderito de cabras baja entre las zarzas hacia el torrente. -Vamos. Subiremos luego a la altura de la puerta de los Ovejas y Yo con mis hermanos iré a casa de José, mientras vosotros vais a Betesda por los otros y venís. Iremos a Nob mañana al anochecer después del ocaso.