El endemoniado curado, los fariseos y la blasfemia contra el Espíritu Santo.
Pasada la Semana Santa y la consecuente penitencia del no ver, vuelve esta mañana la visión espiritual del Evangelio. Y todas mis angustias se olvidan en esta alegría, que se anuncia siempre con una indescriptible sensación de júbilo sobrehumano…
…Y veo a Jesús – caminando todavía por las arboledas que bordean el río – que se detiene y ordena un alto en el camino, en estas horas demasiado calientes para permitir la marcha. Porque, si es verdad que la tupida maraña de las frondas protege del sol, esta misma maraña forma también como una capa de impedimento al paso de las brisas, apenas sensibles, siendo así que el aire bajo las frondas es caliente, está parado, es pesado y húmedo (la humedad que emana del suelo cercano al río, una humedad que no es alivio, sino tormento pegajoso que se mezcla, aumentándolo, con el ya de por sí tormentoso sudor que se desliza por los cuerpos).
-Vamos a detenernos hasta el atardecer. Luego bajaremos al guijarral claro, visible incluso con la luz de las estrellas, y proseguiremos de noche. Ahora vamos a comer y a descansar.
¡-Ah!, antes de la comida me tomo el alivio del agua. Estará también tibia, como un brebaje para la tos; pero servirá para quitarme el sudor. ¿Quién viene conmigo? – pregunta Pedro.
Todos van con él. Todos, incluso Jesús, que está sudado como todos y con la túnica pesada de polvo y sudor. Toma cada uno, de la bolsa, una túnica limpia y bajan al río. En la hierba, como señal de su presencia, no quedan más que las trece bolsas y los odres del agua, velado ello por los añosos árboles y por innumerables pájaros, que observan curiosos con sus ojitos de azabache las trece bolsas hinchadas y multicolores diseminadas en la hierba. Las voces de los bañistas se alejan y se confunden entre el rumor del río. Sólo de vez en cuando alguna risa aguda vibra como una nota alta por encima de los acordes bajos y monótonos del río.
Pero pronto un rumor de pisaduras rompe el silencio. Algunas cabezas se asoman a través de unos ramajes, dan una ojeada, dicen con expresión contenta:
-Están aquí. Se han parado. Vamos a decírselo a los otros – y desaparecen alejándose tras las matas…
…Mientras tanto, refrescados, con los cabellos todavía húmedos a pesar de que hayan sido rudimentaria mente secados, descalzos y con las sandalias lavadas, que gotean, sujetas de las correas, vestidos con túnicas frescas – quizás han dejado las otras sobre los cañizares, después de una enjuagadura en las aguas azules del Jordán – regresan los apóstoles con el Maestro. Visiblemente aliviados por el prolongado baño.
Ignorando que han sido descubiertos, se sientan, después de que Jesús ha ofrecido y distribuido la comida. Después de la comida, cargados de sueño, se tumbarían y dormirían. Pero… viene un hombre, y después del primero el segundo, y el tercero…
-¿Qué queréis? – pregunta Santiago de Zebedeo, que los ve venir y pararse cerca de una espesura, dudando si acercarse o no. Los otros, incluido Jesús, se vuelven para ver con quién habla Santiago.
-¡Ah, son los del pueblo!… ¡Nos han seguido! – dice sin entusiasmo Tomás, que se disponía a dormir un poco. Entretanto los interpelados responden, un poco atemorizados al ver la manifiesta aversión de los apóstoles a recibirlos:
-Queríamos hablar con el Maestro… Decir que… ¿Verdad Samuel?… – y, como no se atreven a seguir hablando, se
interrumpen.
Pero Jesús, benigno, alzándose y dirigiéndose hacia ellos, los anima:
-Hablad, hablad. ¿Tenéis otros enfermos?
-Maestro, estás cansado, incluso más que nosotros. Descansa un poco y que ellos esperen… – dice más de un apóstol. -Aquí hay criaturas que me requieren. Por eso ellos tampoco tienen descanso de paz en el corazón. Y el cansancio del corazón supera al de los miembros. Dejad que los escuche.
-¡Bueno, pues bien! ¡Adiós descanso nuestro!… – dicen en tono malhumorado los apóstoles, subyugados por el cansancio y el calor hasta el punto de hacer un reproche a su Maestro en presencia de extraños, tanto que dicen: «Y cuando, sin prudencia, nos hayas enfermado a todos, demasiado tarde comprenderás que te éramos necesarios».
Jesús los mira… con piedad. No hay otra cosa en sus dulces ojos cansados… Pero responde:
-No, amigos. No pretendo que hagáis lo mismo que Yo. Mirad, vosotros quedaos aquí descansando; Yo me alejo un poco con éstos, los escucho y luego vengo a descansar con vosotros.
Es tan dulce la respuesta, que obtiene más que con un reproche. El buen corazón, el afecto de los doce se despierta y toma la iniciativa:
-¡No, hombre, no, Señor! Quédate ahí y habla con ellos. Nosotros vamos a dar la vuelta a las túnicas para que se sequen por el otro lado. Así vencemos el sueño y luego venimos y descansamos juntos.
Y los que más sueño tienen van hacia el río… Se quedan Mateo, Juan y Bartolomé.
Pero, mientras tanto, los tres habitantes del pueblo se han transformado en más de diez, y siguen aumentando… -¿Entonces? Acercaos y hablad sin temor.
-Maestro, cuando te has marchado, los fariseos se han hecho todavía más violentos… Han arremetido contra el hombre que has liberado y… si no se vuelve loco será un nuevo milagro… porque… le han dicho que… que lo has liberado de un demonio que sólo obstaculizaba a la razón, pero que le has dado un demonio más fuerte, tan fuerte que ha vencido al primero, más
fuerte que el primero porque éste condena y domina su espíritu, y por eso mientras que de la primera posesión no habría debido llevar las consecuencias a la otra vida, porque sus acciones no eran… ¿cómo han dicho, Abraham?…
-Han dicho… ¡oh, es un nombre extraño!… Bueno, que de esas acciones Dios no le habría pedido cuentas, porque habían sido hechas sin libertad de mente, mientras que ahora él, adorando por imposición del demonio que tiene dentro de su corazón, introducido por ti – ¡perdona si te lo decimos! -, por ti, príncipe de los demonios, adorándote a ti con mente ya cuerda, es sacrílego y maldito, y será condenado. Así que el pobre infeliz añora el estado de antes, y… casi impreca contra ti… Por tanto, más desquiciado que antes… y la madre se desespera por el hijo que desespera de salvarse… y toda alegría se ha transformado en congoja. Nosotros, para dar paz, te hemos buscado, y ciertamente nos ha guiado hasta aquí el ángel… Señor, nosotros creemos que Tú eres el Mesías. Y creemos que el Mesías tiene dentro de sí al Espíritu de Dios. Por tanto, es Verdad y Sabiduría. Y te pedimos que nos des paz y explicación…
-Estáis en la justicia y en la caridad. Benditos seáis. Pero, ¿dónde está el infeliz?
-Viene detrás de nosotros con su madre, llorando su desesperación. ¿Ves? Todo el pueblo, menos ellos, menos los crueles fariseos, viene hacia aquí, sin preocuparse de las amenazas de ellos. Porque nos han amenazado castigos porque creemos en ti. Pero Dios nos protegerá.
-Dios os protegerá. Llevadme donde el beneficiado.
-No. Te lo traemos aquí. Espera – y muchos se dirigen hacia el núcleo más numeroso, que se acerca gesticulando, mientras dos llantos agudos dominan el murmullo de la muchedumbre. Los otros, los que se han quedado, son muchos ya, y, cuando a éstos se unen los otros teniendo en el centro al endemoniado curado y a la madre de éste, alrededor de Jesús, entre los árboles, se apiña verdaderamente una muchedumbre. La gente se sube incluso a los árboles en busca de un sitio para oír y ver.
Jesús va hacia el beneficiado con el milagro. Éste, en cuanto lo ve, arrancándose los pelos y arrodillándose, dice: -¡Devuélveme el primer demonio! ¡Por piedad de mí, de mi alma! ¿Qué te he hecho para que me perjudicaras tanto? Y su madre, también de rodillas:
-¡Delira por el miedo, Señor! No escuches sus blasfemas palabras. No. Líbralo del miedo que esos crueles le han infundido, para que no pierda la vida del alma. Lo has liberado una vez… ¡Por piedad de una madre, libéralo otra vez!
-Sí, mujer. ¡No temas! ¡Hijo de Dios, escucha!
Y Jesús apoya sus manos sobre la cabeza despeinada del hombre que delira de miedo sobrenatural.
-Escucha. Y juzga. Juzga por ti mismo, porque ahora tienes un juicio libre y puedes juzgar con justicia. Hay un modo seguro para comprender si un prodigio viene de Dios o de un demonio. Y es lo que experimenta el alma. Si el hecho extraordinario viene de Dios, se infunde paz en el alma, paz y júbilo majestuoso; si viene de un demonio, con el prodigio viene turbación y dolor. Y también viene paz y júbilo de las palabras de Dios, mientras que de las de un demonio – sea demonio espíritu o demonio hombre – viene turbación y dolor. Y también de la proximidad de Dios viene paz y júbilo, mientras que de la proximidad de espíritus u hombres malvados viene turbación y dolor. Ahora reflexiona, hijo de Dios. ¿Cuando, cediendo al demonio de la lujuria, empezaste a acoger dentro de ti a tu opresor, gozabas de júbilo y paz?
El hombre reflexiona y, ruborizándose, responde:
-No, Señor.
-¿Y cuando el perpetuo Adversario se apoderó de ti del todo, tuviste paz y júbilo?
-No, Señor. Jamás. Mientras comprendía, mientras tuve un retal de mente libre, experimenté turbación y dolor por el atropello del Adversario. Luego… no sé… Ya mi intelecto no era capaz de comprender lo que yo sufría… Era peor que un animal… Pero incluso en ese estado en que parecía menos inteligente que un animal… ¡oh, cuánto podía sufrir todavía! No sé decir de qué… ¡El infierno es tremendo! Es una totalidad horrenda… y no se puede decir lo que es…
El hombre tiembla ante el informe recuerdo de sus sufrimientos de poseído. Tiembla, palidece, suda… La madre lo abraza y lo besa en la mejilla para distraerlo de esa pesadilla… La gente susurra comentarios.
-¿Y cuando te has despertado con la mano en mi mano, que has experimentado?
-¡Oh, un estupor tan dulce!… y luego una alegría, una paz mayor aún… Parecía como si saliera de una cárcel oscura donde un sinnúmero de serpientes habían sido las cadenas, y el aire hedores de pútrida cloaca, y entrara en un jardín en flor, pleno de sol, de cantos… He conocido el Paraíso… pero tampoco esto se puede describir… – El hombre sonríe como arrobado en el recuerdo de su breve y reciente hora de júbilo. Luego suspira y termina: «Pero pronto ha terminado…».
-¿Estás seguro? Dime, ahora que estás a mi lado y lejos de los que te han turbado, ¿qué sientes?
-La paz también. Aquí contigo no puedo creer que esté condenado y sus palabras me parecen blasfemia… Pero yo las he creído… ¿No he pecado contra ti entonces?
-No has pecado tú. Ellos sí. Levántate, hijo de Dios, y cree en la paz que hay en ti. La paz viene de Dios. Tú estás con Dios. No peques y no temas – y quita las manos de la cabeza del hombre permitiéndole así levantarse.
-¿Verdaderamente es así, Señor? – preguntan muchos.
-Verdaderamente es así. La duda suscitada por estas palabras deliberadamente dañinas ha sido la última venganza de Satanás que ha salido de éste vencido y deseoso de recuperar la presa perdida.
Con muy buen sentido un lugareño dice:
-¡Pero entonces… los fariseos… han servido a Satanás! – y muchos aplauden esta justa observación.
-No juzguéis. Hay quien juzga.
-Pero al menos somos francos en nuestros juicios… y Dios ve que juzgamos por culpas claras. Ellos fingen ser lo que no son. Actúan con falsedad y con miras no buenas. Y, a pesar de ello, triunfan más que nosotros, que somos honrados y sinceros. Son nuestro terror. Extienden su poder hasta la libertad de fe. Se tiene que creer y practicar como les gusta a ellos. Y nos
amenazan porque te amamos. Tratan de reducir tus milagros a brujerías, para que la gente te tema. Conspiran, oprimen, hacen daño…
La muchedumbre habla tumultuosamente. Jesús hace un gesto imponiendo silencio y dice:
-No acojáis en el corazón lo que es de ellos. Ni sus insinuaciones ni sus sistemas. Y ni siquiera la idea: «son malos y, a pesar de ello, triunfan». ¿No os acordáis de las palabras de la Sabiduría: «Breve es el triunfo del pérfido» y de la otras, de los Proverbios: «No sigas, hijo, los ejemplos de los pecadores y no escuches las palabras de los impíos, porque quedarán atrapados en las cadenas de sus culpas y engañados por su gran necedad»? No introduzcáis en vosotros lo que es de aquellos que vosotros mismos, aún siendo imperfectos, juzgáis injustos. Introduciríais en vosotros la misma levadura que los corrompe a ellos. La levadura de los fariseos es la hipocresía. Que la hipocresía no esté nunca en vosotros, ni respecto a las formas del culto a Dios, ni respecto al modo de manifestaros con los hermanos. Guardaos de la levadura de los fariseos. Pensad que no hay nada oculto que no pueda ser descubierto, nada escondido que no termine siendo conocido.
Ya veis. Me habían dejado partir y luego habían sembrado cizaña donde el Señor había esparcido selecta semilla. Creían haber actuado fina y victoriosamente. Y habría sido suficiente que no me hubierais encontrado, que Yo hubiera pasado el río sin dejar huella mía en el agua, que se junta después de abrirla la proa, para que su mala forma de obrar, bajo apariencia de un obrar recto, triunfase. Pero pronto ha sido descubierto el juego, y su mala acción ha sido anulada. Y así de todas las acciones del hombre, Uno al menos, Dios, las conoce, y provee. Lo que se dice en la oscuridad termina siendo revelado por la Luz, y lo que se trama en secreto en una habitación puede ser revelado como si hubiera sido preparado en una plaza. Porque todo hombre puede tener su delator. Y porque Dios ve a todos los hombres, y Dios puede intervenir y desenmascarar a los culpables.
Por eso hay que actuar siempre con honestidad para vivir con paz. Y quien vive así no tenga miedo. Ni miedo en esta vida, ni miedo por la otra vida. No, amigos míos, os digo: quien obra como justo no tema. Ni miedo de los que matan – sí, de los que pueden matar el cuerpo -, pero que después de eso no pueden hacer más. Os digo qué debéis temer. Temed a aquellos que, después de haberos hecho morir, os pueden mandar al infierno, o sea temed a los vicios, a los malos compañeros, a los falsos maestros, a todos los que os insinúan el pecado o la duda en el corazón, temed a los que más que al cuerpo tratan de corromper al alma y llevaros a la separación de Dios y a pensamientos de desesperación de la divina Misericordia. Temed esto, os lo repito. Porque en ese caso vuestra muerte será eterna. Pero, por lo demás, por vuestra existencia, no temáis. El Padre vuestro no pierde de vista ni siquiera a uno de estos pájaros pequeñitos que hacen sus nidos entre las frondas de los árboles. Ni uno de ellos cae en la red sin que su Creador lo sepa. Y, no obstante, es muy pequeño su valor material: cinco pájaros por dos ases. Y nulo es su valor espiritual. Y, a pesar de ello, Dios los cuida. ¿Cómo, entonces, no va a cuidar de vosotros, de vuestra vida, de vuestro bien? Hasta los cabellos de vuestra cabeza son manifiestos al Padre, y ninguna injuria que hagan a sus hijos le pasa desapercibida; porque vosotros sois sus hijos, o sea, mucho más que los pájaros que hacen sus nidos en los tejados o entre el follaje.
Hijos sois mientras no renunciáis por propia iniciativa a serlo por vuestra libre voluntad. Y se renuncia a esta filiación cuando uno reniega de Dios y del Verbo que Dios ha enviado al mundo para llevar a los hombres a Dios. Entonces, si uno no me quiere reconocer ante los hombres, por temor a un daño por causa de este reconocimiento, entonces tampoco Dios lo reconocerá como hijo suyo, y el Hijo de Dios y del hombre tampoco lo reconocerá delante de los ángeles del Cielo; y quien haya renegado de mí delante de los hombres será negado como hijo ante los ángeles de Dios. Y quien haya hablado mal y contra el Hijo del hombre será todavía perdonado, porque Yo intercederé ante el Padre por su perdón; pero el que haya blasfemado contra el Espíritu Santo no será perdonado. ¿Por qué esto? Porque no todos pueden conocer la extensión del Amor, su perfecta infinidad, y ver a Dios en una carne semejante a toda otra carne de hombre. Los gentiles, los paganos no pueden creer esto por fe, porque su religión no es amor. También entre nosotros el respeto temeroso que tiene Israel por Yeohveh puede impedir el creer que Dios se haya hecho hombre, y el más humilde de los hombres. Es una culpa el no creer en mí. Pero, cuando ésta se apoya en un excesivo temor de Dios, todavía se perdona. Sin embargo, no puede ser perdonado aquel que no se rinde a la verdad que se transparenta a través de mis actos, y niega al Espíritu de Amor el que haya podido mantener la palabra dada de enviar al Salvador en el tiempo establecido, el Salvador precedido y acompañado por los signos anunciados.
Éstos, los que me persiguen, conocen a los profetas. Las profecías están llenas de mí. Conocen las profecías y conocen lo que Yo hago. La verdad es manifiesta. Pero la niegan por voluntad de negarla. Sistemáticamente niegan que Yo sea no sólo el Hijo del hombre, sino también el Hijo de Dios anunciado por los profetas, el Nacido de una Virgen no por voluntad del hombre sino del Amor eterno, del eterno Espíritu que me ha anunciado para que los hombres me pudieran reconocer. Ellos, para poder decir que la oscuridad de la espera del Cristo continúa, se obstinan en tener cerrados los ojos para no ver la Luz presente en el mundo, y por eso reniegan del Espíritu Santo, de su Verdad, de su Luz. Y para éstos el juicio será más severo que para los que no saben. Y llamarme «satanás» no les será perdonado, porque el Espíritu por mí hace obras divinas, no satánicas. Y llevar a otros a la desesperación cuando el Amor los ha llevado a la paz no será perdonado. Porque todas estas cosas son ofensas al Espíritu Santo, a este Espíritu Paráclito que es Amor y da amor y pide amor, y que espera mi holocausto de amor para derramarse en amor de sabiduría que iluminará los corazones de mis fieles. Y cuando esto suceda, y os sigan persiguiendo acusándoos ante los magistrados y los príncipes en los tribunales y en las sinagogas, no os preocupéis pensando en cómo os justificaréis. El mismo Espíritu os dirá lo que habréis de responder para servir a la Verdad y conquistaros la Vida, de la misma forma que el Verbo os está dando cuanto es necesario para entrar en el Reino de la Vida eterna.
Idos en paz. En mi paz. En esa paz que es Dios y que Dios emana para saturar con ella a sus hijos. Idos y no temáis. Yo no he venido para engañaros, sino para instruiros; no para perderos, sino para redimiros. Bienaventurados los que sepan creer en mis palabras. Y tú, hombre, dos veces salvado, sé fuerte y recuerda la paz mía para decir a los tentadores: «No tratéis de seducirme. Mi fe es que Él es el Cristo». Ve, mujer. Ve con él y queda en paz. Adiós. Volved a las casas y dejad al Hijo del hombre con el humilde descanso sobre la hierba, antes de reanudar su perseguido camino en busca de otros a quienes salvar, hasta el final. Mi paz esté con vosotros.
Los bendice y regresa al lugar en donde han comido. Y los apóstoles con Él. Y, habiéndose marchado la gente, se echan, apoyadas las cabezas en las bolsas, y pronto el sueño se apodera de ellos, con el calor bochornoso de la tarde y el pesado silencio de estas horas tórridas.