El día de la Parasceve. En el Templo.
Jesús entra en el Templo. Y, desde sus primeros pasos en él, es fáci1 comprender el humor de los ánimos hacia el Nazareno: miradas hostiles; órdenes a los miembros de la guardia del Templo de vigilar al «conturbador», órdenes dadas abiertamente, para que todos vean y oigan; palabras de desprecio para los que vienen con É1; incluso empujones voluntarios a los discípulos… En fin, el odio es tal, que los relumbrantes fariseos, escribas y doctores asumen posturas y acciones de mozos de cuerda o peor todavía: y están tan cegados por el rencor, que no piensan que se rebajan mucho, incluso como hombres, actuando así. Jesús pasa tranquilo, ¡como si ni siquiera se refiriera a Él eso que hacen! Es el primero en saludar, en cuanto ve a algún personaje que, por grado sacro o por poder, es un «superior» del mundo hebreo. Y, si éste no responde al saludo correcto que Jesús le dirige, no por ello Jesús cambia de actitud. Eso sí, su rostro, cuando se vuelve de uno de estos soberbios hacia uno o varios de los muchos humildes que hay, toma un aspecto de sonrisa dulcísimo. Y muchos son los mendigos y enfermos pobres que ayer ha recogido y que, debido a la suerte imprevista que han tenido, pueden celebrar una Pascua como quizás desde hacía años no celebraban. Ahora, reunidos en grupos, en pequeñas sociedades nacidas espontáneamente, van a comprar los corderos que habrán de ser inmolados, contentos de ser – ellos que eran los despreciados – iguales que los demás, en vestidos y posibilidades. Y Jesús se para, benigno, a escucharlos: sus propósitos, sus narraciones de asombro, sus bendiciones… Ancianos, niños, viudas, enfermos ayer, ahora curados; miserables ayer, andrajosos, hambrientos, despreciados, hoy vestidos, ¡y felices de ser hombres como los demás en estos días de la gran fiesta de los Ázimos! Las voces – muy variadas: desde las de plata de los pequeñuelos a las temblorosas de los viejos, y, entre estos dos extremos, las voces vibrantes de las mujeres – saludan, acompañan, siguen a Jesús. Llueven los besos en sus vestiduras y en sus manos. Y Jesús sonríe y bendice, mientras sus enemigos, lívidos de rabia por la gran luminosidad de paz que hay en Él, se concomen de ira impotente. Capto fragmentos de lo que dicen unos u otros… -¡Tienes razón! Pero a nada que hagamos nos destrozan -(y un fariseo señala al pueblo que se apiña en torno a Jesús). -¡Fijaos! Nos ha recogido, nos ha dado de comer, nos ha vestido, nos ha curado, y muchos, por medio de los discípulos ricos, han encontrado trabajo y asistencia. Pero la verdad es que todo ha venido por Él. ¡Que Dios lo salve siempre! – dice un hombre que quizás ayer estaba enfermo y mendigaba. -¡Claro, así yo también! ¡Este sedicioso compra a la plebe así, para lanzarla contra nosotros! – gruñe entre dientes un escriba, hablando con un colega. -Una discípula suya ha tomado mi nombre, y me ha dicho que vaya a su casa después de la Pascua, que me va a llevar a los campos que tiene en Béter. ¿Comprendes, mujer? Yo y mis hijos. Voy a trabajar. Pero, ¿qué es trabajar cuando hay protección y seguridad? ¡Es una alegría! Y mi Leví ya no tendrá que destrozarse trabajando en los cereales, porque la discípula que se hace cargo de nosotros lo va a poner en las rosaleras… ¡Vamos, te digo que un juego! ¡El Eterno dé gloria y bien a su Mesías! – dice 1a viuda de la llanura de Sarón a una israelita de clase más bien rica que le está preguntando. -¡Oh! ¿Y yo no puedo?… ¿Estáis ya todos situados, todos a los que ayer ha recogido? – dice la mujer rica israelita. -No, mujer. Hay todavía otras viudas con hijos, y otros hombres.-Quisiera decirle que si me concede la gracia de ayudarle. -¡Llámalo! -No me atrevo. -Ve tú, Leví mío, a decirle que una mujer quiere hablar con Él… El niño va raudo y refiere esto a Jesús. Entretanto, un saduceo trata con violencia a un anciano, que pontifica en medio de una masa de gente venida de la Transjordania y que teje el elogio del Maestro de Galilea. El anciano se defiende diciendo: -¿Qué estoy haciendo de malo? ¿Querías que te alabara a ti? Bastaría con que hicieras lo que hace Él. Pero tú – que Dios te perdone – desprecias las canas y la miseria en vez de amarlas; falso israelita, que no respetas el Deuteronomio teniendo piedad de los pobres. -¿Estáis oyendo? ¡Este es el fruto de la doctrina del agitador! Enseña a la plebe a ofender a los santos de Israel. Le responde un sacerdote del Templo: -Pero la culpa es nuestra si sucede esto. No hacemos más que amenazar, sin traducir en acción las amenazas. …Jesús, mientras tanto, dice a la mujer de Israel: -Si verdaderamente te comprometes a ser madre de los huérfanos y hermana de las viudas, ve al palacio de Cusa, al Sixto. Di a Juana que te mando Yo. Ve, y fructifique tu tierra como la del Edén por tu piedad, y más aún fructifique tu corazón en un amor cada vez mayor a tu prójimo. En esto, ve a los miembros de la guardia que arrastran al anciano que había hablado antes. Grita.: -¿Qué le hacéis a ese anciano? ¿Qué ha hecho? -¡Ha insultado a los oficiales que le reprendían! -¡No es verdad! Un saduceo ha arremetido contra mí porque hablaba de ti a aquellos peregrinos. Y, como ha levantado contra mí su mano, porque soy viejo y pobre, le he dicho que es un falso israelita que pisotea las palabras del Deuteronomio. -Soltad a ese anciano. Está conmigo. Su boca ha expresado la verdad. No la sinceridad: la Verdad. Dios habla por los labios de los niños, pero también por los de los ancianos. Está escrito: «No desprecies al hombre en su vejez, porque son de los nuestros los que envejecen». Y también: «No desprecies las palabras de los ancianos sabios: antes bien, te sean familiares sus máximas, porque de ellos aprenderás la sabiduría y las enseñanzas de la inteligencia». Y también: «Donde hay ancianos no hables mucho». Recuerde esto Israel, esa parte de Israel que quiere llamarse perfecta, porque en caso contrario el Altísimo sabe cómo desmentirla. Padre, ven a mi lado. El anciano, de porte señorial, va donde Jesús, mientras los saduceos, afectados por el reproche, se marchan airados. -Soy una mujer hebrea de la Diáspora, Rey esperado. ¿Podría servirte como esa mujer que has enviado a Juana? – dice una que me recuerda en todo a la que, de nombre Nique, enjugó el rostro de Jesús en el Gólgota y obtuvo el Sudario. Pero las hebreas son muy semejantes entre sí, y pasados ya meses desde aquella visión, podría equivocarme. Jesús la mira. Ve a una mujer de unos cuarenta años, bien vestida, de maneras francas. Le pregunta: -¿Eres viuda, no es verdad? -Sí, y sin hijos. He vuelto hace poco y he adquirido unas tierras en Jericó. Para estar cerca de la Ciudad Santa. Pero ahora veo que Tú eres más grande que ella. Y te sigo. Y te ruego que me recibas a tu servicio. Sé de ti por discípulos. Pero superas lo que ellos cuentan. -De acuerdo. Concretamente, ¿qué quieres? -Ayudarte en los pobres y, según mis posibilidades, hacer que seas amado y conocido. Conozco a muchos de las colonias de la Diáspora, porque he seguido a mi marido en sus actividades comerciales. Dispongo de medios y me basta con poco, así que puedo hacer mucho; y quiero hacer mucho, por tu amor y para sufragio del espíritu de aquel que me tomó, virgen, hace veinte años, y fue para mí dulce compañero hasta el último suspiro. Parecía profetizar cuando moría. Decía: «Cuando muera, entrega a la tumba la carne que te amó, y ve a nuestra patria. Encontrarás al Prometido. ¡Tú lo verás! Búscalo. Síguelo. Es el Redentor y Resucitador, y me abrirá las puertas de la Vida. Sé buena para ayudarme a estar preparado cuando abra los Cielos a los que no tengan ya deudas con la Justicia; y sé buena para merecer encontrarlo pronto. Jura que lo harás y que cambiarás en fortaleza hacendosa las estériles lágrimas de una viudez. Ten, esposa, a Judit como ejemplo tuyo, y todas las naciones conocerán tu nombre». ¡Pobre esposo mío! Lo único que pido es que me conozcas Tú… -Te conoceré como discípula buena. Ve tú también donde Juana, y que Dios esté contigo… ..Pesados como abejas, vuelven al asalto los enemigos de Jesús, mientras Él, inmolado el cordero y habiendo esperado a que fueran inmolados los que habían tomado los discípulos para tener los necesarios para tantos, regresa hacia las murallas del Templo. -¿Cuándo tienes pensado acabar con estas ostentaciones de rey? ¡Tú no eres rey! ¡Tú no eres profeta! ¿Hasta cuándo vas a abusar de nuestra bondad, hombre pecador, rebelde, causa de mal para Israel? ¿Cuántas veces te tenemos que decir que no tienes derecho a venir aquí como rabí? -He venido a inmolar el cordero. No podéis impedírmelo. No obstante, os recuerdo a Adonías y Salomón. -¿Qué tienen que ver con esto? ¿Qué quieres decir? ¿Eres Tú Adonías? -No. Adonías se hizo rey fraudulentamente, pero la Sabiduría velaba y aconsejaba, de forma que fue rey sólo Salomón. Yo no soy Adonías, sino Salomón. -¿Y Adonías quién es? -Todos vosotros. -¿Nosotros? ¡Atento a lo que dices! -Hablo con verdad y justicia.-Observamos todos los puntos de la Ley, creemos en los profetas y… -No. No creéis en los profetas. Ellos me nombran, y vosotros no creéis en mí. No. No observáis la Ley. La Ley aconseja obras justas. Vosotros no las hacéis. Ni siquiera son rectas esas ofrendas que venís a hacer. Está escrito: «Inmunda es la ofrenda de quien sacrifica bienes malamente adquiridos». Está escrito: «El Altísimo no acepta los dones de los inicuos, no vuelve su mirada hacia sus oblaciones, ni perdonará sus pecados porque acumulen muchos sacrificios». Está escrito: «Quien ofrece sacrificio con los bienes de los pobres es como quien degüella a un hijo ante los ojos de su padre». ¡Esto está escrito, Jocanán! Está escrito: «El pan de los indigentes es la vida de los pobres, quien se lo arrebata es un asesino». ¡Esto está escrito, Ismael! Está escrito: «Quien arrebata el pan del sudor es como si matara al pobre». ¡Esto está escrito, Doras hijo de Doras! Está escrito: «Quien vierte la sangre y quien quita su jornal al jornalero son hermanos». ¡Esto está escrito, Jocanán, Ismael, Cananías, Doras, Jonatán. Y recordad también que está escrito: «Quienquiera que sea el que cierre sus oídos a los gritos de los pobres, gritará también él y no será escuchado». Y tú, Eleazar ben Anás, recuerda, y recuerda a tu padre, que está escrito: «Mis sacerdotes han de ser santos y no se contaminarán por ningún motivo». Y tú, Cornelio, ten presente que está escrito: «Quien maldiga a su padre y a su madre sea muerto», y no es muerte sólo la que procura el verdugo: una muerte mayor espera a los que pecan contra los padres, eterna, tremenda muerte. Y tú, Tolmé, recuerda que está escrito: “A1 que practica la magia lo extermino Yo». Y tú, Sadoq, escriba de oro, recuerda que entre el adúltero y su paraninfo en el adulterio no hay diferencia a los ojos de Dios; y está escrito que quien jura lo falso es consumido por las llamas sin fin. Y di a aquel que lo ha olvidado que quien toma a una virgen y saciado ya, la separa de sí con acusaciones falsas, recibe condena. ¡No aquí! En la otra vida: por la mentira, el juramento falso, el daño contra la esposa, y por el adulterio. ¿Qué sucede? ¿Huís? ¿Ante el inerme que dice palabras no suyas, sino de aquellos a quienes vosotros citáis como santos en Israel? De forma que no podéis decir que el inerme sea un blasfemo, porque, si lo dijerais, llamaríais blasfemos a los libros sapienciales y a los libros mosaicos, que han sido dictados por Dios. ¿Huís ante el inerme? ¿Son, acaso, piedras mis palabras? ¿0 es que despiertan en vosotros, golpeando en el bronce duro de vuestro duro corazón, la conciencia, y la conciencia siente el deber de purificarse – ella y no sólo los miembros – en esta Parasceve, para poder consumir, sin pecado de impureza, e1 cordero santo? ¡Oh, si así es, gloria al Señor! Porque, os lo digo a vosotros que queréis ser alabados como sabios, verdadera sabiduría es conocerse a sí mismo, reconocer los propios errores, arrepentirse de ellos e ir a los ritos con «verdadera» devoción, o sea, con culto y rito en el alma, y no rito externo… -¡Se han marchado! Vámonos también nosotros, a dar paz a quien nos espera…