Despedida de los fieles de Yuttá.
Jesús habla en una tranquila mañana a la gente de Yuttá. Verdaderamente se puede decir que toda Yuttá está a sus pies. Incluso los pastorcillos – normalmente diseminados arriba en los montes – están allí, con sus ovejas, a los márgenes de la multitud; y también están allí los que normalmente se desplazan a los campos, a los bosques, a los mercados; y los ancianos caducos; y alrededor de Jesús, pegados a Él, los joviales pequeñuelos; y las jovencitas; y las recién casadas; y las que darán pronto a luz una criatura; y las que ya la lactan: toda Yuttá.
El espolón montano que se alarga hacia el sur es el anfiteatro que acoge a esta serena reunión de gente. Sentados en 1a hierba o a caballo del murete de piedra seca, con el vasto horizonte alrededor, el cielo ilimitado encima, el torrente abajo, que ríe y brilla bajo el sol matutino, la belleza de los montes herbosos, boscosos, que se alzan por todas partes, los de Yuttá escuchan la palabra del Maestro, que habla en pie, erguido, apoyado en un altísimo nogal, vestido de blanco lino, contra el oscuro tronco, sonriente el rostro, encendidos los ojos por la alegría de ser amado y los cabellos por el sol de oriente que lo acaricia. En medio de un silencio reverente, atento, roto sólo por los cantos de los pájaros y la voz del torrente de allá abajo, sus palabras caen lentas en los corazones, y su voz perfecta llena de musicalidad el aire tranquilo.
Está repitiendo, mientras yo escribo, una vez más la necesidad de obedecer al Decálogo, perfeccionado en su aplicación en los corazones por su doctrina de amor «para edificar en los espíritus la morada donde el Señor vivirá hasta el día en que aquellos que hayan vivido fieles a la Ley vayan a vivir en Él al Reino de los Cielos» esto dice. Y prosigue:
-Porque es así. La inhabitación de Dios en los hombres y de los hombres en Dios se lleva a cabo con la obediencia a su Ley, que empieza con un precepto de amor y que es toda ella amor desde el primero al último precepto del Decálogo. Ésta es la verdadera casa que Dios quiere, donde Dios habita; y el premio del Cielo, premio por la obediencia a la Ley, es 1a verdadera Casa en que habitaréis con Dios, eternamente. Porque – tened presente el capítulo 66°- de Isaías – Dios no tiene morada en la Tierra, que es escabel, sólo escabel para su inmensidad Dios tiene por trono el cielo, que es en todo caso pequeño, una nada, para contener al Infinito, pero lo tiene en el corazón de los hombres.
Sólo la perfectísima bondad del Padre de todo amor puede conceder a sus hijos recibirlo; y el hecho de poder estar el Dios uno y trino, el purísimo triniforme Espíritu, en el corazón de los hombres es ya un infinito misterio que cada vez más se perfecciona. ¡Oh, ¿cuándo, cuándo, Padre santo, me vas a otorgar hacer, de estos que te aman, no sólo, no ya sólo un templo a nuestro Espíritu, sino, por tu perfección de amor y de perdón, un tabernáculo, y hacer de cada uno de los corazones fieles el arca donde esté el verdadero Pan del Cielo, como estuvo en el seno de la Bendita entre todas las mujeres?!
Amadísimos discípulos de Yuttá, que me fue preparada por un justo, tened presente al Profeta y lo que dice – y es el Señor el que habla – cuando se dirige a aquellos que edifican vacíos templos de piedra en que no hay justicia y amor, y no saben edificar en sí mismos el trono de su Señor con la obediencia a sus preceptos. Dice el Profeta: «¿Qué es esta casa que me vais a edificar?, ¿qué es este lugar para mi descanso?». Y quiere decir: «¿Creéis que me tenéis, por edificarme unas pobres paredes?, ¿creéis que me dais alegría con unas prácticas falsas que no se manifiestan en una santidad de vida?». No. A Dios no se le tiene por una serie de exterioridades que ocultan úlceras y vacío, cual manto de oro arrojado sobre un leproso o sobre una estatua de arcilla que por dentro está vacía, sin la vida del alma. Y dice el Señor, confesando – Él, que es el Amo del mundo – su pobreza de Rey con demasiado pocos súbditos, de Padre de demasiados hijos fugitivos de su casa: «¿A quién volveré mi mirada, sino al
pobre, al contrito de corazón trémulo ante mis palabras?». ¿A qué se debe su temblor? ¿Es sólo por temor a Dios? No. tiembla por profundo respeto, por auténtico amor. Por humildad de súbdito, de hijo, que dice, que reconoce que el Señor es el Todo y él la nada, y vibra de emoción sintiéndose amado, perdonado, asistido por el Todo.
¡Oh, no busquéis a Dios donde están los soberbios! Allí no esta: No lo busquéis donde están los duros de corazón. Allí no está. No le busquéis donde están los impenitentes. Allí no está. É1 está en los sencillos, en los puros, en los misericordiosos, en los pobres de espíritu, en los mansos, en los que lloran sin imprecar, en los buscadores de justicia, en los perseguidos, en los pacíficos. Allí está Dios. Y está en los que se arrepienten y quieren perdón y piden expiar. Y no ofrecen, todos éstos, el sacrificio de un buey o de una oveja, la oblación de esto o de aquello, para ser aplaudidos, por terror supersticioso a un castigo, por la soberbia de aparecer perfectos. Sino que hacen el sacrificio del propio corazón contrito y humillado, si son pecadores: del propio corazón obediente hasta el heroísmo, si son justos. Éstas son las cosas gratas al Señor; éstos son los ofrecimientos por los cuales Él se dona con sus inefables tesoros de amor Y de delicias sobrenaturales. A los otros no se dona. Los otros tienen ya sus pobres delicias en las abominaciones, y es inútil que Dios los llame a sus caminos, dado que ellos ya han elegido su propio camino. A éstos les enviará sólo abandono, miedo, castigo, porque no han respondido al Señor, no han obedecido, han hecho el mal ante los ojos de Dios, con burla y malvada elección.
Mas vosotros, vosotros, mis amados de Yuttá, vosotros que vibráis de amor en el conocimiento de Dios, vosotros que por mi causa sois escarnecidos corno necios por los poderosos, y seguís amándome a pesar de las burlas, vosotros que sois rechazados, y lo seréis cada vez más, por causa de mi Nombre y de mí, y repudiados como hijos bastardos de Israel, como hijos bastardos de Dios, mientras que precisamente en vosotros y en quienes son como vosotros está injertado el sarmiento de la Vid eterna, de Aquel que tiene sus raíces en el Padre, y por tanto sois parte de Dios, de Dios, y de su savia vivís, vosotros a quienes quisieran convencer de error, y ante cuyos ojos, los vuestros, sencillos pero iluminados por la Gracia, querrían justificarse para no aparecer como sacrílegos y malhechores, vosotros a quienes se dice: «Muestre el Señor su gloria y lo reconoceremos por vuestra misma alegría», sólo vosotros tendréis la alegría. Ellos quedarán confundidos.
-¡Oh, ya oigo, tras la confusión que los aplastará, pero sin hacerlos mejores; ya oigo las víboras, que no cesan de ser nocivas sino cuando se les aplasta su execrable cabeza, y muerden y matan aunque estén partidas en dos, aunque sobresalga sólo su cabeza de debajo de una aplastante manifestación de Dios; ya las oigo gritar: «¿Cómo va a haber dado a luz el Señor de repente a su nuevo pueblo, si nosotros, a quienes lleva desde hace mucho tiempo en su seno, todavía no hemos nacido a la Luz? ¿Puede, acaso, una dar a luz sin que el grito de los dolores del parto llene toda la casa? ¿Ha podido el Señor dar alguna vez a luz antes del tiempo? ¿Puede, acaso, dar a luz la Tierra en un solo día; y puede, acaso, ser dado a luz un pueblo todo junto?».
Yo respondo, y acordaos de esta respuesta para dársela a los que os persigan con burla: “Jamás podrían nacer a la Luz los que son fruto muerto en el seno de Dios, fruto que se ha secado porque se ha separado de la matriz y ha quedado inerte, como cosa mala oculta en el seno en vez de embrión que se completa. Y para expulsar del seno el fruto muerto, y tener hijos, de forma que no muera su Nombre en la Tierra, Dios se ha hecho fecundo en nuevos hijos, signados con su Tau, y, en el secreto, en el silencio, de forma que Satanás y los diablos que sirven a Lucifer no pudieran perjudicar, con anticipación debida a ardor de amor, ha dado a luz a su Hijo varón, y con Él da al mismo tiempo a Luz a su nuevo pueblo, porque el Señor lo puede todo». ¡Oh! Él lo dice por boca del profeta Isaías: «¿Acaso no voy a poder dar a Luz yo, que hago dar a luz a los otros? ¿Voy a ser estéril Yo, que a los demás concedo la fecundidad?».
¡Alegraos con la Jerusalén de los Cielos, exultad con ella, todos vosotros, los que amáis al Señor! Alegraos con ella con verdadera alegría, vosotros que esperáis, vosotros que esperáis, vosotros que sufrís!
¡Volved, volved a mí palabras! Palabras salidas del Verbo de Dios. Palabras pronunciadas por el portavoz de Dios, Isaías, su profeta. ¡Venid, volved a la Fuente, palabras eternas, para ser esparcidas sobre esta era de Dios, sobre este rebaño, sobre esta prole! ¡Oh, venid! ¡Ésta es una de las horas, una de las asambleas, para las que fuisteis dadas, vosotras proféticas palabras, sonido de amor, voces veraces! Ved, ya vuelven, ya vuelven a quien las inspirara. Y Yo, en nombre del Padre, de mi Ser y del Espíritu, las digo a estos a quienes Dios ama, a los elegidos de entre el rebaño de Dios, que debía estar formado sólo por corderos, pero que se ha degenerado con carneros e incluso con otros animales más inmundos. Mamaréis y os hartaréis en los pechos de la Consolación divina y extraeréis abundantes delicias de la múltiple gloria de Dios.
Ved, os dice el Señor: Derramaré sobre vosotros como un río de paz, y os veréis inundados mucho más que por la gloria de las naciones, porque os inundará la gloria del Cielo cual torrente desbordante. De ella os alimentaréis, y seréis llevados en brazos y acariciados encima de sus rodillas. Sí, como una madre acaricia a su niño, como Yo acaricio a este pequeñuelo al que puse mi nombre – y realmente Jesús toma al pequeño Iesaí de los brazos de su madre, que está casi a sus pies, entre sus tres hijos -, así os he de consolar Yo a vosotros, que me amáis y seguiréis amándome, y pronto seréis consolados para siempre en mi Reino. Esto lo veréis, vosotros los libres de todo miedo por ser fieles a mí, y vuestro corazón exultará y vuestros huesos reverdecerán como la hierba, cuando el Señor venga en el fuego, en una carroza semejante a un torbellino, a guiar hacia el fuego del amor y de la justicia, y a castigar o a glorificar, separando a los corderos de los lobos, es decir, de aquellos que creían santificarse, y hacerse puros y, sin embargo, se hacían idólatras.
El Señor, que ahora se marcha, vendrá. ¡Bienaventurados aquellos a los que encuentre perseverantes hasta el final! Este es mi adiós, y con él mi bendición. Arrodillaos para que os fortalezca con ella. El Señor os bendiga y os guarde; os muestre su rostro y tenga misericordia de vosotros; os dé su paz el Señor. Podéis marcharos. Dejad que me despida de los buenos de entre los buenos de Yuttá.
La gente se marcha, aunque con pocas ganas. Y, cuando un niño dice:
-Señor, deja que te bese la mano – y, consintiéndolo Jesús, es el primero en hacerlo, entonces todos quieren dar un beso en la carne santa del Cordero de Dios, e incluso quien ya se estaba encaminando hacia el pueblo vuelve atrás: y besos de niños en la cara, de ancianos en las manos, de mujeres en los pies desnudos que pisan la hierba, caen junto con lágrimas y palabras de adiós y bendición. Jesús, paciente, los acoge y dedica a todos un saludo especial.
En fin, todos han sido complacidos… Se queda la familia de la casa hospitalaria, y se arriman a Jesús. Y Sara dice: -¿Realmente no vas a volver?
-No, mujer. Nunca. Pero no nos separaremos. Mi amor estará siempre contigo, con vosotros, y el vuestro conmigo. Sé que no me olvidaréis. De todas formas os digo: no acojáis la Mentira ni siquiera en las horas más tremendas, que vendrán; no la acojáis ni siquiera como huésped que va de paso o como invasor inesperado… Déjame el pequeño, Sara.
La mujer le da a Iesaí y Jesús se sienta en la hierba con el pequeño en sus piernas, y, bajando su cara hacia los delicados cabellos del niño, habla. Dice:
-Recordad siempre que Yo soy el Cordero del que Isaac os enamoró antes incluso de que me conocierais. Y que un cordero es siempre inocente, como este niño pequeño, aunque lo cubran de piel de lobo para hacerlo pasar por un malhechor. Recordad que Yo soy más inocente aún que este niño…, que – ¡dichoso él! – por su inocencia y niñez no podrá comprender la calumnia contra su Señor por parte de los hombres, y por este motivo no sufrirá turbación… y seguirá queriéndome así… como ahora… Tened su mismo corazón, tenedlo para el Cordero, el Amigo, el Inocente, el Salvador, que os ama y bendice de forma muy especial. ¡Adiós, María! Ven a darme un beso… ¡Adiós, Emmanuel! Ven tú también… ¡Adiós, Iesaí, corderito del Cordero!… Sed buenos… Amadme…
-¿Estás llorando, Señor? – pregunta asombrada la niña, viendo brillar una lágrima entre los cabellos de Iesaí. -¿Llora? – pregunta el marido de Sara.
-¡Estás llorando, Maestro! ¿Por qué? – pregunta la mujer.
-No os aflijáis por mi llanto. Es amor y bendición… ¡Adiós, Sara! ¡Adiós, hombre! Venid, como los otros, a besar a vuestro Amigo que se marcha… – y tras recibir en sus manos el beso de los dos esposos pone de nuevo al pequeño en los brazos de su madre, bendice una vez más; luego, sin demora, empieza la bajada por la misma vereda usada para venir.
Las voces de adiós de los que se quedan le siguen: profunda, la del hombre; conmovida, la de la mujer; gorjeantes, las de los niños… hasta el pie del collado. Luego es sólo el torrente, remontado hacia el norte, el que saluda todavía al Maestro, que para siempre deja la tierra de Yuttá.