Coloquio de Jesús con su Madre.
No sé si es la noche del mismo sábado. Sé que veo a Jesús y a María sentados en el asiento de piedra que hay contra la casa, cerca de la puerta del comedor, del que sale el tenue claror de una lámpara de aceite colocada cerca del umbral, una lámpara que late en el aire con aumentos y disminuciones de luz, como si su luminosidad estuviera regulada por un movimiento respiratorio; es la única luz de esta noche todavía sin Luna. Un mínimo de claror que sale al huerto, alumbrando una estrecha franja de terreno delante de la puerta, para morir en el primer rosal del parterre. Pero ese mínimo es suficiente para iluminar los dos perfiles de los Dos, reunidos en íntimo coloquio en la noche serena llena de perfumes de jazmines y otras flores de verano.
Hablan de los parientes… de José de Alfeo, siempre testarudo, de Simón, no muy valiente en su profesión de fe por estar dominado por el primero de los hermanos, que es autoritario y obstinado en sus ideas como lo era el padre. El gran dolor de María, que quisiera ver a todos sus sobrinos discípulos de su Jesús…
Jesús la consuela; habla de la fuerte fe israelita de su primo, para disculparlo: -Es un obstáculo, ¿sabes? Un verdadero obstáculo. Porque todas las fórmulas y preceptos hacen de barrera para la aceptación de la idea mesiánica en su verdad. Es más fácil convertir a un pagano, si no es un espíritu totalmente pervertido. El pagano reflexiona y ve la diferencia buena entre su Olimpo y mi Reino. Pero a Israel… a Israel en su parte más culta… le cuesta trabajo seguir el concepto nuevo…
-¡Y a pesar de todo es el mismo concepto!
-Sí. Es el mismo Decálogo, son las mismas profecías. Pero han sido profundamente alterados por el hombre, que los ha tomado de las esferas sobrenaturales donde estaban y los ha bajado al nivel de la Tierra, al ambiente del mundo, los ha manipulado con su humanidad, y los ha alterado… El Mesías, Rey espiritual del gran Reino – que se llama de Israel porque el Mesías nace del tronco de Israel, pero que es más justo llamarlo de Cristo, porque Cristo centra en sí lo mejor de Israel, actual y pasado, y lo sublima con su perfección de Dios-Hombre -, el Mesías, para ellos, no puede ser el hombre manso, pobre, sin aspiraciones al poder y a la riqueza, obediente para con los que nos dominan por castigo divino; porque en la obediencia hay santidad cuando esta obediencia no debilita la gran Ley. Y por esto se puede decir que su fe trabaja contra la Fe verdadera. ¿Personas así, tercas y convencidas de ser justas?… Hay muchas… en todas las clases… y también entre mis parientes y apóstoles. Sí, Madre, su cerrazón respecto a creer en mi Pasión está en esto. Sus errores de valoración tienen su origen en esto… Y también su actitud reacia, que se obstina en considerar idólatras a los gentiles, mirando al hombre y no al espíritu del hombre, ese espíritu que tiene un solo Origen y al cual Dios querría dar un solo Destino: el Cielo. Fíjate Bartolomé… Es un ejemplo. Es óptimo, sabio, está dispuesto a todo para darme honor y consuelo… Pero ante – no digo ya una Áglae o una Síntica, que es una flor respecto a la pobre Áglae, a la que solamente la penitencia le hace cambiar de fango a flor -, ni siquiera ante una muchacha, una pobre muchacha cuyo sino suscita todas las compasiones y cuyo instintivo pudor induce admiración, ni siquiera ante ella cae su repugnancia hacia los gentiles; y ni siquiera mi ejemplo lo vence, ni mis palabras sobre que he venido para todos.
-Tienes razón. Es más, precisamente los dos más resistentes son Bartolomé y Judas de Keriot, los dos más doctos, o, por lo menos, el docto Bartolmái, y Judas de Keriot, que no sé exactamente en qué clase se puede colocar, pero que está embebido, saturado del ambiente del Templo. Pero… Bartolmái es bueno y su resistencia todavía se puede disculpar. Judas… no. Ya has oído lo que ha dicho Mateo, que fue a propósito a Tiberíades… Y Mateo es experto de la vida, sobre todo de esa vida… Y es apropiada la observación de Santiago de Zebedeo: «¿Pero quién es el que da tanto dinero a Judas?». Porque esa vida cuesta… ¡Pobre María de Simón!
Jesús hace su típico gesto con las manos, para decir: «Así es…» y suspira. Luego dice:
-¿Has oído? Las romanas están en Tiberíades… Valeria no me ha comunicado nada. Pero Yo, antes de reanudar mi camino, tengo que saber. Quiero que estés conmigo en Cafarnaúm durante un tiempo, Mamá… Luego regresas aquí. Yo iré hacia los confines siro-fenicios y luego volveré para saludarte antes de bajar hacia Judea, la oveja terca de Israel…
-Hijo, iré mañana por la noche… Llevaré conmigo a María de Alfeo. Áurea irá a casa de Simón de Alfeo, porque no pasaría sin crítica el que se quedara aquí con vosotros varios días… Así es el mundo… Y yo iré… La primera etapa, Caná; luego, al alba, partiré para la casa de la madre de Salomé de Simón; después, al caer de la tarde, reanudo la marcha: llegaremos, todavía con luz, a Tiberíades. Iré a la casa del discípulo José, porque quiero ir yo, personalmente, a ver a Valeria, y, si fuera donde Juana, querría ir ella… No. Yo, Madre del Salvador, para Valeria, seré distinta de la discípula del Salvador… y no me dirá no. ¡ No temas, Hijo mío!
-No temo. Pero me aflige tu fatiga.
-¡Oh… para salvar a un alma! ¿Qué es esta nada de unas veinte millas recorridas en un buen período? -La fatiga será también moral. Pedir… ser, quizás, humillada…
-Poca cosa que pasa. ¡Pero un alma permanece!
-Serás como una golondrina extraviada en la pervertida Tiberíades… Lleva contigo a Simón.
-No, Hijo mío. Nosotras dos solas, dos pobres mujeres… Pero dos madres y dos discípulas, o sea, dos grandes fuerzas morales… No me demoraré. Déjame ir… únicamente bendíceme.
-Sí, Mamá. Con todo mi corazón de Hijo y con todo mi poder de Dios. Ve y que los ángeles te escolten por el camino. -Gracias, Jesús. Ahora vamos a entrar. Me tendré que levantar con el alba para preparar todo, para quien parte y para quien se queda. Di la oración, Hijo…
Jesús se levanta, y también María, y juntos dicen el Pater… Luego entran de nuevo en la casa, cierran la puerta… la luz desaparece y cesa toda voz humana. Queda sólo el viento ligero entre las frondas y el gorgoteo ligero del hilo de agua en la pila…