Un signo bueno por parte de María de Magdala. Muerte del anciano Ismael
Jesús, en compañía de Simón Zelote, llega al jardín de Lázaro en una bellísima mañana de verano. Todavía no ha concluido la aurora, así que todo está fresco y risueño.
El sirviente – jardinero, que ha acudido a recibir al Maestro, señala a Jesús el ruedo de un indumento blanco que desaparece tras un seto, y dice:
-Lázaro va a la pérgola de los jazmines con unos rollos para leer. Ahora lo llamo.
-No, voy Yo, solo.
Jesús camina ligero a lo largo de un sendero limitado por setos florecidos. La hierbecilla que hay al pie del seto amortigua el sonido de los pasos. Jesús trata de poner el pie precisamente en la hierba, para llegar adonde Lázaro de improviso.
Lo sorprende de pie, erguido, con los rollos apoyados en una mesa de mármol, orando en voz alta. Está diciendo:
-No me niegues lo que te pido, Señor. Haz crecer este hilo de esperanza que ha nacido en mi corazón. Dame lo que con lágrimas, con las obras, con el perdón, con todo mi ser, te he pedido diez mil, cien mil veces. Dámelo y tómate a cambio mi vida. Dámelo en nombre de tu Jesús, que me ha prometido esta paz. ¿Puede, acaso, mentir? ¿Tendré que pensar que su pro-mesa fue sólo con palabras, o que su poder es inferior al abismo de pecado que es mi hermana? Respóndeme, Señor, que yo me resignaré por amor a ti…
-¡Sí, te respondo! – dice Jesús.
Lázaro se vuelve como movido por un resorte y grita:
-¡Mi Señor! ¿Cuándo has venido? – y se inclina para besar la túnica de Jesús.
-Hace algunos minutos.
-¿Solo?
-Con Simón Zelote. Pero aquí, donde estabas tú, he venido solo. Sé que me debes decir una cosa importante. Dímela,
pues.
-No. Antes responde a las preguntas que dirijo a Dios. Según tu respuesta te la diré.
-Dime esta cosa importante tuya, dímela. La puedes decir… – y Jesús sonríe y lo invita a hablar abriendo los brazos. -¡Dios altísimo! ¿Entonces es verdad? ¿Entonces sabes que es verdad! – y Lázaro va a los brazos de Jesús, a confiarle su cosa importante.
-María ha llamado a Marta a Magdala. Marta se ha puesto en camino, afligida, con el temor de que hubiera ocurrido alguna grave desgracia… Yo me he quedado aquí solo, con el mismo temor. Pero Marta, con el sirviente que la ha acompañado, me ha mandado una carta que me ha llenado de esperanza. Mira, la tengo aquí, en mi pecho; la tengo aquí porque me es más preciosa que un tesoro. Son pocas palabras, pero las leo cada poco, para estar seguro de que verdaderamente han sido escritas. Mira… – y Lázaro saca de entre su vestido un pequeño rollo atado con una cintita violeta. Lo desenrolla. « ¿Ves? Lee, lee. En voz alta. Leída por ti me parecerá aún más verdadero.
-«Lázaro, hermano mío, paz y bendición. He llegado pronto y bien. Mi corazón ha dejado de palpitarme por miedo a nuevas desgracias, porque he visto a María, a nuestra María, sana… y… sí, debo decirte que menos exaltada de aspecto que antes. Ha llorado reclinada sobre mi pecho. Un profundo llanto… Y, luego, por la noche, en la habitación a que me había llevado, me preguntó muchas cosas, muchas, sobre el Maestro. Por ahora sólo esto; pero yo, que veo el rostro de María además de oír sus palabras, digo que en mi corazón ha nacido la esperanza. Ora, hermano. Ten esperanza. ¡Ah, si fuera verdad!… Me quedo todavía un tiempo porque percibo que quiere tenerme cerca, como para sentirse defendida de la tentación, y para descubrir lo que nosotros ya conocemos: la bondad infinita de Jesús. Le he hablado de aquella mujer que vino a Betania… Veo que piensa, piensa, piensa… Haría falta que Jesús estuviera presente. Ora. Ten esperanza. El Señor esté contigo»». Jesús recoge el rollo y se lo devuelve a Lázaro.
-Maestro…
-Iré. ¿Tienes alguna forma de avisar a Marta de que dentro de no más de quince días venga a mi encuentro a Cafarnaúm?
-Sí, puedo avisarla, Señor. ¿Y yo?
-Tú te quedas aquí. También a Marta la mandaré para aquí.
-¿Por qué?
-Porque el redimido tiene un profundo pudor, y nada produce más vergüenza que la mirada de un padre o de un hermano. Yo también te digo: «Ora, ora, ora».
Lázaro llora en el pecho de Jesús… Después, ya calmado, sigue hablando todavía de su angustia, sus desalientos… -Hace casi un año que mantengo la esperanza… que desespero… ¡Qué largo es el tiempo de la resurrección! – exclama.
Jesús lo deja que hable, que hable, que hable… hasta que Lázaro se da cuenta de que está faltando a sus deberes de
hospitalidad, y se alza para llevar a Jesús a la casa. En el trayecto, pasan al lado de un tupido seto de jazmines en flor, sobre
cuyas corolas de forma de estrella zumban abejas de oro.
-¡Ah!, me olvidaba de decirte que el anciano patriarca que me mandaste ha vuelto al seno de Abraham. Se lo encontró Maximino aquí, con la cabeza apoyada en este seto, como si se hubiera quedado dormido junto a las colmenas que cuidaba como si fueran casas llenas de niños de oro. Así llamaba a las abejas. Daba la impresión de que las entendía, y de que ellas también lo entendieran. Sobre el patriarca dormido en la paz de la buena conciencia, cuando Maximino lo encontró, estaba extendido un precioso velo de pequeños cuerpecitos de oro. Todas las abejas posadas sobre su amigo. No poco tuvieron que trabajar los sirvientes para separarlas de él. Tan bueno como era, quizás sabía a miel… tan honesto era, que quizás para las abejas era como una corola pura… Me ha dolido su muerte. Hubiera querido tenerlo más tiempo en mi casa. Era un justo…
-No te entristezca su ausencia. Él está en paz. Desde la paz ora por ti, que le has hecho dulces sus últimos días. ¿Dónde está sepultado?
-En el fondo del huerto. Sigue cerca de sus colmenas. Ven conmigo que te guío…
Y se ponen a andar, por un pequeño bosque de laurocerasos, hacia las colmenas, de las cuales proviene un runruneo laborioso…