También Simón Zelote está en Nazaret. Lección sobre los daños del ocio.
Anochece pronto en Diciembre. Pronto se encienden las lámparas y la familia se reúne en una única habitación.
También es así en la casita de Nazaret, y, mientras las dos mujeres trabajan, una en el telar, la otra con la aguja, Jesús y Juan de
Endor, sentados junto a la mesa, conversan en tono bajo, y Margziam termina de alisar dos arcones puestos en el suelo. El niño trabaja con todo su ahínco, hasta que Jesús se levanta, se agacha a tocar la madera y dice:
-Ya basta. Está bien lisa. Mañana la podremos barnizar. Ahora mete todo en su sitio, que mañana seguiremos trabajando.
Y, mientras Margziam sale con sus instrumentos de pulimento -espátulas duras con pieles rasposas de pescado clavadas en ellas, que cumplen el oficio de nuestra lija; y una especie de cuchillos, que ciertamente no son de acero, empleados para el mismo trabajo -, Jesús toma en sus fuertes brazos uno de los arcones y lo lleva al taller, donde ciertamente se ha trabajado porque hay serrín y viruta junto a uno de los bancos, que, para esta ocasión, ha sido puesto de nuevo en el centro. Margziam ya ha colocado sus herramientas en los correspondientes soportes, y ahora está recogiendo la viruta para – dice – echarla al fuego; querría también barrer el serrín, pero prefiere hacerlo Juan de Endor. Todo está ya en orden cuando Jesús vuelve con el segundo arcón y lo coloca junto al primero.
Cuando están para salir los tres, se oye llamar a la puerta de la casa; inmediatamente después, la voz grave del Zelote resuena con el reverente saludo que dirige a María:
-Te saludo, Madre de mi Señor. Bendigo vuestra bondad, que me concede habitar bajo vuestro techo. -Ha llegado Simón. Ahora sabremos el porqué de su retraso. Vamos… – dice Jesús.
Entran en la pequeña habitación donde está el apóstol con las mujeres, cuando éste se está liberando de un voluminoso envoltorio que lleva a las espaldas.
-Paz a ti, Simón…
-¡Oh, Maestro bendito! ¿Me he retrasado, verdad? Pero he hecho todo y lo he hecho bien…
Se besan. Luego Simón sigue explicando:
-He estado en casa de la viuda del carpintero. Tus ayudas son muy oportunas. La anciana está muy enferma y, por tanto, han aumentado los gastos. El pequeño carpintero se da maña en trabajar en objetos pequeños como él, y te recuerda
siempre. Todos te bendicen. Luego fui a ver a Nara, Samira y Sira. El hermano se muestra más duro que nunca, pero ellas están en paz, como santas que son, y comen su pobre pan condimentado con llanto y perdón. Te bendicen por la ayuda que les has enviado. Pero te suplican que ores para que su duro hermano se convierta. También te bendice la anciana Raquel por el óbolo. Por último, he estado en Tiberíades para las compras. Espero haber acertado. Ahora lo verán las mujeres… Pero en Tiberíades me han retenido algunos que me creían un emisario tuyo. Me han tenido secuestrado tres días… ¡Prisión dorada, hasta cierto punto, pero prisión al fin y al cabo!… Querían saber muchas cosas… He dicho la verdad: que nos habías dejado libertad a todos y que Tú, por tu parte, te habías retirado durante el período más malo del invierno… Cuando se persuadieron de que era verdad – incluso porque fueron a casa de Simón de Jonás y de Felipe y no te encontraron ni supieron más cosas -, me dejaron partir. Incluso la disculpa del mal tiempo, con estos bonitos días no valía ya. Por eso me he retrasado.
-No importa. Tendremos tiempo de estar juntos. Gracias por todo… Madre, mira con Síntica lo que hay en el envoltorio y dime si piensas que es suficiente para lo que ya sabes…- y, mientras las mujeres desenvuelven el envoltorio, Jesús se sienta y habla con Simón.
-¿Y Tú qué has hecho, Maestro?
-Dos arcones, para no estar ocioso y porque serán útiles. He paseado, he gozado de mi casa…
Simón lo mira muy fijamente… Pero no dice nada.
Las exclamaciones de Margziam, que ve salir del envoltorio telas, prendas de lana, sandalias, velos y cinturones, hacen que Jesús y sus dos compañeros se vuelvan en esa dirección.
María dice:
-Todo va bien, muy bien. Nos pondremos en seguida a trabajar y pronto estará todo cosido.
El niño pregunta:
-¿Te vas a casar, Jesús?
Todos se echan a reír. Jesús pregunta:
-¿Qué te lo hace suponer?
-Esta ropa de hombre y de mujer, y los dos arcones que has hecho. Son el ajuar tuyo y de la prometida. ¿Me la presentas?
-¿Quieres verdaderamente conocer a mi prometida?
-¡Oh, sí! ¡Será guapísima y muy buena! ¿Cómo se llama?…
-Es un secreto por ahora. Porque tiene dos nombres, como tú, que primero eras Yabés y luego Margziam. -¿Y no puedo saberlos?
-Por ahora no. Pero un día los sabrás.
-¿Me invitas a los esponsales?
-No será una fiesta adecuada para niños. Te invitaré a la fiesta nupcial. Serás uno de los invitados y testigos. ¿Te parece
bien?
-Pero ¿cuánto tiempo falta? ¿Un mes?
-¡Mucho más!
-¿Y entonces por qué has trabajado tan deprisa que te has provocado ampollas en las manos?
-Las ampollas me han salido porque había dejado de trabajar con las manos. ¿Ves, niño, que el ocio es penoso? Siempre. Cuando luego uno vuelve al trabajo sufre el doble, porque se ha hecho demasiado delicado. Imagínate tú: ¡si perjudica así a las manos, qué daño no hará al alma! ¿Ves? Esta misma tarde he tenido que decirte: «ayúdame», porque sufría tanto que no podía tener la escofina, mientras que hace sólo dos años trabajaba incluso catorce horas al día sin sentir dolor. Lo mismo pasa con quien se vuelve tibio en el fervor, en la voluntad. Pierde vigor, se hace débil. Más fácilmente se cansa de todo. Con mayor facilidad, siendo débil, entran en él los venenos de las enfermedades espirituales. Por el contrario, cumple con doble dificultad las obras buenas que antes no le costaba cumplir porque estaba en continuo ejercicio. ¡No conviene nunca estar ociosos diciendo: «Pasado este período volveré más fresco al trabajo»! No lo lograría nunca; o con extremo esfuerzo.
-¡Pero Tú no has estado ocioso!
-No. He hecho otro tipo de trabajo. Pero date cuenta de que el ocio de mis manos ha sido perjudicial para ellas. Y Jesús muestra las palmas enrojecidas y con ampollas en varios puntos.
Margziam las besa diciendo:
-Mi mamá, cuando yo me hacía daño, hacía esto, porque el amor cura.
-Sí, el amor cura de muchas cosas… Bien… Ven, Simón. Dormirás en el taller del carpintero. Ven, que te voy a decir dónde puedes colocar tu ropa y…
Salen y todo termina.