Reencarnación y vida eterna en el diálogo con un escriba
Cuando Jesús pone pie en la orilla derecha del Jordán -a una buena milla, quizás más, de la pequeña península de Tariquea, en esa zona en que todo es campo bien verde, porque el terreno, ahora seco pero húmedo en lo profundo, mantiene vivas todas las plantas, hasta las más gráciles-, encuentra a mucha gente esperándolo.
Vienen a su encuentro sus primos y Simón Zelote:
-Maestro, las barcas nos han delatado… Quizás también Manahén ha sido índice…
Manahén se disculpa:
-Maestro, me puse en camino de noche para no ser visto, y no he hablado con nadie. Créeme. Muchos me han preguntado dónde estabas, pero a todos les he dicho solamente: «Se ha marchado». Creo que el daño lo ha hecho un pescador, diciendo que te había dejado la barca…
-¡El imbécil de mi cuñado! – exclama con vehemencia Pedro – ¡Mira que le había dicho que guardara silencio! ¡Y le había dicho que íbamos a Betsaida! ¡Y le había dicho que si hablaba le arrancaba la barba! ¡Y lo voy a hacer! ¡Vaya que si lo hago! ¿Y ahora? ¡Adiós paz, aislamiento, descanso!
-Tranquilo, tranquilo, Simón. Hemos tenido ya nuestros días de paz. Además ya he conseguido parte del objetivo que perseguía: adoctrinaros, consolaros y tranquilizaros, para impedir ofensas y choques entre vosotros y los fariseos de Cafarnaúm. Ahora vamos con estos que nos están esperando. Para premiar su fe y amor. ¿No alivia también este amor? Sufrimos por odio, aquí hay amor: por tanto, dicha.
Pedro se calma como viento que se para de golpe. Jesús se dirige hacia la muchedumbre de los enfermos que lo esperan con el deseo grabado en su rostro. Los cura, uno tras otro, benévolo, paciente (incluso con un escriba que le presenta a su hijito enfermo).
Es este escriba el que le dice:
-¿Ves como huyes? Pero es inútil, tanto el odio como el amor son sagaces para encontrar. Aquí te ha encontrado el amor, como está escrito en el Cantar. Para demasiados eres ya como el Esposo de los Cantares. Se viene a ti como la sulamita a su esposo, desafiando a la ronda y las cuadrigas de Aminadab.
-¿Por qué dices esto? ¿Por qué?
-Porque es verdad. Venir a ti es un peligro, porque eres odiado. ¿No sabes que te acecha Roma y te odia el Templo?
-¡Oh, hombre!, ¿por qué me tientas? Pones insidia en tus palabras para llevar al Templo y a Roma mis respuestas. Yo no he curado a tu hijo con insidia…
El escriba, ante esta dulce reprensión, agacha la cabeza confundido, y confiesa:
-Me doy cuenta de que realmente ves los corazones de los hombres. Perdona. Me doy cuenta de que realmente eres santo. Perdona. He venido, sí, incubando dentro de mí el fermento que otro me había metido…
-Y que había encontrado en ti el calor apropiado para fermentar
-Sí, es verdad… Pero ahora me marcho sin fermento, o sea, con fermento nuevo.
-Lo sé. Y no siento rencor. Muchos incurren en falta por propia voluntad, muchos por voluntad ajena. Los juzgará con distinta medida el justo Dios. Tú, escriba, sé justo y en el futuro no corrompas como fuiste corrompido. Cuando te hostiguen las presiones del mundo, mira a esta gracia viva que es tu hijo, salvado de la muerte, y muéstrate agradecido con Dios.
-Contigo.
-Con Dios. A Él toda gloria y alabanza. Yo soy su Mesías y soy el primero en alabarlo y glorificarlo, el primero en obedecerlo. Porque el hombre no se rebaja honrando y sirviendo a Dios en verdad; como se rebaja es sirviendo al pecado.
-Dices bien. ¿Siempre hablas así? ¿Para todos?
-Para todos. Ya hablase a Anás o a Gamaliel, ya hablase al mendigo leproso del camino, las palabras son las mismas porque una es la Verdad.
-Habla, entonces, pues todos estamos aquí porque somos mendigos de una palabra o de una gracia tuyas. -Hablaré. Para que no se diga que tengo prejuicios contra quien es honesto en sus convicciones.
-Han muerto las que tenía. Pero es verdad, en ellas era honesto; creía servir a Dios yendo contra ti.
-Eres sincero. Por eso mereces comprender a Dios, que nunca es mentira. Pero tus convicciones no han muerto todavía. Yo te lo digo. Son como malas hierbas quemadas. Superficialmente parecen muertas. En verdad han sufrido un duro ataque que las ha arrasado, pero las raíces están vivas, el terreno las nutre, el rocío las invita a echar nuevos rizomas, y éstos nuevas hojas. Hay que vigilar para que ello no suceda; si no, quedarás de nuevo invadido por las malas hierbas. ¡Israel ofrece mucha resistencia a morir!
-¿Entonces tiene que morir Israel? ¿Es árbol malo?
-Tiene que morir para resucitar.
-¿Una reencarnación espiritual?
-Una evolución espiritual. No hay ningún género de reencarnaciones.
-Hay quien cree en ella.
-Están en error.
El helenismo ha introducido en nosotros también estas creencias. Y los doctos -como si fuera un nobilísimo alimento- se alimentan de ellas y en ellas se glorían.
-Contradicción absurda en quienes lanzan anatemas por el descuido de uno de los seiscientos trece preceptos menores. -Es verdad. Pero… es así. Agrada imitar aquello que, contrariamente, se aborrece.
-Pues entonces imitadme a mí, dado que me odiáis. Y será mejor para vosotros.
El escriba debe sonreír finamente, por fuerza, por esta salida de Jesús. La gente está escuchando boquiabierta, y los que están lejos piden a los que están cerca que les repitan las palabras de los dos.
-Pero Tú, en confidencia, ¿qué piensas de la reencarnación?
-Que es un error. Ya lo he dicho.
-Hay quien sostiene que los vivos se generan de los muertos y los muertos de los vivos, porque lo que es no se destruye. -Lo eterno, en efecto, no se destruye. Pero, dime, según tu opinión ¿el Creador tiene límites para sí mismo?
-No, Maestro. Pensarlo sería una mengua.
-Tú lo has dicho. ¿Puede entonces pensarse que permita que un espíritu se reencarne porque llegado a un cierto número de espíritus ya no puede haber más?
-No se debería pensar. Pero hay quien lo piensa.
-Y, lo que es peor, hay quien lo piensa en Israel. Este pensamiento de una inmortalidad del espíritu -grande de por sí en un pagano, aunque unido al error de una inexacta valoración acerca de cómo se produce esta inmortalidad- debería ser perfecto en un israelita. Sin embargo, en el israelita que lo admite en los términos de la tesis pagana, se transforma en pensamiento disminuido, rebajado, culpable. No es, como en el pagano, gloria de un pensamiento que muestra ser digno de admiración por haber tocado casi, por sí mismo, la Verdad, y que, por tanto, da testimonio de la naturaleza compuesta del hombre, por esta intuición suya de la vida perenne de esa cosa misteriosa que se llama alma y que nos distingue de los animales. Pero es mengua del pensamiento que, conociendo la divina Sabiduría y al Dios verdadero, viene a ser materialista incluso en una cosa tan altamente espiritual. El espíritu no transmigra sino del Creador al ser y del ser al Creador, ante el cual se presenta después de la vida para recibir juicio de vida o de muerte. Esto es una verdad. Y eternamente permanece en el lugar a que es enviado.
-¿No admites el Purgatorio?
-Sí. ¿Por qué lo preguntas?
-Porque dices: «Permanece en el lugar a que es enviado». El Purgatorio es temporal.
-Precisamente por eso, en mi pensamiento lo asimilo a la Vida eterna. El Purgatorio es ya «vida»; mortecina, trabada, pero de todas formas vital. (El Purgatorio, desconocido en aquel tiempo como vocablo, era conocido como concepto, ya insinuado en 2 Macabeo 12, 45. Por tanto, la expresión Purgatorio, aquí y en otros lugares puede entenderse como la traducción de ese concepto en el lenguaje de la Obra Valtortiana) Una vez terminada la estancia temporal en el Purgatorio, el espíritu conquista la perfecta Vida, la alcanza ya sin límites ni ataduras. Quedarán dos cosas: el Cielo, el Abismo; el Paraíso, el Infierno. Dos categorías: los bienaventurados, los réprobos. Pero, de los tres reinos que actualmente existen, ningún espíritu volverá a vestirse jamás de carne hasta la resurrección final, que clausurará para siempre la encarnación de los espíritus en los cuerpos, de lo inmortal en lo mortal.
-¿De lo eterno, no?
-Eterno es Dios. La eternidad es no tener ni comienzo ni final. Ello es Dios. La inmortalidad es seguir viviendo desde que se empieza a vivir: así para el espíritu del hombre. He aquí la diferencia».
-Dices: «vida eterna».
-Sí. Desde que uno es creado a la vida, puede, por el espíritu, por la gracia y por la voluntad, conseguir la vida eterna. No la eternidad. Vida supone comienzo. No se dice «vida de Dios», porque Dios no ha tenido comienzo.
-¿Y Tú?
-Yo viviré porque soy también carne, y al espíritu divino he unido el alma del Cristo en carne de hombre. -Dios es llamado «el que vive».
-Efectivamente, no conoce muerte. Él es Vida, la Vida inagotable. No vida de Dios, sino Vida; sólo esto. Son matices, escriba. Pero la Sabiduría y la Verdad se visten de matices.
-¿Hablas así a los gentiles?
-No, así no; no entenderían. (La respuesta de Jesús a esta pregunta puede ayudar a comprender el motivo de ciertas adaptaciones que las verdades sufren, en la presente Obra, cuando se enseñan a romanos y romanas) A ellos les muestro el Sol. Pero se lo muestro de la misma forma como se lo mostraría a un niño que hubiera sido ciego e ignorante hasta ese momento y que milagrosamente hubiera recuperado vista e inteligencia. Así: como astro; sin adentrarme a explicar su composición. Pero vosotros, los de Israel, ni estáis ciegos ni sois ignorantes; desde hace siglos el dedo de Dios os ha abierto los ojos, os ha despejado la mente…
-Es verdad, Maestro. Pero a pesar de todo estamos ciegos y somos ignorantes.
-Tales os habéis hecho. Y no queréis el milagro de quien os ama.
-Maestro…
-Es verdad, escriba.
El escriba agacha la cabeza y guarda silencio. Jesús lo deja, y va adelante. Al pasar acaricia a Margziam y al hijito del escriba, los cuales se han puesto a jugar con unas piedrecitas multicolores.
Más que una predicación, lo suyo es una conversación con éste o aquel grupo. Pero es una continua predicación porque va resolviendo todas las dudas, aclarando todas las ideas, resumiendo o ampliando cosas ya dichas o conceptos aprehendidos sólo en parte por alguno. Y las horas pasan así…