Los samaritanos invitan a Jesús a Sicar
Viene hacia Jesús un grupo de notables samaritanos guiados por Fotinai.
-Dios sea contigo, Rabí. Esta mujer nos ha dicho que eres un profeta y que no te desdeñas de hablar con nosotros. Te rogamos que nos concedas tu presencia y que no nos niegues tu palabra, porque… sí, es verdad que hemos sido amputados de Judá, pero no hay por qué decir que sólo Judá sea santo y todo el pecado esté en Samaria; también hay justos entre nosotros.
-Este concepto se lo he expresado Yo también a esta mujer. No me impongo, pero tampoco me muestro reluctante si alguien me busca.
-Eres justo. La mujer nos ha dicho que Tú eres el Cristo. ¿Es verdad? Respóndenos en nombre de Dios. -Lo soy. La hora mesiánica ha llegado. Israel ha sido reunido por su Rey; y no sólo Israel.
-Pero Tú serás para quienes… no están en error como estamos nosotros – observa un anciano de porte grave.
-Hombre, te veo como cabeza de todos los presentes, y leo en ti una honrada búsqueda de la Verdad. Escúchame ahora tú que estás instruido en las lecturas sagradas. A mí me fue dicho lo mismo que el Espíritu dijo a Ezequiel cuando le confirió una misión profética: «Hijo del hombre, Yo te envío a los hijos de Israel, a los pueblos rebeldes que se han alejado de mí… Son hijos de dura cerviz y corazón indomable… Quizás te escuchen, aunque sin hacer luego caso de tus palabras, que son mías. Efectivamente, se trata de una casa rebelde. Pero, al menos, sabrán que entre ellos hay un profeta. No les tengas miedo. No te asusten sus argumentaciones, porque son incrédulos y subversivos… Refiéreles mis palabras, te presten o no oídos. Haz lo que te digo, escucha lo que te digo para no ser rebelde como ellos. Por tanto, come todo alimento que Yo te ofrezca». Y he venido. No me hago falsas ilusiones, no pretendo ser acogido como un triunfador; pero, puesto que la voluntad de Dios es mi deleite, la cumplo. Si queréis, os manifiesto las palabras que el Espíritu ha depositado en mí.
-¿Cómo es posible que el Eterno haya pensado en nosotros?
-Porque es Amor, hijos.
-No hablan así los rabíes de Judá.
-Pero sí os habla así el Mesías del Señor.
-Está escrito que el Mesías había de nacer de una virgen de Judá. Tú, ¿de quién y cómo naciste?
-En Belén Efratá, de María de la estirpe de David, por obra de espiritual concepción. Quered creerlo.
La bonita voz de Jesús es un tañido de alegre triunfo al proclamar la virginidad de su Madre.
-Tu rostro resplandece con intensa luz. No, Tú no puedes mentir. Los hijos de las tinieblas tienen tenebroso el rostro, turbada la mirada. Tú eres luminoso; tu mirada tiene la limpieza de una mañana de Abril, tu palabra es buena. Entra en Sicar, te lo ruego, y adoctrina a los hijos de este linaje. Luego te marcharás… y nos acordaremos de la Estrella que rayó nuestro cielo…
-¿Y si la siguierais?… ¿Por qué no?
-Pero si no podemos, ¿no.
Hablan mientras se dirigen a la ciudad.
-Somos los separados, al menos así se dice. Hemos nacido con esta fe y no sabemos si es justo dejarla. Además… – sí, contigo podemos hablar, lo percibo – además también nosotros tenemos ojos para ver y cerebro para pensar. Cuando, por viajes o exigencias comerciales, pasamos a vuestra tierra, todo lo que vemos no es suficientemente santo como para persuadirnos de que Dios esté con vosotros los de Judá, ni tampoco con vosotros los galileos.
-En verdad te digo que el no haberos persuadido, el no haberos conducido de nuevo a Dios – no con ofensas y maldiciones, sino con el ejemplo y la caridad – le será imputado al resto de Israel.
-¡Cuánta sabiduría tienes! ¿Estáis oyendo?
Todos asienten con un murmullo de admiración.
Entretanto, han llegado a la ciudad. Muchas otras personas se acercan mientras se dirigen a una de las casas.
-Escucha, Rabí. Tú, que eres sabio y bueno, resuélvenos una duda; de ello puede depender buena parte de nuestro futuro. Tú, que eres el Mesías – restaurador, por tanto, del reino de David -, debes sentir alegría de restablecer la unión, con el cuerpo del Estado, de este miembro desgajado; ¿no?
-Me preocupo no tanto de reagrupar las partes separadas de una entidad caduca cuanto de conducir de nuevo a Dios a todos los espíritus, y me siento dichoso cuando restauro la Verdad en un corazón. Pero… expón tu duda.
-Nuestros padres pecaron. Desde entonces Dios detesta a las almas de Samaria. Por tanto, aunque siguiéramos la vía del Bien, ¿qué beneficios obtendríamos? Siempre seremos unos leprosos ante los ojos de Dios.
-Como todos los cismáticos, vuestro pesar es eterno; vuestra insatisfacción, perenne. Te respondo también con Ezequiel. «Todas las almas son mías», dice el Señor – tanto la del padre como la del hijo -, pero morirá sólo el alma que haya pecado. Si un hombre es justo, si no es idólatra, si no fornica, si no roba y no practica la usura, si tiene misericordia de la carne y del espíritu de los demás, será justo ante mis ojos y tendrá vida verdadera. ¿Si un justo tiene un hijo rebelde, éste tendrá la vida por haber sido justo su padre? No, no la tendrá. Y, si el hijo de un pecador es justo, ¿morirá como su padre por ser hijo suyo? No; vivirá con eterna vida por haber sido justo. No sería justo que uno cargase con el pecado del otro. El alma que haya pecado morirá, la que no haya pecado no morirá. Pero, aun quien haya pecado podrá tener la verdadera vida si se arrepiente y se une a la Justicia. El Señor Dios, el único y solo Señor, dice: «No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y tenga la Vida». Para esto me ha enviado, ¡oh hijos errantes!, para que tengáis la verdadera vida. Yo soy la Vida. Quien cree en mí y en quien me ha enviado tendrá la vida eterna, aunque hasta este momento haya sido un pecador».
-Hemos llegado a mi casa, Maestro. ¿No sientes horror de entrar?
-Sólo me produce horror el pecado.
-Entra entonces, haz aquí un alto en tu camino. Compartiremos el pan, y luego, si no te es molestia, nos distribuirás la palabra de Dios; dicha por ti tiene otro sabor… Nosotros tenemos aquí un tormento: el de no sentirnos seguros de estar en la verdad…
-Todo se calmaría si os atrevierais a ir abiertamente a la Verdad. Que Dios hable en vosotros, ciudadanos. Pronto anochecerá. No obstante, mañana, a la hora tercera, os hablaré largamente, si lo deseáis. Idos y que la Misericordia os acompañe.