Lección sobre la Iglesia y los Sacramentos a Santiago de Alfeo, que obra un milagro
Jesús deja el rellano de la cima del Carmelo. Desciende por los senderos impregnados de rocío, cruzando los bosques, que se animan cada vez más de trinos y voces, bajo el primer sol que ya dora la ladera oriental del monte. Cuando la leve neblina del
calor se disuelve bajo la acción del sol, toda la llanura de Esdrelón se manifiesta en su belleza de huertos de árboles frutales y majuelos en torno a las casas. Parece una alfombra -en su mayor parte verde, con escasas islas amarillentas salpicadas de remolinos rojos: los campos de trigo, ya segado, en que llamean las amapolas- una alfombra ceñida por el engaste triangular de los montes Carmelo, Tabor, Hermón (el pequeño Hermón) y por los más lejanos, cuyo nombre desconozco, que ocultan el Jordán y se unen hacia el sudeste con los montes de Samaria.
Jesús se para a observar, pensativo, toda esa parte de Palestina. Santiago lo mira y dice:
-¿Observas la belleza de esta zona?
-Sí; pero, más que nada, pienso en las peregrinaciones futuras y en la necesidad de enviaros a vosotros y, sin dilación, a los discípulos, no a la limitada labor de ahora, sino a una verdadera labor misionera. Tenemos muchas zonas donde todavía no me conocen. No quiero dejar lugares sin mí. Es mi continua preocupación: moverme, hacer mientras pueda, y hacer todo…
-De vez en cuando intervienen cosas que te hacen aminorar la marcha.
-Más que hacerme aminorar la marcha, imponen variaciones en el itinerario; porque nunca son inútiles los viajes que realizamos. Pero todavía hay mucho que hacer, mucho… Y es que, además, cuando me ausento un tiempo de un lugar, me encuentro con muchos corazones que han vuelto al punto de partida, y debo comenzar desde cero.
-Sí, esta apatía de los espíritus, esta volubilidad y preferencia del mal son desalentadoras y fastidiosas.
-Desalentador. No digas fastidioso. El trabajo de Dios no es nunca fastidioso. Las pobres almas deben producirnos compasión, no fastidio. Tenemos que tener siempre un corazón de padre, de padre bueno. Un padre bueno nunca siente fastidio por las enfermedades de sus hijos. Y no tenemos que sentirlo nosotros por ninguno».
-Jesús, ¿me permites hacerte algunas preguntas? No he dormido esta noche tampoco, pero he pensado mucho y te miraba mientras dormías. ¡Cuando duermes pareces muy joven, Hermano! Sonreías, con la cabeza apoyada en un brazo doblado. Verdaderamente una postura de niño. Te veía bien porque esta noche había una Luna muy luminosa. Pensaba. Y me han sobrevenido muchas preguntas del corazón…
-Dilas.
-Decía: tengo que preguntar a Jesús cómo vamos a conseguir llegar con nuestra insuficiencia a este organismo que has llamado Iglesia (en el cual, si no he entendido mal, habrá jerarquías). ¿Nos vas a decir todo lo que tenemos que hacer, o lo tendremos que hacer por nuestra cuenta?
-Cuando llegue la hora, os indicaré quién será la cabeza. No más. Durante mi presencia entre vosotros, os estoy indicando las distintas clases, con las diferencias entre apóstoles, discípulos y discípulas. Porque son inevitables. Pero mi voluntad es que, de la misma forma que en los discípulos debe haber respeto y obediencia hacia los apóstoles, los apóstoles tengan amor y paciencia para con los discípulos.
-¿Y qué tenemos que hacer? ¿Predicarte continuamente? ¿Sólo predicarte?
-Eso es lo esencial. Luego tendréis que absolver y bendecir en mi nombre, admitir de nuevo a la Gracia, administrar los sacramentos que instituiré…
-¿Qué son?
-Medios sobrenaturales y espirituales aplicados no sin medios materiales, usados para persuadir a los hombres de que el sacerdote hace realmente algo. Como puedes observar, el hombre, si no ve, no cree; siempre necesita algo que le diga que hay algo. Por este motivo, cuando realizo milagros impongo las manos o mojo con saliva u ofrezco un bocado de pan untado en algo. Podría hacer milagros sólo con mi pensamiento. Pero ¿crees que, en ese caso, la gente diría: «Dios ha hecho un milagro»? Dirían: «Se ha curado porque era la hora de curarse». Y atribuirían el mérito al médico, a las medicinas, a la resistencia física del enfermo. Lo mismo será para los sacramentos: formas del culto para administrar la Gracia, o devolverla, o fortalecerla en los fieles. Juan, por ejemplo, usaba la inmersión en agua para dar una figura de la purificación de los pecados. En realidad, la mortificación de confesar la propia impureza por los pecados cometidos era más útil que el agua que lavaba los miembros. Yo también tendré el bautismo, mi bautismo, que no será simplemente una figura, sino realmente eliminación en el alma de la mancha original y restitución al alma del estado espiritual (aumentado por conferirlo los méritos del Hombre-Dios) que poseían Adán y Eva antes de su pecado.
-Pero… ¡el agua no desciende al alma! El alma es espiritual. ¿Quién podrá cogerla en el recién nacido, en el adulto o en el anciano! Nadie.
-¿Ves que tú mismo admites que el agua es un medio material nulo en lo espiritual? Por tanto, no será el agua, sino la palabra del sacerdote, miembro de la Iglesia de Cristo, consagrado a su servicio, o de otro verdadero creyente que en casos excepcionales lo sustituya, la que obrará el milagro de la redención del bautizado de la culpa original.
-De acuerdo. Pero el hombre es pecador también por sí mismo… ¿Quién quitará los otros pecados?
-El sacerdote lo mismo, Santiago. Si un adulto se bautiza, junto con la culpa de origen quedarán canceladas las otras culpas; si este hombre está ya bautizado y vuelve a pecar, el sacerdote le absolverá en nombre del Dios uno y trino y por el mérito del Verbo encarnado, como hago Yo con los pecadores.
-¡Pero Tú eres santo! Nosotros…
-Debéis ser santos, porque tocáis cosas santas y administráis cosas de Dios.
-¿Vamos a bautizar varias veces al mismo hombre, como hace Juan, que concede la inmersión en el agua todas las veces que uno se acerca a él?
-Juan, con su bautismo, solamente lleva a cabo una purificación a través de la humildad de la persona que entra en el agua. Ya te lo he dicho. No bautizaréis por segunda vez a quien ya haya sido bautizado, excepto en el caso de que haya sido bautizado con una fórmula no apostólica sino cismática: en este caso se puede administrar un segundo bautismo, previa expresa petición del interesado, si es adulto, y expresa declaración de querer formar parte de la verdadera Iglesia. En las otras ocasiones,
para devolver la amistad y la paz con Dios, usaréis la palabra del perdón unida a los méritos del Cristo, y el alma que se haya acercado a vosotros con verdadero arrepentimiento y humilde acusación será absuelta.
-¿Y si una persona no puede venir por estar tan enfermo que no se le puede mover de su sitio? ¿Morirá, entonces, en pecado? ¿A1 sufrimiento de la agonía añadirá el del miedo al juicio de Dios?
-No. El sacerdote irá donde el moribundo y lo absolverá; es más, le dará una forma más amplia de absolución, no global sino para cada uno de los órganos de los sentidos, a través de los cuales el hombre generalmente comete el pecado. Tenemos en Israel el óleo santo, preparado según la regla dada por el Altísimo; con él se consagra el altar, se consagra al pontífice, a los sacerdotes y al rey. El hombre es realmente altar, recibe la realeza por su elección para un solio del Cielo. Por tanto, puede ser consagrado con el óleo de la unción. El óleo santo, con otras partes del culto israelita, pasará a mi Iglesia, si bien con otros usos. Porque no todo en Israel está mal y hay que rechazarlo; antes al contrario, en mi Iglesia habrá muchos recuerdos de la cepa antigua. Uno de ellos será el óleo de la unción, que será usado también en la Iglesia para consagrar el altar y a los pontífices y jerarquías eclesiásticas, a todas, y para consagrar a los reyes, y a los fieles (cuando sean constituidos príncipes-herederos del Reino o en el momento de la mayor necesidad del máximo auxilio para comparecer ante Dios con miembros y sentidos purificados de toda culpa: la gracia del Señor socorrerá alma y cuerpo, si esto place a Dios para bien del enfermo). Muchas veces, contribuyen a que el cuerpo no reaccione contra la enfermedad los remordimientos que turban la paz, y la acción de Satanás, que, con esa muerte, espera ganar un alma para su reino y hacer que se desesperen los que todavía viven. El enfermo pasa de la opresión satánica y turbación interior a la paz mediante la certeza del perdón de Dios, que le confiere al mismo tiempo el que Satanás se aleje. Pues bien, si tenemos en cuenta que, en Adán y Eva, el don de la inmunidad de enfermedades y de cualquier forma de dolor acompañaba al don de la Gracia, pues entonces el enfermo, devuelto a la Gracia, grande como la de un recién nacido que haya recibido mi bautismo, puede obtener también la victoria sobre la enfermedad. En esto debe ser ayudado por la oración de los hermanos en la fe, que tienen la obligación de la piedad hacia el enfermo (piedad no sólo corporal sino, sobre todo, espiritual) orientada a obtener que el hermano se salve física y espiritualmente. La oración, de por sí, ya es una forma de milagro, Santiago; como has visto en el caso de Elías, la oración de un justo puede hacer mucho.
-Te comprendo poco, pero lo que comprendo me llena de reverencia hacia el carácter sacerdotal de tus sacerdotes. Si no he entendido mal, tendremos contigo muchos puntos en común: predicación, absolución, milagro; o sea, tres sacramentos.
-No, Santiago, la predicación y el milagro no son sacramentos. Los sacramentos serán más, siete, como el sacro candelabro del Templo y los dones del Espíritu de Amor. En verdad, dones y llamas son los sacramentos, otorgados para que el hombre arda ante el Señor por los siglos de los siglos. Habrá también un sacramento para el desposorio humano: se alude a él en el símbolo de las nupcias santas de Sara de Ragüel, liberada del demonio. Este sacramento proporcionará a los esposos todos los auxilios para convivir santamente según las leyes y deseos de Dios. El marido y la mujer también serán ministros de un rito: el rito procreador; y sacerdotes de una pequeña iglesia: la familia. Deberán, por tanto, ser consagrados para procrear con la bendición de Dios, y para educar a una prole en cuyo seno se bendiga el Nombre Santísimo de Dios.
-¿Y a nosotros, los sacerdotes, quién nos va a consagrar?
-Yo, antes de dejaros. Luego vosotros consagraréis a los sucesores y a cuantos agreguéis para propagar la fe cristiana. -¿Nos vas a enseñar Tú, verdad?
-Yo y Aquel que os he de enviar. Su venida será también un sacramento. Voluntario por parte de Dios Santísimo en su primera epifanía; otorgado, luego, por los que hayan recibido la plenitud del sacerdocio. Será fuerza e inteligencia, afirmación en la fe, piedad santa y santo temor, consejo auxiliador y sabiduría sobrenatural, posesión de una justicia que por su naturaleza y poder hará adulto al niño que la reciba. Pero, todavía no puedes comprender esto. Él mismo te lo hará comprender; Él, el divino Paráclito, el Amor eterno, cuando lleguéis al momento de recibirlo en vosotros. Y así, por ahora, no podéis comprender otro sacramento. Es tan sublime que es casi incomprensible para los ángeles, y, no obstante, vosotros, simples hombres, lo comprenderéis por virtud de fe y de amor. En verdad te digo que quien lo ame y lo haga alimento de su espíritu podrá pisotear al demonio sin sufrir daño. Porque Yo estaré entonces con él. Trata de recordar estas cosas, hermano. A ti te tocará decírselas a tus compañeros y a los fieles, muchas, muchísimas veces. Para ese entonces, sabréis ya por ministerio divino; pero tú podrás decir: «Me lo dijo un día, bajando del Carmelo. Me dijo todo porque desde entonces estaba destinado a ser la cabeza de la Iglesia de Israel».
-Debo hacerte otra pregunta. La he pensado esta noche. ¿Tengo que ser yo quien diga a los compañeros: «Seré la cabeza aquí»? No me gusta. Lo haré si lo ordenas, pero no me gusta.
-No temas. El Espíritu Paráclito descenderá sobre todos y os dará pensamientos santos. Todos tendréis los mismos pensamientos para la gloria de Dios en su Iglesia.
-¿Y no volverán a darse nunca estas discusiones tan… tan desagradables que hay ahora? ¿Y Judas de Simón no será ya un elemento que produzca malestar?
-No. Tranquilo. No lo será ya. De todas formas habrá todavía divergencias. Por eso precisamente te he dicho: vela y cuida incansablemente, cumpliendo tu deber con totalidad.
-Otra pregunta, mi Señor. En tiempo de persecución, ¿cómo me debo comportar? Parece, según lo que dices, que de los doce el único que vaya a quedarse sea yo. 0 sea, los otros se irán huyendo de la persecución. ¿Y yo?
-Tú te quedarás en tu lugar, porque, si bien es necesario que no seáis exterminados hasta que no esté bien consolidada la Iglesia -lo cual justifica la dispersión de muchos discípulos y de casi todos los apóstoles-, nada justificaría tu deserción y el abandono por parte tuya de la Iglesia de Jerusalén; es más, cuanto más esté en peligro, más tendrás que velar por ella como si fuese tu hijo más amado y estuviera a las puertas de la muerte. Tu ejemplo fortalecerá el espíritu de los fieles. Tendrán necesidad de ello para superar la prueba. Cuanto más débiles los veas, más los deberás sostener, con compasión y sabiduría. No seas inmisericorde con los débiles aunque tú seas fuerte; antes bien, sostenlos, pensando: «Para alcanzar esta fortaleza que
tengo, he recibido todo de Dios; humildemente debo decirlo y ser caritativo con los que han recibido menos dones de Dios», y entrega, entrega tu fuerza, con la palabra, la ayuda, la calma, el ejemplo.
-¿Qué debo hacer si hay fieles malos, causa de escándalo y de peligro para los demás?
-Prudencia al aceptarlos, porque es mejor ser pocos buenos que muchos no buenos. Ya conoces el viejo apólogo de las manzanas sanas y deterioradas. Haz que no se dé esto en tu iglesia. Pero si encuentras tú también tus traidores, trata por todos los medios de hacerlos cambiar, reservando las medidas severas como último recurso. Si se trata sólo de pequeñas culpas, individuales, no manifiestes una severidad apabullante. Perdona, perdona… Para redimir a un corazón, es más eficaz el perdón sazonado de lágrimas y palabras de amor que no un anatema. Si la culpa es grave, pero resultado de un repentino asalto de Satanás, una cosa tan grave que el culpable siente la necesidad de huir de tu presencia, ve tú en busca del pecador, porque él es el cordero descarriado y tú el pastor. No temas rebajarte por descender por los caminos embarrados, hurgando en las aguas estancadas, buscando en los abismos. No temas; tu frente entonces será coronada con la corona de los mártires del amor, la primera de las tres coronas… Y, si te traicionan, como traicionaron al Bautista, y a tantos otros, porque todo santo tiene su traidor, pues perdona; perdona a éste más que a ningún otro. Perdona como Dios ha perdonado y perdonará a los hombres. Sigue llamando «hijo» a quien te cause dolor, porque así os llama el Padre a través de mi boca, y, en verdad, no hay ningún hombre que no haya causado dolor al Padre de los Cielos…
Un largo silencio mientras atraviesan pastos tachonados de ovejas que pacen.
Al final, Jesús dice:
-¿No tienes otras preguntas que hacerme?
-No, Jesús. Y esta mañana he comprendido mejor mi tremenda misión…
-Porque estás menos turbado que ayer. Cuando llegue tu hora, te sentirás aún más en paz y comprenderás mejor todavía. -Recordaré todas estas cosas… todas… menos…
-¿Qué, Santiago?
-Lo que esta noche no me dejaba mirarte sin llorar. Eso que no sé si verdaderamente me lo has dicho Tú -y, como dicho por ti, tendría que creerlo- o si ha sido una turbación demoníaca. Pero, ¿cómo podrías estar tan sereno si… si eso te fuera a suceder verdaderamente?
-¿Estarías sereno si te dijera: “Allá hay un pastor que renquea porque está impedido de una pierna. Trata de curarlo en nombre de Dios»?
-No, mi Señor. Me sentiría como fuera de mí pensando en la tentación de usurpar tu puesto.
-¿Y si te lo mandara?
-Lo haría por obediencia. No me turbaría en absoluto, porque sabría que sería voluntad tuya. No tendría miedo a no ser capaz, porque está claro que Tú, al mandarme, me darías la fuerza de cumplir tu voluntad.
-Tú lo has dicho. Es así. Piensa entonces que Yo, obedeciendo al Padre, estoy siempre en paz.
Santiago llora con la cabeza baja.
-¿Quieres verdaderamente olvidar?
-Lo que quieras Tú, Señor…
-Puedes elegir entre dos cosas: olvidar o recordar. Olvidar te liberará del dolor y del silencio absoluto ante tus compañeros, pero te dejará sin preparación. Recordar te preparará para tu misión, porque basta recordar lo que sufre en su vida terrena el Hijo del hombre para no quejarse nunca y vigorizarse espiritualmente viendo toda la realidad de Cristo en su más luminosa luz. Elige.
-Creer, recordar, amar. Esto es lo que querría. Y morir, lo antes posible, Señor… – y Santiago sigue llorando en silencio. Si no fuera por las gotas de llanto que brillan en su barba castaña, no se sabría que está llorando.
Jesús lo deja llorar…
A1 final Santiago dice:
-¿Y si más adelante vuelves a aludir a… a tu martirio, debo decir que lo sé?
-No. Guarda silencio. José supo callar respecto a su dolor de esposo que se creía traicionado, así como respecto al misterio de la concepción virginal y de mi Naturaleza. Imítalo. Aquello era también un secreto tremendo, un secreto que había que custodiar, porque el no custodiarlo, por orgullo o ligereza, habría significado poner en peligro toda la Redención. Satanás es constante en la vigilancia y en la acción. Recuérdalo. Si hablases ahora, perjudicarías a demasiados, y por demasiadas cosas. Guarda silencio.
-Guardaré silencio… aunque significará doble peso…
Jesús no responde. Deja que Santiago, al amparo de la prenda que cubre su cabeza, llore libremente.
Se encuentran con un hombre que lleva atado a sus espaldas a un pobre niño.
-¿Es tu hijo? – pregunta Jesús.
-Sí. Me ha nacido, matando a su madre, así. Ahora, que ha muerto también mi madre, cuando voy a trabajar me lo llevo conmigo para poder tener cuidado de él. Soy leñador. Lo recuesto en la hierba, encima del manto, y, mientras talo los árboles, se divierte con las flores. ¡Pobre hijo mío!
-Gran desdicha la tuya.
-¡Pues sí! Pero la voluntad de Dios debe recibirse con paz.
-Adiós, hombre. La paz sea contigo.
El hombre sube el monte. Jesús y Santiago siguen bajando.
-¡Cuántas desgracias! Esperaba que lo curases – suspira Santiago.
Jesús no da muestras de haber oído.
-Maestro, si ese hombre hubiera sabido que eres el Mesías, quizás te hubiera pedido el milagro…
Jesús no responde.
-Jesús, ¿me dejas volver para decírselo a aquel hombre? Siento compasión de aquel niño. Mi corazón está ya muy lleno de dolor; dame al menos la alegría de ver curado a aquel niño.
-Ve si quieres. Te espero aquí.
Santiago echa a correr, alcanza al hombre, lo llama:
-¡Hombre, detente, escucha! Aquel que estaba conmigo es el Mesías. Dame tu niño para que se lo lleve. Ven también tú, si quieres, para ver si el Maestro te lo cura.
-Ve tú, hombre. Tengo que segar toda esta leña. Ya se me ha hecho tarde por causa del niño. Si no trabajo, no como. Soy pobre y él me cuesta mucho. Creo en el Mesías, pero es mejor que le hables tú por mí.
Santiago se agacha para recoger al niño, que está recostado en la hierba.
-Con cuidado – advierte el leñador – es un puro dolor.
En efecto: apenas Santiago trata de alzarlo, el niño llora quejumbrosamente.
-¡Qué pena! – suspira Santiago.
-Una gran pena – dice el leñador mientras se aplica con la sierra a un tronco duro, y añade: « ¿No podrías curarlo tú? -Yo no soy el Mesías. Soy sólo un discípulo suyo…
-¿Y qué quieres decir con eso? Los médicos aprenden de otros médicos; los discípulos, del Maestro. ¡Venga hombre! ¡Sé bueno, no dejes que siga sufriendo! Inténtalo tú. Si el Maestro hubiera querido venir, lo habría hecho. Te ha mandado a ti o porque no lo quiere curar o porque quiere que lo cures tú.
Santiago duda un momento. Luego se decide. Se endereza y ora como ve hacer a su Jesús, y ordena:
-En nombre de Jesucristo, Mesías de Israel e Hijo de Dios, queda curado.
Acto seguido, se arrodilla y dice:
-¡Señor mío, perdón! ¡He actuado sin tu permiso! Ha sido compasión por esta criatura de Israel! ¡Piedad, Dios mío! ¡Piedad para él y para mí, que soy un pecador! – y rompe a llorar, inclinado hacia el cuerpo extendido del niño. Las lágrimas caen encima de las piernecitas torcidas e inertes.
Aparece Jesús por el sendero. Ninguno lo ve, porque el leñador está trabajando, Santiago llora y el niño mira a este último con curiosidad, y, meloso, pregunta:
-¿Por qué lloras? – y alarga una manita para acariciarlo, y, sin darse cuenta, se sienta por sus propias fuerzas, se levanta y abraza a Santiago para consolarlo.
Es el grito de Santiago lo que hace que el leñador se vuelva, y entonces ve a su hijo bien derecho con sus propias piernas, que ya no están ni muertas ni torcidas. Al volverse, ve a Jesús.
-¡Ahí está! – grita mientras señala a las espaldas de Santiago, que también se vuelve y ve a Jesús, mirándolo con un rostro radiante de alegría.
-¡Maestro! ¡Maestro! No sé cómo se ha producido… La compasión… Este hombre… este niño… ¡Perdón!
-Álzate. Los discípulos no son más que el Maestro, pero pueden realizar lo que el Maestro, cuando lo hacen con santo motivo. Levántate y ven conmigo. Os bendigo. Recordad que los siervos hacen las obras del Hijo de Dios – y se marcha llevándose consigo a Santiago, que sigue diciendo: « ¿Cómo lo he hecho? No entiendo. ¿Con qué he hecho un milagro en tu nombre?
-Con tu piedad, Santiago; con tu deseo de que ese inocente y ese hombre, que creía y dudaba, me amasen. Juan hizo un milagro por amor en Jabnia: curó a un moribundo ungiéndolo mientras oraba. Tú aquí has curado con tu llanto y piedad, y con tu confianza en mi Nombre. ¿Ves qué paz produce el servir al Señor cuando hay recta intención en el discípulo? Ahora vamos a andar ligero porque aquel hombre nos sigue y no conviene todavía que los otros sepan esto. Pronto os enviaré en mi Nombre… (un fuerte suspiro de Jesús), como Judas de Simón desea ardientemente hacer (otro fuerte suspiro). Y llevaréis a cabo obras… Pero no para todos significará un bien. ¡Rápido, Santiago! Simón Pedro, tu hermano y los otros, si supieran esto, sufrirían, como si fuera parcialidad, aunque de hecho no lo es: es preparar a alguno de entre vosotros doce que sepa guiar a los de-más. Vamos a bajar al guijarral cubierto de hojarasca de este torrente para que se pierdan nuestras huellas… ¿Lo sientes por el niño?… Volveremos a encontrarlo.