Las mujeres allegadas a los discípulos al servicio de Jesús.
-¿Qué te pasa, Pedro? Te veo disgustado – pregunta Jesús. Van por el campo, por un camino estrecho, bajo ramas florecidas de almendros, que ya anuncian a los hombres que el tiempo peor ha terminado.
-Estoy pensando, Maestro.
-Ya te veo. Pero tu aspecto dice que no estás pensando en cosas agradables.
-De todas formas, Tú sabes todo sobre nosotros; ya sabes en lo que estoy pensando.
-Sí, sé en lo que estás pensando, como también Dios Padre conoce las necesidades del hombre, y, no obstante, quiere que el hombre muestre la confidencia de exponer las propias necesidades y de pedir ayuda. Lo que sí te puedo decir es que estando así, disgustado, yerras.
-¿No estimas menos a mi mujer?
-No, hombre, no, Pedro; ¿por qué iba a ser así? En el Cielo mi Padre tiene muchas moradas, como muchas son en la tierra las misiones del hombre (todas benditas si se llevan a cabo santamente). ¿Podría, acaso, decir que detesta Dios a todas las mujeres que no sigan a las Marías y a Susana?
-¡No, eso no! Mi mujer también cree en el Maestro, pero no sigue el ejemplo de las otras – dice Bartolomé.
-Ni tampoco la mía, ni mis hijas; no dejan la casa, pero siempre están dispuestas a abrir sus puertas al huésped, como hicieron ayer – dice Felipe.
-Creo que lo mismo hará mi madre. No puede dejarlo todo… está sola» – dice el Iscariote.
-¡Cierto! ¡Cierto! Estaba tan triste porque pensaba que la mía fuese tan… tan poco… ¡Oh…, no sé explicarme! -No la critiques, Pedro. Es una mujer honrada – dice Jesús.
-Es muy tímida. Su madre las hizo plegarse a todas, hijas y nueras, como a ramitas tiernas – dice Andrés. -¡Pero en tantos años como ha estado conmigo debería haber cambiado!
-¡Ay, hermano! No es que tú seas muy dulce, ¿sabes? A un tímido le haces el efecto de una gruesa viga entre las piernas. Mi cuñada es muy buena; el solo hecho de haber soportado con paciencia el mal carácter de su madre y el tuyo, impositivo, lo demuestra.
Todos se echan a reír de esta conclusión de Andrés hecha tan a las claras, y de la cara de asombro de Pedro al sentirse proclamar impositivo.
Jesús también se ríe a sus anchas. Luego dice:
-Las fieles que no se sientan dispuestas a dejar su casa por seguirme me servirán igualmente desde sus hogares. Si todas hubieran querido venir conmigo, habría tenido que ordenar a algunas de ellas que se quedasen. Ahora que las mujeres se van a agregar a nosotros debo preocuparme de ellas. No sería ni decente ni prudente que las mujeres se vieran sin morada yendo de un lado para otro. Nosotros podemos echarnos a descansar en cualquier parte. La mujer tiene otras necesidades y necesita un cobijo. Nosotros podemos estar en la misma yacija. Ellas no podrían estar entre nosotros, tanto por respeto como por prudencia respecto a su constitución más delicada. No se debe nunca tentar a la Providencia ni a la naturaleza más allá de los límites. Voy a hacer ahora de cada una de las casas amigas donde una de vuestras mujeres permanezca un cobijo para las hermanas, hermanas de vuestras mujeres: de tu casa, Pedro; de la tuya, Felipe; de la tuya, Bartolomé; de la tuya, Judas. No podemos imponer a las mujeres el infatigable ritmo que vamos a llevar nosotros. Las dejaremos en el lugar de encuentro del que partiremos todas las mañanas para volver por la noche, y allí nos esperarán. Las instruiremos durante las horas de descanso. El mundo no podrá murmurar respecto a si otras infelices criaturas vienen a mí, y tampoco se me impedirá escucharlas. Las madres y las mujeres casadas que nos sigan serán constituidas defensoras de sus hermanas y de mí mismo contra la maledicencia del mundo. Como veis, estoy haciendo un rápido viaje de saludo por los lugares en que tengo amigos o sé que los tendré. Pero no lo hago por mí, sino por los discípulos más débiles: ellas, con su debilidad, serán soporte de nuestra fuerza y la harán útil para muchas criaturas.
-Pero ahora vamos a Cesárea, has dicho. ¿Allí quién está?
-En todas partes hay criaturas que tienden al Dios verdadero. La primavera ya se anuncia en este candor rosado de almendros florecidos. Los días del hielo han terminado. Dentro de pocos días tendré establecidos los lugares de alojamiento para las discípulas; entonces proseguiremos nuestra marcha, esparciendo la palabra de Dios sin la preocupación por las hermanas, sin miedo a la calumnia. Su paciencia y dulzura os servirán de lección. La hora que anunciará la rehabilitación está llegando también para la mujer. En mi Iglesia habrá un gran florecimiento de vírgenes, esposas y madres santas.