Las inquietudes de Judas Iscariote durante el camino hacia Hebrón
-¡Hombre, no creo que tengáis intención de ir en peregrinaje a todos los lugares famosos de Israel! – dice irónicamente Judas Iscariote, que va polemizando en un grupo en que están María de Alfeo y Salomé, además de Andrés y Tomás.
-¿Por qué no? ¿Quién lo prohíbe? – pregunta María Cleofás.
-¡Pues yo! Mi madre hace mucho que me espera…
-Pues ve a casa de tu madre. Ya te alcanzaremos después – dice Salomé, y parece añadir mentalmente: «Ninguno se apenará por tu ausencia».
-¡De ninguna manera! Iré acompañado del Maestro. Ya de hecho no va su Madre, como estaba pensado; lo cual verdaderamente no se debía haber hecho porque se había prometido que iría.
-Se ha quedado en Betsur para cumplir una obra buena. Esa mujer era muy infeliz.
-Jesús podía haberla curado inmediatamente, sin necesidad de devolverle la plenitud gradualmente. No sé por qué ahora no es partidario de milagros estrepitosos.
-Si lo ha hecho así, tendrá sus santas razones – dice con serenidad Andrés.
-¡Sí, y así pierde prosélitos! ¡Qué desilusión la visita a Jerusalén!: cuanta más necesidad hay de gestos llamativos, más se acurruca en la sombra. Yo verdaderamente esperaba ver, hacer frente…
-Oye, perdona la pregunta… pero, ¿qué querías ver?, ¿a quién querías hacer frente…?
-¿Qué?… ¿A quién?… ¡Hombre, pues ver sus obras milagrosas y no tener que dejarme avasallar por los que dicen que es un falso profeta o un endemoniado! ¿Por qué dicen esto? ¡Eh! Dicen que sin el apoyo de Belcebú no es más que un pobre hombre. Y dado que se sabe que Belcebú cambia caprichosamente de humor y que se deleita en tomar y dejar, como hace el leopardo con la presa, y dado que los hechos justifican este pensamiento, pues me preocupa el pensar que Él no hace nada. ¡Quedamos por los suelos! Somos los apóstoles de un Maestro… todo doctrina, sí, eso es innegable, pero nada más.
La brusca pausa de Judas tras la palabra «Maestro» hace pensar que quería decir algo más gordo.
Las mujeres están atónitas. Pero María de Alfeo, como pariente de Jesús, dice claramente:
-¡A mí eso no me asombra; lo que sí me asombra es que Jesús te soporte, muchacho!
Andrés, que siempre es manso, esta vez pierde la paciencia, y rojo, enfurecido – muy parecido a su hermano en raras ocasiones – grita:
-¡Pues vete! ¡Así no tendrás que quedar mal por culpa del Maestro! ¿Quién te ha convocado? A nosotros sí, a ti no. Tuviste que insistir varias veces para que te aceptara. Te has impuesto… ¡ No se por qué no les cuento todo a los demás!…
-Con vosotros no se puede hablar nunca. Tienen razón cuando dicen que sois pendencieros e ignorantes…
-La verdad es que no entiendo en absoluto dónde encuentras el error del Maestro. Y yo no tenía noticia de estos cambios caprichosos del Demonio. ¡Pobrecito! Sin duda tiene que ser raro; si hubiera sido equilibrado de mente, no se hubiera rebelado contra Dios. De todas formas tomo nota – dice, no sin sarcasmo, Tomás, para tratar de desviar la tormenta que se avecina.
-No estoy de broma, así que tú tampoco. ¿Se ha hecho notar en Jerusalén acaso? Pero si además hasta el mismo Lázaro ha hecho esta observación…
La carcajada de Tomás retumba en el ambiente… y, riéndose todavía – su risa ya de por sí ha desorientado a Judas Iscariote -, dice:
-¿Que no ha hecho nada? Vete a preguntárselo a los leprosos de Siloán y de Hinnom. Bueno, en Hinnom no encontrarás a ninguno, porque todos están curados. El hecho de que tú no estuvieras, porque tenías prisa de ir con… los amigos, y de que, por tanto, no lo hayas sabido, no quita para que los valles de Jerusalén y de otros muchos lugares rebosen de aclamaciones de los curados – termina, serio, Tomás. Y, severo, añade: «Tu enfermedad es de la bilis, amigo; que todo te lo amarga y te lo hace ver verde. En ti debe ser una enfermedad cíclica. Créeme que convivir con uno como tú es poco placentero. Cambia. No voy a decirle nada a nadie, y lo mismo espero que hagan estas buenas mujeres – si es que quieren escucharme – y Andrés. Pero cambia. No te sientas defraudado, porque aquí no hay ninguna desilusión. No te sientas necesario, mira, que el Maestro sabe cómo actuar; no pretendas ser el maestro del Maestro. Si, en el caso de la pobre Elisa, ha actuado así, es señal de que era lo correcto. Deja que esas sierpes silben y escupan como quieran; no te metas a querer hacer de intermediario entre ellos y El, y mucho menos aún te avergüences de estar con Él. Aunque no curase en lo sucesivo ni siquiera un resfriado, ello no quitaría para que siguiera siendo poderoso. Su palabra es un continuo milagro. ¡Y vive en paz, que no nos vienen persiguiendo arqueros! ¡Llegará un día, cómo no, que convenceremos al mundo de quién es Jesús! Y tranquilo también por la cuestión de María, que si ha prometido que irá a ver a tu madre irá. Entretanto vamos caminando como peregrinos por estas hermosas comarcas. ¡Nuestro trabajo es éste! ¡Sí, hombre, claro! Vamos a darles a las discípulas la satisfacción de ir a ver la tumba de Abraham, su árbol y la tumba de Jesé y… ¿qué más habíais dicho?
-Se dice que aquí vivió Adán y murió asesinado Abel…
-¡ Las consabidas leyendas sin sentido!… dice Judas rezongando.
-Dentro de un siglo se dirá que lo de la gruta de Belén y muchas otras cosas son una leyenda. Pero, oye, además, ¿no fuiste tú quien quiso ir a aquel fétido antro de Endor, que – creo que estarás de acuerdo conmigo – no pertenecía precisamente a un ciclo santo; no crees? Bueno, pues ellas vienen aquí, donde se dice que hay sangre y cenizas de santos. De Endor nos ha venido Juan, ¿quién sabe…?
-¡Buen fichaje, Juan! – dice burlonamente Judas.
-No es guapo de cara, sí, pero puede ser que su alma sea mejor que la nuestra.
-Sí, precisamente su alma… ¡con la vida que ha vivido!
-¡Calla! El Maestro nos dijo que no debíamos rememorarlo.
-¡Qué fácil eso! ¡Ya quisiera ver yo, si hiciera algo parecido, si lo ibais a rememorar o no!
-Adiós, Judas; es mejor que estés solo. Estás demasiado agitado. ¡Si al menos supieras lo que te pasa!
-¿Que qué me pasa, Tomas? Pues lo que me pasa es que veo que a nosotros se nos deja de lado por los últimos que llegan; lo que me pasa es que veo preferir a todos antes que a mí; y que noto que se espera a que no esté yo para enseñar a orar. ¿Qué quieres, que me gusten estas cosas?
-No gusta, de acuerdo, pero te recuerdo que si hubieras venido con nosotros a la Cena de Pascua, habrías estado tú también en el Monte de los Olivos cuando el Maestro nos enseñó la oración. Y, por lo que respecta a que se nos deje de lado por los primeros que llegan, no lo veo. ¿Lo dices por ese pobre inocente?, ¿o por el pobre Juan?
-Por los dos. Jesús ya casi no se dirige a nosotros. Míralo incluso ahora… Está allí, sin ninguna prisa, habla que te habla con el niño. ¡Pues va a tener que esperar no poco tiempo a poderlo incluir entre los discípulos! ¿Y el otro?… Nunca será discípulo: es demasiado soberbio, culto, duro de corazón, y tiene malas tendencias. Y a pesar de todo: “Juan por aquí y Juan por allá»…
-¡Padre Abraham, no me dejes perder la paciencia! ¿Y en qué te parece que el Maestro prefiere a otros antes que a ti?
-¿Pero no lo has visto también ahora? Llegado el momento de salir de Betsur – después de un tiempo pasado en instruir a tres pastores a los que perfectamente había podido instruir Isaac -, ¿a quién deja con su Madre? ¿A mí?, ¿a ti? No. Deja a Simón. ¡ Un viejo que casi no habla!…
-Pero que lo poco que dice está siempre bien dicho – replica prontamente Tomás, que ahora se ha quedado solo con Judas dado que las mujeres, con Andrés, se han separado y van adelante ligeras, como huyendo de un tramo de camino lleno de sol.
Los dos apóstoles hablan tan acaloradamente, que no oyen que Jesús se ha acercado, perdido del todo el ruido de sus pasos entre la polvareda del camino. Mas si Él no hace ruido, ellos gritan como diez, y Jesús sí que los oye; detrás vienen también Pedro, Mateo, los dos primos del Señor, Felipe y Bartolomé, y los dos hijos de Zebedeo llevando en medio a Marziam.
Jesús dice:
-Es así, como has dicho, Tomás: Simón habla poco, pero lo poco que dice está siempre bien dicho: tiene mente serena y corazón honesto; pero, sobre todo, una muy buena voluntad. Por eso lo he dejado con mi Madre. Es verdaderamente un caballero, y, al mismo tiempo, conoce la vida, ha sufrido, y es anciano. Por tanto — y digo esto porque pienso que a alguien le ha parecido injusta esta decisión – era el más adecuado para quedarse. Judas, no podía permitir que mi Madre se quedase sola – y era justo dejarla – con una pobre mujer que todavía estaba enferma: mi Madre completará así la obra que Yo he comenzado. Tampoco podía dejarla con mis hermanos, ni con Andrés o Santiago o Juan, y tampoco contigo. Si no comprendes el motivo no sé qué decirte…
-Porque es tu Madre, joven y hermosa, y la gente…
-¡No! La gente tendrá siempre fango en el pensamiento, en los labios y en las manos, y especialmente en el corazón: la gente deshonesta, que ve sus sentimientos en los demás. Pero su fango no absorbe mi atención: se cae por sí solo, una vez seco. He preferido a Simón porque es anciano y no recordaba demasiado a los hijos difuntos de esa mujer desolada; vosotros, jóvenes, los habríais evocado con vuestra juventud… Simón sabe tutelar y pasar desapercibido, nunca exige nada, es compasivo, sabe velar por sí mismo. Podía haber escogido a Pedro. ¿Quién mejor que él para estar con mi Madre? Pero todavía es muy impulsivo. ¿Ves cómo se lo digo a la cara y no se ofende? Pedro es sincero, y ama la sinceridad incluso cuando le supone un perjuicio. Podía haber sido Natanael, pero no ha estado nunca en Judea; Simón, por el contrario, la conoce bien y será precioso para guiar a la Madre a Keriot. Sabe incluso ir a la casa tuya del campo, y a la de la ciudad, así que no hará…
-Pero… Maestro… ¿entonces tu Madre va a ir realmente a ver a la mía?
-¡Ya se había dicho! Cuando se dice una cosa se hace. Iremos sin prisa, deteniéndonos a evangelizar por estos pueblos. ¿No quieres que evangelice tu Judea?
-¡Sí, sí, Maestro!… Yo es que creía… pensaba…
Bueno, sobre todo, es que te creabas penas por causa de una serie de quimeras de tu fantasía. Para la segunda fase de la luna de Ziv estaremos todos nosotros en casa de tu madre; nosotros, es decir, también mi Madre y Simón. Por ahora Ella está evangelizando Betsur, ciudad judía, de la misma forma que Juana está evangelizando Jerusalén con una joven y un sacerdote que fue leproso; Lázaro con Marta y el anciano Ismael hacen lo propio en Betania; en Yuttá, Sara, en Keriot, sin duda, habla del Mesías tu madre. No puedes decir que dejo privada de mensajeros a Judea; antes bien, le doy – a pesar de su mayor cerrazón y obstinación – las voces más dulces, la de las mujeres – que a la palabra unen ese arte fino suyo y son maestras en conducir los corazones a donde quieren -, además de la del santo Isaac y de mi amigo Lázaro. ¿Ya no dices nada? ¿Por qué estás casi llorando, niñote caprichoso? ¿Qué ganas envenenándote con las sombras? ¿Tienes todavía algún motivo de inquietud? ¡Ánimo, habla…!
-Soy malo… y Tú eres muy bueno… Tu bondad siempre me impresiona: ¡es siempre tan fresca y nueva…! Yo… yo… nunca sé decir cuándo la encuentro en mi camino.
-Tú lo has dicho, no lo puedes saber, pero es porque no es ni fresca ni nueva, sino eterna, Judas; omnipresente, Judas… ¡Ya estamos en las cercanías de Hebrón! María, Salomé y Andrés nos hacen grandes gestos. Vamos. Están hablando con unos hombres. Deben estarles preguntando por los lugares históricos. ¡Tu madre, ante la memoria de estos lugares, rejuvenece, hermano mío!
Judas Tadeo le sonríe a su primo, quien, igualmente, sonríe.
Y Pedro:
-¡Rejuvenecemos todos! Me siento como en la escuela, una bonita escuela, mejor que la de aquel cascarrabias de Eliseo. ¿Te acuerdas, Felipe? ¡Pero las armábamos, ¿eh?! ¡Aquella historia de las tribus!: «¡Decid las ciudades de las tribus!»; «No las habéis dicho en coro… a decirlas otra vez…»; «Simón, pareces una rana dormida, te quedas atrás. Volved a empezar». ¡Ay, veía todo nombres de ciudades y de pueblos de todos los tiempos y no sabía nada más! Aquí, sin embargo, se aprende verdaderamente. ¡ Marziam, un día de éstos tu padre, ahora que ya sabe, irá a hacer el examen!…
Todos se echan a reír mientras se dirigen hacia Andrés y las mujeres.