La samaritana Fotinai
-Yo me paro aquí. Id a la ciudad. Comprad los alimentos necesarios. Comeremos en este lugar.
-¿Vamos todos?
-Sí, Juan. Es bueno que estéis en grupo.
-¿Y Tú? ¿Te quedas solo?… Son samaritanos…
-No serán los peores de entre los enemigos del Cristo. ¡Hala, poneos en camino! Yo oraré mientras os espero. Por vosotros y por éstos.
Los discípulos se van a regañadientes. Tres o cuatro veces se vuelven a mirar a Jesús, que se ha sentado en una paredilla soleada al lado del bajo y ancho brocal de un pozo (un pozo grande, tan ancho que parece casi una cisterna). En verano deben darle sombra unos árboles grandes que ahora están deshojados. No se ve el agua, pero en el suelo, junto al pozo, hay signos claros de haberla sacado: pequeños charcos y círculos de jarros húmedos.
Jesús se sienta y se pone a meditar en su acostumbrada posición: los codos apoyados sobre las rodillas; las manos hacia adelante, unidas; el cuerpo levemente curvado; la cabeza inclinada hacia abajo. Luego, sintiendo el calor de un agradable solecillo, se deja caer el manto de la cabeza y de los hombros y lo tiene recogido sobre su regazo.
Alza la cabeza para sonreír a una multitud de pájaros reñidores que se están disputando una migota que se le ha caído a alguien junto al pozo.
De improviso, llega una mujer. Los pájaros huyen. Viene al pozo con un ánfora vacía sujeta de una de las asas con la mano izquierda; la derecha separa con gesto de sorpresa el velo, para ver quién es el hombre que está sentado allí.
Jesús sonríe a esta mujer de unos treinta y cinco o cuarenta años, alta, de facciones fuertemente marcadas pero bonitas. Un tipo de mujer que nosotros diríamos casi español: palidez aceitunada; labios muy encendidos y más bien túmidos; ojos grandes, casi demasiado, y negros, bajo cejas muy espesas; trenzas, que se transparentan a través del ligero velo, de color negro corvino. También las formas, más bien modeladas y llamativas, reflejan un marcado tipo oriental, levemente flexuoso, como el de las mujeres árabes. Lleva un vestido de rayas multicolores, bien ceñido a la cintura, tirante en las caderas y pecho pingües, para pender luego, en una especie de orla ondulante, hasta el suelo. Muchos anillos en las manos carnosas y morenitas, muchas pulseras en las muñecas que despuntan bajo las bocamangas de lino. En el cuello lleva un pesado collar, del que cuelgan medallas (yo diría amuletos, pues son de las más variadas formas). Pesados pendientes, que brillan bajo el velo, caen hasta la altura del cuello.
-La paz sea contigo, mujer. ¿Me das de beber? He andado mucho y tengo sed.
-¿Pero no eres judío? ¿Me pides de beber a mí, que soy samaritana? ¿Qué ha sucedido? ¿Hemos sido rehabilitados, o es que vosotros estáis disgregados? Sin duda algo grande ha sucedido, cuando un judío habla amablemente con una samaritana. De todas formas, debería responderte: «No te doy nada, para castigar en ti todas las injurias que los judíos desde hace siglos nos infligen».
-Así es: un gran acontecimiento. Como consecuencia, muchas cosas han cambiado, y más aún van a cambiar. Dios ha otorgado un gran don al mundo y por él muchas cosas han cambiado. Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», quizás tú misma le pedirías de beber y Él te daría agua viva.
-El agua viva está en las venas de la tierra. Este pozo la tiene… pero es nuestro – La mujer se muestra burlona y arrogante.
-El agua es de Dios, como también es de Dios la bondad, y la vida misma. Todo es de un único Dios, mujer. Y todos los hombres vienen de Dios: tanto los samaritanos como los judíos. ¿No es éste el pozo de Jacob? ¿Jacob no es cabeza de nuestra estirpe? Si luego un error nos ha dividido, ello no cambia el origen.
-¿Error nuestro, ¿verdad? – pregunta, agresiva, la mujer.
-Ni nuestro ni vuestro. Error de alguien que había perdido de vista caridad y justicia. No te estoy ofendiendo, ni tampoco a tu raza ¿Por qué quieres tú mostrarte ofensiva?
-Eres el primer judío al que oigo hablar así. Los otros… Pero, respecto al pozo, sí, es el de Jacob y tiene tanta agua y tan clara que los de Sicar la preferimos a las otras fuentes. De todas formas, es muy profundo, y no tienes ni ánfora ni odre; ¿cómo podrías sacar para mí agua viva? ¿Eres, acaso, más que Jacob, nuestro santo patriarca, que encontró esta abundante agua para él, para sus hijos y sus hatos de ganado, y que nos la dejó como don y recuerdo suyo?
-Tú lo has dicho. Mira, quien bebe de esta agua seguirá teniendo sed; Yo, en cambio, tengo un agua que si uno la bebe no vuelve a sentir sed. Pero es sólo mía y la doy a quien me la pide. En verdad te digo que quien reciba esta agua que Yo le dé quedará saciado para siempre y no volverá a tener sed, porque mi agua se hará en él manantial seguro, eterno.
-¿Cómo? No entiendo. ¿Eres un mago? ¿Cómo puede un hombre transformarse en un pozo? El camello bebe y se aprovisiona de agua en su voluminoso vientre, pero luego la consume y no le dura toda la vida. ¿Y Tú dices que tu agua dura toda la vida?
-Más que eso: saltará hasta la vida eterna. Fluirá hasta la vida eterna en quien la beba, y producirá semillas de vida eterna, porque es surtidor de salud.
-Dame de esa agua si es verdad que la posees. Me canso viniendo hasta aquí. La tendré y no volveré a sentir sed, y no enfermaré jamás ni me haré vieja.
-¿Sólo de eso te cansas?, ¿de nada más? ¿Sólo sientes necesidad de sacar agua para beber, para tu pobre cuerpo? Reflexiona. Hay algo que vale más que el cuerpo: el alma. Jacob no dio a los suyos y a sí mismo sólo el agua de la tierra, sino que se preocupó de darse, y de dar, la santidad, el agua de Dios.
-Vosotros nos llamáis paganos. Si eso es verdad, no podemos ser santos…
La mujer ha perdido su tono petulante e irónico y ahora se muestra sumisa y ligeramente confundida.
-Un pagano puede también ser virtuoso. Dios, que es justo, le premiará el bien realizado. No será un premio completo, pero sí te digo que entre un fiel en culpa grave y un pagano sin culpa Dios mira con menos rigor al pagano. ¿Y por qué, si sabéis que lo sois, no vais al verdadero Dios? ¿Cómo te llamas?
-Fotinai.
-Pues, respóndeme, Fotinai: ¿Te duele el no poder aspirar a la santidad por el hecho de ser pagana – como tú dices -, por vivir – como digo Yo – en la ofuscación de un antiguo error?
-Me aflige.
-¿Y entonces, ¿por qué no vives, al menos, como una virtuosa pagana?
-¡Señor! …
-Sí. ¿Puedes, acaso, negarlo? Ve a llamar a tu marido y vuelve aquí con él.
-No tengo marido…
La confusión de la mujer crece.
-Tú lo has dicho: no tienes marido. Has tenido cinco hombres y ahora tienes contigo otro que tampoco es marido tuyo. ¿Era necesario esto? También tu religión desaconseja la impudicia. También tenéis vosotros el Decálogo. ¿Por qué vives así, Fotinai? ¿No te sientes cansada de este esfuerzo de ser la carne de tantos, en vez de la honesta esposa de uno solo? ¿No tienes miedo de cuando decline tu vida, de cuando te encuentres sola con tus recuerdos, con la amargura de lo pasado, con tus temores? Sí, también con tu miedo, tu miedo a Dios y a los espectros. ¿Dónde están tus hijos?».
La mujer baja del todo la cabeza y calla.
-No los tienes aquí en la Tierra. Sin embargo, sus almitas, a las que has impedido conocer el día de la luz, te acusan; siempre. Joyas… bonitos vestidos… casa rica… una mesa bien surtida… Sí, pero vacío y lágrimas y miseria interior. En realidad eres una desvalida, Fotinai; sólo con un arrepentimiento sincero, a través del perdón de Dios – y como consecuencia, el de tus hijos – puedes volver a ser rica.
-Señor, veo que eres profeta. Me avergüenzo…
-¿Ante el Padre que está en los Cielos no sentías vergüenza cuando hacías el mal? Pero… no llores de humillación ante el Hombre… Ven aquí, Fotinai, junto a mí. Yo te hablaré de Dios. Quizás no lo conocías bien y por eso… sí, por eso has cometido tantos errores; si hubieras conocido bien al verdadero Dios, no te habrías rebajado de este modo, Él te habría hablado y sostenido…
-Señor, nuestros padres adoraron en este monte. Vosotros decís que sólo en Jerusalén se puede adorar. Pero, como Tú dices, Dios es sólo uno. Ayúdame a ver dónde y cómo debo hacerlo…
-Mujer, créeme, está llegando la hora en que ni en el monte de Samaria ni en Jerusalén será adorado el Padre. Vosotros adoráis a quien no conocéis, nosotros a quien conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Recuerda a los Profetas. Pero llega la hora – es ésta – en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; no ya con el rito antiguo sino con el nuevo, exento de sacrificios y hostias de animales consumidos por el fuego: el rito del sacrificio eterno de la Hostia inmaculada consumida por el Fuego de la Caridad: culto espiritual del Reino espiritual, que será comprendido por aquellos que sepan adorar en espíritu y en verdad. Dios es Espíritu y debe ser adorado espiritualmente.
-Dices santas palabras. Yo sé – también nosotros sabemos alguna cosa – que el Mesías va a llegar pronto; el Mesías, llamado también «el Cristo». Cuando venga nos enseñará todo. Aquí cerca está el que dicen que es su Precursor; muchos van a él a oírle. Pero es muy severo. Tú eres bueno. Las almas menesterosas no sienten miedo de ti. Yo creo que el Cristo será bueno. Lo llaman Rey de la paz… ¿Tardará mucho en venir?
-Te he dicho que su tiempo es éste.
-¿Cómo lo sabes? ¿Eres discípulo suyo? El Precursor tiene muchos discípulos; también los tendrá el Cristo. -Soy Yo, el que te está hablando, el Cristo Jesús.
-¡Tú !… ¡Oh!…
La mujer, que se había sentado junto a Jesús, se levanta y hace ademán de huir.
-¿Por qué quieres huir, mujer?
-Porque me da horror estar a tu lado. Tú eres santo…
-Soy el Salvador. He venido aquí – y no era necesario – porque sabía que tu alma estaba cansada de vagar. Ya te produce náuseas tu alimento… He venido a darte uno nuevo, que te quitará las náuseas y la hartura… Allí vuelven mis discípulos, con mi pan, pero el solo hecho de haberte dado estas migas iniciales de tu redención ya me ha alimentado.
Los discípulos miran a la mujer de soslayo, más o menos prudentemente, pero ninguno habla. Ella se marcha olvidando agua y ánfora.
-Mira, Maestro – dice Pedro -, nos han tratado bien. Aquí hay queso, pan reciente, aceitunas y manzanas. Coge lo que quieras. Esa mujer ha hecho bien dejando el ánfora; así será más rápido, que no con nuestros pequeños odres. Bebemos y luego los llenamos, y así no tendremos que pedir nada a los samaritanos, no tendremos ni siquiera que acercarnos a sus fuentes. ¿No comes? He buscado pescado para ti, pero no había. Quizás te hubiera gustado más. Te veo cansado y pálido.
-Tengo un alimento que vosotros no conocéis. Comeré de ése. Repondrá ampliamente mis energías.
Los discípulos se miran con ademán de querer preguntar.
Jesús responde a sus calladas preguntas.
-Mi alimento consiste en hacer la voluntad del que me ha enviado y consumar la obra que me ha encomendado. Cuando un sembrador esparce la semilla, ¿puede pensar que ya ha hecho todo, como si hubiera cosechado? Ciertamente no. ¡Cuánto tendrá que hacer todavía para poder decir: «Mi obra está cumplida»! Hasta ese momento no podrá descansar. Fijaos en estos campos bajo el alegre sol de la hora sexta. Hace sólo un mes, incluso menos, la tierra estaba desnuda, oscura por el agua de las lluvias. Fijaos ahora: abundantes tallitos de trigo, recién brotados, de un verde tenuísimo, que, bajo esta intensa luz, parece todavía más claro, la hacen blanquecina con el sutil velo con que la cubren, que es la mies futura. Vosotros, viéndolo, decís: «Dentro de cuatro meses será la cosecha. Los sembradores tomarán consigo a los segadores; porque, aunque uno sea suficiente para sembrar su propio campo, muchos son necesarios para segarlo. Ambas partes están contentas: tanto el que ha sembrado un pequeño saquito de trigo y ahora debe preparar los graneros para guardarlo, como los que en pocos días ganan de qué vivir para algunos meses». De la misma forma, en el campo del espíritu, los que recojan lo que por mí fue sembrado se alegrarán conmigo, y como Yo, porque les daré mi salario y el fruto debido. Les daré de qué vivir en mi Reino eterno. Vosotros sólo tenéis que recoger. Yo he hecho la parte más dura del trabajo; no obstante, os digo: «Venid, cosechad en mi campo; contento me siento de que os carguéis de manípulos de mi trigo. Una vez que hayáis recogido todo mi trigo, sembrado por mí por todas partes, infatigable, quedará cumplida la voluntad de Dios, y Yo me sentaré al banquete de la celeste Jerusalén». Allí vienen los samaritanos con Fotinai. Mostrad caridad para con ellos. Son almas que se acercan a Dios.