La renuncia de Margziam es ocasión de una lección sobre los sacrificios hechos por amor
No sé si es el mismo día, pero supongo que sí por la presencia de Pedro en la mesa familiar de Nazaret. Ya casi han terminado de comer. Síntica se levanta para llevar a la mesa manzanas, nueces, uva y almendras que concluyen la cena, porque es de noche y las lámparas están ya encendidas.
El tema de conversación versa precisamente sobre las lámparas, mientras Síntica lleva la fruta. Pedro dice:
-Este año encenderemos una más, y en lo sucesivo siempre una más, por ti, hijo mío. Sí, queremos encenderla nosotros
por ti, aunque estés aquí. Es la primera vez que la encendemos por un niño… – y Simón se emociona un poco al terminar: «La
verdad es que… si tú estuvieras, sería más bonito…
-El año pasado era yo, Simón, la que suspiraba así por mi Hijo lejano, y conmigo María de Alfeo y Salomé, y también María de Simón, en su casa de Keriot, y la madre de Tomás…
-¡Oh, 1a madre de Judas! Este año tendrá con ella a su hijo… pero no creo que se sienta más feliz… Bueno, vamos a dejarlo… Nosotros estábamos en casa de Lázaro. ¡Cuántas lámparas!… Parecía un cielo de oro y fuego. Este año Lázaro tiene a su hermana… Pero estoy seguro de que no me equivoco sí digo que estarán afligidos pensando que Tú no estás. ‘¿Y para el que viene, dónde estaremos?
-Yo, muy lejos… – susurra Juan.
Pedro se vuelve a mirarlo, porque lo tiene a su lado, y está para preguntar algo, pero, afortunadamente, se sabe retener por la llamada de atención de Jesús con la mirada.
Margziam pregunta:
-¿Dónde vas a estar?
-Por la misericordia del Señor, espero que con Abraham, en su seno…
-¿Quieres morir? ¿No quieres evangelizar? ¿No te pesa morir sin haber evangelizado?
-La palabra del Señor debe salir de labios santos. Ya es mucho el que me haya permitido escucharla y redimirme por ella. Me habría gustado… Pero es tarde…
-Sin embargo, evangelizarás. Ya lo has hecho. Tanto que has atraído hacia ti la atención. Por eso serás igualmente llamado discípulo evangelizador, aunque no peregrines esparciendo la Buena Nueva. Y recibirás en la otra vida el premio reservado a mis evangelizadores.
-Tu promesa me hace desear la muerte… Cada minuto de vida puede celar un peligro que yo, siendo débil como soy, quizás no podría superar. Si Dios me acoge, satisfecho de lo que he realizado, ¿no es bondad grande que debe ser bendecida?
-En verdad te digo que la muerte será suma bondad para muchos, que, así, conocerán hasta qué punto el hombre se puede volver demonio, desde un punto donde la paz los consolará de esta cognición y la transformará en alabanza, porque estará unida a la inefable alegría de la liberación del Limbo.
-¿Y los años siguientes dónde vamos a estar, Señor? – pregunta atento Simón Zelote.
-Donde quiera el Eterno. ¿Pretendes fijar anticipadamente el tiempo lejano, cuando no estamos seguros del momento que vivimos, ni sí nos será concedido terminarlo? Y, además, cualquiera que fuere el lugar en que se celebren las futuras Encenias, en todo caso será santo, si estáis allí para cumplir la voluntad de Dios».
-¿Estáis? ¿Y Tú? – pregunta Pedro.
-Estaré siempre donde estén mis amados.
-María no ha hablado en todo este tiempo. Pero sus ojos no han dejado ni un momento de examinar el rostro de su
Hijo…
La saca de su ensimismamiento la observación de Margziam que dice:
-¿Madre, ¿por qué no has puesto en la mesa los bollos de miel? A Jesús le gustan y a Juan le vendrían bien para su garganta. Y además también le gustan a mi padre…
-Y a ti – termina Pedro.
-Para mí… es como si no existieran. He hecho una promesa…
-Por esto, encanto, no los he traído… – dice María acariciándolo, porque Margziam está entre Ella y Síntica en uno de los lados de la mesa, mientras que los cuatro hombres están en el lado opuesto.
-No, no. Los puedes traer. Es más, debes traerlos. Y se los doy yo a todos.
Síntica coge una lámpara, sale, vuelve con los bollos. Y Margziam coge la bandeja y empieza a distribuir. Le da a Jesús el más hermoso (dorado, esponjado con la maestría de un pastelero). Uno, el segundo en perfección, a María. Luego es el turno de Pedro, luego de Simón, luego de Síntica. Y, para dárselo a Juan, el niño se levanta y se pone al lado del anciano y enfermo pedagogo y le dice:
-Para ti el tuyo y el mío, y además un beso, por todo lo que me enseñas.
Luego vuelve a su sitio y deposita con resolución la bandeja en medio de la mesa y cruza los brazos.
-Así se me atraganta esta cosa deliciosa – dice Pedro al ver que Margziam ni lo prueba. Y añade: «A1 menos un trocito. ¡Venga, hombre, del mío; aunque sólo sea para no morir de ganas! Sufres demasiado… Jesús te lo concede.
-Pero si no sufriera no tendría mérito, padre mío. He ofrecido este sacrificio precisamente porque sabía que me iba a hacer sufrir…. Y, en definitiva… estoy tan contento desde que lo he hecho, que me siento como todo lleno de miel. Siento el sabor de la miel en todas partes. Hasta me da la impresión de respirarlo junto con el aire…
-Es porque te mueres de las ganas.
-No. Es porque sé que Dios me dice: «Haces bien, hijo mío».
-El Maestro te habría contentado incluso sin este sacrificio. ¡Te quiere mucho!
-Sí. Pero no es justo que me aproveche porque me quiera. Además, Él dice que es grande la recompensa en el Cielo incluso por un vaso de agua ofrecido en su nombre. Pienso que, si es grande por un vaso ofrecido a otros en su nombre, también lo será por un bollo o un poco de miel negados a nosotros mismos por amor a un hermano. ¿Me equivoco, Maestro?
-Hablas sabiamente. Yo podía, efectivamente, sin tu sacrificio, concederte también la cosa que me pedías para la pequeña Raquel, porque bueno era hacerla y mi corazón la deseaba. Pero la hice con más alegría porque me ayudaste tú. El amor hacia nuestros hermanos no se limita a medios y límites humanos, sino que se yergue a lugares mucho más altos. Cuando es perfecto, toca absolutamente el trono de Dios y se funde con su infinita caridad y bondad. La comunión de los santos es exactamente este continuo obrar, de la misma forma que continuamente y en todos los modos obra Dios, para ayudar a los hermanos, sea en sus necesidades materiales, sea en sus necesidades espirituales, o en las dos, como en el caso de Margziam, que, obteniendo la curación de Raquel, la libera de la enfermedad y, al mismo tiempo, eleva el espíritu abatido de la anciana Juana y enciende una confianza cada vez mayor en el Señor en el corazón de todos los de aquella familia. Sí, también el sacrificio de una cucharada de miel puede servir para devolver la paz y la esperanza a una persona afligida; así como un bollo, u otro alimento que no se come por una finalidad de amor, puede conseguir un pan, ofrecido milagrosamente, para una persona hambrienta lejana que nunca conoceremos; y retener, por espíritu de sacrificio, una palabra de ira, aunque fuera justa, puede impedir un delito lejano; así como resistir a las ganas de coger un fruto, por amor, puede servir para inspirar a un ladrón la idea de enmendarse, impidiendo así un latrocinio. Nada se pierde en la economía santa del amor universal. No se pierde el holocausto de un mártir, no se pierde el heroico sacrificio de un niño ante una bandeja de bollos. Es más, os digo que el holocausto de un mártir frecuentemente tiene origen en la heroica educación que se haya procurado desde la infancia por amor a Dios y al prójimo.
-Entonces conviene mucho que haga siempre sacrificios. Para cuando seamos perseguidos – dice convencido Margziam. -¿Perseguidos? – pregunta Pedro.
-Sí. ¿No te acuerdas que lo dijo?: «Seréis perseguidos por causa mía». Me lo dijiste tú la primera vez que viniste, solo, a Betsaida a evangelizar, en verano.
-Este niño se acuerda de todo – comenta Pedro admirado.
La cena termina. Jesús se levanta. Ora por todos y bendice. Luego, mientras las mujeres van a sus labores de ordenar la loza, Jesús con los hombres se pone en un ángulo de la habitación y labra un trozo de madera, que, ante la sorprendida mirada de Margziam, se transforma en una ovejita…