La llegada a la llanura de Esdrelón durante la puesta del sol del viernes
Comienza el ocaso con un enrojecimiento del cielo. Jesús ya ve los campos de Jocanán.
-Aceleremos el paso, amigos, antes de que decline el sol. Tú, Pedro, adelántate con tu hermano para avisar a nuestros amigos de Doras.
-Sí, sí, voy, que también quiero asegurarme de si el hijo se ha marchado.
Pedro pronuncia esa palabra, «hijo», en un modo que vale por un largo discurso. Y se adelanta.
Entretanto, Jesús prosigue más despacio, mirando a su alrededor para ver si hay algún campesino de Jocanán; mas sólo se ven los fértiles campos con las espigas ya bien formadas.
Por fin, de entre la frondosidad de las parras, se destaca un rostro sudoroso al tiempo que proviene un grito:
-¡Oh, Señor bendito! – y el campesino sale corriendo del viñedo para venir a postrarse ante Jesús.
-¡Paz a ti, Isaías!
-¿Hasta te acuerdas de mi nombre?
-Lo llevo escrito en el corazón. Levántate. ¿Dónde están los otros compañeros?
-Allá, en los pomares. Voy a avisarlos. ¿Vienes a estar con nosotros, verdad? El amo no está, así que podemos festejar tu venida.Además… un poco por miedo y un poco por alegría, es mejor. ¡Fíjate, este año nos ha concedido el cordero, e ir al Templo! Nos ha dado sólo seis días, pero… bueno, correremos por el camino. ¡Fíjate, nosotros también a Jerusalén! Y esto te lo debemos a ti.
El hombre está en el séptimo cielo, de la alegría de haber sido tratado como hombre y como israelita. -Que Yo sepa, no he hecho nada – dice Jesús sonriendo.
-¿Cómo no? ¡Claro que has hecho! Doras, y luego los campos de Doras… mientras que éstos este año están espléndidos… Jocanán supo de tu venida, y no es bobo. Tiene miedo y… y tiene miedo.
-¿A qué?
-A que le pase con su vida y sus bienes lo que a Doras. ¿Has visto las tierras de Doras?
-Vengo de Naím…
-Entonces no las has visto. Están devastadas». (El hombre dice esto en voz baja, pero remarcando las palabras, como quien estuviera confiando una cosa tremenda en secreto).Totalmente devastadas!: ni heno, ni cereales, ni fruta; las cepas y los árboles frutales secos… muerto… todo muerto… como en Sodoma y Gomorra… Ven, ven, que te las muestro.
-No hace falta. Voy adonde aquellos campesinos…
-¡No, ya no están! ¡Ah, no lo sabes? Los ha repartido a todos por otros lugares o los ha despedido, Doras, el hijo de Doras; y los que han sido enviados a otras tierras tienen la obligación de no hablar de ti, so pena de ser azotados… ¡No hablar de ti!… ¡Será difícil! Nos lo ha dicho incluso Jocanán.
-¿Qué ha dicho?
-Ha dicho: «No soy tan estúpido como Doras, así que no os digo: ‘No quiero que habléis del Nazareno’. Sería inútil, porque lo haríais igualmente, y no quiero perderos matándoos a fuerza de azotes como a animales indóciles. Es más, os digo: `Sed buenos, como, sin duda, os enseña el Nazareno, y decidle que os trato bien’. No quiero ser maldecido yo también». No, él ve bien lo que son estos campos después de tu bendición, y lo que son aquéllos después de tu maldición. ¡Oh, ahí están los que me araron la tierra… – y el hombre corre al encuentro de Pedro y Andrés.
Pero Pedro lo saluda brevemente y prosigue hacia Jesús. Antes de llegar, ya grita:
-¡Maestro! ¡Ya no está ninguno de los de antes; son todas caras nuevas! ¡Todo está devastado! La verdad es que podría prescindir de campesinos aquí. ¡Peor que en el Mar Salado!…
-Lo sé. Me lo ha dicho Isaías.
-¡Pero ven a ver! ¡Caramba, lo que se ve!…
Jesús quiere contentarle, pero primero dice a Isaías:
-Entonces, estaré con vosotros. Advierte a tus compañeros. No os molestéis por la comida, que la tengo Yo; nos es suficiente con un henil para dormir, y con vuestro amor. Dentro de nada estoy con vosotros.
La vista de las tierras de Doras es realmente desoladora: campos secos, prados pelados, secas las vides, destruidos hojas y frutos de los árboles por millones de insectos de todo tipo. También el jardín pomar de al lado de la casa muestra el aspecto desolado de un bosque herido de muerte.
Los campesinos se mueven de un lado para otro arrancando malas hierbas, aplastando larvas, caracoles, lombrices y otros bichos semejantes; o ponen debajo de los árboles barreños llenos de agua y menean las ramas, para ahogar mariposas, gorgojos y demás parásitos que recubren las hojas que aún quedan y que agotan el árbol y lo matan. Buscan un signo de vida en los sarmientos de las vides, pero éstos se rompen, secos, en cuanto se tocan, y, alguna vez, como si una siega hubiera cortado sus raíces, ceden desde la base.
El contraste con los campos de Jocanán, con los viñedos y pomares de éste, es vivísimo, siendo así que la desolación de los campos maldecidos aparece aún más violenta si se compara con la fertilidad de estos otros.
-Tiene mano dura el Dios del Sinaí – dice en tono bajo Simón Zelote.
Jesús hace ademán como de decir: «^No lo sabes tú bien!» pero no lo dice. Sólo pregunta:
-¿Cómo ha sucedido?
Uno de los campesinos responde entre dientes:
-Topos, langosta, gusanos… ¡Vete! El vigilante es fiel a Doras… No nos perjudiques… – Jesús suspira y se marcha. Otro de los campesinos, que está encorvado recalzando un manzano con la esperanza de salvarlo, dice:
-Mañana iremos a verte… cuando el vigilante se haya ausentado para ir a Yizreel a la oración… Iremos a casa de
Miqueas.
Jesús hace un gesto de bendición y se marcha.
Vuelve al cruce y se encuentra a todos los campesinos de Jocanán, jubilosos, contentos, los cuales, rodeando amorosos a su Mesías, lo conducen hacia sus pobres mansiones.
-¿Has visto, allí?
-Sí. Mañana vendrán los campesinos de Doras.
-Sí, mientras las hienas están en la oración… Así hacemos todos los sábados… y hablamos de ti, con lo que sabemos por Jonás, por Isaac, que viene a menudo a vernos, y por tus palabras de Tisri. Hablamos como sabemos, porque lo que no se puede hacer es no hablar de ti, y más se habla cuanto más se sufre y cuanto más lo prohíben.
-Aquellos pobrecillos… beben la vida todos los sábados… Pero, ¡cuántos en esta llanura tienen necesidad de saber, al menos saber de ti, y no pueden venir hasta aquí!…
-Me ocuparé también de ellos. En cuanto a vosotros, benditos seáis por lo que hacéis.
El sol declina mientras Jesús entra en una ahumada cocina. Comienza el reposo sabático.