La fecundidad del dolor, en el discurso de Jesús junto a la casa de Elisa en Betsur
La noticia de que Elisa está decidida a salir de su trágica melancolía se ha debido difundir por el pueblo; tanto que, cuando Jesús, seguido de apóstoles y discípulos, va hacia la casa atravesando el pueblo, mucha gente se le queda mirando atentamente e incluso preguntan a uno u otro pastor para que les den más detalles acerca de Él, acerca del motivo de su visita, o para saber quiénes son los que van con Él, y quién es el niño, y quiénes las mujeres, y para saber qué medicina ha dado a Elisa, que la ha sacado de las tinieblas de la locura de forma tan inmediata, nada más llegar, y para interesarse por el plan que tiene o las palabras que va a decir… Y todas las otras preguntas que queramos añadir.
La última pregunta es:
-¿No podemos ir también nosotros?
La respuesta de los pastores es:
-No sabemos. Esto se lo tenéis que preguntar al Maestro. Acercaos a Él.
-¿Y si nos trata mal?
-No trata mal ni siquiera a los pecadores. Id, id, que le daréis una satisfacción.
Un grupo de personas hablan entre sí – son hombres y mujeres, en general mayores, de la edad de Elisa -; luego van hacia adelante, se acercan a Jesús, que está hablando con Pedro y Bartolomé, y, un poco tímidos, lo llaman:
-¡Maestro!…
-¿Qué queréis? – pregunta Bartolomé.
-Hablar con el Maestro para pedirle…
-Paz a vosotros. ¿Qué queréis de mí?
La sonrisa de Jesús los tranquiliza y dicen:
-Somos todos amigos de Elisa, de su casa. Hemos oído que está curada. Querríamos verla. También querríamos oírte hablar. ¿Podemos ir?
-A oírme a mí, sí; a verla, no, amigos. Mortificad el sentimiento de amistad y la curiosidad, porque también hay curiosidad en vuestra actitud. No se puede disturbar este gran dolor; respetadlo.
-¿Pero, no está curada?
-Se vuelve hacia la Luz. Pero, ¿acaso terminada la noche llega inmediatamente el mediodía, o, cuando se enciende una llama en el hogar apagado, en seguida arde viva? Pues lo mismo Elisa. ¡Si una ráfaga intempestiva de viento enviste la leve llama que está naciendo, no la apagará? Por tanto, sed prudentes. Esa mujer es toda ella una llaga. Hasta los amigos podrían exasperarla; necesita sosiego silencio, soledad, aunque no una soledad trágica como la que vivía hasta ayer, sino resignada, para volver a ser lo que era…
-¿Y entonces, ¿cuándo la vamos a ver?
-Antes de lo que creéis, porque ha encontrado la estela de la salud. ¡Si supierais lo que significa salir de esas tinieblas! Son peores que la muerte, y quien se libra de ellas, en el fondo, siente vergüenza de su estado anterior y de que el mundo lo sepa.
-¿Eres médico?
-Soy el Maestro.
En esto, ya están frente a la casa.
Jesús se vuelve a los pastores:
-Pasad al patio. Que vaya con vosotros quien lo desee, pero que nadie haga ruido ni siga más allá del patio. Cuidad vosotros también – dice a los apóstoles – de que esto se cumpla. Y vosotros – habla a Salomé y a María de Alfeo — tened cuidado de que el niño no haga jaleo. Hasta luego.
Y llama a la puerta. Los otros desaparecen por una callejuela para ir a donde deben.
La sirvienta abre. Jesús entra mientras la mujer repite una y otra vez sus reverencias.
-¿Dónde está tu patrona?
-Con tu Madre… ¡Fíjate, ha bajado al jardín! ¡Es una cosa…!, ¡una cosa…! Y ayer por la noche fue al comedor… Lloraba, pero volvió. ¡Intenté que comiera, en vez de tomar el consabido sorbo de leche, pero no lo conseguí!
-Ya comerá. No insistas. Sé paciente también en el amor hacia tu patrona.
-Sí, Salvador. Haré todo lo que dices.
En efecto, yo creo que la mujer está tan convencida de quién es Jesús y de que todo lo que Él hace está bien hecho, que haría las más extrañas cosas si Jesús se lo dijera.
Por el momento lo acompaña a un vasto huerto jardín lleno de árboles frutales y flores. Pero, si bien los árboles frutales se han encargado por sí mismos de vestirse de hojas y florecer, de formar los pequeños frutos y hacerlos crecer, las pobres plantas de flores, abandonadas desde hace más de un año, se han transformado en un bosque enano y enmarañado en que las plantas de tallo más débil y corto están sofocadas bajo el peso de las más fuertes. Los cuadros, los senderos… confundidos en una única, caótica maraña. Solamente en el fondo, donde la necesidad de la sirvienta ha sembrado verduras y legumbres, hay un poco de orden.
María está con Elisa, bajo una pérgola, una enredadísima parra que deja caer, hasta tocar el suelo, sarmientos y zarcillos. Jesús se detiene y mira a su joven Madre, que, con finísimo arte despierta y dirige la mente de Elisa a cosas muy distintas de las que hasta ayer habían sido los pensamientos de esta desconsolada mujer.
La sirvienta se acerca a la patrona y dice:
-Ha venido el Salvador.
Las mujeres se vuelven y van a su encuentro: una con su dulce sonrisa, la otra con su rostro cansino y desorientado. -Paz a vosotras. Este jardín es bonito… Era bonito… – dice Elisa.
-Y la tierra fértil. ¡Mira cuánta fruta en vías de maduración! ¡Mira cuántas flores tienen estos rosales! ¿Y allí? ¿Son azucenas?
-Sí, alrededor de un estanque donde jugaban mucho mis hijos. Entonces estaba ordenado… Ahora aquí todo está desastrado, ya no lo veo como el jardín de mis hijos.
-En pocos días volverá a tener el aspecto de entonces. Te ayudaré yo, ¿verdad, Jesús? Déjame unos días aquí con Elisa. Tenemos muchas cosas que hacer…
-Todo lo que tú quieres Yo lo quiero.
Elisa lo mira y susurra:
-Gracias.
Jesús acaricia su cabeza canosa y luego se despide para ir con los pastores.
Las mujeres se quedan en el jardín, pero, poco después, cuando se oye la voz de Jesús esparcirse por el aire sereno al saludar a los presentes, Elisa, como atraída por una fuerza irresistible, se acerca lentamente a un seto muy alto tras el cual está el patio.
Jesús habla primero a los tres pastores. Está cerquísima del seto. Tiene frente a sí a los apóstoles y a los habitantes de Betsur que lo habían seguido. Las Marías con el niño están sentadas en un ángulo. Jesús dice:
-¿Pero estáis ligados por contrato o podéis en cualquier momento liberaros del compromiso?
-Mira, la verdad es que somos dependientes libres, pero dejarlo inmediatamente, ahora que los rebaños requieren tantos cuidados y que es difícil encontrar pastores, no parece una cosa bonita.
-Efectivamente. De todas formas, no es necesario que lo hagáis ahora; os lo digo con tiempo para que, con justicia, toméis en su momento las medidas oportunas, porque os quiero libres para uniros a los discípulos; así me ayudaréis también vosotros…
-¡Oh, Maestro!… Los tres se extasían por la alegría – Pero, ¿vamos a ser capaces? – añaden luego.
-No lo pongo en duda. Entonces está entendido, ¿no? Apenas os sea posible os unís a Isaac.
-Sí, Maestro.
-Podéis ir con los demás. Voy a decir dos palabras a la gente.
Deja a los pastores y se dirige a todos los presentes:
-La paz sea con vosotros.
Ayer he oído hablar a dos personas muy desdichadas: el uno, en la aurora de la vida; la otra, en el ocaso: dos almas que lloraban su desolación: Y he llorado en mi corazón con ellos, al ver cuánto dolor hay en la tierra, y cómo sólo Dios lo puede aliviar, sólo el conocimiento exacto de Dios, de su grandeza e infinita bondad, de su constante presencia y sus promesas. He visto cómo el hombre puede ser torturado por sus semejantes y cómo la muerte lo puede arrastrar a estados de desolación en los que Satanás trabaja para aumentar el dolor y devastar. Entonces me he dicho: «No deben sufrir los hijos de los hombres esta tortura añadida a las otras torturas. Demos el conocimiento de Dios a quien no lo tiene, devolvámoselo a quien lo ha olvidado en medio de tempestades de dolor». Pero también he visto cómo Yo solo no doy abasto a cubrir las infinitas necesidades de mis hermanos; y he decidido llamar a muchos, para que todos los que tienen necesidad del consuelo del conocimiento de Dios lo puedan recibir.
Estos doce son los primeros; son segundos Cristos, y, como tales, capaces de conducir a mí, y, por tanto, al consuelo, a todos los que se sienten oprimidos bajo pesos de dolor demasiado grandes. En verdad os digo: Venid a mí los que estéis afligidos, desazonados, los que tengáis el corazón herido o estéis cansados, que compartiré con vosotros vuestro dolor y os daré paz; venid a través de mis apóstoles, a través de mis discípulos y discípulas, que cada día aumentan con nuevas personas voluntariosas: encontraréis consuelo en vuestras penas, compañía en vuestras soledades, el amor de vuestros hermanos con que olvidar el odio del mundo; encontraréis, por encima de todos, consolador por encima de todos, compañero perfecto, el amor de Dios; ya no dudaréis de nada; no volveréis a decir: «¡Todo está acabado para mí!”, sino: “Ahora todo empieza para mí
en un mundo sobrenatural que cancela toda distancia y separación»; y los hijos huérfanos volverán a unirse con sus padres, ya sublimados en el seno de Abraham, y padres y madres, esposas y viudos, encontrarán a los hijos o al consorte perdidos.
En esta tierra de Judea, no lejos de Belén de Noemí, os recuerdo que el amor alivia el dolor y devuelve la alegría. Pensad, vosotros que lloráis, en la desolación de Noemí después de que su casa se hubiese quedado sin hombres. Escuchad sus palabras de desconsolado adiós a Orpá y Rut: «Volved a casa de vuestra madre. El Señor se muestre misericordioso con vosotras, como vosotras lo habéis sido con los que han muerto y conmigo…». Escuchad cómo no se cansaba de insistir. La que había sido Noemí, la bella, y que ahora no era sino la desdichada Noemí, quebrantada por el dolor, ya no esperaba nada de la vida; solamente quería volver, para morir, a los lugares en que había sido feliz, cuando era joven, rodeada del amor de su marido y de los besos de sus hijos. Decía: «Marchaos, marchaos. Es inútil que vengáis conmigo… Yo soy como una muerta… Mi vida ya no está aquí, sino allá, al otro lado de la vida, donde ellos están. Dejad ya de sacrificar vuestra juventud al lado de una cosa que muere, porque realmente yo soy `una cosa’. Todo me resulta indiferente. Dios ha tomado todo lo que tenía… Soy pura angustia y sólo angustia os acarrearía… y ello pesaría en mi corazón, y el Señor me pediría cuenta.- Él, que tanto ha descargado su mano sobre mí-; porque teneros a vosotras, que vivís, junto a mí, que estoy muerta, sería egoísmo. Id con vuestras madres…».
Pero Rut se quedó, como apoyo de la doliente vejez. Rut había comprendido que siempre hay dolores mayores que el propio, y que su pena de joven viuda era más ligera que la de esta mujer que había perdido a sus dos hijos además del marido. De la misma forma el dolor del niño huérfano que se ve obligado a vivir mendigando privado ya de caricias, privado ya de buenos consejos, es mucho mayor que el de la madre que ha sido despojada para siempre de sus hijos. De la misma forma, el dolor de quien, por diversos motivos, llega a odiar al género humano y ve en todos los hombres un enemigo de quien defenderse y a quien temer, es aún mayor que los otros dolores, porque envuelve no sólo carne, sangre y mente, sino también al espíritu con sus deberes y derechos sobrenaturales y lo lleva a la perdición.
¡Cuántas madres sin hijos para los hijos sin madres hay en el mundo! ¡Cuántas viudas sin descendencia, para que ejerzan su piedad para con los ancianos solitarios! ¡Cuántos han sido privados de amor para que se den enteramente a los infelices, con su necesidad de amar, y combatan así el odio, dando, dando, dando amor a la Humanidad infeliz, que sufre cada vez más porque cada vez odia más!
El dolor es cruz, pero también es ala. El luto despoja, pero para volver a vestir. ¡Alzaos, vosotros que lloráis! ¡Abrid los ojos, abandonad pesadillas, tinieblas y egoísmos! Mirad… el mundo es la landa donde se llora y se muere. El mundo suplica auxilio por boca de huérfanos y enfermos, por boca de los que viven en soledad, de los que vacilan, por boca de los que viven prisioneros del rencor por causa de una traición o de un acto de crueldad. Id a estos que gritan. ¡Olvidaos entre los olvidados! ¡Sanad entre los enfermos! ¡Esperad entre los desesperados! El mundo está abierto a las buenas voluntades que desean servir a Dios en el prójimo y conquistarse el Cielo: unión con Dios, reunión con aquellos cuya ausencia lloramos. Aquí nos ejercitamos, allí será la victoria. Venid. Estad cerca de todos los dolores, como Rut. Decid también vosotros: «Estaré con vosotros hasta la muerte». Persistid aunque oigáis esta respuesta de los desgraciados que se consideran insanables: «No me llaméis ya Noemí, llamadme Mará, porque Dios me ha colmado de amargura». En verdad os digo que un día, por vuestra persistencia, estas calamidades exclamarán: «Bendito sea el Señor, que me ha liberado de la amargura, de la desolación, de la soledad, por obra de una criatura que ha sabido hacer que su dolor diera un fruto bueno; que Dios la bendiga eternamente por haberme salvado».
Fijaos: aquella buena acción de Rut hacia Noemí dio al Mesías al mundo, porque de David de Jesé, de Jesé de Obed, viene el Mesías, como Obed de Booz, Booz de Salmón, Salmón de Naassón, Naassón de Aminadab, Aminadab de Aram, Aram de Esrom, Esrom de Fares, para poblar los campos de Belén, preparando los antepasados del Señor: toda buena acción es origen de cosas grandes, que ni siquiera os imagináis; el esfuerzo de uno contra su propio egoísmo puede provocar una ola de amor tal, que puede subir, subir, llevando entre su transparencia a aquel que la provocó, hasta conducirlo a los pies del altar, al corazón de Dios.
Que Dios os conceda la paz».
Y Jesús, sin volver al jardín por la puertecita abierta en el seto, vigila para que nadie se acerque a éste – del otro lado proviene un largo llanto… Y espera a que todos los de Betsur se hayan marchado para alejarse acompañado de los suyos sin turbar ese llanto saludable…