La disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm. Llegada de la Madre y de los hermanos
La misma escena de la pasada visión. Jesús se está despidiendo de la viuda. Tiene ya de la mano al pequeño José y dice a la mujer:
-No vendrá nadie antes de mi regreso, a menos que no sea un gentil. De todas formas, quienquiera que venga que espere hasta pasado mañana; dile que vendré sin falta.
-Lo diré, Maestro. Si hay enfermos, les daré hospedaje, como me has enseñado.
-Adiós, entonces. La paz sea con vosotros. Ven, Manahén.
Por esta breve mención comprendo que ha venido a ver a Jesús a Corazín gente enferma y desgraciada, y que a la evangelización del trabajo ha añadido la del milagro. Si Corazín sigue indiferente, es verdaderamente señal de que es terreno agreste e incultivable. No obstante, Jesús la atraviesa, saludando a los que le saludan, como si tal cosa, para seguir hablando con Manahén, que está en duda sobre si volver a Maqueronte o quedarse una semana más…
En la casa de Cafarnaúm, entretanto, se preparan para el sábado. Mateo, cojeando todavía un poco, recibe a sus compañeros, los asiste ofreciéndoles agua y fruta fresca, mientras se interesa por sus respectivas misiones.
Pedro frunce la nariz al ver que ya hay unos fariseos zanganeando cerca de la casa:
-Tienen ganas de envenenarnos el sábado. Sería casi de la opinión de adelantarnos antes de que llegue el Maestro y decirle que vaya a Betsaida y les deje a éstos esperando en vano.
-¿Crees que el Maestro lo haría? – dice su hermano.
-Además, en la habitación de abajo está ese pobre infeliz esperando – observa Mateo.
-Se le podría llevar en la barca a Betsaida, y yo u otro adelantarnos hacia el Maestro – dice Pedro.
-Casi, casi… – dice Felipe, el cual, teniendo familia en Betsaida, de buena gana iría.
-Y mucho más que… ¿Veis, veis? Hoy la guardia está reforzada con escribas. Vamos, no perdamos tiempo. Vosotros con el enfermo pasáis por el huerto y os vais por detrás de la casa. Yo llevo la barca al «pozo de la higuera» y Santiago lo mismo. Simón Zelote y los hermanos de Jesús van al encuentro del Maestro.
-Yo no me marcho de aquí con el endemoniado – proclama Judas Iscariote.
-¿Por qué? ¿Tienes miedo a que se te pegue el demonio?
-No me hagas irritarme, Simón de Jonás. He dicho que no voy y no voy.
-Ve a buscar a Jesús con los primos.
-No.
-¡Narices! ¡Ven en la barca!
-No.
-Pero bueno, ¿qué quieres? Eres siempre el de las dificultades…
-Quiero quedarme donde estoy: aquí. No tengo miedo a ninguno. No huyo. Además, el Maestro no os agradecería esta ocurrencia. Otra vez otro discurso para llamarnos la atención, y no tengo ganas de sufrirlo por vuestra culpa. Marchaos vosotros. Yo me quedo aquí para informar…
-¡De ninguna manera! ¡O todos o ninguno!- grita Pedro.
-Pues ninguno, porque el Maestro ya está aquí. Mira allí viene – dice serio el Zelote, que estaba mirando al camino.
Pedro, de malhumor, dice algo refunfuñando entre dientes. Pero se dirige con los demás hacia Jesús. Tras los primeros
saludos, le hablan de un endemoniado, ciego y mudo, que está esperando con sus padres su venida desde hace muchas horas. Mateo explica:
-Está como inerte. Se ha echado encima de unos sacos vacíos y no se ha vuelto a mover. Sus padres esperan en ti. Ven a reponer fuerzas y luego lo socorres.
-No. Voy enseguida donde él. ¿Dónde está?
-En la habitación de abajo que está junto al horno. Lo he metido allí, con sus padres, porque hay muchos fariseos – y escribas – que parecen al acecho…
-Sí, y sería mejor no contentarlos – dice Pedro disgustado.
-¿Judas de Simón no está? – pregunta Jesús.
-Se ha quedado en casa. El debe hacer lo que no hacen los demás – dice otra vez Pedro con malhumor. Jesús lo mira, pero no le regaña. Acelera el paso hacia la casa.
Confía el niño precisamente a Pedro, el cual lo acaricia y saca enseguida del grueso cinturón un silbato y dice:
-Uno para ti y otro para mi hijo. Mañana te llevo a que lo conozcas. Le he pedido que me los hiciera a un pastor al que he hablado de Jesús.
Jesús entra en casa, saluda a Judas, que parece todo ocupado en ordenar la loza y luego va derecho hasta una especie de despensa baja y oscura que está pegando al horno.
-Que salga el enfermo – ordena Jesús.
Un fariseo, que no es de Cafarnaúm, pero que tiene una cara de perro peor todavía que la de los fariseos del lugar, dice: -No es un enfermo. Es un endemoniado.
-Bien, pues una enfermedad del espíritu…
-Pero tiene impedidos los ojos y el habla…
-La posesión es una enfermedad del espíritu que se extiende a miembros y órganos. Si me hubieras dejado terminar, habrías sabido que quería decir esto. También la fiebre, cuando uno está enfermo, está en la sangre, pero desde la sangre ataca luego a una u otra parte del cuerpo.
El fariseo no sabe qué replicar y guarda silencio.
Han traído al endemoniado y lo han puesto frente a Jesús. Inerte. Era como había dicho Mateo. Muy impedido por el demonio.
La gente entretanto se va concentrando. Es increíble, especialmente en las horas de recreo -voy a llamarlas así-, lo pronto que, en aquel tiempo, acudía la gente a los lugares en que había algo que ver. Ahora están las personas importantes de Cafarnaúm (entre los cuales los cuatro fariseos); están también Jairo, y, en un ángulo, con la disculpa de estar cuidando el orden, el centurión romano y con él gente de otras ciudades.
-¡En nombre de Dios, suelta las pupilas y la lengua de éste! ¡Lo quiero! ¡Libra de ti a esa criatura! ¡Ya no te es lícito poseerla! ¡Fuera! – grita Jesús, extendiendo las manos mientras da la orden.
El milagro empieza con un grito de rabia del demonio y termina con una voz de alegría del liberado, que grita: -¡Hijo de David! ¡Hijo de David! ¡Santo y Rey!
-¿Cómo puede saber éste quién es el que lo ha curado? – pregunta un escriba.
-¡Todo esto es una comedia, hombre! ¡Esta gente está pagada por hacer esto! – dice un fariseo encogiéndose de hombros. -Pero, ¿y quién paga? Si es lícito preguntároslo – dice Jairo.
-Tú también.
-¿Con qué finalidad?
-Para hacer famosa a Cafarnaúm.
-No rebajes tu inteligencia diciendo estupideces, ni tu lengua ensuciándola con embustes. Sabes que eso no es verdad y deberías comprender que estás diciendo una estupidez. Lo que aquí ocurre ya ha ocurrido en muchas otras partes de Israel. ¿Entonces en todos los lugares habrá quien pague? ¡La verdad es que no sabía que en Israel la plebe fuera muy rica! Porque vosotros -y con vosotros todos los otros importantes- está claro que no pagáis por esto. Entonces paga la plebe que es la única que ama al Maestro.
-Tú eres arquisinagogo y lo amas. Ahí está Manahén. En Betania está Lázaro de Teófilo. Estos no son plebe.
-Pero son ellos, y soy yo, personas honradas, que no timamos a nadie en nada y mucho menos en las cosas relativas a la
fe. Nosotros no nos permitimos eso porque tememos a Dios y hemos comprendido lo que le agrada a Dios: la honestidad. Los fariseos dan la espalda a Jairo y lanzan su ataque contra los padres del curado:
-¿Quién os ha dicho que vinierais aquí?
-¿Quién? Muchos. Personas que han sido curadas o parientes de personas curadas.
-Pero ¿qué os han dado?
-¿Dado? La garantía de que nos lo curaría.
-¿Pero estaba realmente enfermo?
-¡Oh, mentes engañosas! ¿Pensáis que se ha fingido todo esto? Id a Gadara e informaos, si es que no creéis, de la desgracia de la familia de Ana de Ismael.
La gente de Cafarnaúm, indignada, se alborota, mientras unos galileos, venidos de cerca de Nazaret, dicen: -¡Pues este es hijo de José el carpintero!
Los de Cafarnaúm, fieles a Jesús, gritan:
-¡No! ¡Es lo que Él dice y lo que el curado ha dicho: «Hijo de Dios» e «Hijo de David»!
-¡No aumentéis la exaltación del pueblo con vuestras afirmaciones! – dice despreciativo un escriba.
-¿Y entonces qué es según vosotros?
-¡Un Belcebú!
-¡Mmm…, lenguas de víbora! ¡Blasfemos! ¡Vosotros sois los poseídos! ¡Ciegos de corazón! Perdición nuestra. Queréis quitarnos incluso la alegría del Mesías, ¿eh? ¡Sanguijuelas! ¡Piedras secas!».
¡Un buen jaleo!
Jesús, que se había retirado a la cocina para beber un poco de agua, se asoma a la puerta a tiempo de oír la trillada y necia acusación farisaica: «Éste no es más que un Belcebú, porque los demonios le obedecen. El gran Belcebú, su padre, le ayuda, y arroja los demonios con la acción de Belcebú, príncipe de los demonios, no con otra cosa».
Jesús baja los dos pequeños escalones de la puerta y avanza unos pasos, erguido, severo, sereno, para detenerse justo frente al grupo escribo-farisaico; fija en ellos, penetrante, su mirada y les dice:
-Vemos que incluso en este mundo un reino dividido en facciones contrarias se hace internamente débil, fácil presa de la agresión y acción devastadora de los estados vecinos, y éstos lo esclavizan. Ya en este mundo vemos que una ciudad dividida en partes contrarias pierde el bienestar (lo mismo se diga de una familia cuyos miembros estén divididos por el odio): se desmorona, se convierte en una fragmentación que a nadie sirve, irrisión para los ciudadanos. La concordia, además de deber, es astucia, porque mantiene la independencia, la fuerza, el afecto. Esto es lo que deberían meditar los patriotas, los ciudadanos, los miembros de una familia, cuando, por el capricho de un determinado beneficio, se ven tentados a las siempre peligrosas opresiones y separaciones, peligrosas porque se alternan con los partidos y destruyen los afectos. Y es ésta, en efecto, la astucia que ejercitan los dueños del mundo. Observad a Roma, observad su innegable poder, tan penoso para nosotros. Domina el mundo. Pero está unida en un único parecer, en una sola voluntad: «dominar». Entre ellos habrá también, sin duda, contrastes, antipatías, rebeliones. Pero estas cosas están en el fondo. En la superficie hay un único bloque, sin fisuras, sin agitaciones. Todos quieren lo mismo y obtienen resultados por este querer, y los obtendrán mientras sigan queriendo lo mismo.
Mirad este ejemplo humano de astucia cohesiva, y pensad: si estos hijos del siglo son así, ¿qué no será Satanás? Para nosotros ellos son diablos, y, sin embargo, su satanismo pagano no es nada respecto al perfecto satanismo de Satanás y sus demonios. En aquel reino eterno, sin siglo, sin final, sin límite de astucia y maldad; en ese lugar en que es gozo el hacer el mal a Dios y a los hombres -hacer el mal es el aire que respiran, es su doloroso gozo, único, atroz- se ha alcanzado con perfección maldita la fusión de los espíritus, unidos en una Sola voluntad: «hacer el mal». Ahora bien, si -como pretendéis sostener para insinuar dudas acerca de mi poder- me ayuda Satanás porque Yo soy un belcebú menor, ¿no entra Satanás en conflicto consigo mismo y con sus demonios al arrojarlos de sus poseídos? ¿Y estando en conflicto consigo mismo, podrá perdurar su reino? No, no es así. Satanás es astutísimo y no se perjudica a sí mismo. Su intención es extender su reino en los corazones, no reducirlo. Su vida consiste en «robar – hacer el mal – mentir – agredir – turbar». Robar almas a Dios y paz a los hombres. Hacer el mal a las criaturas del Padre, dándole así dolor. Mentir para descarriar. Agredir para gozar. Turbar porque es el Desorden. No puede cambiar: es eterno en su ser y en sus métodos.
Pero, responded a esta pregunta: si Yo arrojo los demonios en nombre de Belcebú, ¿en nombre de quién los arrojan vuestros hijos? ¿Querríais confesar que también ellos son belcebúes? Si lo decís, os juzgarán calumniadores; y, aunque su santidad llegue hasta el punto de no reaccionar ante esta acusación, habréis emitido veredicto sobre vosotros mismos al confesar que creéis tener muchos demonios en Israel, y os juzgará Dios en nombre de los hijos de Israel acusados de ser demonios. Por tanto, venga de quien venga el juicio, en el fondo serán ellos vuestros jueces donde el juicio no sufre soborno de presiones humanas.
Y si, como es verdad, arrojo los demonios por el Espíritu de Dios, prueba es de que ha llegado a vosotros el Reino de Dios y el Rey de este Reino, Rey que tiene un poder tal, que ninguna fuerza contraria a su Reino le puede oponer resistencia. Así que ato y obligo a los usurpadores de los hijos de mi Reino a salir de los lugares ocupados y a devolverme la presa para que Yo tome posesión de ella. ¿No es así como hace uno que quiere entrar en la casa de un hombre fuerte para arrebatarle los bienes, bien o mal conseguidos? Eso hace. Entra y lo ata. Una vez que lo ha atado, puede desvalijar la casa. Yo ato al ángel tenebroso, que me ha arrebatado lo que me pertenece, y le quito el bien que me robó. Sólo Yo puedo hacerlo, porque sólo Yo soy el Fuerte, el Padre del siglo futuro, el Príncipe de la Paz.
-Explícanos lo que quieres decir con «Padre del siglo futuro». ¿Es que piensas vivir hasta el próximo siglo, y, mayor necedad aún, piensas crear el tiempo, Tú, que no eres más que un pobre hombre? El tiempo es de Dios – pregunta un escriba.
-¿Y me lo preguntas tú, escriba? ¿Es que no sabes que habrá un siglo que tendrá principio pero no tendrá fin, y que será el mío? En él, triunfaré congregando en torno a mí a aquellos que son sus hijos, y vivirán eternos como el siglo que crearé, que ya estoy creando estableciendo al espíritu por encima de la carne, del mundo y de los seres infernales, porque todo lo puedo. Por esto os digo que quien no está conmigo está contra mí, y que quien conmigo no recoge desparrama. Porque Yo soy el que soy. Y quien no cree esto, que ya ha sido profetizado, peca contra el Espíritu Santo, cuya palabra fue pronunciada por los Profetas sin mentira ni error y debe ser creída sin resistencia.
Porque os digo que todo les será perdonado a los hombres, todo pecado, toda blasfemia; porque Dios sabe que el hombre no es sólo espíritu, sino también carne, y carne tentada sometida a imprevistas debilidades. Pero la blasfemia contra el Espíritu no será per-donada. Uno hablará contra el Hijo del hombre y será todavía perdonado, porque el peso de la carne que envuelve a mi Persona y que envuelve al hombre que contra mí habla puede también inducir a error. Pero quien hable contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en ésta ni en la vida futura, porque la Verdad es eso que es: es neta, santa, innegable, y es manifestada al espíritu de una manera que no induce a error. Otra cosa es que yerren aquellos que, queriéndolo, quieren el error. Negar la Verdad dicha por el Espíritu Santo es negar la Palabra de Dios y el Amor, que ha dado esa Palabra por amor hacia los hombres. Y el pecado contra el Amor no se perdona.
Pero cada uno da los frutos de su árbol. Vosotros dais los vuestros, que no son buenos. Si dais un árbol bueno para que lo planten en el huerto, dará buenos frutos; sin embargo, si dais un árbol malo, malo será el fruto que de él se recogerá, y todos dirán: «Este árbol no es bueno». Porque el árbol se conoce por el fruto. ¿Cómo creéis que podéis hablar bien vosotros, que sois malos? Porque la boca habla de lo que llena el corazón del hombre. Sacamos nuestros actos y palabras de la sobreabundancia de lo que tenemos en nosotros. El hombre bueno saca de su tesoro bueno cosas buenas; el malo, de su tesoro malo, saca las cosas malas. Y habla y actúa según su interior.
En verdad os digo que ociar es pecado, pero mejor es ociar que hacer obras malas. Y os digo también que es mejor callar que hablar ociosamente y con maldad. Aunque vuestro silencio fuera ocio, guardad silencio antes que pecar con la lengua. Os aseguro que de toda palabra dicha vanamente se pedirá a los hombres justificación en el día del Juicio, y que por sus palabras serán justificados los hombres, y también por sus palabras serán condenados. ¡Cuidado, por tanto, vosotros, que tantas decís más que ociosas!, pues que son no sólo ociosas sino activas en el mal y con la finalidad de alejar a los corazones de la Verdad que os habla.
Los fariseos consultan a los escribas y luego, todos juntos, fingiendo cortesía, solicitan:
-Maestro, se cree mejor en lo que se ve. Danos, pues, una señal para que podamos creer que eres lo que dices.
-¿Veis como en vosotros está el pecado contra el Espíritu Santo, que repetidas veces me ha señalado como Verbo encarnado? Verbo y Salvador, venido en el tiempo establecido, precedido y seguido por los signos profetizados; obrador de lo que el Espíritu dice.
Ellos responden:
-Creemos en el Espíritu, pero ¿cómo podemos creer en ti, si no vemos un signo con nuestros ojos?
-¿Cómo podéis entonces creer en el Espíritu, cuyas acciones son espirituales, si no creéis en las mías, que son sensibles a vuestros ojos? Mi vida está llena de ellas. ¿No es suficiente todavía? No. Yo mismo respondo que no. No es suficiente todavía. A esta generación adúltera y malvada, que busca un signo, se le dará sólo uno: el del profeta Jonás. Efectivamente, de la misma forma que Jonás estuvo durante tres días en el vientre de la ballena, el Hijo del hombre estará tres días en las entrañas de la tierra. En verdad os digo que los ninivitas resucitarán en el día del Juicio, como todos los hombres, y se alzarán contra esta generación y la condenarán, porque les predicó Jonás e hicieron penitencia, y vosotros no; y aquí hay Uno mayor que Jonás. Así también, resucitará y se alzará contra vosotros la Reina del Mediodía, y os condenará, porque ella vino desde los últimos confines de la Tierra para oír la sabiduría de Salomón; y aquí hay Uno mayor que Salomón.
-¿Por qué dices que esta generación es adúltera y malvada? No lo será más que las otras. Hay los mismos santos que había en las otras. El todo israelita no ha cambiado. Nos ofendes.
-Os ofendéis vosotros mismos al dañar vuestras almas; porque las alejáis de la Verdad, y por tanto de la Salvación. Os respondo lo mismo. Esta generación no es santa sino en las vestiduras y en lo externo; por dentro no es santa. En Israel existen los mismos nombres para significar las mismas cosas, pero no existe la realidad de las cosas; existen los mismos usos, vestiduras y ritos, pero falta el espíritu de estas cosas. Sois adúlteros porque habéis rechazado el sobrenatural desposorio con la Ley divina y os habéis desposado, con una segunda adúltera unión, con la ley de Satanás. Sois circuncisos sólo en un miembro efímero, el corazón ya no es circunciso. Y sois malos, porque os habéis vendido al Maligno. He dicho.
-Nos ofendes demasiado. Pero, ¿por qué, si es así, no liberas a Israel del demonio para que sea santo?
-¿Tiene Israel esta voluntad? No. La tienen esos pobrecillos que vienen para ser liberados del demonio porque lo sienten dentro de sí como peso y vergüenza. Vosotros esto no lo sentís. Liberaros a vosotros sería inútil, porque, no teniendo la voluntad de ser liberados, enseguida seríais de nuevo atrapados y con mayor fuerza. Porque cuando un espíritu inmundo sale de un hombre vaga por lugares áridos en busca de descanso y no lo encuentra. Observad que no son lugares áridos materialmente; áridos porque, no recibiéndolo, le son hostiles, de la misma forma que la tierra árida es hostil a la semilla. Entonces dice: «Volveré a mi casa, de donde he sido arrojado con la fuerza y contra su voluntad. Estoy seguro de que me recibirá y me dará descanso». En efecto, vuelve donde aquel que era suyo, y muchas veces lo encuentra dispuesto a recibirlo, porque, en verdad os digo que el hombre tiene más nostalgia de Satanás que de Dios, y, si Satanás no le somete sus miembros, por ninguna otra posesión se queja. Vuelve, pues, y encuentra la casa vacía, barrida, aviada, con olor a pureza. Entonces va por otros siete demonios, porque no quiere volverla a perder, y con estos siete espíritus peores que él, entra en ella y ahí se instalan todos. Así, este segundo estado, de uno convertido una vez y pervertido una segunda vez, es peor que el primero. Porque el demonio tiene la medida de lo amante de Satanás e ingrato a Dios que es ese hombre, y también porque Dios no vuelve a donde se pisotean sus gracias y, habiendo experimentado ya una posesión, se abren los brazos otra vez a una mayor. La recaída en el satanismo es
peor que la recaída en una tisis mortal ya curada una vez. Ya no es susceptible de mejoramiento ni de curación. Esto le sucederá a esta generación, la cual, convertida por el Bautista, ha querido de nuevo ser pecadora, porque es amante del Malvado, no de mí.
Un murmullo, ni de aprobación ni de protesta, recorre la muchedumbre, que se va apiñando y que ya es muy numerosa (además del huerto y la terraza, está llenísima de gente incluso la calle). Hay gente sentada a caballo en el pretil, y subida a la higuera del huerto y a los árboles de los huertos vecinos; porque todos quieren oír la disputa entre Jesús y sus enemigos. El murmullo, cual ola que del mar abierto arriba a la playa, llega, de boca en boca, hasta los apóstoles más cercanos a Jesús, o sea, Pedro, Juan, el Zelote y los hijos de Alfeo (porque los otros están parte en la terraza y parte en la cocina, menos Judas Iscariote, que está en la calle entre la muchedumbre).
Pedro, Juan, el Zelote, los hijos de Alfeo recogen este murmullo, y dicen a Jesús:
-Maestro, están tu Madre y tus hermanos. Están allí afuera, en la calle. Te buscan porque quieren hablar contigo. Ordena que la muchedumbre se aleje para que puedan venir a ti, porque sin duda un motivo importante los ha traído hasta aquí a buscarte.
Jesús alza la cabeza y ve al final de la gente el rostro angustiado de su Madre, que está luchando por no llorar, mientras José de Alfeo le habla con vehemencia; y ve los gestos de negación de Ella, repetidos, enérgicos, a pesar de la insistencia de José. Ve también la cara de apuro de Simón, visiblemente apenado, molesto… Pero no sonríe, no ordena nada. Deja a la Afligida con su dolor y a los primos donde están.
Baja los ojos hacia la muchedumbre y, respondiendo a los apóstoles, que están cerca, responde también a los que están lejos y tratan de hacer valer la sangre más que el deber.
-¿Quién es mi Madre? ¿Quiénes son mis hermanos?
Despliega su mirada -severa en el marco de un rostro que palidece por esta violencia que debe hacerse para poner el deber por encima del afecto y la sangre, y para suspender el reconocimiento del vínculo con su Madre por servir al Padre-y dice, señalando con un amplio gesto a la muchedumbre que se apiña en torno a Él, a la roja luz de las antorchas, bajo la luz de plata de la Luna casi llena:
-He aquí a mi madre, he aquí a mis hermanos. Los que hacen la voluntad de Dios son mis hermanos y hermanas, son mi madre. No tengo otros. Y los míos serán tales si, antes que los demás y con mayor perfección que ningún otro, hacen la voluntad de Dios hasta el sacrificio total de toda otra voluntad o voz de la sangre y del afecto.
Nace entre la muchedumbre un murmullo más fuerte, como un mar agitado por un viento repentino.
Los escribas comienzan la fuga diciendo:
-¡Es un demonio! ¡Reniega incluso su sangre!
Los parientes avanzan diciendo:
-¡Es un loco! ¡Hasta tortura a su Madre!
Los apóstoles dicen:
-¡Verdaderamente en estas palabras está todo el heroísmo!
La muchedumbre dice:
-¡Cómo nos ama!
No sin esfuerzo, María con José y Simón abren la aglomeración de gente: Ella, todo dulzura; José, todo furia; Simón, todo apuro. Y llegan a Jesús.
José arremete en seguida:
-¡Estás loco! ¡Ofendes a todos! ¡No respetas ni siquiera a tu Madre! ¡Pero ahora estoy yo aquí y te lo voy a impedir! ¿Es verdad que vas por ahí haciendo trabajos de obrero? Pues si eso es verdad, ¿por qué no trabajas en tu taller para procurar el pan a tu Madre? ¿Por qué mientes diciendo que tu trabajo es la predicación, ocioso e ingrato, que es lo que eres, si luego vas a realizar trabajo pagado a casa ajena? Verdaderamente me pareces como si estuvieras en manos de un demonio que te indujera al camino. ¡Responde!
Jesús se vuelve y toma de la mano al niño José, lo acerca a sí y lo alza sujetándolo por las axilas, y dice:
-Mi trabajo ha consistido en procurar el pan a este inocente y a su familia, y en convencerlos de que Dios es bueno; ha sido predicar en Corazín la humildad y la caridad. Y no sólo en Corazín, sino también contigo, José, hermano injusto. Pero te perdono porque sé que te muerden dientes de serpiente. Y te perdono también a ti, Simón inconstante. Nada tengo que perdonar, de nada debo pedir perdón, a mi Madre, porque Ella juzga con justicia. Que el mundo haga lo que quiera, Yo hago lo que Dios quiere. Con la bendición del Padre y de mi Madre soy más feliz que si todo el mundo me aclamara rey según el mundo. Ven, Madre, no llores; no saben lo que hacen. Perdónalos.
-¡Hijo mío! Yo sé. Tú sabes. Nada más hay que decir…
-Nada más, aparte de decirle a la gente: «Idos en paz».
Jesús bendice a la muchedumbre y luego, llevando con la derecha a María y con la izquierda al niño, se dirige hacia la pequeña escalera. Y es el primero en subirla.