Jesús revela a Santiago de Alfeo cuál será su misión de apóstol
Es la misma hora, pero del día siguiente.
Santiago está todavía retirado dentro de la grieta del monte, sentado, todo acurrucado, con la cabeza inclinada hasta tocar casi las rodillas, elevadas y ceñidas con los brazos; o está en profunda meditación o duerme, no distingo bien. Se ve claramente que no percibe lo que sucede a su alrededor, concretamente una pelea entre dos aves grandes, que, por algún motivo suyo particular combaten ferozmente en el pequeño prado. Diría que son gallos de montaña o urogallos o faisanes, porque tienen el volumen de un gallo pequeño y plumas irisadas, pero no tienen cresta (sólo un pequeño yelmo de carne roja como un coral en la parte alta de la cabeza y en las mejillas); si la cabeza es pequeña, el pico debe ser un punzón de acero. Plumas que vuelan por el aire, sangre que cae al suelo; en medio de un guirigay muy sensible, que ha hecho callar silbos, trinos y gorjeos, en la espesura. Quizás los pajarillos observan el feroz carrusel… Santiago no oye nada.
Jesús, sin embargo, sí que oye; baja de la cima adonde había subido y, dando unas palmadas, separa a los contendientes, los cuales huyen sangrando, uno hacia la ladera del monte, el otro a la copa de un roble, y allí se pone en orden las plumas, que tiene todo erizadas y alborotadas.
Santiago no alza la cabeza tampoco por el ruido que ha hecho Jesús, quien, sonriendo, camina un poco más y se para en el centro del prado. Su túnica blanca parece teñirse de rojo en la parte derecha por la intensidad del arrebol del ocaso. Parece verdaderamente como si el cielo hubiera prendido fuego. Pues bien, a pesar de todo, Santiago no debía estar dormido, porque cuando Jesús susurra -verdaderamente sólo susurra-:
-Santiago, ven – levanta la cabeza de las rodillas, abre el cerco de sus brazos, se pone en pie y va hacia Jesús. Se para frente a Él, a unos dos pasos de distancia, y lo mira.
Jesús también lo mira, con expresión seria aunque alentadora por una sonrisa que es visible aun no siendo ni de labios ni de miradas. Lo mira fijamente, como queriendo leer hasta las más imperceptibles reacciones y emociones de su primo y apóstol, el cual, como ayer, sintiéndose a las puertas de una revelación, palidece; y su palidez es mayor todavía, hasta parecer un continuo con su túnica de lino, cuando Jesús alza los brazos, le apoya las manos en los hombros y mantiene esta postura: Santiago asemeja entonces verdaderamente a una hostia: solamente los mansos ojos castaño oscuros y la barba castaña ponen algo de color en ese rostro atento.
-Santiago, hermano mío, ¿sabes por qué he querido que vinieras aquí, y estar a solas para hablarte, tras horas de oración y meditación?
Da la impresión de que a Santiago le cueste responder, debido a la fuerte emoción; al fin, abre los labios para responder en voz baja:
-Para darme una lección especial, o para el futuro o porque soy el menos dotado de todos; te doy las gracias de antemano, aunque se trate de una corrección. Créeme, Maestro y Señor, que si soy tardo e incapaz es por deficiencia, no por mala voluntad.
-No se trata de una corrección, sino de una lección para cuando no esté con vosotros. Durante estos meses has pensado mucho en tu corazón lo que te dije un día, al pie de este monte, cuando te prometí que vendría aquí contigo, no sólo para hablar del profeta Elías y contemplar el mar que desde allí resplandecía, infinito, sino para hablarte de otro mar, aún mayor, más mudable, más engañoso que éste, que hoy parece el más plácido de los embalses pero que, quizás, dentro de pocas horas se tragará, con hambre voraz, barcas y hombres. Nunca has separado el pensamiento de lo que te dije entonces, ni del hecho de que la venida aquí tuviera que ver con tu destino futuro. Tanto es así, que te estás poniendo cada vez más pálido, al intuir que se trata de un grave destino, de una herencia llena de tal responsabilidad, que haría temblar incluso a un héroe. Son una responsabilidad y una misión que deben ser actuadas con toda la santidad que es posible en un hombre para no defraudar el deseo de Dios.
No tengas miedo, Santiago; no quiero tu mal. Por tanto, si te destino a ella, es señal de que sé que no te dañará, sino que te dará gloria sobrenatural. Escúchame, Santiago, pon paz en ti con un vivo acto de abandono en mí, para poder oír y recordar mis palabras. Nunca volveremos a estar tan solos, ni con el espíritu tan predispuesto a comprendernos.
Yo un día me iré, como todos los hombres, que tienen un tiempo de permanencia en la tierra. Mi permanencia cesará de una forma distinta de la de los hombres, pero cesará; entonces no me tendréis a vuestro lado sino con mi Espíritu, el cual -te lo aseguro- no os abandonará jamás. Me iré después de daros lo necesario para hacer progresar mi Doctrina en el mundo, después de cumplir el Sacrificio y obteneros la Gracia; con ésta y con el Fuego sapiencial y heptamorfo podréis hacer lo que ahora sólo con imaginarlo os parecería locura y presunción. Yo me iré y vosotros os quedaréis. El mundo que no ha comprendido a Cristo no comprenderá a los apóstoles de Cristo. Por eso os perseguirán, os dispersarán, como si fuerais los más peligrosos para el bienestar de Israel. Pero, puesto que sois mis discípulos, debéis sentiros contentos de sufrir los mismos dolores que vuestro Maestro.
Un día de Nisán te dije: «Tú serás el que quede, de los profetas del Señor». Tu madre, por ministerio espiritual, ha intuido de alguna forma el significado de estas palabras. Pues bien, antes de que se cumplan para mis apóstoles, a ti, y para ti, se te habrán cumplido ya. Santiago, todos serán dispersados excepto tú, hasta la llamada de Dios a su Cielo. Permanecerás en el lugar para el que te elegirá Dios por boca de tus hermanos -tú, descendiente de la estirpe real, en la ciudad real- y alzarás mi cetro y hablarás del verdadero Rey. Rey de Israel y del mundo, según una realeza sublime que sólo comprenden aquellos a quienes es revelada.
Entonces necesitarás fortaleza, constancia, paciencia y sagacidad sin límites. Tendrás que ser justo con caridad, con una fe simple y pura como la de un niño, y al mismo tiempo erudita, propia de un verdadero maestro, para sostener la fe, agredida en muchos corazones y por muchas cosas contrarias, y para refutar los errores de los falsos cristianos y las sutilezas doctrinales del viejo Israel, el cual, ciego ya desde ahora, estará más ciego que nunca cuando haya matado la Luz, y forzará las palabras proféticas e incluso los mandamientos del Padre, de quien procedo, para persuadirse a sí mismo, y así darse paz, y persuadir al mundo, de que los patriarcas y los profetas no hablaban de mí, sino que Yo era solamente un pobre hombre, un iluso, un desquiciado -esto para los mejores- o -para los menos buenos del viejo Israel- un hereje endemoniado.
Te ruego que entonces seas otro Yo. ¡No, que no es imposible! Es posible. Deberás tener presente a tu Jesús, sus actos, su palabra, sus obras; deberás vaciarte en mí como si te depositaras suavemente en el molde de arcilla que usan los fundidores de metales para darles una impronta. Yo estaré siempre presente. Tan presente y vivo con vosotros, mis fieles, que podréis uniros a mí, ser vosotros otro Yo, con sólo desearlo. Y tú, que has vivido conmigo desde la más tierna edad, que recibiste el alimento de la Sabiduría de manos de María antes que de mis propias manos, tú que eres sobrino del hombre más justo que tuvo Israel, tú debes ser un perfecto Cristo…
-¡No puedo, no puedo, Señor! Da esta misión a mi hermano, a Juan, a Simón Pedro, al otro Simón; a mí no, Señor. ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho para merecerlo? ¡¿No ves que soy un pobre, bien pobre, hombre que tiene sólo una capacidad: quererte mucho y creer firmemente en todo lo que dices?
Judas tiene un temperamento muy fuerte. Irá muy bien donde haya que abatir el paganismo. No aquí, donde lo que habrá que hacer será convencer del cristianismo a aquellos que, por ser ya pueblo de Dios, creen a pies juntillas que están en lo cierto; no aquí, donde lo que hay que hacer es convencer a todos aquellos que, a pesar de creer en mí, se sentirán defraudados por el desarrollo de los acontecimientos. Convencerlos de que mi Reino no es de este mundo, sino que es el Reino enteramente espiritual de los Cielos, cuyo preludio es una vida cristiana, o sea, una vida en que los valores preponderantes sean los del espíritu.
El convencimiento se obtiene con una firme dulzura. ¡Ay de aquel que echa las manos al cuello para persuadir! La víctima dirá «sí» en ese momento, para librarse del estrangulamiento, pero luego huirá, y -si no es un malvado, sino solamente una persona extraviada-no volverá hacia atrás ni querrá aceptar ya confrontaciones; o -si es un malvado o simplemente un fanático- huirá para ir a armarse y dar muerte a este que, atropellando a los demás, proclama doctrinas distintas de las suyas.
Pues bien, tú estarás rodeado de fanáticos, fanáticos cristianos y fanáticos israelitas. Los primeros querrán de ti acciones de fuerza, o al menos el permiso para llevarlas a cabo (porque el viejo Israel, con sus intransigencias y restricciones, estará todavía presente en ellos, agitando su venenosa cola). Los segundos marcharán contra ti y los otros, como si fuera una guerra santa en defensa de la vieja Fe y de sus símbolos y ceremonias. Y tú estarás en el centro de este mar tempestuoso. Tal es el sino de los líderes. Tú serás la cabeza de los cristianos de la Jerusalén cristianizada por tu Jesús.
Habrás de saber amar con perfección para poder ser líder santamente. A las armas y anatemas de los judíos no opondrás armas y anatemas, sino tu propio corazón. No te permitas nunca imitar a los fariseos considerando a los gentiles estiércol; que también para ellos he venido. En verdad, si hubiera sido sólo para Israel, el anonadamiento de Dios tomando una carne susceptible de muerte hubiera sido desproporcionado. Pues, si bien es verdad que mi Amor me habría movido a encarnarme con alegría por la salvación de una sola alma, la Justicia, que es también parte de Dios, impone que el anonadamiento del Infinito sea por una infinidad: el género humano.
Serás dulce con ellos, con esa dulzura que no rechaza, limitándote a ser inquebrantable sólo en el dogma; serás condescendiente para con otras formas materiales de vida que no menoscaban el espíritu y son distintas de las nuestras. Mucho tendrás que combatir con los hermanos por esto, porque Israel está cargado de prácticas externas e inútiles porque no cambian el espíritu. Tú, por el contrario, preocúpate únicamente del espíritu, y así enséñalo a otros. No pretendas que los gentiles muden de repente sus usanzas; tú tampoco cambiarás de golpe las tuyas. No estés amarrado a tu escollo, porque para recoger en el mar los restos de embarcaciones y llevarlos al arsenal para reconstruirlos es necesario navegar, no estar parado; y debes ir en busca de estos restos (los hay en la gentilidad y en Israel). En el confín del mar inmenso está Dios abriendo los brazos a todos los que ha creado, sean ricos de origen santo, como los israelitas, o pobres como los paganos.
He dicho: “Amad a vuestro prójimo». Prójimo no es sólo el miembro de la familia o el compatriota, sino también el hombre hiperbóreo cuyo aspecto no conocéis, y aquel que en este momento contempla una aurora en regiones desconocidas, o recorre los neveros de las cadenas fabulosas de Asia, o está bebiendo en un río que abre su lecho entre las selvas ignotas del centro africano. Aunque te viniera un adorador del Sol, o uno que tiene por dios al voraz cocodrilo; o uno que se cree la reencarnación del Sabio y que ha sabido intuir la Verdad, pero que no ha sabido aferrar su Perfección y dársela a sus fieles como Salvación; o un asqueado ciudadano de Roma o de Atenas que te suplicara: «Dame a conocer a Dios»… no puedes, no debes, decirles: “Alejaos de mí porque llevaros a Dios sería una profanación».
Ten presente que éstos no conocen, mientras que Israel sí que conoce. Pues bien, en verdad muchos en Israel son y serán más idólatras y crueles que el más bárbaro de los idólatras del mundo; y sacrificarán víctimas humanas no a este ídolo o a aquél, sino a sí mismos, a su orgullo, ávidos de sangre una vez que se haya encendido en ellos una sed inextinguible que durará hasta el final de los siglos; sólo el beber de nuevo, y con fe, aquello que había provocado la sed atroz podría calmarla. Pero entonces será también el fin del mundo, porque el último en decir: «Creemos que eres Dios y Mesías» será Israel, a pesar de todas las pruebas que de mi Divinidad he dado y daré.
Velarás y cuidarás porque la fe de los cristianos no sea vana. Vana sería si fuera sólo una fe de palabras y de prácticas hipócritas. Lo que da vida es el espíritu. El espíritu falta en el ejercicio mecánico o farisaico, que no es otra cosa sino simulacro de fe, no verdadera fe. ¿De qué le valdría al hombre cantar alabanzas a Dios en la asamblea de los fieles, si luego cada acto suyo es una imprecación contra Él? Dios, en efecto, no se hace juguete del fiel, sino que, dentro de su paternidad, conserva siempre las prerrogativas de Dios y Rey.
Vela y cuida porque nadie usurpe un lugar que no le corresponde. Dios dará la Luz en la medida de vuestros grados. Dios no os dejará sin la Luz, a menos que no quede apagada en vosotros la Gracia por el pecado.
A muchos les placerá oír que los llaman «maestro». Sólo uno es el Maestro: quien te está hablando; sólo una es Maestra: la Iglesia que le perpetúa. En la Iglesia, serán maestros aquellos que sean consagrados con encargo especial para la enseñanza. Pero entre los fieles habrá quienes por voluntad de Dios y por su propia santidad, o sea, por su buena voluntad, serán absorbidos por el remolino de la Sabiduría y hablarán. Otros habrá -de por sí no sabios, pero sí dóciles cual instrumentos en manos del artífice- que hablarán en nombre del Artífice, repitiendo como niños buenos aquello que su Padre les dice que digan, aun sin comprender toda la amplitud de lo que dicen. En fin, habrá quienes hablen como si fueran maestros, con un esplendor que seducirá a los ingenuos, pero serán soberbios, duros de corazón, celosos, iracundos, embusteros, lujuriosos.
De la misma forma que te digo que recojas las palabras de los sabios en el Señor y de los sublimes pequeñuelos del Espíritu Santo, y que incluso los ayudes a comprender la profundidad de las divinas palabras -en efecto, si bien ellos son los portadores de la divina Voz, vosotros, mis apóstoles, seréis siempre los responsables de la enseñanza en mi Iglesia, y debéis socorrer a éstos, sobrenaturalmente cansados de la extasiante y grave riqueza que Dios ha depositado en ellos para que la transmitan a sus hermanos-, de la misma forma te digo: rechaza las palabras falaces de los falsos profetas, cuya vida no responde a mi doctrina. La bondad de vida, la mansedumbre, la pureza, la caridad y humildad no faltarán nunca en los sabios y en las pequeñas voces de Dios; siempre en los otros.
Vela y cuida porque no haya celos ni calumnias en la asamblea de los fieles, como tampoco resentimientos ni espíritu de venganza. Vela y cuida porque la carne no pase a dominar sobre el espíritu. No podría soportar las persecuciones aquel cuyo espíritu no fuera soberano de la carne.
Santiago, sé que lo harás, pero da a tu Hermano la promesa de que no lo defraudarás.
-¡Pero, Señor, Señor! Sólo una cosa me da miedo: no ser capaz. Señor mío, te ruego que le des a otro este encargo. -No. No puedo…
-Simón de Jonás te ama, y Tú lo amas…
-Simón de Jonás no es Santiago de David.
-¡Juan! Juan, el ángel docto… hazlo a él tu siervo aquí.
-No. No puedo. Ni Simón ni Juan poseen esa nada que, a pesar de no ser nada, es mucho ante los hombres: el parentazgo. Tú eres el pariente mío. Después de haberme… después de haberme negado el debido reconocimiento, la parte mejor de Israel buscará el perdón de Dios y de sí misma, tratando de reconocer al Señor que habrán maldecido en la hora de Satanás, y les parecerá obtener el perdón -y, por tanto, fuerza para caminar por mi vía- si ven en mi lugar a uno de mi misma sangre. Santiago, en este monte se han producido cosas muy grandes. Aquí el fuego de Dios consumió no sólo el holocausto, la leña, las piedras, sino incluso la tierra y hasta el agua que había en el hoyo. Santiago, ¿crees que Dios no puede volver a hacer algo semejante, encendiendo y consumiendo toda la materialidad del hombre-Santiago para hacer un Santiago-fuego de Dios? Hemos estado hablando mientras el ocaso ha hecho de fuego incluso nuestros indumentos. Así, ¿cómo crees que fue el fulgor del carro que raptó a Elías, no menos intenso o más intenso?
-Mucho más refulgente, porque su fuego era celestial.
-Pues piensa entonces lo que será un corazón que se haya transformado en fuego por tener en sí a Dios, porque Dios quiere que perpetúe a su Verbo en la predicación de la Nueva de Salvación.
-Pero, ¿por qué no continúas Tú, Verbo de Dios, eterno Verbo?
-Porque soy Verbo y Carne. Con el Verbo debo instruir, con la Carne redimir.
-¡Jesús mío! ¿Cómo vas a redimir? ¿Qué te espera?
-Santiago, recuerda lo que dijeron los profetas.
-¿Pero no hablan alegóricamente? ¿Podrás ser maltratado por los hombres, Tú que eres el Verbo de Dios? ¿No quieren decir, quizás, que darán tormento a tu divinidad, a tu perfección, pero nada más, nada más que eso? Mi madre se preocupa por mí y Judas, yo por ti y María, y… por nosotros, que somos muy débiles. Jesús, Jesús, si el hombre cometiera atropello contigo, ¿no crees que muchos de nosotros te considerarían reo y se alejarían de ti desilusionados?
-Estoy seguro de ello. Serán zarandeados todos los estratos de mis discípulos. Pero luego tornará la paz; es más, se producirá una aglutinación de las partes mejores, y sobre ellas, después de mi sacrificio y triunfo, descenderá el Espíritu fortalecedor y sapiente: el divino Espíritu.
-Jesús, para que yo no me desvíe ni me escandalice en esa hora tremenda, dime: ¿qué te van a hacer? -Grande es lo que me preguntas.
-Dímelo, Señor.
-Saberlo exactamente te significará tormento.
-No importa. Por el amor que nos ha unido…
-No se debe saber.
-Dímelo y luego borra mi memoria hasta la hora en que haya de cumplirse; entonces, ponla de nuevo en mi memoria junto con esta hora. Así no me escandalizaré de nada y no pasaré a la parte de tus adversarios en el fondo de mi corazón.
-No servirá de nada, porque también tú cederás en la tempestad.
-¡Dímelo, Señor!
-Seré acusado, traicionado, apresado, torturado, crucificado.
-¡ Nooo!
Santiago grita y se encorva como si lo hubieran herido de muerte.
-¡No! — repite – Si te hacen esto a ti, ¿qué nos harán a nosotros? ¿Cómo vamos a poder continuar tu obra? No puedo, no puedo aceptar el puesto que me asignas… ¡No puedo!… ¡No puedo! Si Tú mueres, seré yo también un muerto, sin energía alguna. ¡Jesús! ¡Jesús! Escúchame. No me dejes sin ti. ¡Prométemelo, prométeme esto al menos!
-Te prometo que vendré a guiarte con mi Espíritu, una vez que la gloriosa Resurrección me libre de las ataduras de la materia. Seremos una cosa sola como ahora que estás entre mis brazos.
En efecto, Santiago se ha entregado al llanto apoyado en el pecho de Jesús.
-No llores más. Salgamos de esta hora de éxtasis, luminosa y penosa, como quien sale de las sombras de la muerte y recuerda todo excepto el acto-muerte, minuto de espanto helador que como hecho muerte dura siglos. Ven, te beso así, para ayudarte a olvidar el horror de mi destino de Hombre. Tendrás el recuerdo en su debido momento, como has pedido. Ten, te beso en la boca, que deberá repetir mis palabras a las gentes de Israel; en el corazón, que deberá amar como Yo he dicho; en la sien, donde cesará la vida junto con la última palabra de amorosa fe en mí. ¡Cómo vendré, hermano amado, a tu lado, en las asambleas de los fieles, en las horas de meditación, en las horas de peligro y en la hora de la muerte! Nadie, ni siquiera tu ángel, recogerá tu espíritu; seré Yo, con un beso, así…
Permanecen largo tiempo abrazados, y Santiago parece casi como adormilarse en la alegría de los besos de Dios, que le hacen olvidar su sufrimiento. Cuando levanta la cabeza, es de nuevo el Santiago de Alfeo, sereno y bueno, tan parecido a José, esposo de María. Son-ríe a Jesús: es una sonrisa más madura, un poco triste, pero tan dulce como siempre.
-Vamos a comer, Santiago. Luego dormiremos bajo las estrellas. Con las primeras luces bajaremos al valle… volveremos donde los hombres…
Jesús suspira… pero termina, con una sonrisa:
-… Y con María.
-¿Qué voy a decirle a mi madre, Jesús? ¿Y a los compañeros? Me harán preguntas…
-Podrás referirles todo lo que te he dicho: lo que te he hecho considerar sobre las respuestas de Elías a Ajab, al pueblo en el monte; y sobre el poder de que goza una persona a la que Dios ama, en cuanto a conseguir de pueblos y elementos enteros lo que se quiere; sobre su celo, que lo devora, por el Señor; y cómo he ofrecido a tu consideración que con la paz se entiende a Dios y en la paz se le sirve. Les dirás que, de la misma forma que Yo os he llamado, vosotros -como Elías con su manto respecto a Eliseo- con el manto de la caridad podréis conquistar a nuevos siervos de Dios para el Señor. Y a los que siempre tienen preocupaciones refiéreles cómo te he hecho notar la alegre libertad que muestra Eliseo respecto a las cosas del pasado, liberándose de bueyes y arado. Diles cómo te he recordado que a quien quiere milagros mediante Belcebú le viene el mal, no el bien, como le sucedió a Ocozías, según la palabra de Elías. Diles, finalmente, cómo te he prometido que el que permanezca fiel hasta la muerte recibirá el fuego purificador del Amor para consumir las im-perfecciones y llevarlo directamente al Cielo. Lo demás es sólo para ti.