Instrucciones a los doce apóstoles al comienzo de su ministerio
Jesús y los apóstoles -están todos: señal de que Judas Iscariote, cumplida su obra, se ha unido de nuevo a sus compañeros- están sentados a la mesa en la casa de Cafarnaúm. Atardece. La luz del día que declina entra por la puerta y las ventanas abiertas de par en par. A través de éstas, se puede ver cómo la púrpura del ocaso se va transformando en un rojo violáceo irreal, que en los bordes se desfleca formando abarquillamientos de un color turquí que termina en gris. Me recuerda a una hoja de papel arrojada al fuego: se enciende como el carbón en que cae, pero, en los bordes, después de la llamarada, se abarquilla y se apaga tomando un color plomo azulado que termina en un gris perlino casi blanco.
-Calor – sentencia Pedro, señalando hacia la voluminosa nube que viste el occidente de esos colores. – Calor. No agua. Eso es niebla, no nube. Esta noche duermo en la barca para estar más fresco.
-No. Esta noche vamos a los olivares. Necesito hablaros. Judas ya ha vuelto. Es tiempo de hablar. Conozco un lugar ventilado donde estaremos bien. Levantaos. Vamos.
-¿Está lejos? – preguntan mientras cogen los mantos.
-No. Muy cerca. A un tiro de honda de la última casa. Podéis dejar los mantos. Coged, eso sí, yesca y eslabón para vernos al volver.
Salen de la habitación alta y bajan la escalera tras haber saludado al dueño de la casa y a su mujer, que están tomando el fresco en la terraza.
Jesús vuelve resueltamente la espalda al lago, y, atravesada la ciudad, recorre unos doscientos o trescientos metros por entre los olivos de una primera loma de detrás de la ciudad. Se detiene cuando llega al borde de un ribazo, que, por su posición saliente y libre de obstáculos, goza de todo el aire de que es posible gozar en esta noche de bochorno.
-Vamos a sentarnos. Prestadme atención. Ha llegado la hora de vuestra labor evangelizadora. He llegado aproximadamente a la mitad de mi vida pública para preparar los corazones para mi Reino. Ahora es tiempo de que también mis apóstoles tengan parte en la preparación de este Reino. Los reyes actúan así cuando deciden conquistar un país. Primero investigan y toman contacto con personas para oír las reacciones y formarlas en la idea que persiguen. Luego extienden la obra de preparación enviando personas de confianza al reino que quieren conquistar. Envían cada vez más personas, hasta que todas las particularidades geográficas y morales del país son manifiestas. Una vez hecho esto, el rey cumple cabalmente la obra y se proclama rey de ese lugar y se corona rey. Para llevarlo a cabo corre la sangre. Porque las victorias cuestan siempre sangre…
-Estamos resueltos a luchar por ti y a derramar nuestra sangre – prometen unánimemente los apóstoles.
-Sólo derramaré la sangre del Santo y de los santos.
-¿Quieres empezar la conquista por el Templo, irrumpiendo durante la hora de los sacrificios?…
-No divaguemos, amigos. Sabréis el futuro a su debido tiempo. No os estremezcáis de horror de todas formas. Os aseguro que no voy a trastocar las ceremonias con la violencia de una irrupción. Y, no obstante, serán desbaratadas; llegará un día, una tarde, en que el terror, el terror de los pecadores, impedirá la oración ritual. Mas Yo, esa tarde, estaré en paz, en paz con mi espíritu y mi cuerpo, una paz total, beatífica…
Jesús mira, uno a uno, a sus doce; es como si mirase la misma página doce veces y en ella leyera doce veces la misma palabra escrita: no comprenden. Sonríe y prosigue.
-Pues bien, he decidido enviaros, para penetrar más y más ampliamente de cuanto Yo solo podría hacer. Pero pondré prudenciales diferencias entre mi modo de evangelizar y el vuestro, para no crearos dificultades demasiado fuertes ni meteros en peligros demasiado serios para vuestra alma y vuestro cuerpo y para no causar perjuicio a mi obra.
Todavía no estáis formados hasta el punto de poder relacionaros con cualquier persona, quienquiera que sea, sin que os perjudique o la perjudiquéis, ni -mucho menos aún- tenéis el heroísmo suficiente como para desafiar al mundo por causa de la Idea adelantándoos a hacer frente a las venganzas del mundo. Por tanto, no vayáis a los gentiles cuando vayáis a predicarme, ni entréis en las ciudades de los samaritanos; id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel: hay mucha labor que hacer con éstas; en verdad os digo que estas multitudes, que os parecen muchas, en torno a mí, son la centésima parte de las que en Israel todavía esperan al Mesías y no lo conocen ni saben que vive. Llevadles a éstas la fe y el conocimiento de mí.
Por el camino predicad: «El Reino de los Cielos está cerca». Éste debe ser el anuncio basilar, apoyad en él toda vuestra predicación. ¡Mucho me habéis oído hablar del Reino! No tenéis sino que repetir mis palabras. Ahora bien, el hombre, para sentirse atraído por las verdades espirituales, para sentirse convencido de ellas, necesita estímulos de carácter material, como si fuera un eterno niño, que no estudia una lección, no aprende un oficio, si no tiene el estímulo de un dulce de su madre o de un premio del maestro de la escuela o del maestro del oficio. Pues bien, para que dispongáis del medio para que crean en vosotros y os busquen, os concedo el don de milagros…
Los apóstoles se levantan de improviso -excepto Santiago de Alfeo y Juan- y, según el temperamento de cada uno, gritan, protestan, se exaltan… Verdaderamente el único que se pavonea de la idea de hacer milagros es Judas Iscariote, el cual, a pesar de la gran deuda que tiene en su alma de haber hecho una acusación falsa e interesada, exclama:
-¡Ya era hora de que también nosotros hiciéramos esto, para gozar de un mínimo de autoridad sobre las multitudes!
Jesús lo mira, pero no dice nada. Pedro y el Zelote -que están diciendo: « ¡No, Señor! ¡No somos dignos de tanto! Eso es para los santos»- rebaten enérgicamente a Judas: el Zelote dice: « ¿Cómo te atreves, hombre necio y orgulloso, a censurar al Maestro?»; y Pedro: « ¿Un mínimo? ¿Pero, qué quieres hacer más que milagros? ¿Ser Dios tú también? ¿Sientes, acaso, la misma comezón que Lucifer?». « ¡Silencio!» dice Jesús con tono autoritario. Y prosigue:
-Hay una cosa que supera al milagro y que convence igualmente a las multitudes, y con mayor profundidad y duración: una vida santa. Pero vosotros estáis todavía lejos de esta vida, y tú, Judas, más lejos que los demás. Mas dejadme hablar porque es una larga instrucción.
Id, pues, y curad a los enfermos, limpiad a los leprosos, resucitad a los muertos del cuerpo y del espíritu (porque cuerpo y espíritu pueden estar igualmente enfermos, leprosos, muertos). Ya sabéis cómo se obra un milagro: con vida de penitencia, ferviente oración, sincero deseo de hacer brillar el poder de Dios, humildad profunda, viva caridad, encendida fe, esperanza imperturbable ante cualquier tipo de dificultad. En verdad os digo que todo es posible para quien dispone de estos elementos. Y los demonios huirán ante el Nombre del Señor pronunciado por vosotros, si tenéis cuanto he dicho. Este poder os viene de mí y de nuestro Padre. No se compra con moneda alguna. Sólo nuestra voluntad lo concede, sólo la vida justa lo mantiene. De la misma forma que se os da gratis, gratuitamente habéis de darlo a los demás, a los que tengan necesidad de él. ¡Ay de vosotros si rebajáis el don de Dios sirviéndoos de él para engrosar vuestra bolsa! No es vuestro poder, es poder de Dios. Usadlo, mas no os apropiéis de él diciendo: «Es mío». De la misma forma que se os da, se os puede quitar.
Simón de Jonás poco antes ha dicho a Judas de Simón: «¿Tienes la misma comezón que Lucifer?». Ha expresado una justa definición. Decir: «Hago lo que hace Dios porque soy como Dios» es imitar a Lucifer. Su castigo lo conocemos. También sabemos lo que les sucedió a los dos que comieron el fruto prohibido en el paraíso terrenal, por instigación del Envidioso -que quería llevar a otros desdichados a su Infierno, además de los rebeldes angélicos que ya había-, y también por el propio prurito de soberbia perfecta.
El único fruto que os es lícito coger de lo que hacéis son las almas que con el milagro conquistaréis para el Señor y que deben entregársele al Señor. Esas son vuestras monedas, no otras; en la otra vida gozaréis de su tesoro.
Id sin riquezas. No llevéis con vosotros ni oro, ni plata, ni monedas en vuestros cinturones; ni saca de viaje con dos o más indumentos y calzado de repuesto, ni bastón de peregrino, ni armas humanas. En efecto, por ahora, vuestras visitas apostólicas serán cortas y todas las vigilias de los sábados nos veremos, y podréis dejar vuestros vestidos sudados sin tener necesidad de llevar con vosotros uno para cambiaros. No hace falta el bastón, porque el camino es aquí suave; bien distinto es lo que se necesita en los desiertos y montañas altas de lo que se necesita en colinas y llanuras. No hacen falta armas; éstas son útiles para el hombre que no conoce la santa pobreza e ignora el divino perdón. Pero vosotros no tenéis tesoros que cuidar y defender de los ladrones. El único al que debéis temer, el único ladrón para vosotros es Satanás, y Satanás se vence con la constancia y la oración, no con espadas y puñales.
Perdonad al que os ofenda. Si os despojasen del manto, dad también la túnica. Aunque os quedarais completamente desnudos por mansedumbre y desapego de las riquezas, no escandalizaríais a los ángeles del Señor ni a la infinita Castidad de Dios, porque vuestra caridad vestiría de oro vuestro cuerpo desnudo, la mansedumbre os sería compuesto cinturón, el perdón hacia el ladrón os pondría manto y corona regia; estaríais, por tanto, mejor vestidos que un rey, no de tela corruptible, sino de materia incorruptible.
No os preocupéis por qué habréis de comer. Dispondréis siempre de lo apropiado para vuestra condición y ministerio, porque el obrero es digno del alimento que le ofrecen. Siempre. Dios proveería de lo necesario a su obrero, si los hombres no lo hicieran. Ya os he mostrado que para vivir y predicar no es necesario atiborrarse de comida. Eso va bien para los animales impuros, cuya misión es la de engordar para ser entregados a la muerte y engordar a los hombres. Vosotros sólo debéis nutrir bien vuestro espíritu y el de los demás con alimentos sapienciales. Mas la Sabiduría se hace presente con su luz a una mente no embotada por la crápula, a un corazón que se nutre de cosas espirituales. Jamás habéis sido tan elocuentes como después del retiro en el monte, y en aquel entonces comisteis sólo lo indispensable para no morir; pues bien, a pesar de ello, al final del retiro estabais fuertes y joviales como nunca. ¿No es, acaso, verdad?
En cualquier ciudad que entréis, informaos de que haya quien merezca recibiros. No porque seáis Simón, Judas, Bartolomé, Santiago, Juan, etc., sino porque sois los mensajeros del Señor. Aunque hubierais sido escoria, asesinos, ladrones, publicanos, ahora, arrepentidos y a mi servicio, merecéis respeto porque sois mis mensajeros. Digo más. Digo: ¡ay de vosotros si, teniendo la apariencia de mensajeros míos, por dentro sois viles y diabólicos!, ¡ay de vosotros!; el Infierno es poco para lo que mereceríais por vuestro engaño. Pero, aunque fuerais contemporáneamente mensajeros de Dios en la apariencia y, por dentro, escoria, publicanos, ladrones, asesinos; aunque los corazones tuvieran sospechas respecto a vosotros, o casi certeza… se os debe honrar y respetar porque sois mis mensajeros. El ojo lel hombre debe ir más allá del medio, debe ver al mensajero y debe ver el fin, ver a Dios y su obra más allá del medio, que demasiado frecuentemente es deficiente. Sólo en casos de culpas graves que dañen la fe de los corazones, Yo por ahora, luego quien me suceda, tomaremos medidas para amputar el miembro corrompido. Porque no es lícito que por un sacerdote demonio se pierdan almas de fieles. Nunca será lícito, por esconder las llagas abiertas en el cuerpo apostólico, permitir que en él pervivan cuerpos gangrenados que con su aspecto repugnante obliguen a alejarse y con su hedor demoníaco envenenen.
Os informaréis, por tanto, de cuál es la familia de vida más recta, donde las mujeres saben estar retiradas y se disciplinan las costumbres. Entraréis en esa casa y en ella os alojaréis hasta el momento de vuestra partida. No imitéis a los zánganos, que después de succionar una flor pasan a otra más nutritiva. Tanto si os veis entre personas de buena cama y rica mesa, como si os toca una familia humilde, rica sólo en virtudes, quedaos donde estéis. No busquéis nunca «lo mejor'» para el cuerpo mortal. Antes bien, dadle siempre lo peor y reservad todos los derechos al espíritu. Si podéis -os digo esto porque conviene que lo hagáis-, con toda diligencia, dad la preferencia a los pobres para vuestra estancia en el lugar: para no humillarlos, y en memoria mía, que soy y permanezco pobre y me glorío de serlo, y también porque los pobres frecuentemente son mejores que los ricos. Encontraréis siempre pobres justos, mientras que será raro encontrar un rico exento de injusticia. No tenéis, por tanto, la disculpa de decir: «Sólo he encontrado bondad en los ricos», para justificar vuestra sed de bienestar.
A1 entrar en la casa saludad con mi saludo, que es el más dulce de los saludos. Decid: «La paz sea con vosotros. Paz a esta casa» o «la paz descienda sobre esta casa». En efecto, vosotros, mensajeros de Jesús y de la Buena Nueva, lleváis con vosotros la paz, y vuestra llegada a un lugar significa hacer llegar a ese lugar la paz. Si la casa es digna de la paz, la paz descenderá sobre ella y permanecerá en ella; si no lo es, la paz volverá a vosotros. Pero estad atentos a ser vosotros pacíficos, para tener por Padre a Dios. Un padre siempre ayuda; vosotros, ayudados por Dios, haréis todo, y lo haréis bien.
Puede suceder, es más, sucederá, que una ciudad o una casa no os reciban; no querrán escuchar vuestras palabras, os expulsarán, os tomarán a risa, os perseguirán a pedradas cual profetas molestos. Entonces tendréis más necesidad que nunca de ser pacíficos, humildes, mansos, como hábito de vida. Si no, la ira se impondrá y pecaréis: escandalizaréis y aumentaréis la incredulidad de los que se han de convertir. Sin embargo, si recibís con paz la ofensa que supone el ser expulsados, escarnecidos, perseguidos, convertiréis con el más bello de los discursos: la silenciosa predicación de la virtud verdadera. Un día volveréis a encontrar a los enemigos de hoy en vuestro camino, y os dirán: «Os hemos buscado porque vuestro modo de actuar nos ha persuadido de la Verdad que anunciáis. Os pedimos vuestro perdón y que nos acojáis como discípulos. Porque no os conocíamos. Pero ahora sabemos que sois santos. Por tanto, si sois santos, debéis ser mensajeros de un santo. Ahora creemos en Él». De todas formas, al salir de la ciudad o casa que no os hayan recibido, sacudíos hasta el polvo de las sandalias, para que la soberbia y la dureza de aquel lugar no se peguen ni siquiera a vuestras suelas. En verdad os digo que el día del Juicio Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos dureza que esa ciudad.
Mirad, os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Porque ya sabéis cómo el mundo -que, en verdad, es más de lobos que de ovejas- me trata a mí, que soy el Cristo. Yo puedo defenderme con mi poder, y lo haré mientras no llegue la hora del triunfo temporal del mundo. Pero vosotros no tenéis este poder y necesitáis mayor prudencia y sencillez. Mayor sagacidad, por tanto, para evitar, por ahora, cárceles y flagelaciones.
Verdaderamente, a pesar de vuestras abiertas declaraciones de querer dar vuestra sangre por mí, por el momento no soportáis ni siquiera una mirada irónica o iracunda. Llegará un tiempo en que seréis fuertes como héroes contra todas las persecuciones; más fuertes que héroes, con un heroísmo inconcebible para los criterios del mundo, inexplicable, que será llamado «locura». ¡No, no será locura! Será la identificación, en virtud del amor, del hombre con el Hombre-Dios, y sabréis hacer lo que Yo haga. Para comprender este heroísmo hará falta verlo, estudiarlo y juzgarlo, desde niveles ultraterrenos, porque es una cosa sobrenatural que se escapa a todas las restricciones de la naturaleza humana. Los reyes, los reyes del espíritu serán mis héroes, eternamente reyes y héroes…
En aquella hora os arrestarán, os pondrán las manos encima, os llevarán ante los tribunales, los jefes y los reyes, para que os juzguen y condenen por ese gran pecado ante los ojos del mundo que es el ser los siervos de Dios, los ministros y tutores del Bien, los maestros de las virtudes. Por ser estas cosas os flagelarán y os castigarán de mil modos, hasta acabar con vuestra vida. Y daréis testimonio de mí a los reyes, a los jefes, a las naciones, confesando con la sangre que amáis a Cristo, el Hijo verdadero del Dios verdadero.
Cuando caigáis en sus manos, no os aflijáis por lo que tendréis que responder ni de lo que habréis de decir. En aquella hora no debéis tener ninguna pena aparte de la de la aflicción por vuestros jueces y acusadores, que Satanás desvía hasta el punto de hacerlos ciegos para la Verdad. Las palabras que habrá que decir se os darán en ese momento. Vuestro Padre las pondrá en vuestros labios, porque en aquella hora no seréis vosotros los que habléis para convertir a la Fe y para profesar la Verdad, sino que será el Espíritu del Padre vuestro el que hablará en vosotros.
En aquella hora el hermano dará muerte al hermano, el padre al hijo, los hijos se levantarán contra sus padres y los matarán. ¡No desfallezcáis ni os escandalicéis! Respondedme: ¿para vosotros es mayor delito matar a un padre, a un hermano, a un hijo, o a Dios mismo?
A Dios no se le puede matar – dice secamente Judas Iscariote.
-Es verdad. Es Espíritu inaprensible – confirma Bartolomé. Y los demás, aunque callen, son de la misma opinión. -Yo soy Dios, y Carne soy – dice serenamente Jesús.
-Nadie pretende matarte – replica Judas Iscariote.
-Os ruego que respondáis a mi pregunta.
-¡Es más grave matar a Dios! ¡Se entiende!
-Pues bien, el hombre dará muerte a Dios, en la Carne del Hombre Dios y en el alma de los asesinos del Hombre Dios. Por tanto, de la misma forma que se llegará a cumplir este delito, sin el horror de sus autores, se llegará al delito de los padres, hermanos, hijos, contra hijos, hermanos, padres.
Seréis odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero quien persevere hasta el final se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra (no por vileza, sino para darle tiempo a la recién nacida Iglesia de Cristo de alcanzar la edad adulta – superando la edad del lactante débil e inexperto- en que sea capaz de afrontar la vida y la muerte sin temer a la Muerte). Aquellos a quienes el Espíritu les aconseje huir huyan, como huí Yo cuando era pequeño. Verdaderamente en la vida de mi Iglesia se repetirán todas las vicisitudes de mi vida de hombre. Todas. Desde el misterio de su formación en la humildad en los primeros tiempos, a las turbaciones e insidias que le vendrán de los hombres violentos, o a la necesidad de huir para seguir existiendo; desde la pobreza y el trabajo infatigable, hasta muchas otras cosas que vivo actualmente, o que sufriré mañana, hasta llegar al triunfo eterno. Aquellos a quienes, por el contrario, el Espíritu les aconseja quedarse quédense: sí, aunque caigan asesinados, vivirán y serán útiles a la Iglesia; sí, siempre está bien lo que el Espíritu de Dios aconseja.
En verdad os digo que no acabaréis, ni vosotros ni los que os sucedan, de recorrer los caminos y ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre. Porque Israel, por un tremendo pecado suyo, será dispersado, como cascarilla embestida por un torbellino, y diseminado por toda la Tierra; habrán de sucederse siglos y milenios, uno y otro y otro…, antes de que sea recogido de nuevo en la era de Arauná el Jebuseo (2 Samuel 24, 16 — 25; 1 Crónicas 21, 15 — 30). Cada vez que lo intente, antes de la hora señalada, será nuevamente embestido por el torbellino y dispersado, porque Israel tendrá que llorar su pecado durante tantos siglos cuantas serán las gotas que lloverán de las venas del Cordero de Dios inmolado por los pecados del mundo. Mi Iglesia -agredida por Israel en mí y en mis apóstoles y discípulos- deberá abrir sus brazos maternos, para tratar también de recoger a Israel bajo su manto, como hace una gallina con los polluelos que se dispersan. Cuando todo Israel esté bajo el manto de la Iglesia de Cristo, vendré.
Mas éstas son cosas futuras, hablemos de las inmediatas.
Tened siempre presente que el discípulo no es más que su Maestro, ni el siervo más que su Señor; bástele, pues, al discípulo ser como su Maestro (ya de por sí inmerecido honor), y al siervo como su señor (la concesión de lo cual, ya de por sí, es bondad sobrenatural). Si han llamado Belcebú al Señor de la casa, ¿qué llamarán a sus siervos? ¿Podrán, acaso, rebelarse los siervos cuando no se rebela su Señor, ni odia ni maldice, sino que, sereno en su justicia, continúa su obra, posponiendo el juicio para otro momento, una vez que, habiendo intentado todo para persuadirlos, haya visto su obstinación en el Mal? No. Los siervos no podrán hacer lo que no hace su Señor; antes bien, deberán imitarlo, pensando que ellos también son pecadores, mientras que Él no tenía pecado. No temáis, por tanto, a los que os llamen «demonios». Día llegará en que la verdad será sabida; entonces se verá quiénes eran los «demonios», si vosotros o ellos.
No hay nada escondido que quede sin revelar; nada secreto que no se venga a saber. Lo que ahora os digo en la sombra y en secreto, porque el mundo no es digno de conocer todas las palabras del Verbo -no es digno el mundo todavía, ni es hora de hacer extensiva la manifestación de estas cosas a los indignos-, cuando llegue la hora de que todo deba ser conocido, decidlo a la luz, gritad desde los tejados lo que Yo ahora os susurro más al alma que al oído. Entonces, en efecto, el mundo ya habrá sido bautizado por la Sangre. Satanás encontrará ante sí un estandarte por el que el mundo, si quiere, podrá comprender los secretos de Dios; él, sin embargo, no podrá dañar sino a quien desea su mordisco y lo prefiere a mi beso. Pero ocho partes de diez del mundo no querrán comprender. Sólo las minorías tendrán voluntad de saber todo para seguir todo lo que es mi Doctrina. No importa. Dado que no se puede separar estas dos partes santas de la masa injusta, predicad desde los tejados mi Doctrina, predicadla desde lo alto de los montes, por los mares sin confines, en las entrañas de la tierra; aunque los hombres no la escuchen, recogerán las divinas palabras los pájaros y los vientos, los peces y las olas, conservarán su eco las entrañas del suelo para decírselo a los manantiales internos, a los minerales, a los metales, y exultarán todos ellos, porque también ellos han sido creados por Dios para ser escabel de mis pies y alegría de mi corazón.
No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed sólo a quien puede mandar vuestra alma a la perdición y reunirla en el Ultimo Juicio con el cuerpo resucitado, para arrojarlos al fuego del Infierno. No temáis. ¿No se venden dos pájaros por un as? Y, sin embargo, si el Padre no lo permite, ni uno de ellos caerá a pesar de todas las asechanzas del hombre. No temáis, pues. El Padre os conoce. Como también conoce el número de vuestros cabellos. ¡Vosotros valéis más que muchos pájaros! Os digo que a quien me confiese ante los hombres Yo también lo confesaré ante mi Padre, que está en los Cielos; mas a quien me niegue ante los hombres, también Yo lo negaré ante mi Padre. Confesar, aquí, significa seguir y practicar; negar significa abandonar mi camino por vileza, por ternaria concupiscencia, por mezquino cálculo, por afecto humano hacia un allegado vuestro contrario a mí. Porque estas cosas sucederán.
No creáis que haya venido a instaurar la concordia en la tierra y para la tierra. Mi paz es más alta que las paces premeditadas que tienen la finalidad de poderse uno manejar diariamente en la vida. No he venido a traer la paz, sino la espada; la espada afilada para cortar las lianas que impiden salir del fango, abriendo así los caminos a los vuelos en el mundo sobrenatural. Así pues, he venido a separar al hijo del padre, a la hija de la madre, a la nuera de la suegra. Porque Yo soy el que reina y tiene todos los derechos sobre sus súbditos. Porque ninguno es más grande que Yo en derechos sobre los afectos. Porque en mí se centran todos los amores y se subliman; soy Padre, Madre, Esposo, Hermano, Amigo: así os amo y así debo ser amado. Cuando digo: «Quiero», ningún vínculo puede resistir y la criatura es mía. Yo con mi Padre la he creado, Yo por mí mismo la salvo, Yo tengo derecho a poseerla.
Verdaderamente los enemigos del hombre, además de los demonios, son los propios hombres; enemigos del hombre nuevo, del cristiano, serán los de su propia casa, con sus quejas, amenazas o súplicas. Pues bien, quien, de ahora en adelante, ame a su padre y a su madre más que a mí no es digno de mí; quien ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; el que no toma su cruz de cada día, compleja, formada de resignación, renuncias, obediencia, heroísmos, dolores, enfermedades, lutos, de todo aquello que es manifestación de la voluntad de Dios o de una prueba del hombre… el que no la toma y con ella me sigue no es digno de mí. Quien estima más su vida terrena que la vida espiritual perderá la Vida verdadera. Quien pierda su vida terrena por amor mío la volverá a encontrar, eterna y bienaventurada.
Quien a vosotros os recibe a mí me recibe, quien me recibe a mí recibe a Aquel que me ha enviado; quien reciba a un profeta como profeta recibirá premio proporcional a la caridad ejercida con el profeta; quien reciba a un justo como justo recibirá un premio proporcional al justo. Esto es así porque el que reconoce al profeta en el profeta es señal de que también él es profeta, es decir, muy santo porque el Espíritu de Dios lo tiene en sus brazos; y quien reconoce a un justo como justo demuestra que él mismo es justo, porque las almas semejantes se reconocen. A cada uno, pues, se le dará según justicia.
Quien dé aunque sólo sea un vaso de agua pura a uno de mis siervos, aunque fuera al más pequeño -y son siervos de Jesús todos los que lo predican con una vida santa, y pueden serlo tanto los reyes como los mendigos, tanto los que saben mucho como los que no saben nada, los ancianos o los niños, porque a todas las edades y en todas las clases se puede ser discípulo mío-, quien dé a un discípulo mío aunque sólo sea un vaso de agua en mi nombre y por ser discípulo mío, en verdad os digo que no perderá su recompensa.
He dicho. Ahora vamos a orar y luego volvemos a la casa. A1 alba partiréis; así: Simón de Jonás con Juan, Simón Zelote con Judas Iscariote, Andrés con Mateo, Santiago de Alfeo con Tomás, Felipe con Santiago de Zebedeo, Judas mi hermano con Bartolomé. Esta semana será así. Luego daré nuevas indicaciones. Vamos a orar.
Y oran en voz alta…