Exhortación a los campesinos de Doras, que ahora lo son de Jocanán
Todavía no ha surgido del todo la aurora. Jesús está erguido en medio del devastado huerto de Doras: una serie de árboles muertos, o próximos a la muerte, muchos de ellos ya abatidos o arrancados. Alrededor de Jesús están los campesinos de Doras y de Jocanán y los apóstoles, parte en pie, parte sentados en los troncos abatidos. Jesús empieza a hablar:
-Un nuevo día, una nueva despedida. No soy Yo el único que se marcha, también vosotros partís (si no materialmente, sí moralmente), porque pasáis a otro patrón. Viviréis unidos a otros campesinos buenos y píos. Formaréis una familia en que podréis hablar de Dios y de su Verbo sin tener que recurrir a subterfugios para hacerlo. Sosteneos en la fe unos a otros, ayudaos mutuamente, sed indulgentes unos con otros en los defectos personales de cada uno, edificaos recíprocamente.
Esto es amor. Ayer noche, si bien de forma distinta, habéis oído por boca de mis apóstoles cómo el amor contiene la salvación. Simón Pedro, con palabras sencillas y buenas, os ha hecho reflexionar sobre cómo el amor transforma la naturaleza pesada en naturaleza sobrenatural. Y os ha hablado de cómo el amor, de una persona que sin él puede acabar corrompida o siendo un corruptor (cual animal matado que no se asa), o, cuanto menos, un inútil (cual leña que empieza a pudrirse en el agua y no sirve para hacer fuego), de esa persona, dijo, puede hacer un hombre que viva en el ambiente de Dios (por tanto, un ser que deja la corrupción y se hace útil para el prójimo).
Porque, creedlo, hijos, la gran fuerza del universo es el amor. Nunca me cansaré de decirlo. Todas las catástrofes de la Tierra provienen de la falta de amor, empezando por la muerte y las enfermedades, que nacieron de la falta de amor de Adán y Eva hacia el Señor altísimo. Porque el amor es obediencia. El que no obedece es un rebelde. El rebelde no ama a aquel contra el cual se rebela. Pero, no sólo esto, sino que ¿de dónde provienen también las otras catástrofes generales como las guerras, o
individuales como la destrucción de una o dos familias rivales? Del egoísmo, que es falta de amor. Y, con la destrucción de las familias, vienen también ruinas materiales por castigo de Dios. Porque Dios, antes o después, castiga a quien vive sin amor.
Sé que por aquí circula la leyenda -y por ella algunos me odian, otros me miran con corazón temeroso, o me invocan cual nuevo castigo, o me soportan por miedo a una punición- sé que circula la leyenda de que fue mi mirada la que acarreó la maldición a estos campos. No, no fue mi mirada, sino el castigo del egoísmo de un hombre injusto y cruel. ¡Si mis miradas tuvieran que agostar las tierras de todos los que me odian, en verdad poco verde quedaría en Palestina!
Nunca vengo las ofensas contra mí; pero, eso sí, paso al Padre a aquellos que obstinadamente persisten en su pecado de egoísmo para con el prójimo y que, sacrílegamente, se burlan del precepto, y que, cuantas más palabras se les dice para persuadirlos, cuantas más obras, junto a las palabras, se hacen para convencerlos en orden al amor, más crueles son. Siempre estoy dispuesto a levantar mi mano para decir a quien se arrepiente: «Yo te absuelvo. Ve en paz». Pero no ofendo al Amor condescendiendo con la dureza inconvertible. Tened siempre presente esto, para ver las cosas en su luz exacta e im-pugnar las leyendas, las cuales, provengan de veneración o de miedo iracundo, son siempre distintas de la verdad.
Ahora pasáis a otro patrón, pero no dejáis estas tierras que, en el estado en que se encuentran, parece locura cuidar. Pues bien, no obstante, os digo: cumplid en estas tierras vuestro deber. Hasta ahora lo habéis cumplido por miedo a los castigos humanos. Seguid haciéndolo, aun sabiendo que no seréis tratados como antes. Es más, os digo: cuanta más humanidad se use con vosotros, mayor habrá de ser la alegre diligencia con que trabajéis, para devolver, con el trabajo, humanidad a quien humanidad os dé. Porque, si bien es verdad que los jefes deben ser humanos para con sus subordinados -recordando que todos somos de un mismo linaje y que, verdaderamente, todo hombre nace desnudo de una manera y muere y se convierte en podredumbre de una manera, tanto el pobre como el rico; recordando que las riquezas son obra no de quien las posee sino de los que para ellos las han atesorado, con honradez o sin ella; recordando que no hay que gloriarse de ellas ni avasallar por ellas, sino, más bien, usándolas con amor, discreción y justicia, hacer de las riquezas algo bueno también para los demás, para que nos mire sin severidad el verdadero Dueño, que es Dios, y que no se compra con talentos de oro ni se seduce con joyas, sino que antes al contrario su amistad se conquista con las buenas acciones, nuestras buenas acciones-, si bien es cierto esto, no es menos cierto que los siervos tienen el deber de ser buenos con sus jefes.
Haced con sencillez y buena voluntad la voluntad de Dios, que quiere para vosotros esta humilde condición. Ya sabéis la parábola del rico Epulón. Como veis, en el Cielo, no recibe premio el oro sino la virtud. La virtud y la sumisión a la voluntad divina hacen a Dios amigo del hombre. Sé que es muy difícil ser siempre capaces de ver a Dios a través de las obras de los hombres. En lo bueno es fácil. En lo malo es difícil, porque puede inducir al ánimo a pensar que Dios no es bueno. Vosotros superad el mal que sufrís de manos del hombre tentado por Satanás; al otro lado de esta barrera que cuesta lágrimas, ved la verdad del dolor y su belleza. El dolor viene del Mal. Pero, Dios, no pudiendo abolirlo porque la fuerza del Mal existe, y siendo ensaye del oro espiritual de los hijos de Dios, le obliga a extraer de su veneno el jugo de una medicina que da vida eterna: porque el dolor, con su mordiente, inocula en los buenos reacciones tales, que los espiritualizan cada vez más y los hacen santos.
Sed, pues, buenos, respetuosos, dóciles. No juzguéis a vuestros jefes. Ya tienen quien los juzga. Querría que quien manda sobre vosotros se hiciera justo, para que os hiciera más fácil el camino y para darle a él vida eterna. Mas debéis tener presente que cuanto más penoso es el cumplimiento del deber, mayor es el mérito a los ojos de Dios. No tratéis de robarle al amo. El dinero robado no enriquece; el fruto de la tierra arrebatado con fraude no quita el hambre. Tened puros las manos, los labios y el corazón. Entonces celebraréis vuestros sábados y vuestras fiestas de precepto con gracia a los ojos del Señor, aunque estéis sujetos a la gleba. Verdaderamente vuestro esfuerzo tendrá más valor que no la hipócrita oración de los que van a cumplir el precepto para ser alabados por la gente, contraviniendo en realidad el precepto al desobedecer a la Ley, que dice que debes cumplir tú y cuantos viven en tu casa el precepto del sábado y de las solemnidades de Israel. Porque la oración no está en la acción sino en el sentimiento. Y, si vuestro corazón ama a Dios con santidad, en toda contingencia, cumplirá los ritos del sábado y las fiestas, mejor que los que os lo impiden.
Os bendigo y os dejo, porque el sol ya se alza y quiero llegar a las colinas antes de que sea demasiado fuerte el calor. Nos volveremos a ver pronto, porque ya no está muy lejos el otoño. La paz quede con todos vosotros, nuevos y antiguos siervos de Jocanán, y dé serenidad a vuestro corazón».
Y Jesús se encamina, pasando por entre los campesinos y bendiciéndolos uno a uno. Detrás de un manzano seco de gran tamaño hay un hombre medio escondido. Cuando Jesús va a pasar por delante de él, fingiendo no verle, al improviso, se pone delante y dice:
-Soy el administrador de Jocanán, que me ha dicho: «Si viene el Rabí de Israel déjalo estar en mis tierras y hablar a los siervos. Trabajarán más porque sólo enseña cosas buenas». Y ayer, al saber la noticia de que desde hoy ellos (y señala a los de Doras) están conmigo, y estas tierras son de él, me ha escrito: «Si viene el Rabí, escucha lo que te diga, y actúa en consecuencia. No sea que nos vaya a suceder alguna desgracia. Cúbrelo de honores. Pero mira a ver si logras levantar la maldición que pesa sobre las tierras». Porque has de saber que Jocanán las adquirió por puntillo. Pero que se ha arrepentido de ello. No será poco si podemos dedicarlas a pastos…
-¿Me has estado oyendo mientras hablaba?
-Sí, Maestro.
-Entonces sabréis cómo actuar, tú y tu patrón, para obtener de Dios la bendición. Transmite esto a tu patrón. Y, por lo que a ti respecta, dulcifica sus órdenes, tú que ves lo que es en la práctica el trabajo del hombre de campo, y que gozas de la estima del patrón. Más te vale, de todas formas, perder la estima y el puesto, que tu alma. Adiós.
-Yo… tengo que rendir honor.
-No soy un ídolo. No necesito honores interesados para otorgar gracias. Hónrame con tu espíritu, poniendo en práctica cuanto has oído, y habrás servido a Dios y al patrón juntos.
Y Jesús, seguido por sus discípulos y las mujeres y por todos los campesinos, atraviesa los campos y toma el camino de las colinas, saludado de nuevo por todos.