En Magdala, antes de mandar a todos a sus respectivas familias para las Encenias.
Agua, agua, agua… Los apóstoles, poco satisfechos de ir bajo la lluvia, insinúan a Jesús que si no sería mejor buscar refugio en Nazaret, que no está lejos… y Pedro dice: – -Luego podríamos reanudar la marcha con el niño…
El «no» de Jesús es tan seco, que ninguno se atreve a insistir.
Jesús va delante, completamente solo… Los otros van detrás, mohínos, en dos grupos.
Luego Pedro, no sabiendo resistir más, se acerca a Jesús.
-Maestro, ¿me aceptas aquí? – pregunta un poco apesadumbrado.
-Siempre me eres grato, Simón. Ven.
Pedro se tranquiliza. Camina con paso forzado al lado de Jesús, que con sus largos pasos recorre mucho camino fácilmente. A1 poco rato dice:
-Maestro… ¡qué bonito si hubiéramos traído con nosotros al niño para la fiesta…!
Jesús no responde.
-Maestro, ¿por qué no me das esta satisfacción?
-Simón, te estás arriesgando a que te quite el niño.
-¡ No! ¡Señor! ¿Por qué?
Pedro está aterrorizado por la amenaza y desolado.
-Porque no quiero que estés atado a nada. Te lo dije cuando te concedí a Margziam. Tú, sin embargo, te estás encallando en este afecto.
-No es pecado amar. Y amar a Margziam… Tú también lo quieres…
-Pero este amor no me impide darme enteramente a mi misión. ¿No tienes presentes mis palabras sobre los afectos humanos?, ¿mis consejos – tan claros que son órdenes – acerca de quien quiere poner la mano en el arado? ¿Te estás cansando, Simón de Jonás, de ser heroicamente mi discípulo?
Pedro responde con voz ronca de llanto:
-No, Señor. Tengo presente todo y no estoy cansado. Me da la impresión de que sea lo contrario… Que Tú estés cansado de mí, del pobre Simón que ha dejado todo por seguirte…
-Que ha hallado todo siguiéndome, querrás decir.
-No… Sí… Maestro… Yo soy un pobre hombre…
-Lo sé. Precisamente por eso te labro. Para hacer del pobre hombre un hombre, y de éste un santo, mi Apóstol, mi Piedra. Soy duro para hacerte duro. No quiero que seas blando como este fango, sino un bloque escuadrado, perfecto: la Piedra de base. ¿No comprendes que esto es amor? ¿No recuerdas lo que dice el Sabio? Dice que quien ama es severo. ¡Pero compréndeme, hombre! ¡Compréndeme tú, al menos! ¿No ves cómo estoy agobiado, desolado por tantas incomprensiones, por demasiadas simulaciones, por la mucha indiferencia, y por las aún más numerosas desilusiones?
-¿Te sientes… te sientes así, Maestro? ¡Oh! ¡Divina Misericordia! ¡Y yo sin darme cuenta! ¡Pero qué animal soy!… Pero, ¿desde cuándo? ¡Por causa de quién? Dímelo…
-No se gana nada con decírtelo. No podrías hacer nada. Ni siquiera Yo puedo hacer nada…
-¿No podría hacer absolutamente nada para aliviarte?
-Ya te lo he dicho: comprender que mi severidad es amor. Ver el amor en todo acto mío respecto a ti.
-Sí, sí. Ya no hablo más. ¡Mi amado Maestro! Ya no hablo más. Perdona a este completo animal que soy. Dame una prueba de que realmente me perdonas…
-¡La prueba! Verdaderamente debería bastarte mi sí. De todas formas te doy la prueba. Mira: no puedo ir a Nazaret porque en Nazaret están Juan de Endor y Síntica además de Margziam, y no se debe saber.
-¡¿Ni siquiera nosotros? ¿Por qué?… ¡Ah! ¡¿Maestro?! ¡¿Maestro?! ¿Desconfías de alguno de nosotros?
-La prudencia enseña que cuando se debe guardar secreto de una cosa demasiado es que dos la sepan. Se puede hacer daño también con una palabra dicha a la ligera. Y no todos ni siempre sois reflexivos.
-Es verdad… no lo soy tampoco yo. Pero cuando quiero sé callar. Y en este caso callaré. ¡Sin duda callaré! Dejaré de ser Simón de Jonás si no sé callar! Gracias, Maestro, por tu estima. Esto sí que es una gran prueba de amor… ¿Entonces ahora vamos a Tariquea?
-Sí. Luego a Magdala con las barcas. Tengo que retirar el oro de las joyas…
-¡Ves como sé guardar silencio! ¡No le he dicho nada a Judas, eh!
Jesús no comenta la interrupción. Continúa:
-Una vez que haya retirado el oro, os dejo a todos libres hasta el día de las Encenias. Si necesito a alguno de vosotros, os llamo para que vayáis a Nazaret. Los judíos, excepto Simón Zelote, acompañarán a las hermanas de Lázaro y a sus criadas, más Elisa de Betsur, a la casa de Betania. Luego irán para las Encenias a sus casas. Me bastará con que estén de regreso para el final de Sabat; entonces reanudaremos la marcha. Esto lo sabes tú sólo, ¿verdad, Simón Pedro?
-Lo sé yo sólo. Pero… de todas formas, tendrás que decirlo…
-Lo diré en su momento. Ahora regresa con los compañeros y estáte seguro de mi amor.
Pedro obedece contento, y Jesús se vuelve a ensimismar en sus pensamientos.
Las olas se rompen contra la playita de Magdala, cuando las dos barcas tocan tierra al caer de una tarde del mes de Noviembre. No son olas grandes. En todo caso, son molestas para quien desembarca, porque los vestidos se mojan. Pero la perspectiva del ya próximo alojamiento en casa de María de Magdala hace soportar sin refunfuños el no deseado baño.
-Poned en seguro las barcas y luego nos alcanzáis – dice Jesús a los mozos. Y, enseguida, se pone en camino siguiendo el litoral, porque han desembarcado en una pequeña ensenada que está un poco fuera de la ciudad y en la que hay otras barcas de pescadores de Magdala.
-Judas de Simón y Tomás, venid aquí conmigo – llama Jesús. Los dos van sin demora. -He decidido daros un encargo de confianza y, al mismo tiempo, una alegría. El cometido es éste: que acompañéis a las hermanas de Lázaro a Betania. Y, con ellas, a Elisa. Os estimo lo suficiente como para confiaros las discípulas. Aprovecharéis para llevar una carta mía a Lázaro. Luego, una vez cumplido este cometido, iréis a vuestras casas, para las Encenias… No interrumpas, Judas. Todos pasaremos las Encenias en nuestra casa, este año. Es un invierno demasiado lluvioso para poder viajar. Como podéis ver, incluso los enfermos son más escasos. Por tanto, aprovecharemos de ello para descansar y dar una satisfacción a nuestras familias. Os espero en Cafarnaúm para el final de Sabat.
-¿Pero vas a estar en Cafarnaúm? – pregunta Tomás.
-No estoy todavía seguro de dónde voy a estar. En un sitio o en otro, para mí es igual. Basta con tener cerca a mi Madre. -Yo prefería pasar las Encenias contigo – dice el Iscariote.
-Te creo. Pero, si me amas, obedece; mucho más, considerando que vuestra obediencia os proporcionará la manera de ayudar a los discípulos que se han vuelto a esparcir por todas partes. ¡Sí que tenéis que ayudarme en esto! En las familias los hijos mayores son los que ayudan a los padres en la formación de los hijos menores. Vosotros sois los hermanos mayores de los
discípulos, que son los menores, y os debéis sentir contentos de que Yo me ponga en vuestras manos. Ello es señal de que he quedado contento de vuestra reciente actuación.
Tomás dice sencillamente:
-Demasiado bueno, Maestro. Pero, por lo que a mí respecta, trataré de hacer las cosas ahora todavía mejor. De todas formas, siento dejarte… Bueno… pasará pronto… Y mi anciano padre se sentirá contento de tenerme para la fiesta… y también mis hermanas… ¿Y mi hermana gemela?… Debe haber tenido un niño, o estará para tenerlo… Mi primer sobrino… Si es varón y nace cuando estoy yo, ¿qué nombre le pongo?
-José.
-¿Y si es niña?
-María. No hay nombres más dulces.
Judas, sin embargo, orgulloso del encargo recibido, ya está pavoneándose y haciendo proyectos, y más proyectos… Se ha olvidado completamente de que se aleja de Jesús, mientras que, poco tiempo antes (hacia los Tabernáculos, si bien recuerdo), había protestado como un potro salvaje ante la disposición de Jesús de separarse de Él por un tiempo. Pierde también de vista completamente la sospecha de entonces de que era un deseo de Jesús de apartarlo. Todo lo olvida… y está contento de ser considerado una persona a la que se le pueden confiar cometidos delicados. Promete:
-Te traeré mucho dinero para los pobres – y, mientras, saca la bolsa y dice: «Toma éstos. Es todo lo que tenemos. No tengo más. Tú dame el viático para nuestro viaje de Betania a nuestra casa.
-Pero no partimos esta noche – objeta Tomás.
-No importa. En casa de María no hace falta más dinero, por tanto… Bien contento estoy de no tener más dinero que manejar… Cuando vuelva le traeré a tu Madre semillas de flores. Se las pediré a mi madre. Quiero también traer un regalo a Margziam… – Judas está exaltado. Jesús lo mira…
Ya llegan a la casa de María de Magdala. Se dan a conocer y entran todos. Las mujeres acuden llenas de alegría al encuentro del Maestro, que ha venido a alojarse en su hogar.
Después de la cena, cuando ya los apóstoles, cansados, se han retirado, Jesús, sentado en el centro de una sala, rodeado por el círculo de las discípulas, comunica a éstas su deseo de que partan cuanto antes. A1 contrario de los apóstoles, ninguna de ellas protesta. Inclinan la cabeza en señal de asentimiento y salen para preparar sus equipajes.
Jesús llama a la Magdalena cuando está para atravesar el umbral de la puerta. – ¿Entonces, María? ¿Por
qué me has susurrado a mi llegada: «Tengo que hablarte en secreto»?
-Maestro, he vendido las piedras preciosas. En Tiberíades. Las ha vendido Marcela con la ayuda de Isaac. Tengo la suma en mi habitación. No he querido que Judas viera nada… – y se pone muy colorada.
Jesús la mira fijamente, pero no dice nada.
La Magdalena sale… y vuelve con una pesada bolsa y se la da a Jesús.
-Aquí tienes – dice – Las han pagado bien.
-Gracias, María.
-Gracias, Rabbuní, por haberme pedido este favor. ¿Deseas pedirme alguna cosa más?…
-No, María. Y tú, ¿tienes algo más que decirme?
-No, Señor. Bendíceme, Maestro mío.
-Sí. Te bendigo… María… ¿estás contenta de volver donde Lázaro? Imagínate que Yo ya no estuviera en Palestina. ¿Volverías gustosa a casa, entonces?
-Sí, Señor. Pero…
-Termina, María. No tengas miedo nunca de manifestarme lo que piensas.
-Pero estaría más contenta de volver a casa si en vez de Judas de Keriot viniera Simón el Zelote, gran amigo de familia. -Lo necesito para una seria misión.
-Entonces tus hermanos, o Juan, de corazón de paloma. Bueno, todos menos él… Señor no me mires con severidad… Quien se ha alimentado de lujuria siente su proximidad… No la temo. Sé controlar a alguien que supera ampliamente a Judas. Es mi terror a no ser perdonada, es mi yo, es Satanás, que ciertamente da vueltas en torno a mí, es el mundo… Pero si María de Teófilo no tiene miedo de ninguno, María de Jesús siente repulsa por el vicio que la había subyugado, y la… Señor… El hombre que brega por la carnalidad me da asco…
-No estás sola en el viaje, María. Y contigo estoy seguro de que no se volverá para atrás… Ten presente que debo proveer para la partida de Síntica y Juan para Antioquía, y que ello no debe saberlo quien es un imprudente…
-Es verdad. Iré entonces… Maestro, ¿cuándo nos volveremos a ver?
-No lo sé, María. Quizás no antes de la Pascua. Ve en paz ahora. Te bendigo esta noche y todas las noches, y, contigo, a tu hermana y al buen Lázaro.
María se agacha para besar los pies de Jesús y sale, dejando solo a Jesús en la silenciosa habitación.