En el lago de Genesaret con Juana de Cusa.
Jesús está en el lago, en la barca de Pedro, que va detrás de otras dos barcas: una de ellas, normal, de pesca, gemela de la de Pedro; otra, graciosa, rica, de recreo, la de Juana de Cusa; pero la dueña no va en ella, sino que está a los pies de Jesús en la tosca barca de Pedro. Yo diría que han coincidido en un punto de la orilla florida de Genesaret (hermosísima con la primera manifestación de la primavera palestina, que esparce sus nubes de almendros en flor y deposita perlas de futuras flores en perales y manzanos, granados, membrilleros…) todos, todos los más ricos y delicados árboles, en flores y frutos. Cuando la barca acaricia una determinada zona de la orilla, bajo el sol ya aparecen los millones de capullos que están engrosándose en las ramas en espera de florecer, mientras los pétalos de los almendros precoces revolotean, cual mariposas, en el aire quieto, hasta posarse sobre las claras olas.
Las orillas – entre los tallitos de hierba nueva que parece seda de un color verde alegre – están rociadas de ojos de oro de ranúnculos, de estrellas radiadas de pequeñas margaritas; junto a éstas, erguidas sobre su pedúnculo, como reinecitas coronadas, sonríen leves, pacíficas como iris infantiles, las miosotas sutiles, celestes, delicadísimas, que parecen decir «sí, sí» al Sol, al lago, a su hermana hierba, y que se sienten contentas de florecer (y de florecer ante los ojos cerúleos de su Señor).
En este comienzo de primavera, el lago no presenta todavía esa riqueza triunfante de los siguientes meses; no tiene todavía ese fasto suntuoso – hasta sensual, diría – de los millares de rosales rígidos o flexuosos que forman mata en los jardines o velo en los muros; de los millares de corimbos de los codesos y de las acacias; de los millares de filas de nardos en flor; de los millares de estrellas enceradas de los agrios; de todo este entremezclarse de colores, de perfumes violentos, delicados, embriagadores, que se presentan ante el frenesí humano de gozar y lo estimulan, un frenesí que profana, demasiado, este rincón de la Tierra tan puro como es el lago de Tiberíades, lugar elegido desde el comienzo de los siglos para teatro del mayor número de prodigios de Jesús, Señor nuestro.
Juana está mirando a Jesús, que está ensimismado en la gracia de su lago galileo. El rostro de ella sonríe repitiendo como espejo fiel la sonrisa de Él.
En las otras barcas van hablando, aquí hay silencio; el único ruido es el rumor sordo de los pies desnudos de Pedro y Andrés, que regulan las maniobras de la barca, y el suspiro del agua que la proa va abriendo, y que susurra su dolor en los lados de la barca, para después transformarse en risa en la popa, cuando la herida se cierra formando una estela argentina que el sol enciende como polvo diamantino.
Pasado este tiempo, Jesús deja su contemplación. Vuelve su mirada hacia su discípula. Le sonríe. Le pregunta: -Hemos llegado casi, ¿no? Dirás que tu Maestro es un compañero muy poco afable, no te he dirigido ni una palabra. -Pero las he leído en tu rostro, Maestro, y he oído todo lo que decías a las cosas que nos rodean.
-¿Y qué es lo que les decía?
-Amad, sed puras, sed buenas, porque venís de Dios y de su mano nada salió malo o impuro.
-Has leído bien.
-Señor mío, las hierbas lo hacen y los animales también; ¿por qué no lo hace el hombre, que es el más perfecto?
Porque el diente de Satanás ha entrado sólo en el hombre; su pretensión ha sido destruir al Creador en su mayor prodigio, en el más semejante a Él.
Juana agacha la cabeza y medita. Da la impresión de ser una persona que no afronta algo o que vacila entre dos tendencias opuestas. Jesús la observa. A1 final, levanta la cabeza y dice:
-Señor, ¿tendrías inconveniente en conocer a unas amigas mías paganas? Ya sabes que Cusa es de la Corte; y Herodes y Herodías, sobre todo ella, que es la verdadera dueña de la Corte y a cuya voluntad se someten todos los deseos de Herodes, por… moda, por mostrarse más refinados que los demás palestinos, para ser protegidos por Roma adorando a Roma y a todo lo romano, se muestran complacientes con los romanos de la casa proconsular y casi nos los imponen. Verdaderamente debo decir que no son mujeres peores que nosotras; también entre nosotras, en estas orillas, hay algunas que han caído muy bajo. ¿Y de qué podemos hablar, si no hablamos por Herodías?… Cuando perdí a mi criatura y enfermé, fueron muy buenas conmigo. Además no las había buscado. Luego la amistad ha seguido. Pero, si me dices que no es correcto, la disuelvo. ¿No? Gracias, Señor. Anteayer estaba en casa de una de estas amigas. Por mi parte era una visita de amistad; por parte de Cusa era una visita obligada. Era una orden del Tetrarca, que.., quisiera volver aquí y que no se siente demasiado seguro, y entonces… quiere estrechar vínculos más interesados con Roma para tener cubiertas las espaldas. Bueno, incluso… ¿Tú eres pariente del Bautista, verdad?; bueno, pues te ruego que le digas que no se fíe demasiado, que no abandone nunca las fronteras de Samaria, o, mejor, si no siente repulsa, que se oculte allí un tiempo. La serpiente se acerca al cordero y el cordero tiene mucho de qué temer; de todo. Que esté atento, Maestro. Que no se sepa que lo he dicho yo, porque significaría el fin de Cusa.
-No te preocupes, Juana. Le advertiré al Bautista a través de un medio eficaz, sin que perjudique a nadie.
-Gracias, Señor. Deseo servirte… lo que pasa es que no quisiera que ello creara extorsiones a mi marido. La verdad es
que… no siempre voy a poder ir contigo; algunas veces tendré que quedarme en casa porque él así lo desea, y es razonable. -Sí, te quedarás, Juana; lo comprendo todo. No sigas hablando, que no es necesario.
-Pero, en los momentos de mayor peligro para ti, ¿me querrás a tu lado?
-Sí, Juana, por supuesto.
-¡Cuánto peso el tener que decir esto, y el hecho mismo de decirlo! Ahora me siento aliviada.
-Si tienes fe en mí, vivirás un consuelo continuo. Pero… me estabas hablando de una amiga tuya romana.
-Sí. Es amiga íntima de Claudia. Creo que incluso son parientes. Tendría interés en hablar contigo, por lo menos en escucharte. Y no es ella sólo. Además, ahora que has curado a la niña de Valeria – la noticia ha llegado a la velocidad del relámpago – su interés es mayor. La otra noche, en un banquete, había muchas voces a favor y muchas en contra de ti. Había también algunos herodianos y saduceos – aunque lo negarían sí se lo preguntasen – y también mujeres… ricas y… y no honestas. Estaba – siento decirlo porque sé que eres amigo de su hermano -, estaba María de Magdala, con su nuevo amigo y con otra mujer, griega creo, tan licenciosa como ella. Ya sabes cómo hacen los paganos, ¿no? Las mujeres se sientan a la me-sa con los hombres. Bueno esto es muy… muy… ¡Oh, qué situación más violenta! Mi amiga, que es una mujer delicada, me eligió como compañero a mi propio marido, lo cual me significó un gran alivio. Pero las otras… Bien, pues se hablaba de ti, porque impresionó el milagro que hiciste a Faustina. Los romanos mostraban admiración hacia ti como un gran médico y mago – perdona, Señor -, pero los herodianos y saduceos escupían veneno contra tu Nombre. Y María… ¡qué horror, María!… Empezó con burlas y luego… No, no quiero decirte esto. Estuve llorando toda la noche.
-¡Déjala! ¡Sanará!
-¡No, no, si está sana!
-En cuanto al cuerpo; lo demás está todo intoxicado. Pero sanará.
-Si Tú lo dices… Ya sabes cómo son las romanas… Sus palabras fueron: «No nos asustan las brujerías, ni creemos en fábulas. Queremos juzgar por nosotras mismas»; y luego a mí me dijeron: «¿No podríamos oírle hablar?»
-Diles que al final de la luna de Sabat estaré en tu casa.
-Se lo diré, Señor. ¿Crees que se acercarán a ti?
-En ellas hay todo un mundo que rehacer. Lo primero es derribar, luego edificar. No es imposible. Ahí está tu casa, Juana, el jardín; trabaja en ella para tu Maestro como te he dicho. Adiós, Juana. El Señor sea contigo. Yo te bendigo en su nombre.
La barca se arrima. Juana dice en tono de ruego:
-¿Entonces no pasas siquiera?
-Ahora no. Debo reavivar las llamas. En unos pocos meses de ausencia casi se han apagado. Y el tiempo vuela.
La barca se detiene en el recodo que penetra en el jardín de Cusa. Unos domésticos acuden para ayudar a su señora a bajar. La barca de Juana – ya Juan, Mateo, el Iscariote y Felipe la han dejado para subir a la de Pedro – está detrás de la de Pedro en el embarcadero, la cual luego se separa lentamente y reanuda su navegación hacia la orilla opuesta.