El segundo día en Sicar. Jesús se despide de los samaritanos
Dice Jesús a los samaritanos de Sicar:
-Tengo otros hijos a quienes evangelizar. Tengo que dejaros. Pero antes quisiera abriros, fúlgidos, los caminos de la esperanza, y llevaros a ellos y deciros: «Caminad seguros, que la meta es cierta». Hoy no voy a citar al gran Ezequiel, sino al discípulo predilecto de Jeremías, grandísimo profeta.
Baruc habla por vosotros. Realmente toma vuestras almas y habla por todas ellas al sublime Dios que está en los Cielos, las vuestras – no me refiero sólo a las de los samaritanos, sino a todas vuestras almas, ¡oh, estirpes del pueblo elegido caídas en múltiple pecado! -, y también las vuestras, pueblos gentiles que sentís que entre los muchos dioses a los que adoráis hay un Dios desconocido, un Dios al que vuestra alma siente único y verdadero, y que, no obstante, debido a vuestra pesantez no podéis buscarlo para conocerlo como el alma quisiera. A1 menos una ley moral os había sido dada, ¡oh gentiles, oh idólatras!; porque sois hombres y el hombre tiene en sí una esencia que viene de Dios y que se llama espíritu y que tiene siempre voz y consejos elevados y empuja a vida santa. Vosotros la habéis sometido a la esclavitud de una carne viciosa, rompiendo la ley moral humana – la que teníais – y viniendo a ser pecadores incluso humanamente, rebajando el concepto de vuestras fes y rebajándoos a vosotros mismos a un nivel animalesco que os hace inferiores a los brutos.
Y, a pesar de todo, oís, todos, y comprendéis más – y como consecuencia actuáis – en la medida en que aumenta vuestra cognición de la Ley de una moral sobrenatural que el verdadero Dios os ha dado.
Baruc (Baruc 2,16-18 y Baruc 2, 24-26) ora así: «Señor, míranos desde tu santa morada. Vuelve hacia nosotros tus oídos. Escúchanos. Abre tus ojos y piensa que no serán los muertos que están en los infiernos – cuyo espíritu está separado de sus entrañas – los que rindan honor y justicia al Señor, sino el alma afligida por la dimensión de las desventuras, que camina encorvada y débil, con los ojos hacia el suelo; el alma hambrienta de ti, ¡oh Dios!, es la que te rinde gloria y justicia». Ésta es la oración que debéis tener en vuestros corazones humillados con noble humildad, que no es degradación e indolencia sino conocimiento exacto de la propia mísera situación y santo deseo de hallar el medio de mejorar espiritualmente.
Y Baruc llora humildemente, y todo justo debe llorar con él, viendo y nombrando con su verdadero nombre las desventuras que han hecho triste, dividido y vasallo a un pueblo fuerte. «No hemos hecho – dice – caso de tu voz y has cumplido las palabras que habías manifestado a través de tus siervos, los Profetas… Y han sacado de sus sepulcros los huesos de nuestros reyes y de nuestros padres, los han arrojado al ardor del sol, al crudo frío de la noche; los habitantes de la ciudad han muerto entre atroces dolores, de hambre, a espada, de peste. Has reducido al estado presente el Templo en que se invocaba tu Nombre, a causa de la iniquidad de Israel y Judá.
No digáis, hijos del Padre: «Tanto nuestro Templo como el vuestro han surgido y resurgido y se yerguen espléndidos». No. Un árbol abierto desde su ápice hasta sus raíces por un rayo no puede pervivir; podrá vegetar míseramente, presentar un conato de vida en algunos rebrotes que nazcan de raíces que se resistan a morir… no pasará de ser un conjunto de ramajes infructíferos; jamás volverá a ser opulento árbol de copiosos frutos sanos y delicados. Pues bien, el proceso de fragmentación incoado con la separación se acentúa cada vez más a pesar de que materialmente la construcción no parezca lesionada; antes bien, bella y nueva. Destruye las conciencias que en ella moran. Llegará la hora en que, apagada toda llama sobrenatural, le faltará al Templo – altar de precioso metal que para subsistir debe ser mantenido en continua fusión por el calor de la fe y de la caridad de sus ministros -, le faltará lo que constituye su vida; entonces, gélido, apagado, ensuciado, lleno de cadáveres, pasará a ser podredumbre acometida, para ruina suya, por cuervos llegados de otras regiones y por el alud del castigo divino.
Hijos de Israel, orad, llorando, conmigo, vuestro Salvador. Que mi voz sostenga las vuestras y penetre – pues mi voz tiene este poder – hasta el trono de Dios. Quien ora con el Cristo, Hijo del Padre, es escuchado por Dios, Padre del Hijo.
Elevemos la antigua, justa oración de Baruc (3, 1-7): «Y ahora, Señor omnipotente, ¡oh Dios de Israel!, toda alma angustiada, todo espíritu henchido de ansiedad, eleva a ti su grito. Abre tus oídos, Señor, y ten piedad. Eres un Dios misericordioso; ten piedad de nosotros, porque hemos pecado en tu presencia. Eternamente, ocupas tu trono; ¿debemos nosotros perecer para siempre? Señor omnipotente, Dios de Israel, escucha la oración de los muertos de Israel y de sus hijos, que han pecado en tu presencia. Ellos no prestaron oídos a la voz del Señor su Dios. Se nos han adherido sus males. No te acuerdes de la iniquidad de nuestros padres; acuérdate, más bien, de tu poder y tu Nombre… Ten piedad, para que invoquemos este Nombre y nos convirtamos de la iniquidad de nuestros padres».
Orad así y convertíos verdaderamente, volviendo a la sabiduría verdadera, que es la de Dios y se encuentra en el Libro de los mandamientos de Dios y en la Ley, que dura eternamente y que ahora Yo, Mesías de Dios, traigo de nuevo, en su simple e inalterable forma, a los pobres del mundo, anunciándoles la buena nueva de la era de la Redención, del Perdón, del Amor, de la Paz. Quien crea en esta palabra alcanzará vida eterna.
0s dejo, habitantes de Sicar, que habéis sido buenos con el Mesías de Dios. Os dejo con mi paz.
-¡Quédate más tiempo!
-¡Vuelve!
-¡Ninguno nos volverá a hablar como lo has hecho Tú.
-¡Bendito seas, Maestro bueno!
-¡Bendice a mi pequeñuelo!
-¡Santo, ruega por mí!
-¡Déjame conservar un ribete de tu indumento como bendición!
-¡Acuérdate de Abel!
-¡Y de mí, Timoteo!
-¡Y de mí, Yorái!
-De todos. De todos. La paz descienda sobre vosotros.
Lo acompañan hasta unos centenares de metros fuera de la ciudad, y luego, muy despacio, se vuelven…