El posadero de Bet Yinna y su hija lunática
No veo ni el regreso a Betsur, ni los rosales de Béter que tanto deseaba ver. Jesús está acompañado sólo de los apóstoles. No está ni siquiera Marziam, que se ha quedado con la Virgen y las discípulas. El lugar es muy montañoso y rico en vegetación, con bosques de coníferas, o, más exactamente, de árboles de piñones; el olor de la resina, balsámico y vitalizador, se difunde por todo el espacio. Jesús camina con los suyos por estos montes verdes, dando la espalda al oriente.
Oigo que van hablando de Elisa, la cual está muy cambiada y decidida a ir con Juana a su propiedad de Béter; van hablando también de la bondad de Juana. Hablan del nuevo rodeo que van a tener que dar, hacia las fértiles llanuras que
preceden el litoral. Y entonces tornan a la memoria nombres de glorias pasadas, que suscitan la narración de episodios acaecidos, preguntas, explicaciones y afable contraposición de opiniones.
-Cuando lleguemos a la cima de este monte, os enseñaré desde lo alto todas las zonas que os interesan, de las que podréis extraer ideas para vuestros discursos al pueblo.
-¿Pero, mi Señor, ¿cómo vamos a hacer? Yo no soy capaz – se lamenta Andrés, y a él se asocian Pedro y Santiago: « ¡Nosotros somos los menos agraciados!».
-¡Oh!, si es por eso, no es que yo sea más capaz; si se tratara de oro o plata, podría hablar, pero de estas cosas… – dice
Tomás.
-¿Y yo? ¿Qué era yo? – pregunta Mateo.
-Tú no tienes miedo del público, sabes argumentar — replica Andrés.
-Pero de otras cosas… – contesta Mateo.
-Sí, ya… pero… bueno… ya sabes lo que quiero decir, así que como si te lo hubiera dicho. La cuestión es que vales más que nosotros – dice Pedro.
-Amigos míos, no hace falta subir a lo sublime. Decid simplemente lo que pensáis, con vuestra convicción. Creedme que cuando uno está convencido siempre persuade – dice Jesús.
Pero Judas de Keriot suplica:
-Danos ideas Tú, danos muchas ideas. Una buena idea puede ser muy útil. Estos lugares creo que no han oído nada de ti, porque ninguno parece conocerte.
-Y porque aquí llega todavía mucho viento procedente del Moria… que causa esterilidad… – responde Pedro.
-Es porque no se ha sembrado, pero nosotros sembraremos – replica seguro Judas Iscariote, contento por los primeros
éxitos.
Ya han llegado a la cima del monte. Allá se abre un amplio panorama. Es hermoso verlo estando a la sombra de los tupidos árboles que -coronan la cima: tan variado y luminoso; series de montes entrecruzándose en todas las direcciones, como encrespadas olas petrificadas de un océano recorrido por vientos contrarios; luego, ensenada en calma, todo se aplaca en una luminosidad sin límites que anuncia una vasta llanura en que se ve, solitario cual faro en la embocadura de un puerto, un otero.
-Mirad. Ese pueblo, donde nos detendremos, que se extiende sobre esa cresta casi queriendo acaparar todo el sol, es como el corazón de un verdadero nimbo radiado de lugares históricos. Venid aquí. Allí, a septentrión, está Yermot. ¿Os acordáis del pasaje de Josué? La derrota de los reyes que quisieron asaltar el campamento israelita, fuerte tras la alianza con los gabaonitas. Cerca está Betsemes, la ciudad sacerdotal de Judá, donde los filisteos restituyeron el Arca con los exvotos de oro que los adivinos y sacerdotes habían impuesto al pueblo para obtener la liberación de los castigos que atormentaban a los culpables filisteos. Y allí, toda llena de sol, Sará, patria de Sansón; y, un poco más a oriente, Timnata, donde él tomó esposa e hizo muchas proezas y también muchas estupideces. Y allá, Azeca y Soko, que fue lugar de campamento filisteo. Más abajo está Zanoe, una de las ciudades de Judá. Y aquí, volveos, aquí está el Valle del Terebinto, donde David luchó contra Goliat. Allí está Maqueda, donde Josué derrotó a los amorreos. Volveos hacia aquí. ¿Veis aquel monte solitario en medio de esa llanura que un tiempo fue de los filisteos? Allí está Gat, patria de Goliat y lugar de refugio para David, con Akís, para que no le alcanzara la ira de Saúl, y donde el rey sabio se fingió demente, porque el mundo preserva a los locos de los sanos de mente. Aquel horizonte abierto son las llanuras de la fertilísima tierra de los filisteos. La atravesaremos, hasta Ramlé. Ahora vamos a Bet – Yinna. Tú, precisamente tú, Felipe, que me estás mirando con actitud implorante, irás con Andrés por el pueblo. Nosotros, mientras tanto, esperaremos junto a la fuente o en la plaza del pueblo.
-¡Señor, no nos mandes solos; ven Tú también! – dicen los dos apóstoles en tono suplicante.
-Id, he dicho. La obediencia os socorrerá más que mi muda presencia.
Así que Felipe y Andrés van, sin rumbo fijo, por el pueblo. Llegan a una minúscula posada (más una caballeriza que una posada), donde hay unos intermediarios contratando corderos con unos pastores. Entran y, cohibidos, se paran en medio de un patio rodeado de arcadas muy toscas.
Viene el posadero:
-¿Qué queréis?, ¿alojamiento?
Los dos apóstoles se consultan recíprocamente con la mirada (una mirada llena de apuro). Es muy probable que de lo que habían pensado decir no les venga ni una sola palabra. Contra toda previsión, es precisamente Andrés el primero que cobra fuerzas y responde:
-Sí, alojamiento para nosotros y para el Rabí de Israel.
-¿Qué rabí? ¡Hay muchos rabíes! Todos muy señores. No vienen a los pueblos de pobres a traernos su sabiduría. Somos los pobres los que tenemos que ir a ellos, ¡y ya es un regalo, si nos toleran a su lado!
-El Rabí de Israel es uno sólo. Y viene precisamente a traer a los pobres la Buena Nueva; cuanto más pobres y pecadores son, más los busca y se acerca a ellos – responde dulcemente Andrés.
-¡Entonces… no hará dinero!
-No busca riquezas. Es pobre y bueno. Cuando logra salvar a un alma, su jornada está cumplida – responde también esta vez Andrés.
-¡Hummm … ! Es la primera vez que oigo que un rabí es bueno y pobre. Juan es pobre, pero es severo. Todos los demás son severos y ricos, insaciables como sanguijuelas. ¿Habéis oído? Venid aquí, vosotros que vais por todas partes. Estos hombres dicen que hay un maestro pobre y bueno, que viene a buscar a los pobres y pecadores.
-¡Ah, debe ser ese que viste de blanco como un esenio. Lo vi hace tiempo en Jericó – dice uno de los tratantes.
-No. Ése está solo. Debe ser aquel de que hablaba Toma porque así, por azar, había estado hablando de él con unos pastores del Líbano – responde un pastor alto y musculoso.
-¡Sí, vaya! Y viene del Líbano hasta aquí… ¡Por tu cara bonita! – exclama otro.
Mientras el posadero habla y escucha la opinión de sus clientes, los dos apóstoles permanecen allí, en medio del patio, como dos hitos, hasta que un hombre dice:
-¡Eh, vosotros, venid aquí’ ¿Quién es? ¿De dónde viene este que decís?
-Es Jesús de José, de Nazaret – dice serio Felipe, y permanece como quien espera que se burlen de él. Andrés añade:
-Es el Mesías anunciado. Os conjuro, por vuestro bien: escuchadlo. Habéis nombrado a Juan; pues bien, yo estaba con él y os puedo decir que él mismo nos indicó a Jesús cuando pasaba, diciendo: «He ahí al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo». Cuando Jesús entró en el Jordán para ser bautizado, se abrieron los Cielos y una Voz gritó: «Este es mi Hijo predilecto en quien tengo puestas mis complacencias», y el Amor de Dios descendió como una paloma y se colocó resplandeciente encima de su cabeza.
-¿Ves como es el Nazareno? Pero, vamos a ver, vosotros, que os llamáis amigos suyos, decidnos…
-Amigos no, apóstoles, discípulos, enviados suyos para anunciaros su llegada, para que quien tenga necesidad de salvación vaya a Él – precisa Andrés.
-Bien, de acuerdo, pero, decidnos si es realmente como lo describen algunos, o sea, un santo más santo que Juan el Bautista, o un demonio, como dicen otros. Vosotros, que estáis con él – porque si sois discípulos estaréis juntos, ¿no? -, vamos a ver, hablad con sinceridad: ¿es verdad que es lujurioso, comilón y bebedor, y que tiene simpatía por las meretrices y los publicanos; que es un nigromante y que por la noche invoca a los espíritus para conocer los secretos de los corazones?
-Pero, ¿por qué preguntas esto a estos hombres? Pregunta más bien si es verdad que es bueno. Si no, estos dos se van a sentir ofendidos y se van a marchar y le van a contar al Rabí nuestras malas razones y nos va a maldecir. ¿Qué sabemos nosotros?… ¡Sea Dios o diablo, siempre será mejor tratarlo bien!…
Esta vez es Felipe el que habla:
-Os podemos responder con sinceridad porque no hay nada torpe que ocultar. Él, nuestro Maestro, es el Santo entre los santos. Durante el día dedica su esfuerzo a adoctrinar; incansable, va de un lugar a otro buscando los corazones. Durante la noche ora por nosotros. No desprecia ni la mesa ni la amistad, pero no busca en ello ventaja propia; antes al contrario, lo hace para poderse acercar a aquellos a quienes de otra forma no sería posible acercarse. No rechaza ni a publicanos ni a meretrices, pero sólo para redimirlos. Signa su camino con curaciones y conversiones milagrosas, le obedecen el viento y el mar, pero no tiene necesidad de nadie para obrar prodigios, ni de invocar espíritus para conocer los corazones.
-Y, ¿con qué poder lo hace?… Has dicho que el viento y el mar lo obedecen. Pero si son cosas que no tienen razón. ¿Cómo puede mandar sobre ellos? – pregunta el dueño de la posada.
-Respóndeme a esto, hombre: ¿tú qué crees, que es más difícil mandar sobre el viento y el mar o sobre la muerte?
-¡Por Yeohveh!, ¡sobre la muerte no se tiene poder! A1 mar se le puede echar aceite, se le puede hacer frente orientando adecuadamente las velas; se puede, prudentemente, no ir a navegar. Contra el viento se puede oponer los cierres de las puertas. Pero sobre la muerte no se tiene poder: no hay aceite que la aquiete, no hay vela que haga a nuestra navecilla tan rápida que pueda distanciar a la muerte, no hay cierres contra ella; cuando quiere venir pasa, a pesar de que estén echados los cerrojos. ¡No, no, nadie da órdenes a esta reina!
-Pues, a pesar de todo, nuestro Maestro tiene poder sobre ella, y no sólo cuando está cercana, sino también cuando ya ha hecho presa. Un joven de Naím estaba ya para ser introducido en la horrenda boca del sepulcro, cuando Él dijo: «Te lo ordeno: álzate!», y el joven volvió a la vida. Naím no está en los confines del mundo. Si vais, veréis.
-¿Así, sin más? ¿En presencia de todos?
-En el camino, en presencia de toda Naím.
E1 dueño de la posada y los huéspedes se miran en silencio; luego el primero dice:
-Pero, esas cosas las hará para sus amigos, ¿no?
-¡No, hombre, para todos los que creen en Él, y no sólo para ellos Créeme que es la Piedad en la tierra. Nadie que va a Él
vuelve de vacío. Escuchad todos. ¿Entre vosotros no hay nadie que sufra o llore, por alguna enfermedad en la familia, o por
dudas, remordimientos, tentaciones o ignorancia? Presentaos a Jesús, el Mesías de la Buena Nueva. Él estará aquí hoy; mañana
irá a otro lugar. No desaprovechéis la Gracia del Señor ahora que pasa» dice Felipe, que se ha ido sintiendo cada vez más seguro.
El dueño de la posada se revuelve los cabellos, abre y cierra la boca, se manosea las franjas de la cintura… y, al final,
dice:
-¡Yo lo intento!… Tengo una hija. Hasta el pasado verano estaba bien. Después todo cambió. Ahora es una lunática. Está siempre en un rincón, como una fiera muda; su madre, con gran esfuerzo, apenas si logra vestirla y darle de comer. Los médicos dicen que se le ha consumido el cerebro por exceso de sol; otros, que por un triste amor; el pueblo dice que está endemoniada. ¿Cómo es posible, si es una jovencita que no ha salido nunca de aquí? ¿Dónde se ha cogido este demonio? ¿Tu Maestro qué dice, que el demonio se puede apoderar de un inocente?
Felipe responde sin vacilar:
-Sí, para atormentar a los familiares y hacer que se desesperen.
-¿Y… cura a los lunáticos? ¿Debo tener esperanza?
-Debes creer – responde inmediatamente Andrés, que narra el milagro de los gerasenos, y termina diciendo: « ¿Si aquéllos – y eran una legión en corazones de pecadores – huyeron de ese modo, cuánto más lo hará ése, que ha entrado por la fuerza en un corazón fresco? Te digo, hombre: para quien espera en Él, lo imposible se le hace tan fácil como respirar. Yo, que he visto las obras de mi Señor, doy testimonio de su potencia.
-¡Oh !, ¿quién de vosotros va y lo llama?
-Yo mismo. Espérame, que vuelvo enseguida.
Y Andrés se marcha veloz. Felipe se queda a hablar.
Cuando Andrés ve a Jesús, parado, en el zaguán de una casa, para evitar el sol implacable que llena la pequeña plaza del pueblo, corre hacia Él diciendo:
-¡Ven! ¡Ven, Maestro! El posadero tiene una hija lunática. Te implora que la cures.
-¿Pero me conocía?
-No, Maestro. Hemos tratado de darte a conocer…
-Lo habéis conseguido, porque si uno llega ya a creer que puedo curar un mal que no tiene remedio es que ya está adelantado en la fe. Y teníais miedo a no ser capaces de ello… ¿Qué habéis dicho?
-Ni siquiera te lo sabría decir. Hemos expresado lo que pensamos de ti y hemos hablado de tus obras. Sobre todo, hemos dicho que eres Amor y Piedad. ¡Qué mal te conoce el mundo!
-Pero vosotros me conocéis bien. Es suficiente.
-Llegan a la pequeña posada. Todos los huéspedes están en la puerta, curiosos. En medio, con Felipe, está el posadero, que sigue con sus monólogos.
Cuando ve a Jesús, corre a su encuentro:
-¡Maestro, Señor, Jesús… yo… yo creo tanto que Tú eres Tú, que sabes todo, que ves todo, que conoces todo, que todo lo puedes, tanto lo creo, que te digo: ten piedad de mi hija, aunque los pecados de mi corazón sean muchos; no caiga sobre mi hija el castigo por haber sido inmoral en mi trabajo; juro que no volveré a ser avariento. Tú ves mi corazón, lo que ha sido y lo que piensa ahora. Perdón. Piedad, Maestro, y hablaré de ti a todos los que vengan aquí, a mi casa…
El hombre está de rodillas.
Jesús le dice:
-Álzate y persevera en los sentimientos de ahora.
-Llévame a donde tu hija.
-Está en un establo, Señor. Este calor bochornoso la pone más enferma todavía. No quiere salir.
-Bien, no importa; voy Yo. No es el bochorno, es que el demonio me siente llegar.
Entran en un patio, luego en un establo oscuro. Todos los demás van detrás.
La niña, despeinada, demacrada, se contorsiona en el rincón más oscuro, y, en cuanto ve a Jesús, grita:
-¡Atrás! ¡Atrás! No me hostigues. Tú eres el Cristo del Señor; sobre mí descargas tu mano. Déjame tranquilo. ¿Por qué sigues siempre mis pasos?
-¡Sal de ella! ¡Vete! ¡Lo quiero! ¡Devuelve a Dios tu presa y calla!
Un grito desgarrador, una sacudida, un cuerpo que se derrumba sobre la paja… Luego, con calma, tristeza, estupor, la jovencita, que ahora se avergüenza de estar sin velo y con un vestido roto ante los ojos de muchos extraños, pregunta:
-¿Dónde estoy?, ¡por qué estoy aquí?, ¿quiénes son éstos? – e invoca a su madre.
-¡Oh, Señor eterno! ¡Está curada!… – y, aunque resulte extraño en el rubicundo y colorado hospedero, llora como un niño… Se siente dichoso. Llora. No sabe qué otra cosa hacer sino besar las manos de Jesús. Entretanto, la madre también llora, circundada por la corona de sus hijitos, que miran asombrados, y besa a esta primogénita suya que ha sido liberada del demonio.
Los presentes prorrumpen en un verdadero clamor, otros acuden para ver el prodigio. El patio está lleno. -Quédate, Señor. Ven esta noche. Cobíjate bajo mi techo.
-Hombre, somos trece.
-Aunque fuerais trescientos, sería como nada. Sé lo que quieres decir, pero el Samuel avariento y deshonesto ha muerto, Señor. Se ha marchado también mi demonio. Ahora vive el nuevo Samuel. Seguirá siendo hospedero, pero santamente. Ven, ven conmigo, que quiero honrarte como a un rey, como a un dios, como a quien eres. ¡Oh, bendito el sol de hoy que te ha traído a mí!