Curación del hombre del brazo atrofiado
Jesús entra en la sinagoga de Cafarnaúm, que lentamente se va llenando de fieles porque es sábado. Muy grande es el estupor al verlo. Unos a otros se lo señalan musitando comentarios. Alguno tira de la túnica a éste o a aquel otro apóstol para preguntar que cuándo han vuelto a la ciudad, porque nadie sabía que habían llegado.
-Hemos desembarcado ahora en el «pozo de la higuera» viniendo de Betsaida, para no dar ni un paso más de lo prescrito, amigo – responde Pedro a Urías el fariseo, el cual, ofendido por ver que un pescador le llama «amigo», se marcha con aire de desdén a donde están los suyos, en primera fila.
-¡No los pinches, Simón! – advierte Andrés.
-¿Pincharlos? Me ha preguntado y he respondido, diciendo incluso que hemos evitado caminar por respeto al sábado. -Dirán que hemos trabajado con la barca…
-¡A1 final dirán que hemos trabajado porque hemos respirado! ¡No seas ignorante! Es la barca la que trabaja, el viento y las olas, no nosotros yendo en barca.
Andrés se queda con la regañina y guarda silencio.
Después de las oraciones preliminares, llega el momento de la lectura de un texto y su explicación. El jefe de la sinagoga le pide a Jesús que sea Él quien lo haga, pero Jesús señala a los fariseos y dice:
-Que lo hagan ellos.
No obstante, dado que ellos no lo quieren hacer, debe hablar Él.
Jesús lee el trozo del primer Libro de los Reyes en que se narra cómo David, traicionado por los zifitas, fue señalado a Saúl, que estaba en Guibeá. Devuelve el rollo y empieza a hablar.
-Violar el precepto de la caridad, de la hospitalidad, de la honradez, siempre es cosa reprobable. Sin embargo, el hombre no vacila en hacerlo con total indiferencia. Aquí tenemos un episodio compuesto de dos partes: esta violación y el consiguiente castigo de Dios. La conducta de los zifitas era ratera; la de Saúl no lo era menos: los primeros, viles intentando ganarse al más fuerte y sacar beneficio de él; el segundo, vil intentando eliminar al ungido del Señor: el egoísmo, por tanto, los aunaba. Y, ante la indigna propuesta, el rey falso y pecador de Israel osa dar una respuesta en que aparece nombrado el Señor: «Que el Señor os bendiga».
-¡Hacer burla de la justicia de Dios!… ¡Hacerlo habitualmente!… Demasiadas veces se invoca el Nombre del Señor y su bendición como premio o garantía de las maldades del hombre. Está escrito: «No tomarás el Nombre de Dios en vano». ¿Podrá haber algo más vano -peor: más malo- que nombrarlo para cumplir un delito contra el prójimo? Pues bien, a pesar de todo, es éste un pecado más común que ningún otro, cometido con indiferencia incluso por aquellos que ocupan siempre los primeros puestos en las asambleas del Señor, en las ceremonias y en la enseñanza. Recordad que es pecaminoso indagar, observar, prepararlo todo con la finalidad de perjudicar al prójimo; como también es pecaminoso el hacer que otros indaguen, observen y preparen todo para perjudicar al prójimo: es inducir a los demás al pecado tentándolos con recompensas o amenazándolos con represalias.
Os advierto de que es pecado; de que una conducta semejante es egoísmo y odio. Sabéis que el odio y el egoísmo son los enemigos del amor. Os lo advierto porque me preocupo de vuestras almas; porque os amo; porque no quiero que estéis en pecado; porque no quiero que Dios os castigue, como le sucedió a Saúl, el cual, mientras perseguía a David para atraparlo y matarlo, vio su tierra hollada por los filisteos. En verdad, esto le sucederá siempre a aquel que perjudica a su prójimo. Su victoria durará cuanto la hierba del prado: crecerá pronto, y pronto se secará y será triturada por el pie indiferente de los que pasan. Sin embargo, la buena conducta, la vida honrada, parece como si tuviera dificultad en nacer y consolidarse, pero, una vez formada como hábito de vida, se hace árbol robusto y frondoso que no será descuajado por el torbellino ni abrasado por la canícula; en verdad, quien es fiel a la Ley, verdaderamente fiel, se hace árbol poderoso que no será combado por las pasiones ni quemado por el fuego de Satanás.
He dicho. Si alguien quiere decir algo más, que lo diga.
-Lo que te preguntamos es si has hablado para nosotros los fariseos.
-¿Acaso está llena de fariseos la sinagoga? Sois cuatro, la gente son muchas personas. La palabra es para todos. -La alusión, de todas formas, es muy clara.
-¡Verdaderamente no se ha visto nunca que un indiciado -denunciado sólo por un parangón- se acuse a sí mismo! Y, sin embargo, vosotros lo hacéis. ¿Por qué os acusáis si Yo no os acuso? ¿Tenéis conciencia de actuar como he dicho? Yo no lo sé. De todas formas, si fuera así, cambiad. Porque el hombre es débil y puede pecar, pero Dios lo perdona si surge en él el arrepentimiento sincero y el deseo de no volver a pecar. Ahora bien, persistir en el mal es doble pecado, y sin perdón.
-No tenemos este pecado.
-Pues entonces no os aflijáis por mis palabras.
El incidente queda zanjado. Los himnos llenan la sinagoga. Luego parece que está para disolverse la asamblea sin más incidentes. Pero, he aquí que el fariseo Joaquín detecta la presencia de un hombre entre la masa de la gente y, con la mirada y con gestos, le obliga a pasar a la primera fila. Es un hombre de unos cincuenta años, tiene un brazo atrofiado, mucho más pequeño que el otro -también la mano- porque la atrofia ha destruido los músculos. Jesús lo ve, y ve también todo el montaje que han hecho para que lo viera. En su rostro se dibuja un gesto de disgusto y compasión; es una expresión casi instantánea, pero muy clara. No obstante, no desvía el golpe, sino que afronta con firmeza la situación.
-Ven aquí al medio – ordena al hombre.
Una vez que lo tiene delante, se vuelve a los fariseos y dice:
-¿Por qué me tentáis? ¿No acabo de hablar contra la insidia y el odio? ¿No acabáis de decir: «No tenemos este pecado»? ¿No respondéis? Responded al menos a esto: ¿Es lícito hacer el bien o el mal en día de sábado? ¿Es lícito salvar o quitar la vida? ¿No respondéis? Responderé por vosotros, en presencia de todos los ciudadanos, los cuales juzgarán mejor que vosotros porque son sencillos y no tienen ni odio ni soberbia. No es lícito hacer ningún trabajo en día de sábado. Pero, de la misma forma que es lícito orar, también es lícito hacer el bien, porque el bien es oración, mayor que los himnos y salmos que hemos cantado. Sin embargo, ni en día de sábado ni los otros días es lícito hacer el mal. Y vosotros habéis hecho el mal, trajinando para poder tener hoy aquí a este hombre, que ni siquiera es de Cafarnaúm, que le habéis hecho venir desde hace dos días porque sabíais que Yo estaba en Betsaida e intuíais que vendría a mi ciudad. Lo habéis hecho para ver cómo acusarme. Actuando así, cometéis también otro pecado, el de matar vuestra alma en vez de salvarla. Por mi parte, os perdono. Respecto a este hombre, no defraudaré su fe. Le habéis hecho venir diciéndole que lo iba a curar, mientras que lo que queríais era ponerme una trampa. A él no se le puede culpar, porque ha venido aquí con la única intención de quedar curado. Pues bien, así sea. Hombre: extiende tu mano y ve en paz.
El hombre obedece y su mano queda sana, igual que la otra. La usa enseguida para coger la orla del manto de Jesús y besarla, y decir:
-Tú sabes que desconocía la verdadera intención de éstos. Si la hubiera conocido, no habría venido; hubiera preferido quedarme con la mano seca, antes que servir contra ti. Por tanto, no te enojes conmigo.
-Ve en paz, hombre. Yo sé la verdad. Respecto a ti, no siento sino benevolencia.
La gente sale comentando estas cosas. El último en salir es Jesús con los once apóstoles.