Con el sermón de Aera termina el segundo gran viaje apostólico
Jesús está hablando en la plaza principal de Aera:
-« … Y no os estoy expresando, como he hecho en otros lugares, las primeras e indispensables cosas que hay que saber y hacer para salvarse. Ya las sabéis, y muy bien, por obra de Timoneo, sabio arquisinagogo de la Ley antigua, sapientísimo ahora al renovarla con la luz de la Ley nueva. Lo que quiero es poneros en guardia contra un peligro que en el estado de espíritu en que os encontráis no podéis ver. Es el peligro de presiones o malignas acusaciones que os desvíen, con la intención de separaros de esta fe que ahora tenéis en mí. Os voy a dejar a Timoneo durante un tiempo. Con otros, os explicará las palabras del Libro a la luz nueva de mi Verdad, que él ha abrazado. Pero antes de dejaros, habiendo escrutado vuestros corazones, habiéndolos visto
sinceramente amantes, voluntariosos y humildes, quiero comentar con vosotros un punto del cuarto Libro de los Reyes. (Corresponde, en la nueva nomenclatura bíblica a 2 Reyes 18, 17-36)
Cuando Ezequías, rey de Judá, sufrió el asalto de Senaquerib, fueron a él los tres altos personajes del rey enemigo para aterrorizarlo con temores de quiebra de alianzas, de potencias que ya lo circundaban. A las palabras de los poderosos enviados, respondieron Elyaquim, Sebná y Yoaj: «Habla de forma que el pueblo no comprenda» (para que el pueblo aterrorizado no invocara la paz). Pero esto es lo que querían los mensajeros de Senaquerib, así que dijeron con fuerte voz y en perfecto hebreo: «Que no os seduzca Ezequías… Concertad con nosotros lo que os conviene y rendíos, y todos podrán comer de su vid y de su higuera, y podréis beber el agua de vuestras cisternas, hasta cuando vengamos a llevaros a una tierra como la vuestra, fecunda, rica en vino, una tierra abundante de pan y uvas, tierra de aceitunas, aceite y miel; así viviréis y no moriréis…». Y está escrito que el pueblo no respondió porque había recibido la orden del rey de no responder.
Ved. Yo también, por compasión de vuestras almas asediadas por fuerzas más feroces aún que las de Senaquerib, que podía dañar los cuerpos mas no lesionar los espíritus – mientras que la guerra que os plantea el ejército enemigo capitaneado por el más fiero y cruel déspota que hay en la creación es contra vuestros espíritus -, Yo también he rogado a sus mensajeros, a esos mensajeros suyos que, para perjudicarme a mí en vosotros, tratan de aterrorizarnos a mí y a vosotros con amenazas de tremendos castigos, les he suplicado diciendo: «Habladme a mí, pero dejad en paz a las almas que nacen ahora a la Luz. Meteos conmigo, torturadme a mí, acusadme a mí, matadme a mí, pero no os ensañéis con estos pequeñuelos de la Luz. Son débiles todavía. Un día serán fuertes, pero ahora son débiles. No arremetáis contra ellos. No arremetáis contra la libertad que tienen los espíritus de elegir un camino. No arremetáis contra el derecho que Dios tiene a llamar a sí a estos que lo buscan con sencillez y amor».
¿Pero puede, acaso, uno que odia ceder a las súplicas de la persona odiada? ¿Puede, acaso, uno que es víctima del odio conocer el amor? No puede. De aquí que, con mayor dureza aún, y cada vez con mayor dureza, vendrán a deciros: «Que no os seduzca el Cristo. Venid con nosotros y tendréis todos los bienes». Y os dirán: «¡Ay de vosotros si le seguís! ¡Seréis perseguidos!». Y os urgirán con ficticia bondad: «Salvad vuestras almas. Es un Satanás». Muchas cosas os dirán de mí, muchas, para persuadiros a abandonar la Luz.
Yo os digo: “A los tentadores responded con el silencio». Después, cuando descienda la Fuerza del Señor a los corazones de los fieles de .Jesucristo, Mesías y Salvador, entonces podréis hablar, porque no seréis vosotros, sino el mismo Espíritu de Dios, el que hablará en vuestros labios, y vuestros espíritus serán adultos en la Gracia, fuertes e invencibles en la Fe.
Sed perseverantes. Sólo os pido esto. Recordad que Dios no puede ceder a los sortilegios de un enemigo suyo. Que sean vuestros enfermos, aquellos que han recibido confortación y paz en su espíritu, los que hablen siempre entre vosotros, con su sola presencia, de quién es el que vino a vosotros para deciros: «Perseverad en mi amor y en mi doctrina y tendréis el Reino de los Cielos». Mis obras hablan más aún que mis palabras, y, a pesar de que saber creer sin necesidad de pruebas sea perfecta bienaventuranza, os he permitido ver los prodigios de Dios para el fortalecimiento de vuestra fe.
Responded a vuestro cerebro, tentado por los enemigos de la Luz, con las palabras de vuestro espíritu: «Creo porque he visto a Dios en sus obras». Responded al enemigo con el silencio activo y diligente. Y con estas dos respuestas caminad en la Luz. La paz sea siempre con vosotros.
Y los despide. Luego se encamina afuera de la plaza.
-¿Por qué les has hablado tan poco, Señor? Timoneo quizás se ha quedado desilusionado – dice Natanael.
-No se sentirá desilusionado porque es un justo y comprende que advertir a uno de un peligro es amarlo con amor más intenso. Este peligro está muy presente.
-Como siempre, los fariseos, ¿no? – pregunta Mateo.
-Ellos y otros.
-¿Estás apesadumbrado, Señor? – pregunta afligido Juan.
-No. No más que de costumbre…
-Sin embargo, estabas más alegre estos días pasados…
-Será tristeza por no tener ya consigo a los discípulos. Pero, ¿y por qué los has despedido? ¿Es que quieres seguir el viaje? – pregunta el Iscariote.
-No. Éste es el último lugar. De aquí se va a casa. Pero las mujeres no podían continuar con estas condiciones climáticas. Han hecho mucho. No deben hacer más.
-¿Y Juan?
-Enfermo. En una casa amiga como estuviste tú.
Luego Jesús se despide de Timoneo y de otros discípulos que se quedan en la comarca, a los cuales se ve que les ha dado órdenes para el futuro pues no insiste en más consejos.
Están en la puerta de la casa de Timoneo, porque Jesús ha querido bendecir una vez más a la dueña de la casa. La gente, respetuosa, lo observa, y lo sigue cuando reanuda el camino en dirección al arrabal, a las huertas, a la campiña. Los más tenaces lo siguen todavía un poco más, en un grupo cada vez más reducido, hasta sólo nueve, luego cinco, luego tres, luego uno… Este uno también se vuelve para Aera, mientras Jesús toma la dirección de occidente, sólo con los doce apóstoles, pues también Hermasteo se ha quedado, con Timoneo.
Jesús dice:
-El viaje, el segundo gran viaje apostólico, está cumplido. Ahora es el regreso a los conocidos campos de Galilea.